viernes, 6 de agosto de 2021

Lilvia Soto. Suite Vietnam

 

Suite Vietnam

 

 

Por Lilvia Soto

 

 

 

 

Este suite fue inspirado por Futility--Self-Portrait, multimedia, Key West, Florida, 2003; Vietnam 1965, óleo sobre lienzo, Key West, Florida, 2003, y otros cuadros de Major Benton. Está dedicado a los veteranos de Vietnam.

 

 

 

 

I. Vietnam

 

El Marino

esconde su vergüenza tras el azul, rojo y blanco de su andrajosa bandera.

Henchido de idealismo luchó, mató,

vio a sus amigos explotar, caer a su lado hechos trizas.

 

De veintidós años y tan viejo como el primer guerrero,

desploma su larguirucho cuerpo en la dura silla de madera, 

mira hacia la nada.

 

Sus heridas de metralla cicatrizan,

su puño siente aún la sangre, la pegajosa rabia,

su alma, la condena.

 

 

El Veterano

despierta con explosiones en la almohada

rehuye la amistad

erige muros, cava fosos.

 

La Administración de los Veteranos dice

que sufre de un desorden postraumático,

los que lo aman dicen que los rechaza.

Él lucha contra el terror de la noche.

 

 

El Pintor

crece un pincel en los dedos

vasos cordiales que sangran, lloran, gritan

en el lienzo.

 

Con audaces pinceladas de anaranjados rabiosos,

verdes opresivos, negros ominosos,

revela el tormento de su alma,

la ignominia de su patria.

 

Su torrente de sangre es bayoneta acerada,

pie cercenado,

serpiente enroscada.

 

Con blancos de esperanza,

con azules eléctricos,

toca un blues-roc

de terceras y séptimas sostenidas,

energía cambiante,

melancolías que anidan

en la mirada más azul

del pájaro sacramental.

 

 

 

 

II.  Madre Patria, 2009

 

 

América, América la bella,

dulce tierra de la libertad,

te robaron a los indios,

los mexicanos, los españoles,

y la mitad de los pueblos de la tierra.

 

Eres la más próspera,

la que se construyó

con el sudor de inmigrantes y de esclavos,

las lágrimas de las madres,

la soledad de los amantes,

los cuerpos rotos y las almas deshechas

de los hijos que mandas al desierto y a la jungla

a pelear tus caprichosas guerras,

llenar los cofres de tus líderes,

alimentar tu ego de rapiña.

 

Les enseñas patriotismo y los mandas a morir por ti,

su desalmada madre patria.

Inviertes un mínimo en su salud, su educación, su amor.

¿Para qué gastar tu tesoro en alguien que verás muerto a los dieciocho

o a los veinte?

 

Si vuelven con el cuerpo herido,

les escatimas los cuidados médicos.

¿Para qué preocuparse por alguien

que no volverá a luchar en otra guerra?

 

Si regresan con el espíritu deshecho,

les llamas cobardes

y como al Minotauro los escondes

en el laberinto de tu traición.

¿Para qué cuidar a alguien

que solo sirve para luchar con sus fantasmas?

 

Y a pesar de todo tus hijos te aman

y están dispuestos a expiar tus pecados.

 

Este hijo, tu hijo, ha durante años

lavado su ropa con agua,

vestido su cuerpo de lino sagrado,

imaginado las injusticias,

revivido la desesperación,

escuchado los gritos de sus hermanos,

las maldiciones de los sobrevivientes.

 

Este hijo, tu hijo, ha durante años

caminado en el desierto y

derramado la sangre de su corazón.

Ha confesado sus iniquidades,

las ha untado en su cabeza.

 

Ha sobrellevado por ti, por nosotros,

la vergüenza, nuestra vergüenza.

 

Pero mientras este hijo, tu hijo,

quema piel, carne, y sangre

en el altar de su sufrimiento,

tú mandas a sus hermanos

a luchar en otra guerra.

 

 

 

 

III. Autorretrato

 

Con su mano abierta

dibuja

su mano hecha puño

como candado herrumbroso

que encierra

las líneas de su larga vida.

 

Viste el uniforme de guerra

del temido marino

del odiado agresor.

 

Bajo su bandera imperial

esconde

su cara de muchacho humillado. 

 

A su lado,

como leve fantasma

se insinúa el perfil de otra cara,

de piel amarilla, 

ojos sesgados.

 

Es el rostro

de su hermano enemigo,

el vietnamita a quien mató,

el que mató

a sus camaradas hermanos,

el que lo acompaña

desde aquellos días

en sus pesadillas,

en sus lejanías.

 

 

 

 

IV.  Líneas

 

 

¡oh inteligencia, páramo de espejos!

helada emanación de rosas pétreas

en la cumbre de un tiempo paralítico;

pulso sellado . . .

- José Gorostiza, Muerte sin fin

 

 

Con tu mano en la suya

la hechicera te anuncia

una larga vida

llena de aventuras.

Tuviste una.

La recorres

paso a paso,

durante cuarenta años

recorres tu aventura.

Prisionero en tu piel,

vislumbras en la mancha del color

tu libertad.

Trazas

las espinas del grito,

el balbuceo del túnel,

la emboscada naranja.

Como herrumbroso candado,

tu mano esposa el azar,

traza líneas luminosas,

pigmento ascético y,

pincelada a pincelada,

hace nudo el verano en la rama.

Dibuja

un más acá de pájaro tras rejas,

un más allá de azul sin alas,

transparencia sin cielo,

corazón sin percha verde,

risa en desbandada.

 






Lilvia Soto nació en Nuevo Casas Grandes, emigró a Estados Unidos a los 15 años, reside en Philadelphia, Pennsylvania. Tiene un doctorado en lengua y literatura hispánica de Stonybrook University en Long Island, Nueva York. Ha enseñado literatura y creación literaria en Harvard y en otras universidades norteamericanas. Fue cofundadora y directora de La Casa Latina: The University of Pennsylvania Center for Hispanic Excellence. Fue directora residente de un programa de estudios en el extranjero de las universidades Cornell, Michigan y Pennsylvania en Sevilla, España.

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