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Diluvios
Por Luis Fernando Rangel
hoy llueve mucho, mucho,
y pareciera que están lavando el mundo
mi vecino de al lado mira la lluvia
y piensa escribir una carta de amor
Juan Gelman
¿Aquella noche estaba lloviendo? No lo recuerdo. Días antes llovió y la ciudad se volvió un caos. Esta ciudad no soporta más de una hora de lluvia porque enseguida comienzan los choques y las inundaciones. Ese día inclusive llegué a bromear con un diluvio. Le dije a Eva que el mundo se iba a terminar:
—A lo mucho nos quedan siete días.
Decirlo era el pretexto perfecto para justificar el amor inmediato: hay que amarnos ahora porque el mundo se va a acabar. Eva no dijo nada. Simplemente sonrió, como siempre. Era el primer día y el fin del mundo estaba por comenzar. Por eso quise besarla.
¿Qué recuerdo de esa noche? Salimos a un bar al centro de la ciudad, famoso porque los meseros duplicaban la cuenta. Pero a mí no me importaba porque a ella le gustaba el lugar. Desde ahí la ciudad parecía bonita. Además, me permitiría decir —como un adolescente que adora los lugares comunes y peca, con simplicidad, al momento de ligar —Qué bonito paisaje y verla directamente al rostro hasta que se sonrojara.
Esa noche traté de mantenerme lo suficientemente sobrio para no hacer el ridículo y poder hacer cuentas: cuatro vasos de azteca de oro, seis cervezas negra modelo, dos caballitos de tequila, una margarita, una copa de sidra, cuatro shots de una bebida de la cual no recuerdo el nombre. Sin embargo, el calor se me fue trepando por el rostro, como a ella, en ese aletargamiento agradable del alcohol. Por eso, al regresar a casa, mientras estábamos adentro del auto y con la desinhibición que otorga la ebriedad, le pregunté si podía besarla. Ella aceptó y nos besamos desesperadamente. La besé como reclamándole al tiempo lo mucho que esperé ese momento. Luego, con la incertidumbre de lo ocurrido, bajé del auto y entré a casa. Después escuché el ruido del motor. Se marchó.
Creo que eso fue un lunes. Algunas cosas no las recuerdo bien. Recuerdo, sin embargo, otros detalles. La conocí en los años de preparatoria. En ese entonces yo era un adolescente escuálido y tímido; ella, una niña pequeña, de lentes de pasta y con el cabello perfectamente alborotado. Con el pasar de los años comencé a pensar que ella era cada día más bonita. Luego dejé de verla el día en que la expulsaron de la escuela. De lo que sucedió conmigo prefiero no hablar mucho. Los años de preparatoria no fueron muy buenos. La universidad me sentó mejor. En ese entonces me gustaba salir a cafés y leer libros en los jardines del campus universitario, como a todos los alumnos esnobistas de literatura. Luego comencé a odiarlos. Todos se veían tan estúpidos con su superioridad moral e intelectual.
Ahora otra vez está lloviendo. Eva se despide de mí. Me besa la frente y sonríe. Enciende el automóvil y yo, quieto, la veo irse mientras la lluvia comienza a empaparme. No recuerdo si aquella noche llovía. Esta noche llueve y no puedo dejar de pensar en la primera vez que la besé. Estábamos adentro de un auto. Ahí nada podía mojarnos. Quizá afuera el mundo podría estar acabándose, pero yo no me iba a dar cuenta.
Suspiro. No sé si Eva regrese. El mundo, a fin de cuentas, no se terminó.
Luis Fernando Rangel es licenciado en letras españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Es autor de los libros Hotel Sputnik (Tintanueva, 2016), Poemas para un lugar común (ICM Chihuahua, 2018), Los líricamente desmadrados (Ediciones O, 2020) y Dibujar el fin del mundo (UACH, 2019). Coordinó la antología de poemas No haremos obra perdurable (Sangre ediciones, 2019). Ha publicado en revistas y suplementos culturales: Tierra Adentro, Visita al patio, Punto en línea, Punto de Partida, Himen, Pliego16, Estilo Mápula, Hybris, Morbífica, Tragaluz, Sophía, entre otras. Actualmente es jefe de Unidad Editorial en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH, director editorial de Sangre edciones, editor de las revistas Metamorfosis y Fósforo, así como conductor del programa radiofónico El pensador.
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