v/ lfr
La otra revolución
Por Luis Fernando Rangel
La noche llegó pronto. Sobre la calle, los faroles
estaban apagados. Un grupo de soldados estaban en el cuartel esperando.
Sigilosos. No querían ni una vela encendida. Estaban esperando el golpe que los
revolucionarios planeaban dar. Se enteraron esa tarde; Ignacio, un hombre del
pueblo más cercano, fue y les soltó todita la verdad; es cantó con santo y seña
lo que iban a realizar.
—Mire —le dijo al coronel—, van a esperar que pase el
tren y cuando comience a pitar van a lanzarse sobre el cuartel a tirar plomazos
hasta que tumben a los de la puerta para poder meterse.
El coronel le veía fijamente: con los ojos grandes. Lo
repasaba detenidamente desviando la mirada de vez en vez a la ventana.
—Y una vez adentro, pues ya saben lo que van a hacer. Yo
nomás le digo, allá en el pueblo ya hicieron sus desastres, a mí me robaron
todo lo de la tienda, pero a mi hermana, nombre, hasta le robaron a su hija.
—Ajá —asentía el coronel, a ratos regresaba la mirada a
sus subalternos. Y de nuevo fijaba los ojos en el pueblerino—, ¿es todo?
—Sí —dijo Ignacio. Apretaba la boca y entre las manos
sostenía un pañuelo. Los pies, juntos, temblaba—, es todo.
—Bueno —finalizó el capitán—, gracias.
Apenas dijo esto, sacó la pistola y le tiró un plomazo en
la frente ante el asombro de los presentes. El cuerpo se desplomó: bajo su
sombra, un charco de sangre. Los soldados se veían entre sí. Ignacio alcanzó a
decir, con un hilo de sangre, que los revolucionarios ya venían.
—Ahora sí, cabrones —les gritó a los soldados—, ya saben
qué hacer. Afuera se me ponen los más pendejos y adentro se me ponen vivos para
cuando escuchen los plomazos. Por lo pronto me iré a dormir, tengo que estar
descansado para cuando lleguen aquellos revoltosos y poder chingármelos con
calma —finalizó.
Dirigió sus pasos a uno de los cuartos y, sin quitarse el
uniforme, se acostó a dormir. Su cuerpo cayó sobre la cama como había caído el
cuerpo de Ignacio.
Cuando el coronel despertó, el sol ya estaba despuntando.
Entonces se dio cuenta de que el campamento estaba vacío. Los soldados habían
escapado y ya casi era hora de que los revolucionarios llegaran.
En el piso, con el plomazo en la frente, el soplón seguía
con la boca bien abierta.
Luis Fernando Rangel es licenciado en letras españolas por la Universidad Autónoma de Chihuahua. Actualmente es Jefe de Unidad Editorial en la Facultad de Filosofía y Letras de la UACH, donde es editor responsable de la revista Metamorfosis y conductor del programa radiofónico El Pensador en Radio Universidad. Es autor de los libros Hotel Sputnik, Conversación de dos gatos, Poemas para un Lugar Común, Dibujar el fin del mundo y Los líricamente desmadrados. En 2019 coordinó el taller de poesía y la antología No haremos obra perdurable. Recientemente obtuvo el IV Premio Nacional de Poesía Germán List Arzubide con la obra Corridos de caballos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario