Suite Vietnam
Por Lilvia Soto
Este suite fue inspirado por Futility--Self-Portrait,
multimedia, Key West, Florida, 2003; Vietnam 1965, óleo sobre lienzo, Key
West, Florida, 2003, y otros cuadros de Major Benton. Está dedicado a los veteranos de Vietnam.
I. Vietnam
El Marino
esconde su vergüenza tras el azul, rojo y
blanco de su andrajosa bandera.
Henchido de idealismo luchó, mató,
vio a sus amigos explotar, caer a su lado
hechos trizas.
De veintidós años y tan viejo como el primer
guerrero,
desploma su larguirucho cuerpo en la dura
silla de madera,
mira hacia la nada.
Sus heridas de metralla cicatrizan,
su puño siente aún la sangre, la pegajosa
rabia,
su alma, la condena.
El Veterano
despierta con explosiones en la almohada
rehuye la amistad
erige muros, cava fosos.
La Administración de los Veteranos dice
que sufre de un desorden postraumático,
los que lo aman dicen que los rechaza.
Él lucha contra el terror de la noche.
El Pintor
crece un pincel en los dedos
vasos cordiales que sangran, lloran, gritan
en el lienzo.
Con audaces pinceladas de anaranjados
rabiosos,
verdes opresivos, negros ominosos,
revela el tormento de su alma,
la ignominia de su patria.
Su torrente de sangre es bayoneta acerada,
pie cercenado,
serpiente enroscada.
Con blancos de esperanza,
con azules eléctricos,
toca un blues-roc
de terceras y séptimas sostenidas,
energía cambiante,
melancolías que anidan
en la mirada más azul
del pájaro sacramental.
II. Madre
Patria, 2009
América, América la bella,
dulce tierra de la libertad,
te robaron a los indios,
los mexicanos, los españoles,
y la mitad de los pueblos de la tierra.
Eres la más próspera,
la que se construyó
con el sudor de inmigrantes y de esclavos,
las lágrimas de las madres,
la soledad de los amantes,
los cuerpos rotos y las almas deshechas
de los hijos que mandas al desierto y a la
jungla
a pelear tus caprichosas guerras,
llenar los cofres de tus líderes,
alimentar tu ego de rapiña.
Les enseñas patriotismo y los mandas a morir
por ti,
su desalmada madre patria.
Inviertes un mínimo en su salud, su
educación, su amor.
¿Para qué gastar tu tesoro en alguien que
verás muerto a los dieciocho
o a los veinte?
Si vuelven con el cuerpo herido,
les escatimas los cuidados médicos.
¿Para qué preocuparse por alguien
que no volverá a luchar en otra guerra?
Si regresan con el espíritu deshecho,
les llamas cobardes
y como al Minotauro los escondes
en el laberinto de tu traición.
¿Para qué cuidar a alguien
que solo sirve para luchar con sus fantasmas?
Y a pesar de todo tus hijos te aman
y están dispuestos a expiar tus pecados.
Este hijo, tu hijo, ha durante años
lavado su ropa con agua,
vestido su cuerpo de lino sagrado,
imaginado las injusticias,
revivido la desesperación,
escuchado los gritos de sus hermanos,
las maldiciones de los sobrevivientes.
Este hijo, tu hijo, ha durante años
caminado en el desierto y
derramado la sangre de su corazón.
Ha confesado sus iniquidades,
las ha untado en su cabeza.
Ha sobrellevado por ti, por nosotros,
la vergüenza, nuestra vergüenza.
Pero mientras este hijo, tu hijo,
quema piel, carne, y sangre
en el altar de su sufrimiento,
tú mandas a sus hermanos
a luchar en otra guerra.
III. Autorretrato
Con su mano abierta
dibuja
su mano hecha puño
como candado herrumbroso
que encierra
las líneas de su larga vida.
Viste el uniforme de guerra
del temido marino
del odiado agresor.
Bajo su bandera imperial
esconde
su cara de muchacho humillado.
A su lado,
como leve fantasma
se insinúa el perfil de otra cara,
de piel amarilla,
ojos sesgados.
Es el rostro
de su hermano enemigo,
el vietnamita a quien mató,
el que mató
a sus camaradas hermanos,
el que lo acompaña
desde aquellos días
en sus pesadillas,
en sus lejanías.
IV. Líneas
‒¡oh inteligencia, páramo de espejos!
helada emanación de rosas pétreas
en la cumbre de un tiempo paralítico;
pulso sellado . . .
- José Gorostiza, Muerte sin fin
Con tu mano en la suya
la hechicera te anuncia
una larga vida
llena de aventuras.
Tuviste una.
La recorres
paso a paso,
durante cuarenta años
recorres tu aventura.
Prisionero en tu piel,
vislumbras en la mancha del color
tu libertad.
Trazas
las espinas del grito,
el balbuceo del túnel,
la emboscada naranja.
Como herrumbroso candado,
tu mano esposa el azar,
traza líneas luminosas,
pigmento ascético y,
pincelada a pincelada,
hace nudo el verano en la rama.
Dibuja
un más acá de pájaro tras rejas,
un más allá de azul sin alas,
transparencia sin cielo,
corazón sin percha verde,
risa en desbandada.
Lilvia Soto nació en Nuevo Casas Grandes, emigró a Estados Unidos a los 15 años, reside en Philadelphia, Pennsylvania. Tiene un doctorado en lengua y literatura hispánica de Stonybrook University en Long Island, Nueva York. Ha enseñado literatura y creación literaria en Harvard y en otras universidades norteamericanas. Fue cofundadora y directora de La Casa Latina: The University of Pennsylvania Center for Hispanic Excellence. Fue directora residente de un programa de estudios en el extranjero de las universidades Cornell, Michigan y Pennsylvania en Sevilla, España.
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