martes, 8 de septiembre de 2020

Andrés Espinosa Becerra. Vuelo personal sobre los días pasados. Panorama literario de la ciudad de Cuauhtémoc, Chihuahua

los martes
Vuelo personal sobre los días pasados
Panorama literario de la ciudad de Cuauhtémoc, Chihuahua

Por Andrés Espinosa Becerra

No ha pasado mucho tiempo cuando en los labios de los habitantes de Cuauhtémoc vivía esta frase: “Cuauhtémoc es un rancho grandote”. Esta frase caminaba de calle en calle, de casa en casa, de reunión en reunión y de charla en charla; precisaba la personalidad del habitante de estos llanos.
Uno de los rasgos del lugareño era esa especie de disculpa o de justificación ante el lento desarrollo que esta ciudad –aún joven– estaba ofreciendo a quienes la habitan, ante el escaso ofrecimiento de lugares de esparcimiento, de disipación, que no tuvieran que ver con parques y jardines, ni con campos de béisbol, sino que ofreciera el sano entretenimiento de los libros, o de un buen cine con proyecciones dignas, acaso lugares familiares para desarrollar el baile, o un centro expendedor de periódicos y revistas, la ciudad o más bien sus habitantes ofrecían esa expiación de culpa: “Bueno, es que Cuauhtémoc es un rancho grandote”.
Faltaba una década para que finalizara el siglo veinte y esta ciudad estaba encaramada en lo que yo llamo el boom de Cuauhtémoc: la ciudad lucía la aparición de colonias periféricas y un buen número de calles pavimentadas, así como experimentaba la llegada de personas provenientes ya no nada más del entorno del estado, sino del centro y sur del país.
Pero junto con el crecimiento poblacional y ese desarrollo, por ningún lado se presentaba algún despertar en cuanto a centros educacionales, y por educacionales no se entiende tan solo las escuelas; los pocos o muchos lectores que existieran en la ciudad continuaban con una sola biblioteca municipal que viajaba por varias instalaciones, inapropiadas todas ellas; los cines habían dejado de ser atractivos para la mayoría de la población, y únicamente los desfiles escolares, el dieciséis de septiembre, las fiestas familiares y el béisbol eran los distractores de los ciudadanos cuauhtemenses en aquel entonces.
Además, en ningún momento anterior en la vida de Cuauhtémoc puede hablarse de la existencia de algún espacio físico para el desarrollo de actividades artísticas o culturales, entendiéndose por estas no precisamente las de manifestaciones artísticas, sino aquellas en las que jóvenes niños y adultos ocupan para un sano y constructivo esparcimiento. No puede hablarse, tampoco, de alguna iniciativa por parte de cualquier administración municipal cuyos máximos acercamientos eran la de participar en actos cívicos y escolares.
En este espacio es donde va a surgir un movimiento literario en nuestra ciudad, proyecto literario entendido como tal, esto es, como un programa surgido de un grupo definido de personas que ocupan gran parte de su tiempo en inquietudes, preocupaciones y esfuerzos decididos en torno a una actividad para ellos gratificante en torno a la lectura, estudio y creación literaria, con una gran fuerza en su intención, que desde sus primeros intentos deja establecida su presencia.
De esa manera podemos ver cómo Cuauhtémoc de ser un medio estéril, seco, se convierte en campo fértil para la aparición del esfuerzo de las personas para modificar su entorno en cualquier aspecto; el campo seco de las mentes y los espíritus necesitaba una gota refrescante de líquido estimulante y creador.
Tal vez en sus primeros años de vida, en esta ciudad –repito, es muy joven, cuenta con ochenta años de vida– hubo algún escritor, acaso alguien que se haya dedicado a la música, al profesorado, y su labor haya sido destacada, pero quedó enmarcada por su aparición espontánea y única. Pienso acaso en la llegada –benefactora, enriquecedora, como lo son todas las inmigraciones locales o foráneas– de personas conocedoras de diferentes ramas del conocimiento, del arte y de la cultura, que trasmitieron sus conocimientos a los pobladores a través de un cierto tipo de campañas. Lo que dejaron fue, aparte de sus enseñanzas, toda una serie de comentarios que hablan de la importancia de los acontecimientos que ellos acarreaban, con todo y las ideologías que profesaban.
Destaco sobre todo mi recuerdo personal del profesor Esteban López Solís, quien fue un gran artista plástico y cuyas esculturas ornamentaron diversos puntos de la ciudad y también de otras ciudades del estado. Alguna vez escribí un artículo para un semanario local –de fugaz y misteriosa aparición y desaparición– en el que destacaba la estatua de Pancho Villa, ubicada en un parque municipal  de una colonia del mismo nombre: ironía histórica: lucía la desaparición de su cabeza y mostraba con desenfado un brasier, muestra de lo que ocurría por las noches en esa colonia.
El profesor Esteban López Solís, a su muerte, dejo el alto ejemplo de su docencia y de su esmero ante el conocimiento y su presencia en la población, deja el testimonio fiel de su obra, una hermosa colección de mariposas, así como la presencia de uno de los mejores artistas plásticos que han aparecido en nuestro estado: Esteban López Quezada, su hijo.
Así bien, San Antonio de los Arenales, ahora Cuauhtémoc, con sus pocos años de historia, ofrece su escenario lleno de una fuerte carga histórica y provisto de un lugar estratégico, si se quiere ver así, intermedio entre la ciudad capital y los bellos escenarios de la sierra. Tal tez ese entorno histórico no tenía aún su tiempo para que de él surgieran las personalidades que habrán de modificar para bien el ambiente de la vida cultural de esta ciudad.


