Acerca de Árboles en mi memoria libro de Martha Estela Torres Torres
Por Renée Nevárez Rascón
El libro de cuentos Árboles en mi memoria de Martha Estela
Torres Torres es de una profusión y diversidad tan rebullidas como ciertamente
son los árboles de la primavera, infinitos en la sorprendente repetición de sus
patrones fractales, y a la vez distintos unos de otros en sus corvaduras.
Nos asombra en primera
instancia la imaginación de la cuentista y su generosidad para contar historias
que van desde la inocencia de un niño hasta la más aterradora visión diabólica.
En este tipo de
relatos, oscuros o de suspenso, Martha Estela se percibe cómoda y sustanciosa
literariamente. Crea una atmósfera minuciosa en la estética de su relato con la
que envuelve al lector para que ningún cabo quede sin resolver. No permite la
sombra de la duda, nos lo da todo, lo aclara todo; su lectura es diáfana,
aunque muchas veces la conclusión se revela distinta a la lógica y al sentido
común.
Sus personajes son
hombres y mujeres de una psicología definida y profunda, sin datos que nos
distraigan. Aún si el cuento es narrado a manera de diálogos, las razones y
sentencias que los propios personajes muestran como una carta abierta pueden
ser identificados plenamente por el lector.
El relato así narrado
es vertiginoso en la pluma de Martha Estela, pues abre un horizonte rápido a
partir del cual somos capaces de comprender la fórmula del cuento y el espíritu
con el que fue concebido.
Tal como la rauda
escritura de Margarite Yourcenar, Martha Estela empieza como un potro que
cabalga y no descansa hasta que llega, y no nos permite descansar.
El cuento “Punta
diamante” que es un diálogo sin guiones ni comillas, es un claro ejemplo.
En dicho relato la
autora escribe en un lenguaje absolutamente coloquial hasta el delirio; delirio
en el denso ambiente de la trama y delirio en el lenguaje de sus protagonistas.
Este delirio de alguna u otra manera nos acompaña durante el resto de la
lectura.
Esta autora nos recuerda
en ocasiones a algunos grandes talentosos delirantes como Henrich Böll en su
libro Opiniones de un payaso en el
cual delira a través de un monólogo sin fin en el que no perdemos ni una sola
de sus líneas, donde el escritor nos arrastra emocionalmente a su infierno personal
y también a su gloria literaria: el único factor de triunfo en la obra
doliente.
Martha Estela recoge
de García Márquez el perfil atormentado y lleno de misterio, de magia y de sombras
del pasado de sus personajes. Cualquiera de las historias que ella relata, leyendas
horribles o románticas podrían ser el argumento para un Cien años de soledad o un La
cándida Eréndira y su abuela desalmada, pero ella lo condensa y así, hechos
una acordeón conceptual, nos entrega el sumum de sus causas.
Algunos de los universos
de esta autora son irreales y sin embargo cercanos a nosotros; tal vez sean las
mismas leyendas o fantasías, ya sea por el aire de su lenguaje netamente
chihuahuense, por las calles, los paisajes, los objetos familiares o las
personalidades iguales a las que diariamente vemos en nuestros propios
universos.
Así, nos topamos de
frente con su cuento “Estilismo y expresión”, que detalla, a partir de un
diálogo ininterrumpido las banalidades que es posible escuchar en una estética desde
la vanidad personal hasta las terribles noticias de nuestra situación social.
La peluquera y la
clienta se internan verbalmente en el aciago mundo del narcotráfico, empezando
por la esperpéntica, protozóica y desquiciada moda narco. Las imposibles botas
de pico tan grande como el ego del que las porta, las camisas de arrebatadas
tonalidades, los cinturones como una evocación del triunfo que, por más que nos
lo impongan, jamás será reconocido.
Esto nos conduce a una
importante reflexión, planteada entre líneas por la escritora: ¿Acaso Chihuahua
ha sucumbido también finalmente a los encantos del realismo mágico?
