los martes
Vuelo
personal sobre los días pasados
Panorama
literario de la ciudad de Cuauhtémoc, Chihuahua
Por Andrés
Espinosa Becerra
No ha
pasado mucho tiempo cuando en los labios de los habitantes de Cuauhtémoc vivía
esta frase: “Cuauhtémoc es un rancho grandote”. Esta frase caminaba de calle en
calle, de casa en casa, de reunión en reunión y de charla en charla; precisaba
la personalidad del habitante de estos llanos.
Uno de los
rasgos del lugareño era esa especie de disculpa o de justificación ante el lento
desarrollo que esta ciudad –aún joven– estaba ofreciendo a quienes la habitan,
ante el escaso ofrecimiento de lugares de esparcimiento, de disipación, que no
tuvieran que ver con parques y jardines, ni con campos de béisbol, sino que
ofreciera el sano entretenimiento de los libros, o de un buen cine con
proyecciones dignas, acaso lugares familiares para desarrollar el baile, o un
centro expendedor de periódicos y revistas, la ciudad o más bien sus habitantes
ofrecían esa expiación de culpa: “Bueno, es que Cuauhtémoc es un rancho
grandote”.
Faltaba una
década para que finalizara el siglo veinte y esta ciudad estaba encaramada en
lo que yo llamo el boom de Cuauhtémoc: la ciudad lucía la aparición de colonias
periféricas y un buen número de calles pavimentadas, así como experimentaba la
llegada de personas provenientes ya no nada más del entorno del estado, sino
del centro y sur del país.
Pero junto
con el crecimiento poblacional y ese desarrollo, por ningún lado se presentaba
algún despertar en cuanto a centros educacionales, y por educacionales no se entiende
tan solo las escuelas; los pocos o muchos lectores que existieran en la ciudad
continuaban con una sola biblioteca municipal que viajaba por varias
instalaciones, inapropiadas todas ellas; los cines habían dejado de ser
atractivos para la mayoría de la población, y únicamente los desfiles
escolares, el dieciséis de septiembre, las fiestas familiares y el béisbol eran
los distractores de los ciudadanos cuauhtemenses en aquel entonces.
Además, en
ningún momento anterior en la vida de Cuauhtémoc puede hablarse de la
existencia de algún espacio físico para el desarrollo de actividades artísticas
o culturales, entendiéndose por estas no precisamente las de manifestaciones
artísticas, sino aquellas en las que jóvenes niños y adultos ocupan para un
sano y constructivo esparcimiento. No puede hablarse, tampoco, de alguna iniciativa
por parte de cualquier administración municipal cuyos máximos acercamientos
eran la de participar en actos cívicos y escolares.
En este
espacio es donde va a surgir un movimiento literario en nuestra ciudad, proyecto
literario entendido como tal, esto es, como un programa surgido de un grupo
definido de personas que ocupan gran parte de su tiempo en inquietudes,
preocupaciones y esfuerzos decididos en torno a una actividad para ellos
gratificante en torno a la lectura, estudio y creación literaria, con una gran
fuerza en su intención, que desde sus primeros intentos deja establecida su
presencia.
De esa
manera podemos ver cómo Cuauhtémoc de ser un medio estéril, seco, se convierte
en campo fértil para la aparición del esfuerzo de las personas para modificar
su entorno en cualquier aspecto; el campo seco de las mentes y los espíritus
necesitaba una gota refrescante de líquido estimulante y creador.
Tal vez en
sus primeros años de vida, en esta ciudad –repito, es muy joven, cuenta con
ochenta años de vida– hubo algún escritor, acaso alguien que se haya dedicado a
la música, al profesorado, y su labor haya sido destacada, pero quedó enmarcada
por su aparición espontánea y única. Pienso acaso en la llegada –benefactora,
enriquecedora, como lo son todas las inmigraciones locales o foráneas– de
personas conocedoras de diferentes ramas del conocimiento, del arte y de la
cultura, que trasmitieron sus conocimientos a los pobladores a través de un
cierto tipo de campañas. Lo que dejaron fue, aparte de sus enseñanzas, toda una
serie de comentarios que hablan de la importancia de los acontecimientos que
ellos acarreaban, con todo y las ideologías que profesaban.
