Sophía Loren: Una belleza de posguerra
(breve reseña de una vida)
Por Roberto Castillo Udiarte
I
Desde aquí, frente al
mar Pacífico, te escribo mientras el sol invernal entra por la ventana: Sofía
Scicolone Villani. Pudiste llevar otro nombre, pero Romilda, tu hermosa madre,
así te bautizó, como a su suegra Sofía, la abuela indiferente; y aunque fue en
Roma la ciudad donde naciste, fue Pozzuoli, costa italiana, escenario infantil de
tus hambres y temores durante la Segunda Guerra Mundial, el dolor por la
indiferencia de tu padre altivo, las escenas neuróticas de tu mamaíta, Romilda,
y la compañía de María, tu hermanita la menor.
“Tenía seis años
cuando estalló la guerra y once al finalizar, mi mente ya estaba llena de imágenes
que no podré olvidar nunca. El sonido de bombas, el de las sirenas antiaéreas y
el vacío del hambre forman parte de mis primeros recuerdos. También el frío y
la oscuridad más densa. A veces, de repente, el miedo vuelve a aparecer y,
aunque parezca mentira, todavía duermo con la luz encendida.”
Sin embargo, “era el
olor a hogar, el olor a familia, un olor que nos protegía, nos defendía de las
bombas, de la muerte y de la violencia.” Así lo escribes.
II
Lella, ese era el
apodo que llevaste en tu infancia, la flacucha que creía ser la patita fea del pueblo;
y los bombardeos y los abusos de los fascistas marcaron tus sueños de reina para
siempre. Sin embargo, tus sueños fueron limpios, altos, espigados como fue tu cuerpo
en la adolescencia.
III
“Mi ajuar era un baúl
de sabiduría y pobreza”, dices, y las fuerzas de Domenico, tu abuelo papá, y Luisa,
tu abuela mamá, te ayudaron a sobrevivir la guerra y las penurias que llegaron
a la Italia sin tú pedirlas, ajenas a tus deseos infantiles, a tus sueños de
oro.
“Mi infancia estuvo
marcada por el hambre”, nos dices, pero en tu adolescencia concursaste para
Reina del Mar vestida de tafetán rosa que, con la tela de la cortina de tu casa,
tu abuela madre Luisa confeccionó con gran orgullo; te nombraron Princesa y nadie
miró la corona de cristal que portabas feliz por las calles bajo la llovizna en
Nápoles.
IV
Pionera en las
fotonovelas italianas, tu apellido pasó de Scicolone a Lazzaro porque Stefano
Reda, editor de la revista Sogno, argumentó, con acierto, que tu belleza
era capaz de resucitar a los muertos. Eran historias de evasión para volver a
reir y llorar en el mundo de la posguerra y la reconstrucción; fuiste princesa,
camarera orgullosa, gitana seductora; la memorización de diálogos, poses,
gestos y ángulos, fueron ejercicios que te preparaban el camino para el cine.
V
“Don Carlo, es
imposible hacerle fotos. Tiene la cara demasiado corta, la boca demasiado
grande, la nariz demasiado larga.” Ese fue el eufemismo para no decirte fea porque
no cumplías los cánones de belleza que dictaba la moda de los años cuarentas. Tu
respuesta fue muy sencilla, como siempre: “Sabía que mi belleza era el
resultado de un conjunto de singularidades reunida en una sola cara, la mía.”
VI
El celuloide italiano,
(que ya competía con el cine hollywoodense con las direcciones de De Sica,
Rosi, Visconti y Rossellini y la nueva escuela “Neorrealista” y sus imágenes de
dolor y alegría de la posguerra en las calles italianas), grabó la
espontaneidad de tus movimientos que habían sido ensayados en la soledad de tus
noches: habías actuado de vendedora de pizzas y pescado.
Películas bajo las
direcciones de Giorgio Bianchi, Mario Bonard, Alberto Latuada, Comencini,
Roccardi y Mario Soldati, quien filmó La chica del río, producción de
Ponti-De Laurentiis, argumento del escritor Alberto Moravia, guión de Bassani,
Altouite y un joven Pasolini. La chica del río, película que fue llave
para entrar a ser la protagonista ante las cámaras.
VII
Hollywood te recibe
como reina. Abrumada, asistes a banquetes, cegada por los flashazos de las
cámaras de los periodistas (¡Ah!, ¡Tu rostro sorprendido ante los senos de Jane
Mansfield sobre tu plato!). Tu reencuentro con Cary Grant que hacía palpitar tu
corazón más de prisa cada vez que te mandaba, insistentemente, ramos de rosas.
Un mundo de exóticas indumentarias, Cadillacs, villas, centros comerciales,
cenas suntuosas, luces, rostros múltiples y que para ti, sin embargo, “el reino
encantado de Hollywood ocultaba aspectos grotescos que no lograba aceptar y con
los que no quería tener nada que ver.”
VIII
Vendrían Deseos
bajo los olmos, basado en una obra dramática de Eugene O’neill; luego una
comedia, Houseboat, junto a Cary Grant, con quien te casas en la
película pero, al mismo tiempo, te casas con Carlo Ponti, fuera de escena, en
la realidad.
Y los primeros
problemas: Carlo ya estaba casado, por lo cual la iglesia católica italiana los
acusa de bigamia y concubinato, el autoexilio por el simple acto de amarse,
problemas legales de una sociedad tradicionalista y reaccionaria que tardaría
casi nueve años en resolverse. El amor lo puede todo.
