lunes, 14 de febrero de 2022

Oslo. Arturo Aldama López

los martes

Oslo

 

 

Por Arturo Aldama López

 

 

Este es una propuesta de ejercicio de parte de Tere Bazaldúa Arizpe en la que da muestra cabal de su didactismo y de una visualización correcta del ejercicio escritural. La acometimos de inmediato. Sin esa inducción no hubiera sido posible.

 

 

Llegué a Oslo volando por BOAC una noche de invierno, a finales de 1980. BOAC era una línea aérea británica que casi estaba en bancarrota, por eso pude conseguir un buen precio en mi boleto. Era ya tarde y un taxi me llevó hasta el hostal donde me iba a hospedar, hacía un frío de los mil demonios pero la noche era clara.

Cuando llegué al hostal, me recibió una simpática señora cincuentona, medio regordeta pero de cara bonita, piel blanca como la nieve de Escandinavia, orejas y nariz rosadas. Me llamo la atención que, a pesar del frío, había salido sin abrigo a recibirme, su blusa dejaba ver unos frondosos senos por los que nunca había pasado el tiempo. Creo que notó mi asombro y mi deleite, entonces me sonrió y me dijo en perfecto español: ¡Bienvenido!

La mujer y yo nos dirigimos a la entrada del hostal, ella me dejó pasar por delante, pero esperé y me hice a un lado para que pasara primero.

¡Ah, latinos! Qué lindo detalle exclamó, e inmediatamente entró por delante de mí, se dirigió al lobby, abrió una libreta con pasta de colores fosforescentes, como los de una aurora boreal, y escribió algo en ella. Luego sacó una llave y me la dio.

Tu cuarto está en el tercer piso me dijo.

Le pregunté que dónde podría conseguir una cerveza a esa hora. Me preguntó cuántas quería. Terminé pidiéndole seis, y un paquete de carne seca.

Me despedí de ella y le pregunté su nombre. Me dijo que se llamaba Freya. Le agradecí su amable bienvenida.

Me dirigí hacia el viejo elevador; mientras subía, pensé que Freya era una mujer interesante, atractiva. Había observado sus senos blancos, de tono rosado que asomaban ligeramente en su blusa veraniega. Me encantó su acento al hablar en español. Tenía un aspecto de campesina nórdica, facciones un tanto duras, toscas quizá, pero había una dulzura interna en su sonrisa.

El elevador paró en el tercer piso, se abrió la puerta y caminé por el pasillo que tenía una alfombra roja ya bastante vieja pero limpia; llegué a mi cuarto, el número 323, y abrí la puerta. Era un cuarto pequeño con una gran ventana y con todo lo indispensable. Coloqué la maleta en el pequeño closet, saqué las cervezas de mi bolsa y destapé una, la tomé con rapidez, eructé, mi eructo se debió haber escuchado en todo el hostal y después bostecé, tenía sueño. Me dirigí a la ventana y abrí las cortinas. Podía ver un parque enfrente y al fondo las luces del centro de Oslo, el cual estaba como a cinco kilómetros. Miré hacia el cielo y solo pude ver que se nublaba, yo hubiese querido ver una aurora boreal en ese instante, era el verdadero propósito de mi viaje a Oslo.

Por la mañana, alguien toco a mi puerta. Estaba casi despierto, en realidad no me molestó el toquido, me dirigí hacia la puerta, vi por el agujero y reconocí la figura de Freya, distorsionada por el compacto cristal de la mirilla. Abrí la puerta, traía el desayuno. Pan con mermelada y café, un vasito de jugo de naranja, eso era todo. Extrañé los huevos rancheros que cocinaba mi madre allá en Veracruz. Sin embargo, le agradecí el detalle a Freya. Se quedó un rato en la puerta, la invité a entrar; ella entró un poco indecisa, quizás lo estaba haciendo contra las normas del hotel, pero de todas formas entró despacio. Le ofrecí la silla, abrí las cortinas y me percaté de que nevaba. Debí haber escuchado el reporte meteorológico y no lo hice. Solo podía estar unas cuantas noches allí, y parecía que el cielo nunca se iba a despejar. Así nunca vería la aurora boreal. Freya notó mi desilusión, pero me dio ánimos diciendo que la situación podría mejorar, la naturaleza cambia a su antojo, uno nunca sabe. Le agradecí sus buenos deseos, sabía que ella solo estaba tratando de que no me sintiera decepcionado.

