martes, 22 de julio de 2025

Su esencia

 


Su esencia

 

Por Sergio Torres

 

Ella huele a amanecer, a vitalidad, a brisa después de la lluvia. Tiene los ojos grandes, el cabello largo, la sonrisa franca, la caricia cálida, el beso perfecto, el abrazo que se convierte en hogar. Ella es tierra fecunda. Viento que danza. Ella es agua, fluye y toma su cauce. Es fuego que alimenta o destruye. Ella es La Mujer.

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

lunes, 21 de julio de 2025

Baldosa

 


Baldosa

 

Por Sergio Torres

 

Beanie, de 12 años, me dice:

Tú no tienes sentimientos.

Le respondo que sí, pero que no me expreso igual que los personajes de las películas o las historias que vemos en la televisión.

No continúa―, está bien que no tengas sentimientos. Así me inyectas sin emoción cuando hace falta; te concentras en atenderme cuando tenemos una emergencia; te enfocas en lo importante para salvar una situación. Eres como una baldosa.

Me quedé en silencio un rato mientras manejaba. Luego pregunté:

¿Y si lo importante son los sentimientos?

Su respuesta fue hermosa:

Sigues siendo una baldosa. Uno sabe que estás ahí, que tú escuchas, que tú acompañas, que tú apoyas, aunque nada te mueva.

Lo más bonito es el uso de baldosa como referencia. Ahora soy Sergio Baldosa.

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

Yo también soy mi casa

 


La columna de Bety

Yo también soy mi casa

 

Por Beatriz Aldana

 

Ayer me estuve preguntando por qué amo tanto mi casa y todo lo que hay en ella, entre el menaje, las pantallas televisivas, los cuadros, las plantas, los jardines, en fin, no terminaría de enumerar. Me encanta poner mis discos de acetato de música de años atrás, como por ejemplo de Julio Iglesias y muchos otros artistas. Amo mis libros, mis atuendos, mis accesorios, en fin.

Todo esto lo atribuyo totalmente a que cuando era niña tuve que compartir mi espacio con ocho personitas más, conformadas por mis hermanas, mi hermano, mi papá y mi mamá, así que todo siempre era compartido, o sea que no podía decir que tal vestido, tal suéter era de mi propiedad, ni siquiera los pocos juguetes que con mucho esfuerzo mi papá nos compraba.

A veces tengo visitas en casa y se sorprenden del buen estado en que se encuentra todo lo que hay en ella, porque gran parte ya tiene en promedio de cuarenta a cuarenta y cinco años conmigo, por supuesto hay cosas nuevas, más recientes, como son los aparatos de TV y de sonido.

Mi casa, por su ubicación, tiene vista hacia los cuatro puntos cardinales. Cada ventanal me devuelve la vista del cielo, de todas las sierras que circundan mi adorada ciudad. Todo esto lo convierto en crónica, por la conversación que tuve ayer domingo, ya que una querida amiga me llamó para saber cómo me encontraba, pues  se extrañó de que no había visto publicaciones mías en Facebook, como acostumbro hacerlas.

Y también hubo otra pregunta de ella: Que como hacía yo para ser tan independiente con mi relación sentimental. Le contesté así:

Mire, Esther, eso es totalmente mi responsabilidad y mi decisión, el haber establecido una relación con un personaje, y lo nombro así porque no es un hombre común, lo distingue su fama como escritor, y, por supuesto, como integrante del gremio. Por añadidura de galanura y encanto especial. Así que hay que asumir que, por consecuencia, exista competencia o admiración hacia él. Repito, es mi responsabilidad, es mi decisión, pero no afecta este hecho, por la sencilla razón de que tuve un padre también con cierta fama como periodista, muy apuesto, con mucho estilo y galanura. Y después un esposo quien gozaba de ángel, o sea, de una simpatía innata y también de una guapeza excepcional (este calificativo lo decía con frecuencia La Doña, María Félix).

Así que, ya dando fin a mi crónica, la concluyo de esta manera: estoy enamorada de mi casa, mi hogar, mi entorno, mis recuerdos, y también enamorada de mi escritor, que a fin de cuentas no permito me afecte la admiración que alguien le tenga, pues estoy consciente de que absolutamente nadie nos pertenece, ni siquiera nosotros mismos somos nuestros propietarios eso le pertenece al destino que se nos tiene marcado tal vez con anticipación. Mi lema es este: Que viva la libertad.

