Santiago de la Peña Romo, in memoriam
Por Leo Zavala
Iniciaba el año 1982 cuando, inopinadamente, inicié una aventura de trabajo que a la postre se prolongó por casi 33 años y que, sin proponérmelo, se convirtió en la plataforma para realizar muchas otras actividades que le dieron sentido a la vida de mis años treintas, cuarentas, cincuentas y sesentas, por lo menos.
En esta venturosa coyuntura intervino de manera definitiva, y para bien, un personaje que hoy dejó este mundo: Santiago de la Peña Romo.
Todo empezó cuando en 1982, siendo yo reportero de Novedades de Chihuahua, Luis Fuentes Molinar fue nombrado director del periódico. Yo lo había tratado, como reportero, y él como funcionario. De la noche a la mañana, Fuentes Molinar se convirtió en mi jefe y al poco tiempo, una tarde al terminar de redactar mis notas, me llamó a su oficina para decirme que él llegaba al periódico para preparar su campaña para alcalde, luego sería senador y posteriormente intentaría la gubernatura del estado. Esa tarde me dijo: “Conozco su manera de pensar de la política y su forma de trabajar la información periodística, y me parece que no le gustaría ser parte de mi proyecto político. Así, pues, le voy a proponer que renuncie al periódico y yo lo indemnizo con todo lo que por ley le corresponde, y seguimos siendo amigos”.
La propuesta me cayó como balde de agua fría; comprendí que no tenía salida, así que acepté. Enseguida me fue presentado mi documento de renuncia, lo firmé y se me entregó la indemnización, por lo que quedé sin trabajo.
Entonces apareció Santiago de la Peña Romo que, enterado de mi situación, me propuso que le auxiliara en clasificar los archivos históricos de Pensiones Civiles del Estado, que estaba cumpliendo 25 años de fundada, y de la cual él acababa de ser nombrado director general.
No me gustaba la idea de trabajar para un organismo público, pero al estar desempleado, acepté. Desde una solitaria oficina del quinto piso de lo que había sido el Edificio Multifamiliar, con una máquina de escribir y centenas de documentos por sistematizar, trabajé varias semanas. Cuando terminé, fui con Santiago De la Peña a darle las gracias y a despedirme, pero me pidió que le ayudara a organizar las actividades de la ceremonia del 25 aniversario de la institución, lo que acepté sin mucha convicción, pues yo sentía la urgencia de buscar trabajo en algún otro periódico.
De ese modo transcurrieron otras semanas y, antes de poder darle las gracias y despedirme, Santiago De la Peña me solicitó que organizara todas las actas de la Junta Directiva.
Entonces advertí que lo que él quería era ayudarme y, por respeto a su empatía para conmigo, acepté la nueva encomienda, que terminé a finales de año. En enero de 1983 me propuso que diseñara la estructura y el quehacer de una oficina de Vinculación y Orientación para los derechohabientes de Pensiones Civiles del Estado.
En un par de meses entregué el proyecto de la oficina, incluyendo recursos materiales y humanos, lista para empezar a trabajar, y sucedió la misma historia: Santiago De la Peña me propuso que me encargara yo de dirigirla.
Había pasado casi un año en ese vaivén de encomiendas. Él sabía que yo no estaba convencido de trabajar en una institución pública y yo fui entendiendo que lo que quería él era ayudarme, que confiaba en mí, que estaba enterado de mi preparación en filosofía y teología, de mi conocimiento del latín y del periodismo, y que sabía por qué había sido despedido del periódico Novedades.
Finalmente acepté quedarme a trabajar con él, y nunca me arrepentí.
Sin yo esperarlo, Santiago De la Peña me incorporó a su más cercano equipo de trabajo, me hizo crecer como persona y me hizo amar a Pensiones Civiles, donde colaboré por casi 33 años. No solo eso, me animó a que estudiara la carrera de Derecho en la UACH, me abrió las puertas de su casa, me acercó a su familia y me hizo conocer a grandes personas que hasta hoy forman parte de algunos de mis mejores amigos.
Me pregunto qué hubiera sido de mí, de haber continuado como empleado de los periódicos locales, y no creo que el panorama se me hubiera abierto como me sucedió a partir de la persuasiva y generosa conducta de Santiago de la Peña, que me retuvo en Pensiones Civiles del Estado y me dispensó su respeto y amistad.
Santiago de la Peña Romo: nobleza obliga. Por eso hoy, en su partida, de nuevo le expreso mi gratitud, respeto y homenaje.
Que Dios le reciba en su morada eterna.
Requiescat in pace.
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