martes, 29 de septiembre de 2020

Andrés Espinosa Becerra. La vida descabalada/Días de septiembre de Raúl Manríquez Moreno


Diseño Javier, sobre la portada de Los días que no duermen

los martes

La vida descabalada

 

Días de septiembre de Raúl Manríquez Moreno

 

 

Por Andrés Espinosa Becerra

 

 

Se lee en el norte del país y cada vez aparecen más novelas. Aquí en el noroeste ya son dos las que existen para dejar constancia histórica de lugares, pensamientos y vida acerca de este entorno. Días de septiembre es uno de los mejores testimonios del noroeste de Chihuahua, lejano a la vida que propicia el sistema político del país; otro testimonio es La vida a tientas, del mismo autor. Hablo en este caso de publicaciones literarias con el propósito de dejar mención objetiva y con sentido artístico del desarrollo de la vida humana.

La primera vez que me topo con los Días de septiembre es una noche de amigos, reunidos para conocer su aparición; a la mañana siguiente, la lectura se topa con la mención de un suceso que pertenece a la vida diaria del entorno de la región que va a permitir ver el ideario, los sentimientos, las pasiones de personas comunes a nosotros, rodeados por el vetusto espectro del magisterio nacional.

Entonces me doy cuenta de que el testimonio que tengo en mis manos es también acerca de la desventura, la fatalidad y el desarraigo: el oscuro escenario de la pérdida.

No requiere mucho reflector la realidad magisterial y su corrupción sindical, porque recibimos diariamente testimonio de ello en la calle, en las noticias periodísticas y en la televisión. ¿Por qué escribir una novela con un tema de fondo como tal? La realidad de la noticia de plana roja es muy deprimente; un suceso como el narrado en manos de la prensa local y de los noticieros radiofónicos se viste del más corriente sensacionalismo: las noticias impresas se elaboran con un estilo rudimentario, las radiofónicas se emiten en el peor formato del locutor, inculto y desinformado; trasciende el suceso pues, como un hecho meramente de escándalo.

Por ello Días de septiembre trae a la luz de manera seria e inteligente un acontecimiento de importancia relevante para que no se pierda en la oscuridad de la memoria social. Esta novela tiene acercamiento a un hecho de especial magnitud, de manera tal que conjuga el interés histórico con el ejercicio de la buena literatura, perteneciendo ambas materias al acervo del autor, mismas que lo llevarán a implicarse en la novela, desapareciendo en varias ocasiones el delicado espacio que divide al narrador del autor.

En una entrevista periodística, el decano Kapuscinski le dijo al periodista Pablo Espinosa que “…una mala persona nunca puede ser un buen periodista”, y si bien Días de septiembre no se apega al formato periodístico, sino que es una novela que se nutre de una situación real conocida a través de la prensa escrita y hablada, Manríquez participa con esa cualidad de buena persona, en los sentidos moral y artístico, para contar un hecho de la manera más apropiada, dada la importancia de lo ocurrido, cumpliendo así con la historia, con una postura ideológica congruente, con la primordial función de rescatar un hecho y relatarlo de una manera que unifica estilo y pensamiento: estar, ver oír, compartir, pensar; son las máximas retóricas del señor Kapuscinski para contar el acto histórico.

Al margen de lo anterior está el escenario más representativo de la novela; podemos ver los colores que desprende septiembre y su luz crepuscular, con días lluviosos y fríos; esta será la ambientación de los escenarios exteriores, similar a los espacios interiores de los personajes; el leit motive  de Días de septiembre son los tonos del otoño, el invierno y la oscuridad interior de los personajes, ambiente desde el que se desarrolla la narración de manera ingeniosa a través de un movimiento diestro de capítulos breves –casi todos, uno de ellos de solo cuatro párrafos–, dejando claro que los Días de septiembre están marcados por la fatalidad, la vida descabalada, el amor erótico, el sentimiento al borde de los años, la violencia, la poesía, pero, por encima de todo, la pérdida.