 


Beatriz Aldana es contadora y siempre ha trabajado en la industria y en corporativos comerciales. Gran lectora, escribe y produce crónicas de video en sus dos blogs de Facebook, además de La columna de Bety en Estilo Mápula.

domingo, 20 de julio de 2025

El sueño de la bóveda de plomo

 


El sueño de la bóveda de plomo

 

Por Sergio Torres

 

En un estado febril, entre despierto y dormido, soñé o aluciné mientras luchaba con la fiebre, o peor aun, tuve la visión de que, en medio de la noche, en la oscuridad de mi cuarto, me despertaba un resplandor de rayos cruzando el cielo. El viento soplaba y levantaba densas nubes de polvo. En el cielo las nubes se iluminaban con al resplandor, dejando ver formas moradas, azul intenso, rojas, café, amarillo, pálido, enfermo, nauseabundo.

Me sentía en medio de una tormenta eléctrica, la luz de la calle se apagaba, la ciudad se quedaba en silencio, y también se apagó la luz del cielo.

La bóveda celeste era de plomo, el cielo se apagó. Ni una nube, ni un rayo, nada de nada. Resulta que el cielo es solo una pantalla como la del cine, como un televisor LED. En este instante algunos LED han fallado y se puede ver del otro lado del velo de engaños sobre el que plasmamos la vida.

Se escucha la caída de una bomba. Tras el cerro Coronel, el resplandor de una explosión ilumina está oscuridad plomiza. Se alcanza a ver el cielo, con sus engranes y cables expuestos, mientras acá abajo hay tanques de guerra que se disparan entre sí.

Se escuchan alertas y las sirenas. La gente corre con sus hijos en brazos, una barra de pan, un pedazo de salchichón Chimex. El pequeño de tres años detrás de los padres lleva una cobija que apenas lo envuelve, un vaso entrenador, una figura de El Santo y una lata de chiles curtidos.

Desnudo y a ciegas, alcanzo a ponerme jeans, huaraches y una playera negra. La mochila dónde traigo un libro, cuaderno de viaje y galletas, cepillo, pasta dental y un rebozo que me regaló Brenda y que uso como cobija cuando viajo.

Sé que estoy en un sueño, porque mi mochila tiene todo lo que necesito. Hay una escena de bombardeo, otra de combate, una más de huida y desesperación, y estoy en todas.

El cielo es una gran bóveda de plomo con engranes, cables y tubos, proyectores  que debería tener imagen de azul y nubes, rojizos polvos y ventarrón, humo de aeronaves.

Sale gente de la tierra. Se anuncia que hay otros habitando bajo la superficie. Al final los extraterrestres eran intraterrestres, altos, delgados y fuertes, con movimientos fríos y estudiados de reptil, una sonrisa permanente en los labios y odio infinito en la mirada

La muerte comienza una danza infernal en todas direcciones, sanos, enfermos, sabios, ignorantes, todos vamos muriendo.

Una pesadilla comienza.

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

sábado, 19 de julio de 2025

Bóveda de plomo

 


Bóveda de plomo

 

Por Sergio Torres

 

La tarde de ayer me estaba quedando dormido mientras daba clase. Era un sueño pesado, febril. Llegué a casa y tomé un vaso de agua. Me recosté y comencé a sudar. La sensación de náusea invadió todo: cama, cortinas, paredes, techo. Como pude, me incorporé y caminé al baño. Sé que caí de rodillas porque tengo moretones en ambas, pero no sentí nada al caer porque al mismo tiempo daba arcadas que produjeron una sopa asquerosa de comidas previas, ninguna reconocible: el resultado era un caldo que parecía estar hecho de crema de cacahuate, mermelada de zarzamora y trozos de cereza. Era tal la violencia del proceso, que algo alcanzó a salir por la nariz, provocando un ardor que arrancó lágrimas y escurrimiento nasal por varios minutos. A pesar de eso, el sueño se mantenía, pesado, posado sobre los párpados. Me venció.

