viernes, 4 de septiembre de 2020

Edith Mora Ordóñez. Poemas sigilosos

Poemas sigilosos
Reseña de El silencio del gato (2020), de Andrés Espinosa Becerra

Por Edith Mora Ordóñez

El silencio, escribió Alejandra Pizarnik, “es la única tentación y la más alta promesa”. En el poemario de Andrés Espinosa Becerra, El silencio del gato, el silencio no es una ausencia sino el propio lugar, la casa y el sofá, el umbral de la puerta, una forma rotunda de atrapar el tiempo.
El visitante en esta casa, cuando acude más de una vez, se pregunta ¿cómo es que las cosas se mueven allí dentro sin hacer ruido? Como una música de fondo, junto al saxofón de Ben Webster, acompañan el día las sartenes que guisan, las cucharas que se tocan cuando se lavan y se sueltan en el escurridor, el maullido perezoso del gato.
Alguien tiene que nombrar la pausa, lo que habita entre los ruidos, en los intermedios donde ocurre y se acomoda lo importante de los días al margen del “trabajo”, cuando empiezan y se acaban.
El andar poético de Andrés Espinosa deriva, como ya lo hizo antes en Una casa con silencio y patio (Poetazos, 2019), entre versos sigilosos: pasos y estiramientos por la casa, por el patio, por las calles de una ciudad que pese a todo insiste en seguir existiendo, pero que al final siempre se aísla y se cansa.
La casa, al menos, el escondrijo del gato, se camuflan con el paisaje frío o caluroso, y ruinoso, cuando todo en el exterior es un invento que pasa. Todo ocurre en un ambiente imaginario parecido a las tardes de un verano de siesta colectiva, allí donde también las siestas del invierno crudo le obligan, mientras que “un bote musicaliza en el patio / rueda de un lado a otro”, y eso es lo único que prueba la presencia del viento, y lo que mantiene al silencio en un estado de alerta.
No se abre la ventana a primera hora de la mañana, todavía con el pelo revuelto, para ver a los gatos, no precisamente como dicta el poema, pues el que se asoma, sabe bien, que la abre para que los gatos le observen, para asegurarse y convencerse a sí mismo de que sigue vivo, otro día en casa. Son los gatos quienes se van y vuelven de sus paseos vagabundos por la ciudad para confirmar que el otro habitante de la casa, el que pone la música de fondo, no se ha ido.
Cuando leo los poemas de Andrés Espinosa tengo la sensación de estar metida en los ojos de un gato que dormita, con los párpados apenas abiertos, ensayando una ligera sospecha. Ahora recuerdo ese gesto gatuno de entrecerrar los ojos, apretarlos y abrirlos a medias. ¿En qué pensamientos filosóficos, milenarios, o meramente cotidianos, quizá domésticos, se entretiene el gato? ¿Puede un poema escribirse con los silencios del gato?
Puede. En este poemario.
Con la misma lentitud (que es rechazo de toda prisa inútil), con las palabras justas, con la “desazón” y la elegante pereza que contradice el ajetreo sin sentido de allá afuera. A veces, una frase se aprieta como esos ojos, como dos segundos en los que se retiene una imagen, una sensación de algo que se nos revela.
Esta lectora advierte que en algún momento uno puede despertarse ante una frase repentina, que hay ciertas palabras, unas muy precisas, nada inocentes, imágenes que a uno le sorprenden y le crispan el alma, le encienden esa partícula de fervor a menudo oculta:


La tarde es una mirada clara
el deseo largo,
como pie femenino.


O una violenta revelación de lo cotidiano:


Demasiados piensan que cerrar la puerta,
prender el auto, basta para echar a andar el día.
Cuando uno sale a la calle,
no se sabe nada ya,
absolutamente nada,
sobre la vida que habita en la casa.


Aun así, se puede leer en este silencio con calma, porque la voz del poeta es sincera, ni huye ni persigue. Está completamente quieto, este es su sitio de reposo  y duda. Todo lo que entra allí se encuentra seguro, vive largamente entre sus propias preguntas. Uno puede ir y venir por estas páginas para sentirse acompañado y a salvo, sin temor a ser arañado.
Finalmente, uno entiende que el gato no está solo, una voz le habla, tiene largas conversaciones con La Musa. Y eso siempre da curiosidad, eso es algo que termina por seducirle.
Escribe Adam Sagajewski, que “la poesía –naturalmente, solo la grande, la excelente– es una de las artes que menos amarillean”. Le auguro, entonces, a esta obra nuestra, El silencio del gato, una vida larga de páginas blancas.

Septiembre 2020





Edith Mora Ordóñez escritora, investigadora y profesora de literatura, es doctora en literatura y comunicación por la Universidad de Sevilla, Programa Interdisciplinar en Estudios Culturales; licenciada en letras españolas y en ciencias de la información por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Fue ganadora ex aequo del XXVII Premio de Escritores Noveles de la Diputación de Jaén (2017). Es autora de los libros Las alas doradas de Bruno Schulz (Armas y Letras, 2016) y Lugares para huir de la oscuridad. Espacios absolutamente otros en torno a la guerra (Diputación Provincial de Jaén, 2018). También co-editora del libro Afpunmapu/ Fronteras/ Borderlands: Poéticas de la frontera Chile-México (Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2015).

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