sábado, 30 de agosto de 2014

Oscuridad. Martha Estela Torres Torres



Oscuridad


Por Martha Estela Torres Torres


La tarde cayó pesadamente sobre mi espalda.
Sus palabras- dardos se clavaron en mi pecho,
mientras despertaban las hojas tiernas del nogal.

Mi cuerpo se encorvó
 con el peso filoso de su desprecio,
con los gritos imperantes
de su amor invertebrado.

"¡Me expulsaron, Señor,
me arrojaron a la calle;
a empellones me sacaron
como si fuera leprosa!"

Quedé  tiesa, inmóvil,   
 en corriente impura de aguas negras.
 Ahí, bebiendo ignominia.
 expuesta a los habitantes de la oscuridad
 en la hora temprana  del solsticio.

Quedé en aquel paraje inconmovible,
 entre las piedras del mal río
que tarde o temprano debía cruzar.

No le importó   
ni el lugar deshabitado
ni la debilidad que padecía,
ni la soledad que se cernía,
ni mis lágrimas rojas
que brotaban sin esperanza.

"¡El demonio existe,
lo he visto espeluznante
en aquella choza de madera
entre los riscos oscuros del amor!"

Tenía lasciva en los ojos,
espuma en los labios,
y  en su cuerpo
agilidad demoníaca.

Al  mirarme
su odio creció como flama,
derribándome en tierra.
             Arrojándome al abismo.

Quedé tendida
probando el mismo polvo
que sus pezuñas pisaban;
temerosa de su voz
       y de su sombra apocalíptica.

¡Se transformaba,
se erguía con la fuerza descomunal
de una bestia!

Mi aflicción no lo detuvo;
se empeñó en jalarme,
tirar de mis hombros
descoyuntar mis huesos,
mi esencia y mi memoria.

Embrutecido,
aniquiló de un golpe mi resistencia
con la multiplicación de la rabia,
con la ponderante razón al sentirse
descubierto.

Quedé postrada como Magdalena,
estigmatizada,
salpicada de polvo y tierra.

Vencida
en una tarde sin nombre,
suplicando clemencia para el dolor
que incendiaba mi vientre.

Me arrojó
las raíces penetrantes del odio,
desde su más profunda maldad.

Seguí sin remedio,
en esa laguna seca,
en esa zona abismal
sin compasión,
sin terminación al martirio.

El negro se acerca,
huele mis cabellos mancillados,
percibe el miedo ácido de mis venas,
y mi invocación, inútil, a Dios.

Lame mis manos lastimadas
por el filo de las llaves;
mientras el hombre me culpa,
me condena por interrumpir
   su ritual sacrílego.

El perro prueba mi sangre
y mi sudor amargo;
se acerca
dándome consuelo
y piedad para mi alma.

Este animal
            se conmueve
 humanamente
            con mi dolor.









Martha Estela Torres Torres es licenciada en letras españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde también tiene maestría. Ha publicado los libros Hojas de magnolia, Arrecifes de sal, Pasión literaria, La ciudad de los siete puentes y Cinco damas y un alfil. Actualmente profesora en la Facultad de Filosofía y Letras y jefa de la unidad de producción editorial de la misma universidad.

1 comentario:

  1. Poema que duele, lluvia de metáforas del dolor, relato de una ruptura amorosa, herida de palabras, el rechazo cruel de quien antes había sido la persona más cercana de la intimidad.

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