Horas después me encontré tirado en el piso del baño, a oscuras, con la sensación de que algún monstruo de manos largas y dedos afilados había estado revolviendo el contenido de mi vientre. La cabeza embotada. El cuerpo a 40 grados. Me arrastré a la regadera. Abrí la llave y el agua corrió, caliente, porque la primavera en esta parte del desierto no acaricia, pero más fría que mi cuerpo, arrancando el exceso de calor y dándome un poco de claridad. Noté que estaba a medio vestir, camiseta y calzones; estaba a oscuras, con el resplandor de la iluminación de la calle reptando por la pequeña ventana del baño. Después de un rato, me incorporé y comencé a bañarme. Al terminar exprimí la ropa y la colgué en el portatoallas. Húmedo, caminé la inmensidad entre el baño y la cama. Encendí el abanico y me tiré sobre las sábanas. Aún con fiebre, sentí cómo el calor evaporaba el agua sobre mi cuerpo. Mi cabeza irradiaba vapor. Finalmente, el cansancio venció. La mente, licuada por la fiebre y el cansancio, se escurrió, ingrávida, a la tierra de los sueños donde, como profecía, viví las horas más aterradoras que he tenido a lo largo de mi vida, el sueño de la bóveda de plomo.

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

viernes, 18 de julio de 2025

El dolor

 


El dolor

 

Por Sergio Torres

 

Tenía días sufriendo dolores de cabeza, a veces intensos, bien localizados; otras, como si trajera una toalla mojada amarrada en la cabeza, el peso más que el dolor; unas cuantas, como si me hubieran quitado una parte del cráneo y mi cerebro expuesto recibiera una corriente de aire caliente mezclado con alguna salsa para aguachiles: ajo, chiltepín, cilantro, cebolla, sal, pimienta. Este último dolor incluye la sensación de escurrimiento nasal y por el oído.

Esta noche estalló. Tuve una pesadilla tras otra mientras mi cuerpo se retorcía de dolor. Cada articulación duele, cada músculo, cada fibra, incluso cada pensamiento, duele. Parece que hubiera cargado rejas y rejas de tomate como para llenar doce camiones. Me duele voltear el ojo izquierdo. Es un dolor sordo, general, paralizante. Al mismo tiempo, en tanto cambio, me da la certeza de que estoy vivo, porque siento algo. Tenía meses en un estado de adormilamiento, sopor, languidez, que casi rayaba en el mutismo. La vida estaba en la calma con que un mar de olas bajas recibe la peor tormenta en siglos.

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

La Capitana

 


La Capitana

 

Por Guadalupe Ángeles

 

Tomé el autobús esa mañana. Mi partida era inevitable como siempre, las partes del año que me tocaban vivir a mi exclusiva manera casi siempre iban a dar allá, donde ella estuviera. Me acompañó a la estación, un local desvencijado donde, a cambio de un rectángulo de papel, regresé a la ciudad, que se había disuelto en el paisaje días antes, hasta ese en el que fui a encontrarme con ella en ese poblado cerca del mar que sin embargo no llegué a ver.

         Dormíamos en la gran cama que ella compartió, antes de mi llegada, con otra amiga.

       La presencia de su perro endulzaba los días.

       Me enseñó un juego del que he olvidado sus reglas, solo sé que se hacía con fichas de dominó.

        Años después, regresamos ambas a ese lugar, a la misma casa que por entonces se iluminó para una fiesta en la que bailé con un buen amigo suyo, nuestro ya en esos días; luego nos inventamos un futuro compartiendo lo tan entrañable que aún hoy nos hace sonreír.

        A través de los encuentros que se sucedían sin ningún patrón reconocible, compartimos esa maravillosa sensación de embriaguez, era la noche el pretexto, acaso la poesía, a la que frecuentábamos ambas a diversos grados de profundidad; ese buceo aún nos encapsula en la suave redondez de recuerdos compartidos, unos más dulces que otros, pero el sabor de la vida nunca es el mismo.

         Ella, con su asombrosa capacidad para liderar trasnochados, nos reunía, todos soñábamos con el roce del misterio, ella nos ordenaba, aún desconozco con qué criterio, pero igual, seguía en el juego con deliciosa inercia; si alguna vez perdimos la paciencia eso quedó atrás, nuestras conversaciones atravesaron lo común, y estar en su presencia era estar en casa, siempre, así que le llamamos La Capitana.