¿Quién primero, el vuelo, la gallina?

Este es una asunto que tal vez solo tenga importancia para una ubicación histórica, porque precisar quién tocó primero la puerta, no es de un carácter necesario, si se sabe que ya todos están adentro.
En lo que a mí respecta, la participación, el trabajo y la lucha de los iniciadores del panorama literario contemporáneo de Cuauhtémoc ha sido unida, y no fragmentada. Viendo de frente el muro, no es posible hablar de un ladrillo porque todos ellos sostienen a la pared. En la medida en que sea el tamaño y el tipo de necesidad del ego, de esa manera estará dado el señalamiento de quién fue primero, y de esa manera no tiene sentido, cuando se quiere hablar de la génesis de los días actuales de la literatura en Cuauhtémoc.
Hace muchos años Raúl Manríquez Moreno decide hacer caso a sus inquietudes literarias, iniciadas desde muy temprano en su adolescencia, y saca a la luz lo que pudiera ser la primera publicación de carácter literario de nuestra ciudad. En esos momentos está a su lado Leopoldo Zapata Villegas, juntos invitan a más personas que inician reuniones en  lo que sería un club o grupo de trabajo en torno a inquietudes literarias.
Por otro lado José Luis Domínguez, un joven inquieto ante la literatura, con muchas ansias por lograr mejores espacios para sus propensiones, se une a este grupo con el firme afán de incorporar otra personalidad de trabajo a esas reuniones. Ahí está ya un momento de inicio. Se puede hablar en ese momento de un grupo de amigos reunidos en torno a la charla literaria y en torno a reuniones de trabajo formal.
Más adelante, con el entusiasmo de las reuniones culturales, son otros nombres los que se empiezan a agregar, personas atraídas por el ruido de las reuniones culturales, antiguos miembros iniciales que pronto la vida les traza otros rumbos y que han de tomar las suyas propias, no tan comprometidos con el ejercicio de alguna rama artística, pero atraídos por lo novedoso y diferente de las reuniones, son quienes asisten a dicha congregación, hasta que con el paso de varios años y de varias anécdotas, gozosas unas y lamentables otras, puede hablarse de las siguientes personas:
Raúl Manríquez Moreno, profesor, escritor e ingeniero fruticultor.
José Luis Domínguez, escritor autodidacta.
Leopoldo Zapatas Villegas, sastre y escritor.
Martín Contreras Solís, reportero y escritor.
Marcelino Ruiz Acosta, profesor y escritor.
Dolores Guadarrama, cantante, empresaria y escritora.
Mireya Ortiz Marrufo, escritora.
Todos ellos, junto con el dinamismo de José Luis Domínguez y de Raúl Manríquez Moreno, logran atraer a otras personas que, con participación no muy constante, estarán presentes en las primeras actividades del nuevo grupo que, ahora sí, es francamente literario.
Por supuesto que el propósito de este trabajo es mostrar el panorama literario local desde sus inicios hasta nuestras fechas, en el que por fuerza nombres y ubicaciones temporales se escapan de su señalamiento, por las siguientes razones: a) no hay la intención de la exactitud del dato histórico, pero sobre todo b) nunca he sido preciso para capturar la fecha y el nombre, a no ser que sean fechas como el 20 de noviembre, o el 2 de octubre del 68; y por supuesto c) hay personas que tienen todo eso detallado y documentado, en papel y en la piel, a ellas corresponde el mérito de esas precisiones.
Pero para seguir mostrando la aparición del grupo Cuauhtémoc y de su consolidación como un gente con mucha iniciativa, llena de un entusiasmo que va siendo notorio, cuya aparición se da en diversos espacios de la ciudad en los cuales se aprecia la calidez de sus miembros, el alto espíritu solidario, una gran camaradería y la infaltable presencia de valores morales, intelectuales y espirituales, que son los que arman al grupo y consolidan la relación entre sus miembros en diversos ámbitos de sus vidas y que los harán salir de este valle.
Este es el momento en que se da mi aparición dentro de la algarabía de esta comunidad que primeramente se reúne dentro en el ofrecimiento del marco sabatino, después durante todo el fin de semana, y más tarde se convierte en una fuerte necesidad de presencia cotidiana. Mi llegada al grupo fue algo refrescante que me concede la oportunidad de encontrar a varias personas en donde mi vida se congratula y sobre todo me ofrece el espacio en donde habré de satisfacer mis necesidades intelectuales. Más adelante detallo cómo ocurre mi ingreso al grupo,