Reducidos por causa de
la pobreza, la ignorancia o la desesperanza surgen por ejemplo los héroes enmascarados
de la calle con su filosofía del desastre y la derrota sublimadas; surge la
santa muerte como una anticonsuelo después de que se han agotado las oraciones
y la imaginación de la fantasía religiosa que en los mexicanos es
indispensable. Ellos trasladan ese mismo fervor, pero a la oscuridad. Tal vez
allí se sienten a sus anchas, merced a esa vieja propensión inquebrantable por la negrura.
Los personajes de este
cuento, a la vez gracioso y aterrador, nos hablan de una situación que podría
ocurrir en cualquier lugar de nuestra ciudad, en la que se ha terminado el
reino de la cordura para entrar en del cucaracherío moral de quienes ordenan a
punta de terror y violencia, impunemente.
En este cuento
observamos hasta dónde un diálogo como ése, hablar de la realidad tal como es,
sin tapujos, tal como nosotros mismos la pensamos a diario, nos puede en un
momento destruir. Las temibles consecuencias. Nos vemos reflejados en aquella
clienta y aquella peluquera porque es una realidad, un lenguaje y un sitio
comunes en el que nos vemos las caras cada día.
No sopesamos ya el
bien y el mal sino para protegernos de ambos por igual; Martha Estela sugiere
que este es el realismo mágico en el que nos hemos visto envueltos sin querer,
realismo en el que los personajes disparatados, ofensivos y grotescos triunfan (como
es el caso de la película Salvando al
soldado Brian) y nosotros, después de la hecatombe como sucede en la
película La rosa púrpura del Cairo de
Woody Allen nos sentamos a aplaudir, hipnotizados por el carisma del personaje
sin importar su calidad moral, sus valores o sus frutos.
Historias cercanas y peligrosas
como esta o de crítica por el detrimento en el que han caído nuestras
preferencias nos mueven algo por dentro, la toda junta humanidad que somos: el ningunero aplaudiendo el sinsentido y
la desvergüenza, y nos dejan desnudos del alma frente el espejo que entre todos
conformamos, anigunándonos,
escondidos detrás los unos de los otros.
En otro de sus
cuentos, “La lámpara de Aristo”, la escritora nos enfrenta con otra realidad,
producto del cucaracherío político
que nos asola: es la realidad de los maestros universitarios, aquellos que con
maestrías, doctorados y cientos de exámenes por revisar cada semana, aceptan
los contratos temporales que no les permiten obtener antigüedad en tanto no
consigan un “tiempo completo”. A 70 pesos la hora de clase, estos maestros
ganan menos que un empleado de la limpieza, quien además sí tiene servicio
médico.
Aristo es uno de esos seres
“culturales” a los que es fácil demorar el pago por misteriosas y divinas providencias
burocráticas. La cultura en esta ciudad, sin duda, no es un negocio rentable,
es lo que piensa la mujer de Aristóteles.
En sus propias
palabras se pregunta: “Por qué será que la cultura y la educación que promueve
la justicia y el sueldo igualitario entre hombres y
mujeres nos tiene a nosotros tan pobres?” Ella no entiende ni el amor de Aristo
por la cultura ni al resto de la humanidad que la minimiza. “Los políticos
piensan”, asegura ella, “que todo lo creemos, que tenemos una rayita y una
ruedita en la frente, pero aunque somos pobres, todavía pensamos y sabemos cómo
se mueve el mundo y cómo son algunos que se rebelan a los de arriba, porque no
les dejaron el puesto que les ofrecieron y luego los asilencian con
candidaturas, lanzando a sus señoras de la cocina a la presidencia… Y no hablo
de equidad de género”, continúa diciendo ella, “ese pa´ mí que ya es una lucha de poder, hablo de la equidad de vida,
de correspondencia en las cosas simples.”
De este modo ocurre en
Chihuahua donde es difícil subsistir todo el mundo, y más para los “seres
culturales”. En un lugar donde la cultura es el último pececito en la cadena
alimenticia, estas palabras adquieren un peso real por sí mismas.
Existe en nuestra
sociedad un grave problema cultural y artístico que repercutirá en todo lo
demás. Sin la sensibilidad, la creatividad, la locura, la visión y la comprensión
de un “ser cultural”, corremos el
peligro de la sin conciencia y la ceguera. La cultura no tendría por qué ser un
lujo, sino una forma de preservar nuestro vínculo como humanidad que se ha
trascendido a sí misma a través de las eras, y sin embargo continúa haciéndose
las mismas preguntas.
