El gato granjero
Por Jaime Chavira Ornelas
El día es caluroso y aburrido, he tratado de atrapar
al señor escarabajo, pero es demasiado escurridizo. En apariencia parece lento,
pero se mete a su madriguera muy rápido y llevo aquí más de medio día haciendo
guardia y solo he visto pasar varias hormigas gritando y discutiendo por unas
migajas de pan francés que se les mojaron; son bastante molestas, pues gritan
demasiado y perturban mi concentración. Por fin salió el tal señor escarabajo,
cree que no le he visto pues finjo que veo las nubes. Ahora es cuando. De
pronto aparece un conejo que salió quien sabe de donde.
―Un momento,
señor gato. Mi amigo Leo, o sea el escarabajo, está indefenso, ¿acaso usted
ataca a un ser indefenso?
―Bueno, para mi está bien armado con
esa gran coraza que lo cubre, además de sus grandes y amenazantes mandíbulas,
¿no lo cree usted, señor metiche?
―Alfredo, ¡a comer!
―Me llaman a mis sagrados alimentos,
señor metiche. De la que te salvaste, Leo, pero nos vemos más tarde. Arrivederchi,
bambinos.
*
Mmm, está delicia no me la pierdo por nada, no hay
como ser querido y no hago más que ronronear y hacer caritas de “yo no fui”.
Después de mi siesta de tres horas, seguiré buscando intrusos en mi granja,
después de todo es muy divertido, y cómo voy a desperdiciar esta hermosa
estampa que me dieron mis antepasados, estas garras, estos ojos grises de lince
aunados a mi sigilo ancestral felino. Me llaman Alfredo, pero yo me autonombro
“El grande”.
De nuevo hay anda ese conejo metiche, pero ahora lo
acompaña la ardilla. Están cuchicheando y me voltean a ver, han de tramar algo
contra mí, pero saben bien que si se meten conmigo pagaran caro su osadía, los
vigilaré desde esta madriguera donde no pueden verme, pero yo si a ellos.
A la ardilla le digo “la temblorosa”, porqué es muy
nerviosa y por cualquier cosa salta como loca. El conejo creo que se llama
Lauro y la ardilla Salomé, pero no estoy seguro. Me acercaré más, a ver si
puedo oír qué están tramando. Mi excelente sigilo nadie lo tiene y este par ni
siquiera me han olido, ahora si puedo oír que dicen
―Pues Leo se escondió muy bien en su
casa, pero ese Alfredo ya la trae con medio mundo, se cree el rey de la granja.
El otro día persiguió por largo rato a
Loretta, la liebre, pero ya ves que es muy rápida y no puedo alcanzarla, si no,
la hubiera revolcado toda a la pobre. Por lo pronto hay que andar con mucho
cuidado, yo lo voy a estar vigilando para darles la alerta cada vez que lo vea
cerca.
“Con que sí, Lauro. Ahora tendré que darte a ti una
buena felpa, que se te quite lo metiche”. Que bien se está aquí, nunca había
estado en este lado de la granja, la tierra está fresca y huele muy bien, los árboles
y la hierba están muy tentadores para seguir mi siesta. Oh, no, hay vienen ese
par de perros locos. Tengo que escabullirme lo más pronto que pueda, me subiré
a este árbol, si no, me agarran de su juguete y me dejan todo babeado. Acá
arriba nunca podrán subir, está bastante alto, ojala y pueda bajar. Uy, ya
empezaron a ladrar, cómo es eso molesto para mis oídos.
―Alfredo, Alfredo.
―¿Quién es?
―Soy yo, aquí.
―Ah, hola, pequeño ¿Qué haces por acá?
―En este sauz tengo mi casa, y lo ha
sido por generaciones. Es aquí donde me salen alas cuando llega mi tiempo de
volar. Y tú, ¿qué haces en esta parte tan alta?
―Es que llegaron Samuel y Fernando, el
par de perros locos que estaban ladrando hace poco allá abajo, ¿Cómo que te
salen alas? ¿Cómo, cuándo y por qué?