El grupo de artistas plásticos

¡Un grupo de artistas plásticos en Cuauhtémoc! En efecto, y con inicios más atrás del tiempo del que estamos hablando. Hablé, líneas arriba, del profesor Esteban López Solís, excelente artista plástico, escultor, ajedrecista y con un número mayor de monerías. El profesor ya tenía alumnos de buen nivel en el ámbito del dibujo y de la pintura como Julio Yáñez, quien después participa en muestras pictóricas de la ciudad.
Por otro lado aparece un grupo de amigos entre los que figuran Manuel Rosario Cruz, Manuel Cordero, Pedro Treviño y Manuel Rodríguez. Todos ellos logran reunirse en el Taller Popular De Las Artes y a partir de ahí inician a desarrollar toda una serie de actividades como impartición de cursos, exposiciones y, el primer día de la primavera, una muestra artística en la plaza pública principal que llegó a alcanzar gran tradición.
En este mismo grupo ha de incluirse a Ricardo Suárez Estrada que participa con su Cine Club y su pequeño estudio de fotografía.
También como ejemplo debe citarse la constante actividad de Manuel Rosario Cruz como curador, escenógrafo, electricista, carpintero y demás gracias que alcanzan sus varias capacidades.
Durante muchos años el Taller Popular de Las Artes fue un gran impulsor para diversas actividades culturales en nuestra ciudad, y de ahí surgieron nombres para el escenario de las artes de Chihuahua.