         ¿De cuántas crisis se vistió nuestro ir y venir en el espacio y en el tiempo? Quizá no tantas, pero las suficientes para saber que siempre podríamos dar el siguiente paso en terreno seguro. Acaso a eso se le llame amistad y sea esa la semilla del arte de hermanarnos como quien abre una ventana y siente el calor del sol, la caricia del aire, tan necesarios para vivir.

 


Guadalupe Ángeles nació en Pachuca, Hidalgo. Fue directora de la revista Soberbia. Entre sus obras se encuentran Souvenirs (1993), Sobre objetos de madera (1994), Suite de la duda (1995), Devastación (2000), La elección de los fantasmas (2002), Las virtudes esenciales (2005) y Raptos (2009). Ha colaborado en ÁgoraEl FinancieroEl InformadorEl OccidentalLa Jornada Semanal; en las revistas electrónicas nacionales Al margen y Argos y en las españolas: Babab y EspéculoPremio Nacional de Novela Breve Rosario Castellanos 1999 por Devastación.

jueves, 17 de julio de 2025

Camino arriba, camino abajo

 


Camino arriba, camino abajo

 

Por Sergio Torres

 

Vamos de viaje, camino arriba, camino abajo. Por sol y sombra, viento y lluvia, todo el tiempo avanzando, así sea poco; todo el tienpo cambiando, aún sin notarlo.

Vamos de viaje, a veces nos acompañamos, a veces vamos solos; al final, solos, tomamos el camino solitario de la liberación

Pero qué agradable es tomarnos las manos, mirarnos a los ojos, reafirmar nuestros andares... así sea una falsa seguridad.

Caminemos. El sol se está poniendo.

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

miércoles, 16 de julio de 2025

Ya mis zapatos pendencieros y mi tonada esperan en la esquina

 


Ya mis zapatos pendencieros y mi tonada esperan en la esquina

 

Por Alejandra Hernández Figueroa

 

Como un viento prendido

llega volando el sol

y me despierta.

 

Mis marchitas huestes

alistan migración

hacia el terrestre invierno.

 

Ya mis zapatos pendencieros

y mi tonada

esperan en la esquina.

 

Solo llevaré como pertrechos,

en una sonora nube,

trepidantes lluvias.

 

Y en mi fecundo corazón

mi predilección por una rosa.

 


Alejandra Hernández Figueroa estudió en el Colegio Palmore y en Community College. Escribió y publicó los libros Tiempos de viento y humo cuentos, Hojasen poemas e Hilvanando cuentos. Publica habitualmente en revistas jurídicas y literarias.

Es lunes de cine. Los lunes son de cine, en mi cabeza, claro


 

Es lunes de cine. Los lunes son de cine, en mi cabeza, claro

 

Por Sergio Torres

 

En el mundo real, la vida tiene otras prioridades, otras aficiones, otros privilegios y necesidades.

Yo solo pido que, si es lunes, pueda ir acompañado al cine, ver una historia, compartir un tumulto de palomitas, beber soda, disfrutar de la oscuridad y frialdad de la sala. Llenarme de colores y sonidos, de algo qué comentar después, camino a casa, camino al auto, camino al primer beso que pudiera suceder hoy... o nunca.

La magia del cine está en las historias que cuenta. La magia de los lunes, en que es el día de los nuevos comienzos. ¿Qué hay más motivador que una buena historia para empezar la semana?

Los lunes la historia se escribe con luz.

Gracias por estar aquí, por el amor inmerecido, por el abrazo cálido, por el beso inesperado. Gracias por la taza de café, la plática profunda, las ganas de hacer música y poesía y teatro y todo junto.

Gracias, gracias, gracias.

 

Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

martes, 15 de julio de 2025

El reloj Hamilton


 

El reloj Hamilton

 

Por Jesús Vargas Valdés

 

Hay días en que se atraviesan recuerdos que han estado guardados en la memoria y que ahí seguirán siempre. Estas líneas que voy a escribir se las dedico a mi nieto Bruno, de trece años, que ha llegado junto con su padre a pasar unos días en Chihuahua, como lo hacen dos veces al año.

Desde mi nacimiento hasta el día de su muerte, fue mi padre el referente masculino en muchos aspectos. Fue su vida como la de todos los hijos de los hombres de oficio: artesanos, mineros, obreros, labradores.

Nació en 1910. No asistió a la escuela. Desde los ocho años se hizo aprendiz de herrero en la fragua de su padre. A los veinte, cerraron las minas de Villa Escobedo (Minas Nuevas, donde él había nacido). La mayoría de los mineros salieron con sus familias a buscar la vida en otra parte. Entre las pocas muchachas jóvenes que quedaban, estaba la que fue mi madre y él tuvo la fortuna de casarse con ella en 1931. Poco después, con el primero de los hijos, emigraron a Parral. A los pocos días, él consiguió trabajo de minero en La Prieta. Cinco años después lo pasaron a la superficie, al taller de herrería, donde encontró su verdadero lugar y realización.

Yo nací con el número nueve en la lista de la docena de hijos que trajeron a la vida.

A los pocos años tomé conciencia de que mi madre sufría, el llanto de ella era frecuente, especialmente los fines de semana: llanto silencioso que los hijos teníamos que descifrar de alguna manera, porque ella evitaba hacernos parte de sus frustraciones. El silencio de mi padre era mayor, porque él vivía en un mundo aparte, el de su trabajo y de sus logros, muy ajeno a las cotidianidades, digamos problemas y necesidades materiales y de la formación de los hijos. En descargo debo que aclarar que así eran casi todos los mineros en aquellos años, además de que "genio y figura" se iba heredando porque el horizonte de aquellos hijos de mineros era el mismo que el de los padres. Llegando la edad ya los estaba esperando "la ficha" para entrar a la mina, y lo asumían con el orgullo del joven macho de la casa.

Bien podría extenderme en estas imágenes que van pasando por la memoria, pero si le sigo no voy a llegar al asunto que me propuse.

Mi madre se propuso como meta que todos sus hijos estudiaran una profesión, no así las tres hijas, a las que preparó para que fueran buenas esposas en todos sentidos.

Como dije antes, en la formación de los hijos evitó instrumentar la amargura, o los resentimientos de mujer. Al contrario, conforme crecimos nos hizo ver la figura paterna como la del gran trabajador que él era, las proezas que se le reconocían por su genio para resolver problemas prácticos que nadie más podía hacerlo, por ejemplo: en los molinos del metal que son fundamentales en el proceso de cualquier mina, frecuentemente iban a la casa a despertarlo para que acudiera a resolver un problema.

Desde el superintendente gringo hasta el jefe inmediato, le reconocían, y esto llegaba de alguna manera a la familia. Un signo particular de este respeto era que en algunas de las fiestas que organizaban los jefes en la colonia gringa, frecuentemente lo invitaban.

Él era mi héroe y cuando hacía algún trabajo en la fragua que tenía junto a la casa, yo estaba con él. Era poco lo que podía ayudar, pero lo hacía en la medida de lo posible. Miraba cómo trabajaba la lumbre, cómo ponía al rojo los fierros, cómo los sostenía con las tenazas, los acomodaba sobre el yunque y a punta de marrazos, o con el manero, les iba dando forma.

De los hijos, me toco ser el que estuvo más cerca de él ayudando y mirando como trabajaba, compartiendo sus silencios, y de vez en cuando recibiendo una palmada en la espalda o el hombro. Un día mi hermano mayor me aseguró que de no haber sido porque mi madre se oponía a ello, a mí me tocaba ser el continuador del oficio de tres generaciones: herrero.   

En 1957 se manifestó en mi padre una temblorina en la mano derecha, era leve y no tuvo problemas para seguir en su trabajo. Sin embargo, uno o dos años después se agudizó el Parkinson que recién le habían diagnosticado. Le llamaron en la empresa y en un proceso que no fue largo le informaron que tenían preparada su jubilación. Para consolarlo le dijeron también que ya le habían preparado su reloj por los 25 años de trabajo: un méndigo reloj marca Hamilton con la leyenda correspondiente y con su nombre. Él hizo todo lo posible por que le consideraran sus méritos, que tomaran en cuenta todo lo que había dado a la empresa. No quería dejar de trabajar. No lo escucharon.

