Aquel suceso, un maestro que no podré olvidar
Por Viviana Mendoza Hernández
Estamos
a mediados de febrero y me preguntas si lo recuerdo.
¡Por
supuesto!
Deja
que aproveche tu pregunta y nuestro encuentro en esta fila de personas
enmascaradas, con las manos llenas de presentes, para platicar lo que un simple
encuentro puede significar.
La
tarde que lo conocí no imaginaba lo que llegaría a ser para mí ese tipo alto,
llamativo y brillante como una vara de luces de bengala, alguien que se
mostraba tan extrovertido que me intimidaba y servía de reto para llevarle el
paso.
¿Te
comenté alguna vez que logró hacerme reír con toda esa energía?
Basta
que leas una sola de sus publicaciones para que te des cuenta de por qué me
deslumbró.
Lo
seguí como una polilla a una lámpara en aquellas clases, y también cuando
salimos a conocer nuevos espacios. Tenemos amigos en común y me presentó a otros
que ampliaron mi horizonte, como nunca me imaginé la tarde que me acerqué con un
café recalentado y lleno de azúcar a preguntarle si podía entrar a su
mundo.
Volví
al cine, al teatro, a las calles a compartir el mundo desde otra perspectiva
gracias a esa conversación al final de clase en un taller que al que me colé
gracias a una amiga de la facultad. Las noches se llenaron de anécdotas y
búsquedas de historias que valieran la pena para compartir. Verlo ser llenaba
la habitación en cuanto llegaba, como las jacarandas tiñen los espacios de la
ciudad donde fui niña.
¿Por
qué me fui?
Eso
es difícil de explicar.
Una
tarde hablé con un antiguo amor platónico (de los que marcan las expectativas
que tendrás) y me hizo la pregunta más directa e inesperada de todas las que
anticipé con su llegada, hablando de lo mucho que aprendía junto a él, de su
deseo de ayudar a otros, su experiencia y don de gentes y miles de detalles más
que lo hacen tan especial. Una pregunta que se sumó a otras más como la luz que
causa un alud que transforma todo el paisaje y lo obliga a reiniciar.
—¿Eres
feliz?
Para
mentirle a alguien que conoce lo peor de tu vida, hay que mentirte bien.
—Algo falta —respondí sin pensar.
— Entonces, no —dijo él, y ladeó la cabeza con una
mueca que anticipaba tormenta.
Le pedí que cambiáramos de tema, no quería desperdiciar
el tiempo en lo que podría terminar en pelea con alguien que no tenía que ver
con esa situación.
La duda comenzó a generar grietas, a extenderse en
los momentos de soledad. Me obligó a verme y a pensar en lo que necesitaba y él
no me podía dar.
Ya
no recuerdo cómo terminé de alejarme.
Fue
en Paquimé, yo sola y llena de dudas frente a unas ruinas hechas de tierra que
alguna vez fueron una opulenta ciudad. Al frente, un horizonte extenso y el
viento fresco en mi rostro mientras caminaba entre los poblados que forman una
entidad conocida como Pueblo Mágico.
Miré
el campo junto a las vías y encontré el blanco del algodón entre el café y
verde de la tierra, con el blanco de las nubes en el cielo tan azul como dicen
que solo se ve en Chihuahua.
Entendí
que la soledad que sentía con él era la de mis expectativas de que me guiara
por un camino que ya era mío.
Hace
años de ese momento.
Hay
algo de lo que me arrepiento.
Una
sola cosa que necesito que me ayudes a solucionar.
Por
favor comparte con él un buen café, galletas, pastel, lo que sea. A ti no te lo
negará. Dile que no olvido lo bueno que fue conmigo, lo bueno que es con todos.
¡Ya
es tu turno!
Sí.
También me alegra verte. Ya tengo tu número de teléfono, a ver cuándo nos
mandamos un Whatsap y nos ponemos de acuerdo para volver a platicar.
Viviana Y. Mendoza Hernández es egresada de la Facultad de Letras de la UACH, es autora de la novela Buscando una vida normal publicada en 2007 por la editorial de la misma universidad, así como algunos textos de sus tiempos como estudiante. Ha participado en diversas actividades de promoción y difusión cultural, así como de lecto-escritura para educación básica. Actualmente colabora (entre otros espacios digitales) en el periódico digital El Devenir de Chihuahua en la sección de cultura.
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