Destaco
sobre todo mi recuerdo personal del profesor Esteban López Solís, quien fue un
gran artista plástico y cuyas esculturas ornamentaron diversos puntos de la
ciudad y también de otras ciudades del estado. Alguna vez escribí un artículo
para un semanario local –de fugaz y misteriosa aparición y desaparición– en el
que destacaba la estatua de Pancho Villa, ubicada en un parque municipal de una colonia del mismo nombre: ironía
histórica: lucía la desaparición de su cabeza y mostraba con desenfado un
brasier, muestra de lo que ocurría por las noches en esa colonia.
El profesor
Esteban López Solís, a su muerte, dejo el alto ejemplo de su docencia y de su
esmero ante el conocimiento y su presencia en la población, deja el testimonio
fiel de su obra, una hermosa colección de mariposas, así como la presencia de
uno de los mejores artistas plásticos que han aparecido en nuestro estado:
Esteban López Quezada, su hijo.
Así bien,
San Antonio de los Arenales, ahora Cuauhtémoc, con sus pocos años de historia,
ofrece su escenario lleno de una fuerte carga histórica y provisto de un lugar
estratégico, si se quiere ver así, intermedio entre la ciudad capital y los bellos
escenarios de la sierra. Tal tez ese entorno histórico no tenía aún su tiempo para
que de él surgieran las personalidades que habrán de modificar para bien el
ambiente de la vida cultural de esta ciudad.
¿Quién
primero, el vuelo, la gallina?
Este es una
asunto que tal vez solo tenga importancia para una ubicación histórica, porque
precisar quién tocó primero la puerta, no es de un carácter necesario, si se
sabe que ya todos están adentro.
En lo que a
mí respecta, la participación, el trabajo y la lucha de los iniciadores del
panorama literario contemporáneo de Cuauhtémoc ha sido unida, y no fragmentada.
Viendo de frente el muro, no es posible hablar de un ladrillo porque todos
ellos sostienen a la pared. En la medida en que sea el tamaño y el tipo de
necesidad del ego, de esa manera estará dado el señalamiento de quién fue
primero, y de esa manera no tiene sentido, cuando se quiere hablar de la
génesis de los días actuales de la literatura en Cuauhtémoc.
Hace muchos
años Raúl Manríquez Moreno decide hacer caso a sus inquietudes literarias,
iniciadas desde muy temprano en su adolescencia, y saca a la luz lo que pudiera
ser la primera publicación de carácter literario de nuestra ciudad. En esos momentos
está a su lado Leopoldo Zapata Villegas, juntos invitan a más personas que
inician reuniones en lo que sería un
club o grupo de trabajo en torno a inquietudes literarias.
Por otro
lado José Luis Domínguez, un joven inquieto ante la literatura, con muchas
ansias por lograr mejores espacios para sus propensiones, se une a este grupo
con el firme afán de incorporar otra personalidad de trabajo a esas reuniones.
Ahí está ya un momento de inicio. Se puede hablar en ese momento de un grupo de
amigos reunidos en torno a la charla literaria y en torno a reuniones de
trabajo formal.
Más
adelante, con el entusiasmo de las reuniones culturales, son otros nombres los
que se empiezan a agregar, personas atraídas por el ruido de las reuniones
culturales, antiguos miembros iniciales que pronto la vida les traza otros
rumbos y que han de tomar las suyas propias, no tan comprometidos con el ejercicio
de alguna rama artística, pero atraídos por lo novedoso y diferente de las
reuniones, son quienes asisten a dicha congregación, hasta que con el paso de
varios años y de varias anécdotas, gozosas unas y lamentables otras, puede
hablarse de las siguientes personas:
Raúl
Manríquez Moreno, profesor, escritor e ingeniero fruticultor.
