los martes
Desempate
Por Andrés Espinosa
Becerra
Dejamos de ser chamacos. Éramos ya cabrones. Estaba en la cancha con Baldo
y Arturo.
El sol suele ser doloroso después de las diez de la mañana y solamente la
vista ofrece la frescura del cerro del Gallego, a la distancia. Tirando la
bola, tirando, encestando largo rato, haciendo tiros a la canasta.
Por el camino entre las canchas de futbol vienen caminando Adrián, Pablo y
el Marciano. Seguros, firmes, hablando poco.
Dejamos de tirar. Veíamos en la canasta contraria los tiros certerísimos.
Pablo no dejaba que el balón oliera el aro; Marcos, serio, angulaba sus tiros
con el tablero; Adrián dejaba ir su mole en precisos triples.
Era el encuentro. Los grandes contra los jovencitos mamones, orgullosos.
El sol daba trapazos calientes sobre la cancha. Lo encestes caían. Baldo
anotaba, yo anotaba; Arturo, muy serio, lograba encestes impensados.
La sonrisa de Adrián era como sepultura. Prodigaba pases al Marciano y a
Pablo. El golpe del balón en el aro era igual que el sol caliente. Siempre
ellos arriba en el marcador arriba de nosotros que jugábamos como nuca, casi
ofendiéndolos.
Empatados en el marcador. No lo podíamos creer. Nos propusieron un descanso
para tomar agua. No lo aceptamos.
Reanudamos el encuentro para definirlo.
Al fondo Baldo trataba de cubrir el fuerte cuerpo de Adrián bajo el aro,
Arturo manoteaba frente a Pablo; frente a mí el Marciano quedó solo, libre para
lanzar el enceste definitivo.
Término del encuentro.
Recogieron sus cosas y caminaron hacia la avenida Once.
Adrián siempre con su camiseta en el hombro derecho.
Platicaban sus cosas, iban platicando de sus cosas.
Acompañaron al Marciano porque se iba a Coscomatepec.
Baldo tomó el balón y comenzó a tirar al aro. Fuimos con él para hacer lo
mismo, callados.
La memoria rescata algunas cosas.
El Marciano nunca hizo el tiro.
Lanzó un pase inexplicable a Pablo, con sus acostumbrados movimientos de
negro; él se lanzó hacia atrás lejos de los largos brazos de Arturo y la pelota
trazó una comba perfecta que perforó en silencio la negrura del aro.
Andrés Espinosa Becerra, Córdoba, Veracruz 1958, hizo estudios de literatura hispanoamericana. Tiene tres libros de poesía publicados: Quinteto para un pretérito (1996), en coautoría con otros autores; Los días que no duermen (2004) y Una casa con silencio y patio (2019). En 1996 gana el premio Cuauhtémoc de poesía con Domingo Siboney. Tiene algunos proyectos en espera de aparecer, como El ramalazo de los recuerdos y El árbol de los ciruelos.
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