El Curro
Por Jaime Chavira Ornelas
Pareciera que iba borracho, o tal vez herido, o
drogado, o ¿enfermo? El caso es que se tamaleaba de un lado a otro, pero no se
caía. Su atuendo, un saco café y pantalón crema con zapatos cafés de piel, le
daban la apariencia de un buen vestir, y de cerca se apreciaba una cuidadosa
afeitada y un corte caro de cabello, además de traer un fino reloj y una gruesa
escaba que parecía de oro. Una vez que cayo de bruces, lo esculqué: en la
cartera de cuero traía trecientos cuarenta y cinco dólares y tres mil pesos, tres
tarjetas de crédito que obviamente tomé. Le quieté todo, lo deje encuerado
(bueno, solo los calzones y la camiseta). La camisa y la corbata también se
veían de buena calidad.
La noche estaba fría y la verdad me dio lástima
dejarlo allí tirado, parecía un maniquí de tienda de alta costura, hasta
encuerado tenía buena estampa, me alejé del lugar del delito a toda prisa y me
perdí entre las sombras.
Al día siguiente dieron la noticia del encuerado que
hallaron en las calles del centro de la cuidad, estaba hospitalizado y vivo. Me
sentí bien, por qué no se congeló, se supo que era un político de largas uñas y
muy frecuentado en el medio de la farándula politiquera, que sufría de
epilepsia y esa noche andaba de farra gastando las arcas del pueblo en chicas
de mala fama y repartiendo propinas a diestra y siniestra. Pedían colaboración
de la ciudadanía para dar con el paradero del lardón que lo dejó en paños
menores tirado en la calle como un perro. Me sentí más aliviado, pues “ladrón
que roba a ladrón tiene mil años de perdón”. Guardé mi botín y seguí con mi
vida sin remordimiento alguno.
Me dirigí con los reyes de la tranza, les vendí las
tarjetas de crédito, luego fui con el mejor comprador de relojes y joyería fina
para ofrecerle la esclava y el reloj. Conseguí buen dinero y de ahí me metí a
saciar la sed al bar Boricua, después de tres cervezas me sentí tranquilo, salí
y llevé la ropa a la tintorería para después estrenar ese fino atuendo.
Llegué a la casa de Toña La Colorada para ver si tenía
algún trabajito en el que pueda hacer algo por la comunidad delictiva, ella
está bien relacionada en el medio de fraudes y demás tanzas clandestinas, y
además está muy metida en la política para estar protegida.
Me recibió El Parpado Caido y me dijo que esperara un
momento.
Me siento en un cómodo sillón de la sala y mientras
leo la revista Muy interesante donde mencionan al Chupacabras y otros
misterios de los últimos tiempos, me dice que le pase a la oficina de la
patrona. La Toña me recibe con una sonrisa de oreja a oreja y después de diez
minutos salgo con un encargo que me puede dejar una jugosa ganancia. Llevo un
maletín con doscientos mil dólares falsos para cambiarlos tres por uno con el
Rafita, pero primero él tiene que ponerlos en circulación, pero a mí solo me
pagan por llevarlos, así que no me importa mucho si termina bien o mal, eso de
ser de bajo rango tiene sus beneficios, yo solo hago el mandado y me gano unos
miles, eso es suficiente para mí.
Dejé el
maletín, me paga el Rafita y tango bailado. Salgo de prisa por el callejón,
doblo la esquina y me confundo entre la gente, me subo al urbano y me bajo en
el parque, camino rumbo al barrio, atravieso la zona roja donde las chicas de
mala fama me ofrecen sus servicios. Llego a la calle del olvido y me meto en la
vecindad del dolor, toco la puerta del cuarto número siete, abre El Fraile y me
da el pase con una reverencia.
En los dos cuartos hay bastante acción, unos jugando dominó,
otros pókar y los demás Black Jack. Me siento junto al Marro y pido jugada.
Después de tres horas salgo sin un solo peso. Llego a mi guarida y en el espejo
veo mi rostro demacrado por las desveladas y malas noches de los últimos veinte
años, soy ya un viejo empedernido y mañoso, pienso en los grandes ingeniosos
inventores de máquinas pequeñas, medianas y grandes y tantas cosas útiles para
la civilización o los hombres y mujeres comunes que trabajan día a día para
llevar comida a la mesa de sus modestos hogares, esos humanos ordinarios y
extraordinarios que producen para que los miles de millones coman, vistan,
duerman y todo lo que se necesita para respirar todos los días, y yo aquí
frente al borroso y sucio espejo veo mi rostro inútil y carcomido por los
vicios y mis manos solo saben tomar lo ajeno, sin conciencia para vivir o morir poco a poco.
Dormí por más de dieciocho horas, siento la garganta
seca y cerrada, me duele todo el cuerpo hasta los cabellos, es de noche y tengo
escalofríos, sé muy bien qué es lo que me pasa, así que tengo que alacranearme
para seguir dándole vuelo a la hilacha, porque esto nunca para y el que se para
se lo lleva pifas.
Son las tres y veinte am, me doy un baño vaquero, me
pongo la garra fina y salgo a vivir la mala noche. En apariencia todo está muy
calmado, pero yo sé dónde está el movimiento de los vampiros y el refuego de la
maldad, me siento catrín con el atuendo, pues hasta parece que me lo hicieron a
la medida, desde los zapatos hasta la corbata. Llego a la guardia del Salo, un
antro para puro nocturno. Busco al Tornillo y me surte la buena merca, todo
cambia, ahora el mundo es mío, este pequeño y miserable mundo que domino desde
que era un niño.