José Luis
Domínguez, escritor autodidacta.
Leopoldo
Zapatas Villegas, sastre y escritor.
Martín
Contreras Solís, reportero y escritor.
Marcelino
Ruiz Acosta, profesor y escritor.
Dolores
Guadarrama, cantante, empresaria y escritora.
Mireya
Ortiz Marrufo, escritora.
Todos ellos,
junto con el dinamismo de José Luis Domínguez y de Raúl Manríquez Moreno,
logran atraer a otras personas que, con participación no muy constante, estarán
presentes en las primeras actividades del nuevo grupo que, ahora sí, es
francamente literario.
Por supuesto
que el propósito de este trabajo es mostrar el panorama literario local desde
sus inicios hasta nuestras fechas, en el que por fuerza nombres y ubicaciones
temporales se escapan de su señalamiento, por las siguientes razones: a) no hay
la intención de la exactitud del dato histórico, pero sobre todo b) nunca he
sido preciso para capturar la fecha y el nombre, a no ser que sean fechas como
el 20 de noviembre, o el 2 de octubre del 68; y por supuesto c) hay personas
que tienen todo eso detallado y documentado, en papel y en la piel, a ellas
corresponde el mérito de esas precisiones.
Pero para
seguir mostrando la aparición del grupo Cuauhtémoc y de su consolidación como
un gente con mucha iniciativa, llena de un entusiasmo que va siendo notorio,
cuya aparición se da en diversos espacios de la ciudad en los cuales se aprecia
la calidez de sus miembros, el alto espíritu solidario, una gran camaradería y
la infaltable presencia de valores morales, intelectuales y espirituales, que
son los que arman al grupo y consolidan la relación entre sus miembros en
diversos ámbitos de sus vidas y que los harán salir de este valle.
Este es el
momento en que se da mi aparición dentro de la algarabía de esta comunidad que
primeramente se reúne dentro en el ofrecimiento del marco sabatino, después
durante todo el fin de semana, y más tarde se convierte en una fuerte necesidad
de presencia cotidiana. Mi llegada al grupo fue algo refrescante que me concede
la oportunidad de encontrar a varias personas en donde mi vida se congratula y
sobre todo me ofrece el espacio en donde habré de satisfacer mis necesidades
intelectuales. Más adelante detallo cómo ocurre mi ingreso al grupo,
El grupo de
artistas plásticos
¡Un grupo de
artistas plásticos en Cuauhtémoc! En efecto, y con inicios más atrás del tiempo
del que estamos hablando. Hablé, líneas arriba, del profesor Esteban López
Solís, excelente artista plástico, escultor, ajedrecista y con un número mayor
de monerías. El profesor ya tenía alumnos de buen nivel en el ámbito del dibujo
y de la pintura como Julio Yáñez, quien después participa en muestras
pictóricas de la ciudad.
Por otro
lado aparece un grupo de amigos entre los que figuran Manuel Rosario Cruz,
Manuel Cordero, Pedro Treviño y Manuel Rodríguez. Todos ellos logran reunirse
en el Taller Popular De Las Artes y a partir de ahí inician a desarrollar toda
una serie de actividades como impartición de cursos, exposiciones y, el primer
día de la primavera, una muestra artística en la plaza pública principal que llegó
a alcanzar gran tradición.
En este
mismo grupo ha de incluirse a Ricardo Suárez Estrada que participa con su Cine
Club y su pequeño estudio de fotografía.
También
como ejemplo debe citarse la constante actividad de Manuel Rosario Cruz como
curador, escenógrafo, electricista, carpintero y demás gracias que alcanzan sus
varias capacidades.
Durante
muchos años el Taller Popular de Las Artes fue un gran impulsor para diversas
actividades culturales en nuestra ciudad, y de ahí surgieron nombres para el
escenario de las artes de Chihuahua.
La Edad de
Oro de la cultura en Cuauhtémoc
Los
personajes están ya presentes y el escenario también; veamos ahora los sucesos
que dan vida a la trama de esta comedia, que aún no termina. El grupo se reúne
en torno a la publicación de la revista Voces
de tinta, de Martín Contreras Solís. Esto ocurre aproximadamente por el año
de 1995. En las instalaciones del Taller Popular de Las Artes, el grupo ahora
llamado Voces de Tinta –entre nosotros mismos le decíamos voces extintas, y el
creador de ese mote fue Raúl– sesiona en ese Taller los sábados por la tarde y
se celebraba en la parte baja de ese edificio, en la sastrería de Leopoldo
Zapata. Aquella reuniones serían de los mejores días del grupo, ahí nacieron
anécdotas epopéyicas, surgieron proyectos, nacieron lazos de amistad.
Es en ese
momento en que el Taller de Literatura se adentra en el ámbito cultural del
estado al ingresar al burocratismo del Instituto Chihuahuense de la Cultura. Entonces
llega a trabajar con nosotros el poeta Rogelio Treviño, ganador en dos
ocasiones del Premio Chihuahua de Literatura, traído por el también escritor
Heriberto Ramírez Luján. Aparece un contacto estrecho con un verdadero escritor,
cuya flama aún no se apaga en el espíritu de ninguno de los miembros del grupo.
En medio de
la difusión cultural –estamos hablando casi de diez personas que profesan la
disciplina de la difusión cultural, y
que todos de antemano la habían iniciado en sus universidades o en algún
momento de sus vidas–, se ve el grupo junto a Raúl Manríquez Moreno, que ocupa entonces
el departamento de arte y cultura en la administración municipal de César
Chavira. A partir de ese entonces Raúl Manríquez Moreno inicia, de manera formal, su carrera de difusor
cultural que en aquellos momentos lo tiene colocado como uno de los principales
hombres de cultura y de letras en nuestro estado, así como de escritor
galardonado con el premio de literatura que concede el estado de Chihuahua.
Entonces la trama se abre.
Presentaciones de libros, lecturas de poesía
en diversos foros de la ciudad, llegada de escritores de otros Institutos de
Cultura del país, la publicación de trabajos del grupo en revistas foráneas y
la llegada de los festivales culturales en la ciudad, en los que la
participación del grupo merece párrafos aparte.
De la mano
de la administración de César Chavira, por decirlo de esta manera, el grupo
hace su presentación en la ciudad de Chihuahua, en la sala principal de la
Quinta Gameros, máximo recinto cultural de la capital del estado. El éxito fue
total, se presenció la aparición de estilos diferentes, distintos, frescos,
para lograr poesía. En ese momento no se asemejaban esos estilos a lo que se
estaba haciendo en Chihuahua capital, en Ciudad Juárez y en otros puntos de
donde llegaban otras producciones literarias.
Desde ese
instante se empiezan a mencionar los apellidos de los escritores de Cuauhtémoc
y se anexan a los nombres y apellidos acostumbrados en esos otros aires. Ese,
creo, es el origen del apelativo que me he topado muchas veces en los días
actuales, El Grupo Cuauhtémoc, para referirse a cualquiera de esos escritores,
ya que nos habíamos presentado así, de manera grupal. Algunos grupos y personas
a ese grupo lo denominaban la mafia de Cuauhtémoc. Posteriormente en nuestra
llegada a algún evento celebrado en la ciudad capital, se recibía a los
integrantes de la Delegación Cuauhtémoc, mote establecido por el gran escritor
Enrique Servín Herrera.
Así
comienzan a llegar invitaciones para participar en lecturas en otros puntos del
estado: José Luis Domínguez viaja a Zacatecas, Dolores Guadarrama a Oaxaca, en
donde aún continúa presentándose, Andrés Espinosa y Raúl Manríquez Moreno
viajan a la ciudad de Monterrey, donde Andrés Espinosa ocupa la mesa final
nocturna, asignada para los mejores trabajos presentados; Raúl Manríquez Moreno
ocupa esa noche la mesa principal de jefes de taller.
En esos
momentos el grupo ya había experimentado una depuración hecha por el paso de
los años, y los que continuaban trabajando lo hacían obedeciendo a sus
convicciones, capacidades y empuje. Los nombres de quienes permanecían en el
grupo ya eran conocidos en espacios de la capital y de Ciudad Juárez, así como
en Delicias y Jiménez.
El Grupo
reconocía y disfrutaba todo esto de manera sencilla, siempre respondiendo con
trabajo a esa distinción; pero de manera significativa, no dejábamos de ser un
grupo conocido por la órbita en la que nos movíamos. A pesar de todo ya habían
quedado atrás los tiempos en que a las lecturas de poesía públicas, quienes
asistían eran los mismo miembros del grupo que en esa ocasión no leían, los miembros
del Taller Popular de la Artes o algún familiar llevado a fuerza: los escuchas
se contaban con los dedos de las manos. Ahora ya se había formado un público,
una audiencia.
Revistas
aparecidas
Es
interesante hablar de lo ocurrido con la aparición de las revistas de
literatura en nuestra ciudad. Al momento en que surge un grupo cultural, casi
siempre se da la aparición de una publicación que difunde sus ideas, cuando de
un grupo surge una idea renovadora, suele surgir una tribuna para esparcir sus
principios y postulados. El grupo literario de Cuauhtémoc no podía quedarse
atrás en este aspecto. Raúl Manríquez Moreno, en sus años de estudiante,
publica la que tal vez sea la primera revista de carácter literario en nuestra
ciudad, él conserva esos ejemplares.
Posteriormente
Martín Contreras Solís logra publicar Voces
de Tinta, misma que alcanza cinco números y en la que destacan trabajos de
varios miembros del grupo. En ella trabaja activamente José Luis Domínguez.
Surgen
otras ocupaciones entre los diferentes miembros del grupo y, entre otras cosas,
elevación en el precio del papel y en la impresión de una revista, se da por
tanto un lapso de interrupción en esa actividad. A pesar de ello, llega la
aparición de una revista seria, madura y con un gran carácter de revista
literaria. Aparece la revista Esdrújula,
atrás de ella está Raúl Manríquez Moreno, ya poseedor de una gran experiencia
de todo tipo en el espacio de la difusión cultural y del oficio de editor
literario.
La revista
llega con grandes pretensiones para su circulación estatal, reúne trabajos del
grupo pero también recoge colaboraciones de escritores de otros puntos del
estado. Destaca por ser la primera que destina un pago a los que en ella
publican. Su tiraje es muy importante, mil revistas por ejemplar, su diseño
tiene ya compromiso con la importante línea de la edición editorial literaria,
es en suma la primera revista profesional de su género en Cuauhtémoc, y compite
en tiraje, diseño y contenido con las mejores revistas que se editan en el
estado, casi todas ellas editadas por la Universidad o por el Instituto
Chihuahuense de la Cultura.
Este
capítulo de la revista Esdrújula, de
Raúl Manríquez Moreno, es uno de los más destacados en la vida literaria de
nuestro estado. Posteriormente aparece la revista Plenilunio, bajo la dirección de los jóvenes Ernesto Wiebe, Karina
Manríquez Moreno y Edgar Trevizo, de quienes es menester hablar más adelante.
Los premios,
con mayúscula o con minúscula
Se menciona
cierta relatividad en el otorgamiento de los premios literarios; de cualquier
manera están ahí para medir el paso de las diversas expresiones artísticas y
son constancia de lo que sucede en los episodios que va generando el ritmo de
los estilos y las corrientes literarias. Siendo Jóvenes, algunos de los
miembros del grupo ya habían recibido premios en ciertos momentos de sus vidas.
Hablaré aquí de los recibidos dentro de la historia del grupo.
Aparece el
Premio Cuauhtémoc, en los géneros de poesía y cuento. En un primer certamen
celebrado en 1995, participo, no siendo miembro del grupo y nunca llegué a
saber cuál había sido mi resultado obtenido. En ese primer certamen gana el
premio, en el género de cuento, Martín Conteras Solís, que había llegado de
Aguascalientes; el premio en el género de poesía, lo obtiene José Luis
Domínguez.