Este “Gutierritos” de
Martha Estela que todos hemos conocido alguna vez, o que todos los escritores hemos
sido alguna vez, nos muestra el otro lado de la moneda política que se gasta
hoy en día en nuestro país. Es el pececito, la insignificante abeja que, si se
extingue, como asegura Albert Einstein, provocaría la extinción de todo lo
demás.
En la segunda parte de
este libro encontramos historias propiamente novelescas. Algunos relatos
contienen posibilidades sustanciosas, situaciones y personajes que serían
dignos de una atención más detallada. Sin embargo la cuentista nos deja
satisfechos en cada uno, con su justa dosis, aunque imaginamos que podrían ser
incluso el guión de una película. EL libro es una constante lente en la que es
fácil imaginar una pantalla con los sitios, situaciones y personas que la
autora describe.
Tenemos, por citar
solo uno de los ejemplos, el cuento de “Margarita,” en el que claramente
podemos ver a la camarguense Elsa Aguirre, a Arturo de Córdoba y a Ramón Gay
interpretando los papeles estelares. Nos encontramos después con “Radiante”, el
cuento de una mujer que, obsesionada con la belleza y la juventud, toma baños
de luna fría. Andrea Palma, con su lánguida belleza blanca, sería esta mujer.
Tal vez Martha Estela,
en otro enfoque, ya fuera del cine, hace un guiño en este relato a ciertos
atormentados seres que se han convertido en sus propios enemigos, hombres y mujeres
incapaces de aceptarse a ellos mismos. Acuden entonces a los remedios más
extraños, y en lamentables ocasiones, definitivos. Sin embargo ellos jamás se
darán jamás su aprobación. Este, señala entre líneas la escritora, es otro de
los grandes males de la sociedad.
Martha Estela toma de
su entorno todo lo que de él chorrea y lo reparte en este libro. Hay historias
reales, fantásticas, horridas, historias cotidianas, leyendas, pesadillas,
visiones que hemos tenido, hemos escuchado o hemos soñado alguna vez.
En el cuento “El filo
del miedo”, la autora nos recuerda indefectiblemente a Jorge Luis Borges cuando
habla del destino real de un cuchillo, implícito en su sola concepción. El
cuchillo busca o espera la muerte, ese es su destino, dice Borges, y no puede
sustraerse de él. Con la bárbara intención del filo, el cuchillo no intuye otra
cosa, no sabría cómo hacerlo si pudiera intuir. Cada cosa posee un destino,
cada uno de nosotros, también. Estamos hechos del filo de un cuchillo, del ala
de una mosca o del sépalo de una flor. Todos acabamos siendo lo que somos en
algún momento, nos delata un penacho invisible que cuenta nuestras historias
secretas que pensamos que lo son porque no las nombramos. El caso es que ellas
son el perfume de ser que otros aspiran hasta en los detalles más simples, en
una sola mirada.
El protagonista de
este cuento busca venganza: “Desde aquel día se me quedaron los Rodríguez
guardados en el alma como brasa ardiente que me quemaba a todas horas, nomás
pensaba cómo diablos hacerlos pagar lo que le hicieron a mi padre. Me ponía a
pensar dónde le dolería más a Fabián para vengar la afrenta que le hicieron a
mi pobre viejo; lo más fácil era pensar en su familia, pero era injusto irme
contra inocentes, por eso desistí un tiempo. Pero cada vez que veía las
cicatrices de mi padre, me volvían a despertar la rabia dormida”.
Tal es la historia de
este cuento desgarrador que fácilmente podría convertirse en una novela
dramática al estilo de Isabel Allende o de Ángeles Mastreta. Martha Estela es
generosa con su arte como probablemente lo es en su vida. Entrega la riqueza de
su conocimiento, es como una mano abierta donde hay un imposible lago que refleja
todas las estrellas. Brinda todas sus estrellas, hasta la más ínfima, hasta la
más remota; no se queda con nada en el sombrero, los conejos del mago corren
por sus páginas como los pequeños conejos peludos y blancos que salían de la
garganta de Julio Cortázar e inundaban su apartamento.