La Edad de Oro de la cultura en Cuauhtémoc

Los personajes están ya presentes y el escenario también; veamos ahora los sucesos que dan vida a la trama de esta comedia, que aún no termina. El grupo se reúne en torno a la publicación de la revista Voces de tinta, de Martín Contreras Solís. Esto ocurre aproximadamente por el año de 1995. En las instalaciones del Taller Popular de Las Artes, el grupo ahora llamado Voces de Tinta –entre nosotros mismos le decíamos voces extintas, y el creador de ese mote fue Raúl– sesiona en ese Taller los sábados por la tarde y se celebraba en la parte baja de ese edificio, en la sastrería de Leopoldo Zapata. Aquella reuniones serían de los mejores días del grupo, ahí nacieron anécdotas epopéyicas, surgieron proyectos, nacieron lazos de amistad.
Es en ese momento en que el Taller de Literatura se adentra en el ámbito cultural del estado al ingresar al burocratismo del Instituto Chihuahuense de la Cultura. Entonces llega a trabajar con nosotros el poeta Rogelio Treviño, ganador en dos ocasiones del Premio Chihuahua de Literatura, traído por el también escritor Heriberto Ramírez Luján. Aparece un contacto estrecho con un verdadero escritor, cuya flama aún no se apaga en el espíritu de ninguno de los miembros del grupo.
En medio de la difusión cultural –estamos hablando casi de diez personas que profesan la disciplina de  la difusión cultural, y que todos de antemano la habían iniciado en sus universidades o en algún momento de sus vidas–, se ve el grupo junto a Raúl Manríquez Moreno, que ocupa entonces el departamento de arte y cultura en la administración municipal de César Chavira. A partir de ese entonces Raúl Manríquez Moreno  inicia, de manera formal, su carrera de difusor cultural que en aquellos momentos lo tiene colocado como uno de los principales hombres de cultura y de letras en nuestro estado, así como de escritor galardonado con el premio de literatura que concede el estado de Chihuahua. Entonces la trama se abre.
 Presentaciones de libros, lecturas de poesía en diversos foros de la ciudad, llegada de escritores de otros Institutos de Cultura del país, la publicación de trabajos del grupo en revistas foráneas y la llegada de los festivales culturales en la ciudad, en los que la participación del grupo merece párrafos aparte.
De la mano de la administración de César Chavira, por decirlo de esta manera, el grupo hace su presentación en la ciudad de Chihuahua, en la sala principal de la Quinta Gameros, máximo recinto cultural de la capital del estado. El éxito fue total, se presenció la aparición de estilos diferentes, distintos, frescos, para lograr poesía. En ese momento no se asemejaban esos estilos a lo que se estaba haciendo en Chihuahua capital, en Ciudad Juárez y en otros puntos de donde llegaban otras producciones literarias.
Desde ese instante se empiezan a mencionar los apellidos de los escritores de Cuauhtémoc y se anexan a los nombres y apellidos acostumbrados en esos otros aires. Ese, creo, es el origen del apelativo que me he topado muchas veces en los días actuales, El Grupo Cuauhtémoc, para referirse a cualquiera de esos escritores, ya que nos habíamos presentado así, de manera grupal. Algunos grupos y personas a ese grupo lo denominaban la mafia de Cuauhtémoc. Posteriormente en nuestra llegada a algún evento celebrado en la ciudad capital, se recibía a los integrantes de la Delegación Cuauhtémoc, mote establecido por el gran escritor Enrique Servín Herrera.
Así comienzan a llegar invitaciones para participar en lecturas en otros puntos del estado: José Luis Domínguez viaja a Zacatecas, Dolores Guadarrama a Oaxaca, en donde aún continúa presentándose, Andrés Espinosa y Raúl Manríquez Moreno viajan a la ciudad de Monterrey, donde Andrés Espinosa ocupa la mesa final nocturna, asignada para los mejores trabajos presentados; Raúl Manríquez Moreno ocupa esa noche la mesa principal de jefes de taller.
En esos momentos el grupo ya había experimentado una depuración hecha por el paso de los años, y los que continuaban trabajando lo hacían obedeciendo a sus convicciones, capacidades y empuje. Los nombres de quienes permanecían en el grupo ya eran conocidos en espacios de la capital y de Ciudad Juárez, así como en Delicias y Jiménez.
El Grupo reconocía y disfrutaba todo esto de manera sencilla, siempre respondiendo con trabajo a esa distinción; pero de manera significativa, no dejábamos de ser un grupo conocido por la órbita en la que nos movíamos. A pesar de todo ya habían quedado atrás los tiempos en que a las lecturas de poesía públicas, quienes asistían eran los mismo miembros del grupo que en esa ocasión no leían, los miembros del Taller Popular de la Artes o algún familiar llevado a fuerza: los escuchas se contaban con los dedos de las manos. Ahora ya se había formado un público, una audiencia.


Revistas aparecidas

Es interesante hablar de lo ocurrido con la aparición de las revistas de literatura en nuestra ciudad. Al momento en que surge un grupo cultural, casi siempre se da la aparición de una publicación que difunde sus ideas, cuando de un grupo surge una idea renovadora, suele surgir una tribuna para esparcir sus principios y postulados. El grupo literario de Cuauhtémoc no podía quedarse atrás en este aspecto. Raúl Manríquez Moreno, en sus años de estudiante, publica la que tal vez sea la primera revista de carácter literario en nuestra ciudad, él conserva esos ejemplares.
Posteriormente Martín Contreras Solís logra publicar Voces de Tinta, misma que alcanza cinco números y en la que destacan trabajos de varios miembros del grupo. En ella trabaja activamente José Luis Domínguez.
Surgen otras ocupaciones entre los diferentes miembros del grupo y, entre otras cosas, elevación en el precio del papel y en la impresión de una revista, se da por tanto un lapso de interrupción en esa actividad. A pesar de ello, llega la aparición de una revista seria, madura y con un gran carácter de revista literaria. Aparece la revista Esdrújula, atrás de ella está Raúl Manríquez Moreno, ya poseedor de una gran experiencia de todo tipo en el espacio de la difusión cultural y del oficio de editor literario.
La revista llega con grandes pretensiones para su circulación estatal, reúne trabajos del grupo pero también recoge colaboraciones de escritores de otros puntos del estado. Destaca por ser la primera que destina un pago a los que en ella publican. Su tiraje es muy importante, mil revistas por ejemplar, su diseño tiene ya compromiso con la importante línea de la edición editorial literaria, es en suma la primera revista profesional de su género en Cuauhtémoc, y compite en tiraje, diseño y contenido con las mejores revistas que se editan en el estado, casi todas ellas editadas por la Universidad o por el Instituto Chihuahuense de la Cultura.
Este capítulo de la revista Esdrújula, de Raúl Manríquez Moreno, es uno de los más destacados en la vida literaria de nuestro estado. Posteriormente aparece la revista Plenilunio, bajo la dirección de los jóvenes Ernesto Wiebe, Karina Manríquez Moreno y Edgar Trevizo, de quienes es menester hablar más adelante.