Para el siguiente
certamen ya pertenezco a las filas del grupo, y es una emoción participar
conociendo personas que escriben poesía a mi lado, y a los integrantes del
jurado, conocidos poetas y maestros de literatura de la ciudad de Chihuahua. Es
importante mencionar que esos jurados eran foráneos y se integraban a través
del Instituto de la Cultura de Chihuahua, por escritores de trayectoria
reconocida. La formalidad y prestigio de este premio era de primera.
En el
segundo certamen vuelve a ganar José Luis Domínguez en el género de poesía, y
este servidor logra colarse al tercer lugar. En 1996 se concede un solo premio
y solamente en el género de poesía. El jurado es integrado por la poeta
Gabriela Borunda y los poetas Alfredo Espinosa y Enrique Servín Herrera, quienes
declaran desierto en el certamen el género de cuento y conceden a este servidor
el primer lugar en el género de poesía. La celebración es completa porque ya
son varios los que figuraban en el panorama local, reconocidos por escritores
de la capital.
José Luis
Domínguez ingresa al certamen binacional Robert Frost, en el que es acreedor de
un reconocimiento especial, suceso que intenté publicar en los diarios locales,
con la intención de hacer mención de lo que estaba pasando en Cuauhtémoc, sin
obtener respuesta de esos medios.
Ya
estábamos hablando de un grupo cultural que chocaba con oposiciones
tradicionales de la localidad. En cuanto al Premio Chihuahua, máximo galardón
que otorga el Estado en diversos géneros artísticos y científicos, Raúl
Manríquez Moreno, con la novela La vida a
tientas, se convierte en el primer ganador de nuestra ciudad de ese
certamen. Su novela está publicada por la importante editorial Plaza y Janes y
se distribuye a nivel nacional e internacional.
Prodigiosamente,
en el siguiente certamen, el libro de ensayo El jardín del colibrí, de José Luis Domínguez, logra obtener el
mismo premio.
Años atrás,
el poeta, escritor, ensayista y políglota Enrique Servín Herrera, planteaba la
incógnita maravillada de qué estaba pasando en Cuauhtémoc, todas las miradas de
los diversos puntos del estado voltearon hacia el otrora San Antonio de los
Arenales.
Antes de
que estos dos escritores recibieran el Premio Chihuahua, con sus más de cinco
escritores, Cuauhtémoc llevó la palabra en cuestión literaria; eso lo afirmaban
quienes se dedican a la literatura y habían visto que aquí se escribía poesía,
se publicaban revistas, había talleres literarios. En ese momento no eran
varios grupos, era uno solo.
Una gota de
literatura se había posado en estos llanos polvorientos.
Los
talleres
El noble
espacio del Taller conformó mucho de lo logrado por quienes forman parte del
grupo literario de Cuauhtémoc. Cuando ingreso al grupo, este sesionaba en las
instalaciones del Taller Popular de las Artes . Lo comandaba José Luis
Domínguez y a él se acercó mucha gente de la localidad, también escritores
foráneos. Ese taller fue donde se fraguaron todo tipo de proyectos personales y
de grupo, sostuvo Talleres itinerantes en espacios de todo tipo, cafeterías, la
biblioteca municipal.
Por mi
parte mantengo el orgullo que conmigo tallereó la joven escritora Ileana
Villanueva, quien en su momento fue la mejor escritora joven –dieciséis años
apenas– de todo el estado.
Raúl
Manríquez Moreno logra agrupar a una serie de jóvenes promesas y funda el
Taller José Gorostiza, lugar al que continuamos acudiendo miembros de la
primera generación. Es el primer Taller literario en el que se habla, precisamente,
de literatura y de poesía de manera profunda, disciplinada. La Editorial Aster
es el lugar donde el conocimiento flota, el poder del orador, del dirigente
tallerista, alcanza niveles de madurez.