 

 

El testigo

 

El autor crea sus personajes con el mismo molde para destacar su carácter interior, características de personalidad y la situación de vida que los envuelve. El personaje narrador, cuyo nombre no se da a conocer a lo largo de la novela, se yergue como testigo y es un primer ejemplo, cargado de gran simbolismo. Sabemos que tiene la capacidad de decidir; es profesor de historia, ateo, falto de carácter, capaz de definir posturas ideológicas y de personalidad.

Santiago, acaso el personaje principal, se apoya firmemente en los sueños, es visto como débil y vulnerable por los otros personajes, no tiene descendencia y desearía haber tenido la posibilidad de ramificar su vida en otras existencias, su lucha es por perdurar como héroe resignado al sacrificio. Pertenece al mundo del tal vez, comparte con los demás personajes el mundo de la pérdida, ellos no son nadie y terminarán en la muerte, en la nada.

 

 

La poesía

 

La ficción de Días de septiembre alcanza, en algunos capítulos, lo cinematográfico, lo escénico se ornamenta con la poesía.

En el primer poema que nos entrega la dupla autor/narrador, las voces nos hablan del dolor, de ambiente enrarecido por el paso del tiempo, la existencia de hombres en el final, indiferentes al golpe del destino inacabado. El narrador dice al inicio del capítulo doce: alguien para quien las voces interiores signifiquen algo, interpretado de esta manera porque textualmente el renglón dice: “alguien para quien las voces interiores nada signifiquen”.

En el segundo poema ahora se escuchan las voces hablar de la rareza y lo incierto que envuelven el “acaso”; el dolor de la sangre, desamparo y silencio.

Estos poemas aparecen en momentos distintos al iniciar el capítulo para recordar en qué espacio se está y de qué manera se va a regular el tiempo y el tono del canto para las reacciones, pensamientos y actitudes de vida de los protagonistas; no me importa tanto la explicación teórica de la relación entre autor y narrador, para mí ambos se implican en el momento de ambientar la narración con esos poemas. Porque fuera de la ficción, los poemas en verdad existen y es una manera de reafirmar la validez y veracidad del origen histórico de lo contado.

Es también dar constancia del desempeño de la poesía para explicar destinos que con el estilo narrativo convencional es difícil de conseguir; la visionaría posibilidad de expresión de la palabra en la poesía es la luz que nos guía en la novela.

 

 

Los capítulos

 

Días de septiembre tiene logros definitivos y me parece que tienen que ver con su poesía, con su música –saudade es lo más cercano–, con su caminar en el alma del hombre.

Uno de esos logros es  la realización y manejo de los capítulos: la manera de contar de Raúl Manríquez Moreno en su vida diaria es notoriamente cadenciosa y cabal con la veracidad de lo que se está contando. En Días de septiembre se ha encargado de construir una cadena con papel de china, de las que ornamentan los altares de muertos, y cada eslabón son breves capítulos, fruto de lecturas y de noches laboriosas para mostrar, no ese arduo trabajo sino la frescura necesaria para hechos narrados, personajes y desenlaces.

Así, hay capítulos un tanto más largos ma non troppo, donde se definen participaciones de personajes secundarios o circunstancias accesorias incrementando el suspense; capítulos que sirven de sustento a otro venidero, o sencillamente para no deja nada pendiente; y un capítulo, a mi parecer el más completo, más limpio, más acabado con movimiento natural, en el que se muestra la inclusión de otro hecho vital dentro de lo que se narra, y se incluye la descripción del deseo dentro de lo prohibido –Susana, gran personaje rulfiano– y el conocimiento de las pasiones humanas.

Los capítulos de Días de septiembre son la muestra del autor en el dominio de la estructura, personajes y tiempo de la narración.