Los premios, con mayúscula o con minúscula

Se menciona cierta relatividad en el otorgamiento de los premios literarios; de cualquier manera están ahí para medir el paso de las diversas expresiones artísticas y son constancia de lo que sucede en los episodios que va generando el ritmo de los estilos y las corrientes literarias. Siendo Jóvenes, algunos de los miembros del grupo ya habían recibido premios en ciertos momentos de sus vidas. Hablaré aquí de los recibidos dentro de la historia del grupo.
Aparece el Premio Cuauhtémoc, en los géneros de poesía y cuento. En un primer certamen celebrado en 1995, participo, no siendo miembro del grupo y nunca llegué a saber cuál había sido mi resultado obtenido. En ese primer certamen gana el premio, en el género de cuento, Martín Conteras Solís, que había llegado de Aguascalientes; el premio en el género de poesía, lo obtiene José Luis Domínguez.
Para el siguiente certamen ya pertenezco a las filas del grupo, y es una emoción participar conociendo personas que escriben poesía a mi lado, y a los integrantes del jurado, conocidos poetas y maestros de literatura de la ciudad de Chihuahua. Es importante mencionar que esos jurados eran foráneos y se integraban a través del Instituto de la Cultura de Chihuahua, por escritores de trayectoria reconocida. La formalidad y prestigio de este premio era de primera.
En el segundo certamen vuelve a ganar José Luis Domínguez en el género de poesía, y este servidor logra colarse al tercer lugar. En 1996 se concede un solo premio y solamente en el género de poesía. El jurado es integrado por la poeta Gabriela Borunda y los poetas Alfredo Espinosa y Enrique Servín Herrera, quienes declaran desierto en el certamen el género de cuento y conceden a este servidor el primer lugar en el género de poesía. La celebración es completa porque ya son varios los que figuraban en el panorama local, reconocidos por escritores de la capital.
José Luis Domínguez ingresa al certamen binacional Robert Frost, en el que es acreedor de un reconocimiento especial, suceso que intenté publicar en los diarios locales, con la intención de hacer mención de lo que estaba pasando en Cuauhtémoc, sin obtener respuesta de esos medios.
Ya estábamos hablando de un grupo cultural que chocaba con oposiciones tradicionales de la localidad. En cuanto al Premio Chihuahua, máximo galardón que otorga el Estado en diversos géneros artísticos y científicos, Raúl Manríquez Moreno, con la novela La vida a tientas, se convierte en el primer ganador de nuestra ciudad de ese certamen. Su novela está publicada por la importante editorial Plaza y Janes y se distribuye a nivel nacional e internacional.
Prodigiosamente, en el siguiente certamen, el libro de ensayo El jardín del colibrí, de José Luis Domínguez, logra obtener el mismo premio.
Años atrás, el poeta, escritor, ensayista y políglota Enrique Servín Herrera, planteaba la incógnita maravillada de qué estaba pasando en Cuauhtémoc, todas las miradas de los diversos puntos del estado voltearon hacia el otrora San Antonio de los Arenales.
Antes de que estos dos escritores recibieran el Premio Chihuahua, con sus más de cinco escritores, Cuauhtémoc llevó la palabra en cuestión literaria; eso lo afirmaban quienes se dedican a la literatura y habían visto que aquí se escribía poesía, se publicaban revistas, había talleres literarios. En ese momento no eran varios grupos, era uno solo.
Una gota de literatura se había posado en estos llanos polvorientos.


