miércoles, 18 de agosto de 2021

Victoria Montemayor Galicia. Ágata

 

Ágata

 

 

Por Victoria Montemayor Galicia

 

 

Después de un día de arduo trabajo intelectual, Ágata sólo deseaba llegar a casa, abrazar a su gato negro y sentarse en el sillón a escuchar música con una copa de vino tinto entre sus manos. Después de haber estudiado a los griegos esa tarde, deseaba estar en Cnosos, recorrer el palacio del Rey, sentarse en la sala del trono, cruzar la puerta de los leones, adentrarse en el laberinto, sentir la brisa marina recorrer su cuerpo, pero no. Al menos ese año era imposible el viaje, la pandemia, la crisis.

Se recostó en el sillón con la copa de vino mientras su gato ronroneaba entre sus piernas exigiendo sus caricias. Ágata se adentró en el dédalo de sus pensamientos.

Saber querer, querer osar ¿Será la locura una expresión desenfrenada de inteligencia?¿La libertad es tan solo un espejismo que se pierde en el vacío de la existencia? Saber callar para buscar una verdadera comunicación con nuestro Yo superior y el ser supremo…

Durante siglos el hombre buscó a la divinidad, tanto que los griegos forjaron a sus dioses a su imagen y semejanza, con virtudes y pasiones, quizá más vicios que virtudes. En la Grecia arcaica los gobernantes y la gente consultaban a los oráculos, y las pitonisas dictaban la voz de los dioses, del destino era la sentencia. Ahora el hombre se ha perdido fuera de sí mismo. La inscripción de la escuela de Platón decía “conócete a ti mismo”.

¿Qué es lo que nos forma?

¿A dónde se han ido la inteligencia y la reflexión?

La sabiduría es el don más preciado, decía el rey Salomón. Que sea la sabiduría tu amiga, rezan los proverbios. En la mal llamada etapa oscurantista, allá en la lejana Edad Media hubo mucha luz. En aquella época se desarrollaron corrientes de pensamiento, se estudió la botánica, los clérigos mismos dieron vida a un estilo poético: el místico, el confesional. Llegó el Renacimiento y florecieron las artes y las letras. El pensador italiano Giovanni Pico della Mirándola, exaltó la dignidad humana, la importancia del hombre en el centro del Universo, pero, ¿y la de la mujer?

¡Vaya papelito el de la mujer! Su importancia radicaba en la procreación y educación.

Ágata tomaba el vino. Menos mal que no nací en esa época. Algunas mujeres con rango aristocrático como Leonor de Aquitania, o Cristine de Pisan tuvieron otra educación, lograron cosas que otras por su rango social no pudieron. Jeanne D’Arc, la doncella de Orleans, condujo al ejército francés para poner en el trono a Carlos de Valois y mira lo que le pasó, la quemaron en la hoguera, por bruja, no por loca. Vestirse de hombre y tomar las armas era un atrevimiento, un desafío al stablishment, o ¿habrá sido locura? –pensó.

Encendió la televisión. Desfilaban las modelos de Liverpool, de Palacio de Hierro: una hermosa mujer vestida de negro y maquillaje dramático arroja un ramo de rosas al espejo, “es más fácil conquistar a un hombre que a un espejo” ¿Será? ¡Vaya mundo de la moda! Aunque pensándolo bien, siempre ha existido la moda.

Ágata pensaba en las esculturas griegas, en su amor por la perfección, en su peplo.

─¿Será por eso que nunca estamos contentas con nuestro cuerpo?

“Comparaba después mi talla con la de las estrellas de cine. No daba la medida.” Nunca nada era suficiente. Mira que la Sexton era hermosa, modelo y poeta; pero terminó suicidándose… ¡Qué compleja es la mente! Dédalo inexorable de neuronas y neurosis, psicosis.

El espejo se quebró. Las rosas del jarrón se desparramaron por la alfombra. Otra vez el gato, pensó. Ágata salió de sus pensamientos, cruzó el pasillo y se detuvo frente al espejo, ¿de dónde sacó ese vestido blanco? ¿Cuándo se recogió el cabello? ¿Y las sandalias?

Tocó su cuerpo tratando de cerciorarse que en realidad era ella, no la otra. Sus mismos ojos castaños, sus mismos labios, el tono de piel más oscurecido, la luz ─pensó. Nunca se había percatado que los libros fueran tan peligrosos, la locura, Sancho, te bifurca.

La noche era cálida, las estrellas fulguraban, una brisa suave entraba por la ventana. Ágata se asomó al espejo, del otro lado un mar turquesa la esperaba.

 






Victoria María Montemayor Galicia es licenciada en lengua y literatura modernas letras Italianas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, a punto de graduarse de la maestría en humanidades por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Ponente en congresos de literatura mexicana contemporánea celebrados en UTEP y en el XVII Congreso de la Asociación Internacional de Teatro Español y Novohispano de los Siglos de Oro, celebrado en Queens College, NY. Traductora del libro Políticas de la identidad en el otro occidente, la etnización de la política en la América indígena, (México, Ecuador y Bolivia) de Piero Gorza. Es autora del libro Besos en el viento: De otoño, invierno y otras estaciones. Actualmente es profesora de literatura en la Universidad Autónoma de Chihuahua.

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