Busco al Nalga Plana, lo encuentro y le pregunto si
tiene alguna acción para mí. Me dice que espere un rato, que me relaje. Con una
seña comprendo que sí hay algo, pero debo tener paciencia. Después de tres
tequilas llega y me dice que vaya al Callejón de la Ardilla número seis y
pregunte por El Pellejo, él me dirá la tranza.
Conozco el lugar, es un corral donde esconden la carne
fresca, o sea, chicas secuestradas sin pecado, limpias. Pregunto por El Pellejo
y me dan el paso, huele a perfume y apenas si puedo ver, pues la luz es muy
tenue. Me siento en una mecedora y al rato llega el sujeto, me dice lo que hay
que hacer y la tarifa, solo le digo que sí y paso a otro cuarto donde están
cinco chiquillas que no pasan de los quince años, todas maquilladas y vestidas
con faldas cortas y con cara de susto.
Salimos por otro cuarto a la calle y subimos todos a
una Van obscura, en pocos minutos ya vamos a toda prisa por el bulevar rumbo al
norte. En el trayecto recuerdo a mi abuela: tú tienes que ir a la escuela de
medicina. Tal vez fue la única persona que me ha querido.
Veo el rostro y la figura del Pellejo y tiene una cara
cuadrada, ojos negros y unas ojeras de siglos, es delgado pero correoso, su
mirada es de maldad y la manera en que habla parece que siempre lo está
amenazando a uno, es un verdadero maleante.
Las niñas que llevamos al matadero parecen ratoncitas
asustadas, me pregunto de dónde serán y quién las estará buscando y en donde
irán a parar. A mí me pagaran dos mil pesos por tres horas de trabajo, y al
pensar esto siento un malestar en el estómago. Por un momento pienso en decirle
a l Pellejo que me rajo, pero sé bien su respuesta, y como siempre anda armado,
prefiero quedarme callado.
Llegamos a una zona residencial y paramos en una gran
cochera llena de lujosos autos, se nota que adentro esta buena la fiesta. Nos
recibe un guarura que parece de trescientos kilos y la cara de perro, cogen a
las niñas y nos indican que esperemos sentados en el patio, me siento en una
silla metálica del tamaño de mi cama y solo me quedo observando a donde llevan
a las niñas.
Se pierden de vista y se oye música de banda, el Pellejo
se para y me dice que tiene que ir al baño, entra en la residencia y yo solo
busco entre las ventanas si puedo ver qué pasó con las niñas, pero solo se ven
diferentes siluetas como fantasmas flotando.
De nuevo tengo ese molesto sentimiento en mi estómago,
es un sentimiento de culpa por mi complicidad y mi silencio, este silencio que
llevo desde hace muchos años, he visto y asistido a tanto mal, que me ahoga,
siento mi copa llena, rebosante, esa copa de la conciencia que se ha derramado
tantas veces y sigo pisando las mismas huellas siguiendo los mis pasos de obscuridad,
de lo siniestro, siento una negrura total que me invade y no puedo evitarlo,
veo los rostros de las niñas, de todas las niñas, siento su dolor que se me calva,
siento su impotencia, escucho su rezos y su decepción, se ven tan vulnerables y
yo aquí sentado en una silla del tamaño de mi casa, cómodamente sentado
buscando fantasmas en las ventanas.
De pronto sale un grupo de gente bien vestida oliendo
a lociones caras y riéndose a carcajadas, permanezco sentado, ellos solo siguen
con su fiesta, uno de ellos me ve detenidamente y deja de reír, me ve de nuevo
como si fuera yo alguien conocido, yo solo lo ignoro y sigo buscando fantasmas
en las ventanas. Así como llegaron se fueron. Me quedo sentado y cierro los
ojos pensando en mi abuela, regresa el Pellejo y me dice que vayamos a la
camioneta, que esperemos allá; lo sigo y entramos en la Van e inmediatamente me
apunta con su treinta y ocho super y me dice: “Te metiste con la gente
equivocada, Curro. Ahora tengo que darte boleto sin regreso”.
Por un instante no comprendí qué, pasaba creí que
estaba jugando, pero cuando sentí el frio cañón en mi sien supe que mi vida
terminaría con un balazo en la cabeza. Reaccioné y traté de quitarle la fusca,
pero de repente todo es obscuridad.
Días después salió una pequeña nota en la página roja.
“Se encuentra cadáver completamente desnudo de conocido delincuente en el
basurero municipal, tal parece que fue un ajuste de cuentas”. Posteriormente el
cuerpo del Curro fue llevado a la escuela de medicina para prácticas del
alumnado.
Jaime Chavira Ornelas es un sobreviviente de la desintegración familiar; estudió comunicación y manejo de negocios en el Colegio Comunitario de Maricopa en Phx. Az USA; tiene diplomados en exportación, importación y manejo de aranceles por Bancomext, también varios cursos de inteligencia emocional y lingüística. Trabajo para empresas a nivel gerencial. Actualmente es pensionado por el IMSS. Escribe cuentos cortos y poemas ácidos.
El mal siempre encuentra más mal....o no???
ResponderEliminarBien Carnal!... Cuento corto pero narrado con misterio que te ancla con interes del desenlace...
ResponderEliminarLo leí hasta el final, soy fan de la serie UVM (unidad de víctimas especiales) y la narrativa me traslado a esa serie, Perfectolin
ResponderEliminar