―El cómo es muy sencillo, solo duermo
por más de tres semanas y me envuelve una suave membrana que después se
convierte en mis alas. El cuándo, es pasado mañana. Debo dormir y esperar. Por
qué, pues para formar parte de la polinización, además de buscar mi pareja y
poder seguir con el apareamiento que nos dará la oportunidad de seguir
subsistiendo.
“Este gusano sí que está loco de remate, que le
saldrán alas y que la poli no sé qué, no me lo como solo porque me da asco,
pobre, soñando que tendrá alas, en fin, cada quien, con su sueño”. La pregunta
ahora es ¿cómo bajo? Tendré que pedir auxilio, pero ya, antes de que mis
súbditos (que se creen mis amos) se duerman… miau, miau, miau, miau, miau,
miau… miau.
Pensé que nunca vendrían por mí. Oh, sí que estuvo
peligroso allá arriba.
Se fue un día más y no pude cazar nada, empiezo a
creer que no sirvo para esta vida de granja. Hoy por la noche será cuando mi
garras y colmillos harán la tarea que les ha sido encomendada por los
ancestros, saldré sigiloso y decidido a cazar hasta un oso si es preciso, bueno,
suena exagerado, pero son tantas mis ansias de cazar que daré mi vida en el
proceso.
La noche esta engañosamente tranquila, el cielo claro y
estrellado, siento la fresca brisa a través de mi sedoso pelo, cada nervio y
musculo de mi cuerpo esta alerta, cada paso cuidadosamente planeado, mis ojos
ven perfectamente cada arbusto e insecto, por mi derecha tres saltamontes se
saludan a señas, a la izquierda se esconden dos cucarachas entre la tierra y no
muy lejos un peludo ratón de buen tamaño. Mi instinto me indica el cuándo y el
cómo y obedezco sin dudar, debo ir por el flanco derecho para confundirlo,
observo como el ratón me ignora (o finge ignorarme). También es un animal
astuto e inteligente, conoce las tácticas de la batalla y no será fácil
atraparlo, pero tengo el presentimiento que esto será un éxito. Me detengo en
el tronco de un sicomoro viejo casi seco, pero no pierdo de vista al roedor que
sigue acicalándose meticulosamente. Lo observo a detalle y me doy cuenta que es
realmente hermoso, su pelo brilla, su rostro está limpio y bien cuidado, sus
ojitos parecen dos pequeñas piedras preciosas y tiene largas y tupidas pestañas
que combinan con sus largos bigotes.
Despierto de mi admiración al roedor que me fascinó
por un momento cegando mis instintos felinos; pero ¿qué hacer? Lo tengo a una
distancia idónea, lo puedo capturar y llevarlo a casa como el trofeo del día,
pero es tan pequeño e inocente que mis instintos están confundidos, no tengo
hambre ni necesito guardar comida para el invierno, tengo todas mis necesidades
cubiertas, incluyendo las caricias humanas que no son del todo desagradables,
además los trofeos que he llevado siempre los tiran como si fueran basura. En
fin, mejor me retiro a tramar otra clase de entretenimiento para esta noche
fresca y estrellada.
Esta vereda es tranquila, los árboles están tentadores
para subir hasta la última rama, pero mejor me quedo aquí abajo a ver si me
encuentro un insecto o algún sapo o rana para jugar un rato al gato maloso. Que
hermosa noche y nueve vidas por delante, eso si es suerte gatuna.
Jaime Chavira Ornelas es un sobreviviente de la desintegración familiar; estudió comunicación y manejo de negocios en el Colegio Comunitario de Maricopa en Phx. Az USA; tiene diplomados en exportación, importación y manejo de aranceles por Bancomext, también varios cursos de inteligencia emocional y lingüística. Trabajo para empresas a nivel gerencial. Actualmente es pensionado por el IMSS. Escribe cuentos cortos y poemas ácidos.
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