Los talleres

El noble espacio del Taller conformó mucho de lo logrado por quienes forman parte del grupo literario de Cuauhtémoc. Cuando ingreso al grupo, este sesionaba en las instalaciones del Taller Popular de las Artes . Lo comandaba José Luis Domínguez y a él se acercó mucha gente de la localidad, también escritores foráneos. Ese taller fue donde se fraguaron todo tipo de proyectos personales y de grupo, sostuvo Talleres itinerantes en espacios de todo tipo, cafeterías, la biblioteca municipal.
Por mi parte mantengo el orgullo que conmigo tallereó la joven escritora Ileana Villanueva, quien en su momento fue la mejor escritora joven –dieciséis años apenas– de todo el estado.
Raúl Manríquez Moreno logra agrupar a una serie de jóvenes promesas y funda el Taller José Gorostiza, lugar al que continuamos acudiendo miembros de la primera generación. Es el primer Taller literario en el que se habla, precisamente, de literatura y de poesía de manera profunda, disciplinada. La Editorial Aster es el lugar donde el conocimiento flota, el poder del orador, del dirigente tallerista, alcanza niveles de madurez.
El José Gorostiza es una taller literario con formalidad y trascendencia, como nunca había existido en Cuauhtémoc. Es muy seguro que los siguientes Talleres que existan en nuestra ciudad sean manejados por los participantes del José Gorostiza. Como botón de muestra están los Talleres de literatura infantil que ha impartido Juan Marcelino Ruiz con éxito notorio. Esperemos con paciencia la aparición de Talleres literarios del futuro de Cuauhtémoc.


Los libros, coronación de trayectorias

Las publicaciones eran un sueño para el grupo. Hace más de una década eran, en  nuestras pláticas, proyectos que tardarían tiempo en llegar, sabíamos que para lograrlo era importante el trabajo. Quienes primero publican fueron Raúl Manríquez Moreno y José Luis Domínguez. El primero tiene en su haber los libros de cuentos Romance de otoño, Cuentos para una tarde de ocio, y su novela La vida a tientas; José Luis Domínguez ha escrito Besar el amuleto y Jonás. María Dolores Guadarrama publica Molinos de viento. Juan Marcelino Ruiz escribe uno de los libros fundamentales en la poesía moderna de Chihuahua: Derrepentes. Este servidor inicia publicaciones con el libro colectivo Quinteto para un pretérito; dos años después logro publicar Los días que no duermen.
Este es el panorama de los libros que, hasta este momento, publica la generación fundadora de escritores de Cuauhtémoc. Se dice fácil, y puede resultar aburrido, pero hablo de diez libros importantes, de buen nivel, que bien pueden trascender los límites del estado. Libros que viven con nombre propio en diversos escenarios de nuestra literatura.


Los siguientes actores ya están actuando

Iliana Villanueva fue la primera escritora joven que apareció en el escenario. Se codea con el grupo de nuestra ciudad cuando aún estaba por cumplir sus quince años; con una poesía sorprendente, mágica, logra figurar entre las poetas reconocidas del estado.
Aparecen jóvenes en escena que traían interesante frescura e inteligencia, y con cierta actitud respetuosa ante el escenario ya construido. Esa generación estaba formada por Ernesto Wiebe, Karina Manríquez Moreno y Edgar Trevizo; todos ellos participan del cobijo del Taller José Gorostiza de los sábados, donde se escuchan pláticas magníficas de literatura y se disfruta de serios ejercicios. Personajes que dejan de ser rápidamente la nueva generación y se convierten, incluso, algunos de ellos, en profesionistas que viven con intensidad sus vidas. Todavía en sus edades tempranas son ahora los actores de la vida literaria de Cuauhtémoc, los que pueden ocupar los puestos desde donde fluya la cultura y se mencione la palabra.


