miércoles, 27 de agosto de 2014

rubén


Intimidad


Por Rubén Rey


Yamilet vivía una dicotomía que no envenenaba pero que, efectivamente, corría a través de sus venas desde recién entrada su juventud. Entre escritora y loca, su mente y cuerpo experimentaban los cambios obligados por la naturaleza. Si bien no son odiados por el ojo ajeno, para ella era la novatada de su vida y su cuerpo. Ya saben: vellos, senos (dos para ser exacto, se los juro) y manchas nuevas en sus bragas; las más escalofriantes aparecían cada veintitantos días.

No había forma de hablar de eso con su madre. La señora estaba ocupada con sus amoríos –¡benditas energías post divorcio!– y sus propios placeres. Ni cómo culparla.

¿Consultarlo con las amigas? En su totalidad eran mocosas que se sonrojaban apenas empezaba a tocarse el tema de sexualidad en las clases del colegio.

A ella sin embargo, a Yamilet, le intrigaba la ciencia detrás de esa energía tan intensa. "Qué nombre tan culero le pusieron al orgasmo; hasta parece una enfermedad", meditaba entre minuto y minuto de las clases de orientación. ¿Los condones? Horribles. Para ella era como ponerle un bozal a la bestia encabronada. ¿Los femeninos? Entre menos se acordara de esas bolsas del supermercado –que de pilón se introducían en su amiguita–, mucho mejor.

Era ávida lectora, incipiente escritora. Leer da herramientas a las personas, pero escribir las vuelve exactas; casi como un reloj suizo o una fina pistola con silenciador –a las pistolas sí se les puede poner condón–.

Aborrecía los libros tan comerciales de las quiensabe cuántas sombras de no sé quién. Los crepúsculos eran solo para contemplarse y no para escribir cursis novelas –¡con varias partes que formaban una melosa saga! –.

Sus amigas no entendían esa repulsión que la hacía verse tan mamona, pero ella pues encantada. Siempre debes resaltar en algo dentro del grupo de amigas: en lo mamona, en lo inteligente, en lo guapa, en lo puta.

"Puta", hasta la parecía graciosa la palabra. ¿Qué se sentiría andar de vientre alegre? Caray, ya no digamos una docena o más sino aunque sea tener un triste mástil –triste pero bien despierto, furioso–.

Sus reflexiones las atribuía en parte a la influencia de la lectura –autor que no domine la sutileza sensual no es un escritor sino un contacuentos con nada en medio de las piernas–, en parte al ritmo de la vida que por su propia gana arrebata tranquilidad a quienes recién sobrepasan los dos dígitos en su edad, y en parte a que quería que alguien se la cogiera.

Ni cómo voltear a ver a los compañeros. La ansiedad carnal era evidente, pero también los bigotes de púber, la voz chillona, los jueguitos propios de la infancia todavía y actitudes que nomás no llenaban a Yamilet en el justo momento de su vida que requería ser llenada por un hombre de carne inteligente (los juguetes fálicos correspondían a señoras quedadas y solteronas hermosas pero neuróticas, insoportables y rodeadas de gatos).

No me detengo aquí, sino que me interrumpo; pues no me puse preservativo para escribir y no quiero terminar en una situación embarazosa. ¿Me conceden un momento para después continuar y ver qué tan puta resulta la Yami? ¡Se los agradecería sobremanera! No es de caballeros el dejar un jale a medias.







Rubén Rey es licenciado en ciencias de la comunicación, egresado de la Universidad Regional del Norte. Sus andanzas lo han llevado a través de World Wildlife Fund, la Asociación Municipal de Muay-Thai y el Instituto Estatal Electoral. Ha sido locutor, corrector de estilo, articulista y escritor.

1 comentario:

  1. Este autor es experto y oficiante de juegos electrónicos y lector de alto rendimiento, una mezcla sin duda original que le dan una visión distinta de la vida; este relato es solo botón de muestra de su complejo mundo narrativo.

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