El José
Gorostiza es una taller literario con formalidad y trascendencia, como nunca
había existido en Cuauhtémoc. Es muy seguro que los siguientes Talleres que
existan en nuestra ciudad sean manejados por los participantes del José
Gorostiza. Como botón de muestra están los Talleres de literatura infantil que
ha impartido Juan Marcelino Ruiz con éxito notorio. Esperemos con paciencia la
aparición de Talleres literarios del futuro de Cuauhtémoc.
Los libros,
coronación de trayectorias
Las
publicaciones eran un sueño para el grupo. Hace más de una década eran, en nuestras pláticas, proyectos que tardarían
tiempo en llegar, sabíamos que para lograrlo era importante el trabajo. Quienes
primero publican fueron Raúl Manríquez Moreno y José Luis Domínguez. El primero
tiene en su haber los libros de cuentos Romance
de otoño, Cuentos para una tarde de ocio,
y su novela La vida a tientas; José
Luis Domínguez ha escrito Besar el amuleto
y Jonás. María Dolores Guadarrama
publica Molinos de viento. Juan
Marcelino Ruiz escribe uno de los libros fundamentales en la poesía moderna de
Chihuahua: Derrepentes. Este servidor
inicia publicaciones con el libro colectivo Quinteto
para un pretérito; dos años después logro publicar Los días que no duermen.
Este es el
panorama de los libros que, hasta este momento, publica la generación fundadora
de escritores de Cuauhtémoc. Se dice fácil, y puede resultar aburrido, pero
hablo de diez libros importantes, de buen nivel, que bien pueden trascender los
límites del estado. Libros que viven con nombre propio en diversos escenarios
de nuestra literatura.
Los
siguientes actores ya están actuando
Iliana
Villanueva fue la primera escritora joven que apareció en el escenario. Se
codea con el grupo de nuestra ciudad cuando aún estaba por cumplir sus quince
años; con una poesía sorprendente, mágica, logra figurar entre las poetas
reconocidas del estado.
Aparecen
jóvenes en escena que traían interesante frescura e inteligencia, y con cierta
actitud respetuosa ante el escenario ya construido. Esa generación estaba
formada por Ernesto Wiebe, Karina Manríquez Moreno y Edgar Trevizo; todos ellos
participan del cobijo del Taller José Gorostiza de los sábados, donde se
escuchan pláticas magníficas de literatura y se disfruta de serios ejercicios.
Personajes que dejan de ser rápidamente la nueva generación y se convierten,
incluso, algunos de ellos, en profesionistas que viven con intensidad sus
vidas. Todavía en sus edades tempranas son ahora los actores de la vida
literaria de Cuauhtémoc, los que pueden ocupar los puestos desde donde fluya la
cultura y se mencione la palabra.
Observando
el camino
¿Qué hay
más adelante?
Muchísimas
cosas en los años que nos quedan de vida. El artista plástico Manuel Rosario
Cruz vive en Cusihuiriachi, donde instala su pequeño museo a la entrada del
pueblo, un poco más adelante del mural de mineros, que elabora con piedras de
los cerros de ese lugar histórico.
Camilo
Almanza sigue pintando.
Esteban
López Quezada es un valor cultural que tal vez nos deje porque debe estar en otro
lugar.
Raúl
Manríquez Moreno tiene convenios de escritor con editoriales famosas y con su
editorial propia.
José Luis
Domínguez está a punto de publicar un nuevo libro.
Juan
Marcelino publicará un libro ubicado en el genero cuentístico.
María
Dolores Guadarrama continúa con presentaciones foráneas.
Todos tiene
proyectos en sus escritorios y continúan con actividades diversas de difusión
cultural, rasgo que identifica a todos los miembros del grupo.
Por mi
parte, estoy con mi trabajo de rentar un espacio para un programa musical
radiofónico llamado Músico, poeta y loco,
que algunos de ustedes conocen y comparten conmigo. También avanzo en un
proyecto de poesía que por el momento tiene el nombre de Punto Cuatro, en espera de algún día lograr sentarme en las tardes
y fines de semana completos para hacer
un libro, acaso mejor aún que Los días
que no duermen.