Observando el camino

¿Qué hay más adelante?
Muchísimas cosas en los años que nos quedan de vida. El artista plástico Manuel Rosario Cruz vive en Cusihuiriachi, donde instala su pequeño museo a la entrada del pueblo, un poco más adelante del mural de mineros, que elabora con piedras de los cerros de ese lugar histórico.
Camilo Almanza sigue pintando.
Esteban López Quezada es un valor cultural que tal vez nos deje porque debe estar en otro lugar.
Raúl Manríquez Moreno tiene convenios de escritor con editoriales famosas y con su editorial propia.
José Luis Domínguez está a punto de publicar un nuevo libro.
Juan Marcelino publicará un libro ubicado en el genero cuentístico.
María Dolores Guadarrama continúa con presentaciones foráneas.
Todos tiene proyectos en sus escritorios y continúan con actividades diversas de difusión cultural, rasgo que identifica a todos los miembros del grupo.
Por mi parte, estoy con mi trabajo de rentar un espacio para un programa musical radiofónico llamado Músico, poeta y loco, que algunos de ustedes conocen y comparten conmigo. También avanzo en un proyecto de poesía que por el momento tiene el nombre de Punto Cuatro, en espera de algún día lograr sentarme en las tardes y fines  de semana completos para hacer un libro, acaso mejor aún que Los días que no duermen.


Cae el telón, pero lentamente, ya que la comedia “no est finita”

Pensemos en lo que dice el tango “…que veinte años no es nada”.
No logro precisar que significan, para los iniciadores de la vida literaria en Cuauhtémoc, esos veinte años en sus sentimientos. Tan solo para mí, más de una década ha sido demasiado: satisfacciones, equivocaciones, –constantes tropiezos, fuertes– y el constante reconocimiento, gracias a mis amigos, de lo que siempre he querido: escribir. Si bien señalé el valor relativo que tiene para mí el hecho de quién toco primero la puerta, me parece justo señalar acontecimientos vitales para la actual vida cultural de nuestra ciudad.
A los reseñistas de la historia local les competen los detalles. Yo quiero hablar del fuerte impulso que recibió el Festival de las Tres Culturas de parte del grupo de artistas plásticos, de los escritores, en su segunda, tercera, cuarta y no recuerdo cual otra edición. Y si usted recordará, aquellos festivales eran realizados con mayor precisión en cuanto a lo artístico y la logística, la cual se centraba desde el acarreo de sillas y lavado de salones –dato en el que recuerdo a José Luis Domínguez haciéndolo el solo.
En una nota periodística de ese año, una reportera comentaba sobre la feria del libro que todos los años se presenta en la Plaza Principal de la ciudad y señala a sus directivos como los primeros que llegaron a instituirla en la ciudad. No, dicho con humildad, fue en 1997, cuando Raúl Manríquez Moreno traba contactos con el Ichicult y con Educal, órgano editorial del Estado, para traer la primera feria del libro verdaderamente cultural, con libros a precios baratísimos, ediciones con un encuadernado de lujo, no se diga del contenido del material.
Son faltas de documentación que alguien que se dedica al periodismo no debe cometer en aras, no de los protagonistas –a un difusor cultural no debe interesarle el protagonismo– sino en provecho del acto difusor que cobrará  vida posteriormente en todas las personas.
Puede hablarse también de la noche en que se presentó la espléndida cantante Margie Bermejo, en la cual no se cobró la entrada a ninguna persona, a diferencia de otras partes del estado en que sí se hizo; y eso se debió a que la comunidad participó activamente, sin cobro alguno para el municipio. Después de eso las participaciones ciudadanas las paga la municipalidad, pero no se pagan a artistas plásticos ni a escritores.
Si después del primer grupo de escritores de Cuauhtémoc, sigue una generación de jóvenes talentosos, todos profesionistas, capaces. Qué fortuna para la generación de nuestros hijos que reciban las enseñanzas de estos nuevos valores.
Debe voltearse la mirada a estas manifestaciones culturales, no importa que las administraciones municipales no lo hagan, lo deben hacer las personas que habitan junto a nosotros en esta ciudad. En la ciudad existen clubes de varios tipos, academias de música y asociaciones de ajedrez, y también hay Talleres literarios que, sin cuota alguna, sin ofrecer estrellas ni espejismos, ofrecen la mano del humanismo, de la mirada sincera, del acercamiento humano.

Andrés Espinosa Becerra
Mayo del 2010
Encuentro de escritores de ensayo y crítica literaria






Andrés Espinoza Becerra, Córdoba, Veracruz 1958, hizo estudios de literatura hispanoamericana. Tiene tres libros de poesía publicados: Quinteto para un pretérito (1996), en coautoría con otros autores; Los días que no duermen (2004) y Una casa con silencio y patio (2019). En 1996 gana el premio Cuauhtémoc de poesía con Domingo Siboney. Tiene algunos proyectos en espera de aparecer, como El ramalazo de los recuerdos y El árbol de los ciruelos.

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