 

*

 

Habían pasado ya tres días y seguía nevando, parecía que nunca podría ver la aurora boreal y solo tenía dinero para una estancia de unas cuantas noches más en el hostal. Freya y yo nos habíamos tomando confianza. Platicábamos por horas y horas tomando té o vodka. Nunca había tenido gusto por el vodka, pero Freya me enseñó a encontrárselo. El frío y la nieve hacían más acogedores los instantes que pasaba con ella y a mí me gustaba compartir esos momentos. Platicábamos de música, de poesía, de libros. Sintonizábamos las estaciones de radio de Oslo y las que llegaban de la Unión Soviética; eran en inglés, creo, para que todo el mundo entendiera su mensaje adoctrinador.

Los pocos días que pasé en Oslo se fueron muy rápido, y no dejó de nevar. Pronto llegó la hora de marcharme y regresar a Londres. Pero una noche antes de partir, Freya tocó la puerta, entró a mi cuarto sin timidez alguna y me ofreció quedarme con ella en su departamento. Solo tenía una recámara, pero con un sofá muy cómodo. Dijo que ahí dormían siempre las visitas. Pensé que era inútil quedarse, nunca dejará de nevar. Sin embargo, me sentí atraído por la idea de pasar más días con Freya. Me sentía muy a gusto con ella y la intimidad de la propuesta me atrajo muchísimo.

Me mudé al departamento de Freya. Era pequeño, igual que el cuarto del hostal tenía una gran ventana por donde, según Freya, había visto muchas auroras boreales. Solo pensé en Freya, en su nariz roja, en sus hermosos pies blancos, en el fino vello que cubría su vientre. No quería dejarla, aunque sabía que tenía que partir.

La última noche que estuvimos juntos en el climax de nuestro amor, mientras Freya se contorsionaba y lanzaba sus pechos al viento, miré por la ventana, aquella gran ventana, una luz que empezó a transformarse cambiando de colores, la luz entro e iluminó el bello rostro de Freya, envolvió las líneas de su cuerpo, todo se iluminó dentro del cuarto. La aurora boreal había penetrado la habitación e iluminaba de radiantes colores nuestros cuerpos y nos dejamos envolver por ellos. Nuestra piel se había teñido con los colores de la aurora boreal, al terminar de hacer el amor. Poco a poco la luz fue desapareciendo a través de la gran ventana y se fue dispersando en la oscuridad de la noche. Freya y yo quedamos abrazados debajo de las sábanas y nos quedamos dormidos.

Mantuvimos contacto por algún tiempo. Me escribía cartas con dibujos iluminados con los colores de las auroras boreales. También algunas postales. Alguna que otra vez me gasté un buen dinero hablando con ella por larga distancia, después ya no supe más. Regresé a Oslo cuando la Unión Soviética se había desintegrado. La aerolínea BOAC había desaparecido, y ya era más barato hablar por larga distancia, el mundo había cambiado. Fui a buscar a Freya al Hostal, pero ya no existía; en su lugar había un restaurante que se llamaba La Aurora Boreal. Pregunté alrededor y amable joven me dijo en español que había conocido a Freya, pero que no sabía nada de ella.

Había aprendido español con Freya y me enseñó un libro de Neruda que ella le había regalado. Platicamos de poesía y poco a poco nos fuimos tomando confianza. Entonces me confesó que la última vez que había visto a Freya fue cuando una aurora boreal enorme había iluminado los cielos de Oslo, juntas la habían observado por un largo tiempo. La muchacha había tomado fotografías. Freya solo observaba como hipnotizada. La muchacha tomaba muchas fotografías sin poner atención a su alrededor, pero cuando volteó a ver a Freya, esta había desaparecido. La buscó por todos lados, pero nunca la encontró. Desde entonces nunca supo más de ella.

La muchacha me dijo que siempre creyó que Freya se esfumó entre los colores de aquella aurora boreal. Siempre le habían fascinado, desde pequeña, y siempre hablaba de ellas. Dibujaba e iluminaba auroras boreales. Cada vez que venía algún visitante a ver las auroras boreales, Freya los recibía y siempre regresaban felices de haberlas visto, aunque a veces no podía ser posible porque las nevadas lo impedían. Ambos sonreímos y creo que la hermosa joven noruega tenía razón.

 

Arturo Aldama López. San Antonio Texas. Enero de 2022

 






Gastón Arturo Aldama López cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es egresado de una infinidad de conciertos de las salas del Palacio de Bellas, la sala Netzahualcoyotl, y gran amigo de notables compositores y melómanos. Actualmente vive con Mariane y sus dos hijos, surca los aires con orgullo y gusto como sobrecargo en American Airlines.

 

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