Cae el
telón, pero lentamente, ya que la comedia “no est finita”
Pensemos en
lo que dice el tango “…que veinte años no es nada”.
No logro
precisar que significan, para los iniciadores de la vida literaria en
Cuauhtémoc, esos veinte años en sus sentimientos. Tan solo para mí, más de una
década ha sido demasiado: satisfacciones, equivocaciones, –constantes
tropiezos, fuertes– y el constante reconocimiento, gracias a mis amigos, de lo
que siempre he querido: escribir. Si bien señalé el valor relativo que tiene
para mí el hecho de quién toco primero la puerta, me parece justo señalar
acontecimientos vitales para la actual vida cultural de nuestra ciudad.
A los
reseñistas de la historia local les competen los detalles. Yo quiero hablar del
fuerte impulso que recibió el Festival de las Tres Culturas de parte del grupo
de artistas plásticos, de los escritores, en su segunda, tercera, cuarta y no
recuerdo cual otra edición. Y si usted recordará, aquellos festivales eran
realizados con mayor precisión en cuanto a lo artístico y la logística, la cual
se centraba desde el acarreo de sillas y lavado de salones –dato en el que
recuerdo a José Luis Domínguez haciéndolo el solo.
En una nota
periodística de ese año, una reportera comentaba sobre la feria del libro que
todos los años se presenta en la Plaza Principal de la ciudad y señala a sus
directivos como los primeros que llegaron a instituirla en la ciudad. No, dicho
con humildad, fue en 1997, cuando Raúl Manríquez Moreno traba contactos con el
Ichicult y con Educal, órgano editorial del Estado, para traer la primera feria
del libro verdaderamente cultural, con libros a precios baratísimos, ediciones
con un encuadernado de lujo, no se diga del contenido del material.
Son faltas
de documentación que alguien que se dedica al periodismo no debe cometer en
aras, no de los protagonistas –a un difusor cultural no
debe interesarle el protagonismo– sino en provecho del acto difusor que cobrará
vida posteriormente en todas las
personas.
Puede
hablarse también de la noche en que se presentó la espléndida cantante Margie
Bermejo, en la cual no se cobró la entrada a ninguna persona, a diferencia de otras
partes del estado en que sí se hizo; y eso se debió a que la comunidad
participó activamente, sin cobro alguno para el municipio. Después de eso las
participaciones ciudadanas las paga la municipalidad, pero no se pagan a
artistas plásticos ni a escritores.
Si después
del primer grupo de escritores de Cuauhtémoc, sigue una generación de jóvenes
talentosos, todos profesionistas, capaces. Qué fortuna para la generación de
nuestros hijos que reciban las enseñanzas de estos nuevos valores.
Debe
voltearse la mirada a estas manifestaciones culturales, no importa que las
administraciones municipales no lo hagan, lo deben hacer las personas que
habitan junto a nosotros en esta ciudad. En la ciudad existen clubes de varios
tipos, academias de música y asociaciones de ajedrez, y también hay Talleres
literarios que, sin cuota alguna, sin ofrecer estrellas ni espejismos, ofrecen la
mano del humanismo, de la mirada sincera, del acercamiento humano.
Andrés
Espinosa Becerra
Mayo del 2010
Encuentro
de escritores de ensayo y crítica literaria
Andrés Espinoza
Becerra, Córdoba, Veracruz 1958, hizo estudios de literatura hispanoamericana.
Tiene tres libros de poesía publicados: Quinteto
para un pretérito (1996), en coautoría con otros autores; Los días que no duermen (2004) y Una casa con silencio y patio (2019). En
1996 gana el premio Cuauhtémoc de poesía con Domingo Siboney. Tiene algunos proyectos en espera de aparecer,
como El ramalazo de los recuerdos y El árbol de los ciruelos.
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