 

 

El interior

 

Fuente vital de los Días de septiembre es ese “algo en su interior”, que la narración deja, como piedras en el camino, entre los inicios de septiembre y su final en el invierno; en el interior de los personajes de los días se encuentra una insatisfacción recóndita y permanente, una malograda aspiración a la felicidad, un lado irresuelto y doloroso, todo esto mencionado en una misma página de un de los capítulos.

El personaje de los Días de septiembre cierra los ojos y reiteradamente ve, como el Reno, algo mal acomodado en su interior, semejante al la vulnerabilidad.

 

 

La pérdida

 

Expresa el narrador el significado en el diccionario de la palabra melancolía: “Una tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente”. La nostalgia caracteriza a los personajes centrales de los Días de septiembre, los tres personajes principales: Israel, Santiago y el narrador testigo, los mocetones, Susana, Sofía, Sirenia.

Busca este servidor la palabra añoranza, un link con la nostalgia.

 

 

Conclusiones

 

Días de septiembre es una novela con el valor notable de ser extraída del espacio natal del autor, al igual que su demás producción, incluyendo su poesía: es la muestra de su capacidad en el oficio de ver la vida y contarla; contar, imprimir su particular punto de vista.

Es el oficio de Raúl Manríquez Moreno.

Otro de los logros es tener presente a la historia, con lo que mantiene su compromiso social como persona y como escritor, exhibe sucesos, personas e instituciones que son contrarias al bienestar de la sociedad; cumple en dar constancia de su herencia literaria latinoamericana al seguir el camino de esa veta, sobre todo de Rulfo y de García Márquez, sin ánimo de acomodar las cosas a empujones.

Queda claro el manejo de un estilo con experiencia en la utilización del lenguaje, en el manejo de tiempos y espacios, en la sagacidad para estructurar una novela.

Es notable su sabiduría para expresar puntos de vista acerca de la vida y del sentimiento humano; desarrollada de la misma manera en que describe la procacidad de su fiel personaje Camúñez, las situaciones y detalles de las muertes violentas y extremadamente grotescas de los personajes de distinta talla que han de morir para consolidar la narración.

No requiere implicarse porque no le resulta necesario, en el señalamiento político. La novela se convertirá en una referencia histórica recurrente.

Entonces, cuando menciona al partido oficial, así nada más, a secas, y se entiende cuál es, me parece que hay que completar la frase en el texto con el nombre de ese partido oficial, el PRI, para sellar formalmente el documento literario-histórico.

Aquí no se trata de señalar un descalabro, sino dar testimonio de mi disfrute por del estilo de la narración.

Cuando estamos en un capítulo que tiene la función de ofrecer datos informativos, entonces la ficción baja el nivel de su ángel y pide por nosotros el regreso al color, al aire y a la agitación que se está disfrutando.

 

 

Espléndido final

 

Al inicio de la novela, un pájaro chuin se cruza en el camino. Casi al final, el chuin se cruza de nuevo; no sabemos si va de regreso o si nos está poniendo en alerta ante los riesgos de la desventura; o quizá, nos avisa del final de Santiago, que le parece ver en el ocaso de su invierno las monedas de oro de los sueños que nunca encontró en la vida.

Santiago, el Pedro Páramo que se diluye en el tal vez; el coronel que penosamente busca quién le escriba, mientras los Días de septiembre llegan al final, al borde los días.

 

Manríquez Moreno, Raúl: Días de septiembre. Ficticia editorial, México, 2009.

 

Andrés Espinosa Becerra

2009.

 

 

 

 

 

Andrés Espinoza Becerra, Córdoba, Veracruz 1958, hizo estudios de literatura hispanoamericana. Tiene tres libros de poesía publicados: Quinteto para un pretérito (1996), en coautoría con otros autores; Los días que no duermen (2004) y Una casa con silencio y patio (2019). En 1996 gana el premio Cuauhtémoc de poesía con Domingo Siboney. Tiene algunos proyectos en espera de aparecer, como El ramalazo de los recuerdos y El árbol de los ciruelos.

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