El libro es un libro
interminable. No parece que Martha Estela haya concluido con el punto final,
sino que se “huelen” otros cocimientos literarios en él, muchas más historias
de este Chihuahua nuestro, plagado de vientos arenosos, de auras altas y
tristes en los días de vendaval, de gente con los ojos acechantes en la
proximidad del peligro, pero gente casi toda buena que se levanta con los
primeros fuegos del desierto y soporta en sus espaldas el poderoso rigor del
septentrión.
Chihuahua de la sed,
del sequío, del dolor sombroso por las cosas acalladas, por las llagas de sus
muertas, por sus madres de profundas impotencias, de marchas por el centro de
la ciudad ante los ojos de la gente que no las mira, madres que a nadie
importan.
Ese Chihuahua de
Martha Estela que todos conocemos, lenguaje que hablamos, desde su pan hasta su
soledad de piedra dormida es el tema de su libro. Encontramos elementos
familiares que enseguida nos imbuyen en la trama.
“Árboles en mi
memoria”, el triste relato de un entrañable manzanero que ama sus árboles, que
los alimenta incluso en sus sueños, que los recuerda como si al recordarlos los
alimentara, es el cuento que da nombre al libro.
El manzanero,
desconsolado por la injusticia que los intermediarios cometen con los campesinos,
arremete en contra de su propia cosecha, arrancando con ella las alas de su
espíritu, porque el hombre, aunque lo haya enterrado al fondo de un abismo de
sin razones, de olvidos y de inconsciencia, sigue siendo el hijo de la tierra,
y ese vínculo, que la tierra sabe, incluso por debajo del asfalto, nos reclama
a cada momento. No es solamente la tierra, es la entera vida, el cosmos, el
infinito que viene a buscarnos a cada momento por los ojos de las estrellas. EL
manzanero nos recuerda que aún si acabamos con nuestro mundo, con nuestra
tierra, subsistirán de algún modo los árboles en un rincón de nuestra memoria,
el aire verde de sus hojas sopladas por la brisa, los paisajes, el vuelo del
águila, La Natura que somos, el agua que somos. Siempre seremos llamados por
ella, siempre existirá el anhelo del barro en nuestros pies.
Los relatos de Martha
Estela son árboles en su memoria que han sobrevivido a la poda, árboles que
ahora crecen en otros suelos de otras almas. No importa quién o cómo haya
podado lo que tenemos, lo que soñamos; nadie podrá podar lo que sabemos y lo
que somos: de eso no hay regreso, como tampoco se regresa del amor. Es un éxodo
sin destino que, así como el alma del cuchillo quiere matar, el amor lleva en
su esencia la pura pasión de ser, renacer, y vivir impecablemente en sí mismo
como vive la tierra de la que somos los hijos pródigos, renegados, los hijos
que se han ido de la casa materna pensando que era su pasado, como Borges lo
expresa en alguna de sus reflexiones.
Pensé, dijo el
escritor, que Argentina era mi pasado, pero Argentina resultó ser mi futuro.
Allí regresó y su tierra, siempre fértil y fresca, lo esperaba. He ahí nuestro final,
el antefinal del principio que es la muerte. Esto que la tierra representa en
sus entrañas, y que llevamos en nuestro destino de venas y de agua, es también,
en el círculo sagrado del todo, a pesar de la poda, nuestro principio vital.
Torres Torres, Martha Estela: Árboles en mi memoria. Editorial Secretaría
de Cultura de Chihuahua, México, 2018.
Renée
Nevarez Rascón empezó su profesión artística como cantante y compositora durante
más de 10 años en Chihuahua, hasta que fue radicar en España por 17 años. Allá
se dedicó a la literatura. Actualmente pertenece al grupo Ópera Siglo XIX y se
dedica a la composición musical, la escritura, el canto y la enseñanza. Es
autora del libro de poemas Marea del naufragio
y su obra aparece en dos antologías, una poética en El Ateneo Blasco Ibáñez de
Valencia en su colección Algo que decir
y otra de narrativa para la que escribió el relato poético “Eres eco” con la
Fundación Max Aúb de Segorbe en su colección Caminos de la palabra.