Ágata
Por Victoria
Montemayor Galicia
Después de un día
de arduo trabajo intelectual, Ágata sólo deseaba llegar a casa, abrazar a su
gato negro y sentarse en el sillón a escuchar música con una copa de vino tinto
entre sus manos. Después de haber estudiado a los griegos esa tarde, deseaba estar
en Cnosos, recorrer el palacio del Rey, sentarse en la sala del trono, cruzar
la puerta de los leones, adentrarse en el laberinto, sentir la brisa marina
recorrer su cuerpo, pero no. Al menos ese año era imposible el viaje, la
pandemia, la crisis.
Se recostó en el
sillón con la copa de vino mientras su gato ronroneaba entre sus piernas exigiendo
sus caricias. Ágata se adentró en el dédalo de sus pensamientos.
Saber querer,
querer osar ¿Será la locura una expresión desenfrenada de inteligencia?¿La libertad
es tan solo un espejismo que se pierde en el vacío de la existencia? Saber
callar para buscar una verdadera comunicación con nuestro Yo superior y el ser
supremo…
Durante siglos el
hombre buscó a la divinidad, tanto que los griegos forjaron a sus dioses a su
imagen y semejanza, con virtudes y pasiones, quizá más vicios que virtudes. En
la Grecia arcaica los gobernantes y la gente consultaban a los oráculos, y las
pitonisas dictaban la voz de los dioses, del destino era la sentencia. Ahora el
hombre se ha perdido fuera de sí mismo. La inscripción de la escuela de Platón
decía “conócete a ti mismo”.
¿Qué es lo que
nos forma?
¿A dónde se han
ido la inteligencia y la reflexión?
La sabiduría es
el don más preciado, decía el rey Salomón. Que sea la sabiduría tu amiga, rezan
los proverbios. En la mal llamada etapa oscurantista, allá en la lejana Edad
Media hubo mucha luz. En aquella época se desarrollaron corrientes de pensamiento,
se estudió la botánica, los clérigos mismos dieron vida a un estilo poético: el
místico, el confesional. Llegó el Renacimiento y florecieron las artes y las letras.
El pensador italiano Giovanni Pico della Mirándola, exaltó la dignidad humana,
la importancia del hombre en el centro del Universo, pero, ¿y la de la mujer?
¡Vaya papelito el
de la mujer! Su importancia radicaba en la procreación y educación.
Ágata tomaba el
vino. Menos mal que no nací en esa época. Algunas mujeres con rango aristocrático
como Leonor de Aquitania, o Cristine de Pisan tuvieron otra educación, lograron
cosas que otras por su rango social no pudieron. Jeanne D’Arc, la doncella de Orleans,
condujo al ejército francés para poner en el trono a Carlos de Valois y mira lo
que le pasó, la quemaron en la hoguera, por bruja, no por loca. Vestirse de
hombre y tomar las armas era un atrevimiento, un desafío al stablishment, o
¿habrá sido locura? –pensó.
Encendió la
televisión. Desfilaban las modelos de Liverpool, de Palacio de Hierro: una hermosa
mujer vestida de negro y maquillaje dramático arroja un ramo de rosas al espejo,
“es más fácil conquistar a un hombre que a un espejo” ¿Será? ¡Vaya mundo de la
moda! Aunque pensándolo bien, siempre ha existido la moda.
Ágata pensaba en
las esculturas griegas, en su amor por la perfección, en su peplo.
─¿Será por eso
que nunca estamos contentas con nuestro cuerpo?
“Comparaba después
mi talla con la de las estrellas de cine. No daba la medida.” Nunca nada era suficiente.
Mira que la Sexton era hermosa, modelo y poeta; pero terminó suicidándose… ¡Qué
compleja es la mente! Dédalo inexorable de neuronas y neurosis, psicosis.
El espejo se
quebró. Las rosas del jarrón se desparramaron por la alfombra. Otra vez el
gato, pensó. Ágata salió de sus pensamientos, cruzó el pasillo y se detuvo
frente al espejo, ¿de dónde sacó ese vestido blanco? ¿Cuándo se recogió el
cabello? ¿Y las sandalias?
Tocó su cuerpo
tratando de cerciorarse que en realidad era ella, no la otra. Sus mismos ojos
castaños, sus mismos labios, el tono de piel más oscurecido, la luz ─pensó. Nunca
se había percatado que los libros fueran tan peligrosos, la locura, Sancho, te
bifurca.
La noche era
cálida, las estrellas fulguraban, una brisa suave entraba por la ventana. Ágata
se asomó al espejo, del otro lado un mar turquesa la esperaba.
Victoria María Montemayor Galicia es licenciada en lengua y literatura modernas letras Italianas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, a punto de graduarse de la maestría en humanidades por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Ponente en congresos de literatura mexicana contemporánea celebrados en UTEP y en el XVII Congreso de la Asociación Internacional de Teatro Español y Novohispano de los Siglos de Oro, celebrado en Queens College, NY. Traductora del libro Políticas de la identidad en el otro occidente, la etnización de la política en la América indígena, (México, Ecuador y Bolivia) de Piero Gorza. Es autora del libro Besos en el viento: De otoño, invierno y otras estaciones. Actualmente es profesora de literatura en la Universidad Autónoma de Chihuahua.
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