Y después las
filmaciones de La orquidea negra, junto a Anthony Quiin; y Esa clase
de mujer, El pistolero Cheyenne, Capri junto a Clark Gable. “Ya
era hora”, dices, “de volver a casa.”
IX
Todos los actores de
Hollywood (Clark Gable, Tyrone Power, Gary Cooper, Kirk Douglas, Frank Sinatra,
William Holden, Burt Lancaster, Gregory Peck, Anthony Quinn, John Wayne, Anthony
Perkins, Paul Newman, Marlon Brandon y otros más) y los reyes del teatro inglés
(Alec Guinness, David Niven, Peter
O’toole, Laurence Olivier, Richard Burton, Peter Sellers) se enamoraron de tu
presencia morena de humilde belleza, así como los directores del cine más
importantes de la época (Vittorio De Sica, Federico Fellini, Dino Risi,
Francesco Rosi, Robert Altman, Charly Chaplin, George Cukor, Lina Weirtmuller y
otros), y tu compañero actor de siempre, don Marcello Mastroinanni, pero tu
amor solo se debatía entre Carlo Ponti y Cary Grant, quienes pidieron tu mano
de largos dedos de reina latina pero, Carlo, al final, se convirtió en el único
dueño de tu corazón.
X
1962. Abril 10. 6.39
de la mañana, una llamada telefónica de Cary Grant para avisarte que has ganado
un Oscar por tu actuación en Dos mujeres, la mejor película del año,
ganándole a las actrices Audrey Hepburn, Natalie Wood, Geraldine Page y Piper
Laurie. (Dos mujeres o Ciociaria es una película clásica, en todo
lo que encierra este término). En el transcurso de la mañana, la prensa
internacional acosa tu casa por una entrevista. Tu mamaíta Romilda y tu hermana
María entran a empujones a tu hogar. María te entrega una plantita de albahaca
y te dice: “Para que nunca olvides de dónde vienes…”
XI
Y llegaron más películas,
pero también alegrías y tragedias: Ayer, hoy y mañana y su inolvidable
escena del strip tease; La rifa;
Los condenados de Altona; dos abortos y Siempre hay una mujer; Matrimonio
a la italiana con tu eterno esposo de escena, Marcello Mastroianni; Arabesco;
La condesa de Hong Kong de Charlie Chaplin; los nacimientos de tus hijos
Carlo y Edoardo; El hombre de la Mancha con Peter O’toole; los robos de
tus joyas en Inglaterra por un ladrón que firmaba The Cat; Los girasoles;
el intento de secuestro a tu esposo Carlo; la pesarosa muerte de Vittorio De
Sica, tu maestro y padre; la filmación de la excelente película Un día
especial actuando con el eterno Marcello y en la dirección Etore Scola; la
muerte de Riccardo Scicolone, tu padre biológico.
XII
Fuiste acusada
injustamente de evasión de impuestos, a causa de abogados y omisiones legales
y, finalmente, encarcelada, donde comenzaste un diario como forma de
liberación. “Nada es más humillante para un ser humano que privarlo de su
libertad. Nada duele más que la marginación.”
No ha habido cárcel,
robo, insidia, o la condena de las comunidades mojigatas de la iglesia católica,
que apagara tu optimismo por la vida.
XIII
Y muere tu esposo de
celuloide, don Marcello Mastroinani, y extrañarás la complicidad de travesuras
y las risas a altas horas de la noche y la preparación de las berenjenas.
Y muere tu esposo de
carne y hueso, don Carlo Ponti, y extrañarás su cariño filial, su amor callado,
su protección paternal.
Y sabes también que “la
fealdad de la muerte reside en su normalidad, pero hay algo profundamente
innatural en dejar ir a las personas que más hemos querido.” Pero la vida
sigue, “La vida es bella”, dirá tu amigo Roberto Begnini.
XIV
Así termino esta
reseña, afortunado por conocer tu gran belleza, esa sensualidad tan naturalita
en ti, y el orgullo, la humildad y la alegría con la cual caminas por este
mundo; tu conciencia por recrear en el cine el drama de la vida en la posguerra,
la memoria contra el olvido; pero también imaginándote en tu cocina, con el
aroma de los espaguettis, la salsa de
la pasta, la panzanella…
Los entrecomillados
son citas del libro escrito por Sophía Loren titulado Sophía. Ayer, hoy y
mañana. Mis memorias. (Traducción de Ana Ciurans Ferrándiz), Editorial
LUMEN, México, 2014
el róber castillo
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Roberto Castillo Udiarte estudió letras inglesas e hispánicas en la FFyL de la UNAM. Miembro del consejo de redacción de El Último Vuelo. Colaborador de El Cuento, El Mexicano, El Último Vuelo, Hojas, La Ballena, Los Universitarios, Punto de Partida, Sábado, y Siempre! Parte de su obra literaria ha sido incluida en antologías, entre ellas Tijuana. Senderos en el tiempo, Mario Ortiz Villacorta Lacave y Francisco Manuel Acuña, coordinadores; Oye cómo va; Recuento de un desencuentro y Fronteras de sal: Mar y desierto en la poesía de Baja California, UABC, 2006. Entre sus libros se cuentan Pequeño bestiario y otras miniaturas, Blues cola de lagarto, Cartografía del alma, Arritmitos o los pequeños mundos en tu piel, Nuestras vidas son otras, La pasión de Angélica según el Johnny Tecate, La esquina del Johnny Tecate Cuervo de luz y muchos otros libros más.
Maravillosas letras, me encantó.
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