Así como era de callado, ni cuenta nos dimos de lo que le pasaba por la cabeza. Pocos años después yo me preguntaba: ¿Razonó mi padre el significado de lo que le habían hecho? No lo supe, pero yo sí lo razoné a fondo: lo habían exprimido, lo habían halagado, le habían hecho creer que apreciaban todo lo que hacía, hasta lo llamaban amigo sus jefes. Nada de eso era cierto.

Cuando terminé la secundaria me tocó el momento del ritual iniciático de abandonar la casa familiar para salir a estudiar a la ciudad de México, que antes habían iniciado mis tres hermanos mayores. Era el sacrificio que mi madre había decidido con tal de que sus hijos tuvieran un horizonte diferente.

Años después, en alguna ocasión que regresé por las vacaciones, mi padre me entregó su reloj Hamilton de los 25 Años. Sin emoción alguna me lo llevé, pero no lo use. Lo sentía como una afrenta. Pasaron los años, llegó el 68, que cambió radicalmente el rumbo de mi vida. Cuando me he preguntado, y me lo han preguntado, que de dónde me llegó aquel cambio, no dejo de considerar que, entre otros motivos, estuvo esa infamia que sufrió mi padre por parte de sus patrones yanquis que me dejó, sin tener plena conciencia de ello, la primera marca de la esencia injusta del capitalismo.

 


Jesús Vargas Valdés estudió la carrera de biología en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional. Es coordinador del Programa Biblioteca Chihuahuense. Publica la página cultural La fragua de los tiempos y es autor de varios libros, entre ellos: Madera rebelde (2015), Consuelo Uranga La Roja (2017), Villa bandolero (2018) y Nellie Campobello Mujer de manos rojas (2020), este último en coautoría con Flor García Rufino.

Tennis court angel, Andrew Salgado

 


Tennis court angel, Andrew Salgado

 

Por Sergio Torres

 

Estoy cansado, he trabajado de mañana, tarde, noche y madrugada por varias semanas. Antes era fácil, hoy es pesado para el cuerpo, aunque siga siendo tan estimulante para el alma como en las primeras presentaciones.

Hacer música tiene magia. A mí me mantiene todo junto, como un hilo mágico invisible y rojo que uniera los retazos de los que está hecho mi avatar, desde las hélices de ADN con sus combinaciones de c, t, g, hasta la sutil sustancia con que la bioquímica del cuerpo interactúa con el Yo interior que hace la conciencia.

Por las mañanas doy clases a niños de 3 a 6 años. Por las tardes, a jóvenes que me regalan la oportunidad de revivir un Maralta del que los otros miembros del grupo nunca se dieron cuenta de que formaba parte. Por las noches, o ensayo los proyectos en los que toco, o escribo arreglos para otros, más personales.

El cuerpo duele. La vida sonríe siempre.

 


Sergio Torres. Licenciado en Artes, músico desde la infancia, dibujante y compositor de canciones. Maestro de música por vocación.

lunes, 14 de julio de 2025

Carta al editor

 


Carta al editor

 

Por Carlos Gallegos

 

Buenos días, querido Jesús. También fuiste mi mentor, en mi caso, de mis primeras aventuras literarias. Me corregiste Luto en Delicias, la vida de Emiliano J Laing, el alcalde deliciense de tan trágico final.

Como me tardaba en entregarte el epílogo, un día me dijiste: Ya estuvo, invéntale una noche de amor apasionado y mata a ese viejo. Lo maté. No como me sugeriste, pero lo hice.

Al día siguiente me diste un papelito. Toma, este es el recibo. Inscribí tu libro en el Premio Testimonio Chihuahua 2002. Guárdalo bien, porque vamos a ganar.

Vamos, dijiste. O sea, lo considerabas también tuyo. Ese gran detalle refleja tu nobleza y generosidad.

Ganamos y te ofreciste a ser el maestro de ceremonia en la Quinta Gameros en la noche de la presentación. Estuviste fantástico.

Epílogo a este rollo: eres un gran amigo. Un abrazo.

 


Carlos Gallegos Pérez es licenciado en comunicación por la UNAM, licenciado en periodismo por la UACH. Fue coordinador de comunicación social de la UACH, así como también fue coordinador de comunicación social en Gobierno del Estado, ganador del Premio Chihuahua de Literatura y del Premio Nacional INBA Novela de Testimonio. Autor de varios libros, actualmente es cronista de Ciudad Delicias.

Escribir

 


La columna de Bety

Escribir

 

Por Beatriz Aldana

 

Bueno, aquí voy. Un poco de tristeza hoy. Con mucho gusto y entusiasmo inicié mi actividad de compartir con el público mis vivencias, por supuesto las más agradables, las desagradables muy de vez en cuando. Y digo tristeza, porque ayer que pasé por un susto tremendo y sentí la necesidad de externarlo, por el riesgo que ni siquiera sospechaba al caer de pronto una tremenda tormenta tipo tromba y me atrapó exactamente en la vialidad adjunta al Río Chuvíscar.

Una experiencia que jamás en toda mi vida había vivido, pues estaba totalmente segura de que sería arrastrada por los remolinos de agua que caían con fuerza hacia la Vialidad, y por ende hacia el Río.

Estuve un tanto renuente de hacer público el video, porque lo había salido en especial para encontrarme con una persona con la que había hecho un compromiso a las tres de la tarde y atestiguarle que mi tardanza se debía a esa tremenda situación que se dio sin previo aviso del cielo.

Entonces comenté ya cuando llegue a mi destino toda temblorosa y con llanto que había hecho ese vídeo, instándome esa persona a publicarlo, y con renuencia lo hice, pero surgió un comentario que ya lo he escuchado y percibido en otras ocasiones, algo así como que mis publicaciones son un tanto "diferentes" o "raras", que en definitiva tiene otro contexto, o sea son parientes de... así, un tanto poquitín ofensivo por supuesto-

Recuerdo muy bien a mi hermana Amanda que me insistía hace años de que yo escribiese para algún periódico de alta circulación, ya que me argumentaba bien escribir.

Claro, eso fue antes de que existiese esta carretera digital, y yo me negaba, argumentando que estaría expuesta a la crítica, incluso a las habladurías.

Por desgracia hay una tendencia brutal a ver el lado opuesto y no el que se pretende compartir, y aquí expongo los comentarios que se me han hecho:

―¿No te da miedo publicar?

―¿No te da miedo escribir?

―A veces no te entiendo tus palabras domingueras.

―¡Ayyy, Bety! qué locuras las tuyas.

Solo recuerdo en estos momentos un halago hermoso que me hizo un personaje de todo mi respeto, don Joaquín Pocurull, de Monterrey. Es tan bonito y tan caballeroso que por ética prefiero no comentarlo, amén de que el halago fue por comentarios de su señora esposa.

A veces o no me explico bien, o no se entiende el idioma español, pero en ocasiones se tergiversa por completo lo que publico o lo que escribo. Y aclaro lo siguiente: Yo heredé el amor por las letras, la palabra, la redacción, la escritura, de mi señor padre, quien no estudió letras, pero fue un gran periodista, de esos que ya pocos existen.

A quienes nos gusta escribir, relatar, compartir, es muy difícil reservar todo ello para uno mismo. Pero me viene la tristeza porque indirectamente se me dijo algo que me hirió profundamente, porque, como me lo dijo alguna vez una muy querida amiga, Lety:

Mire Bety: usted es muy inteligente, solo que quien es muy inteligente le queda un hilito muy delgado para otra cosa... que no me atrevo a mencionar por lo hiriente.

Pensaré muy concienzudamente en atreverme a volver a escribir,  compartir videos o expresar mis sentires por esta maravillosa vía digital.

Agradezco muchísimo a quienes se toman su tiempo para leer y ver mis publicaciones, que jamás van con el fin de ser reconocida. Es el amor infinito que le tengo a la vida y me gusta compartirlo, no quedármelo.

Muchas gracias a todas y a todos. Incluso he venido notando que he perdido poco a poco a muchas personas que eran fieles seguidoras y seguidores. Lo atribuyo totalmente a que lo repetitivo logra cansar hasta al más tolerante.

 


Beatriz Aldana es contadora y siempre ha trabajado en la industria y en corporativos comerciales. Gran lectora, escribe y produce crónicas de video en sus dos blogs de Facebook, además de La columna de Bety en Estilo Mápula.