lunes, 26 de agosto de 2024

La sinfonía de los despertares, episodio 4: El eco del pasado. Almudena Cosgaya

Dintel de Almudena

La sinfonía de los despertares, episodio 4: El eco del pasado

 

 

Por Almudena Cosgaya

 

 

El amanecer se filtraba a través de las grietas en las paredes, proyectando sombras y creando un juego de luces que parecía burlarse de los sobrevivientes. Tres siluetas caminaban en silencio, el peso de lo que habían desatado en la noche anterior lo cargaban sobre los hombros como una pesada piedra. La vibración que sentían en el aire no había desaparecido; parecía latir con intensidad creciente, un eco del ritual que aún resonaba en sus almas.

Gera lideraba esta vez, sus sentidos aun exaltados por la sensación persistente de que algo los acechaba, lo tenía intranquilo. Había aprendido a confiar en su instinto, ese mismo instinto que lo había mantenido con vida todo este tiempo y que ahora le gritaba que el peligro estaba cerca. Sus pasos eran firmes pero silenciosos, su mirada oscura como si buscara desentrañar los hilos de un destino que se tejía justo fuera de su alcance. Aquello le producía ansiedad.

Elisa caminaba detrás de él, su mente aún envuelta en las revelaciones del ritual. Aunque había alcanzado un nuevo nivel de conciencia, una parte de ella se sentía atrapada en un ciclo interminable de preguntas. ¿Qué era ese poder que habían desatado? ¿Y cuál sería el costo de usarlo? Los pensamientos revoloteaban en su cabeza como sombras, y por primera vez en mucho tiempo sentía una punzada de miedo.

Nubia cerraba la marcha, su mente absorta en las palabras del manuscrito chamánico. Las imágenes del ritual aún bailaban en su mente. Sabía que había abierto una puerta que quizás nunca debió haberse abierto, y aunque su instinto de periodista la impulsaba a seguir adelante, no podía deshacerse de la sensación de que estaban jugando con fuerzas que no comprendían. Sentía que perdía el control.

De repente Gerardo se detuvo en seco, levantando una mano para detener la marcha. Elisa y Nubia intercambiaron una mirada cargada de tensión antes de acercarse a él, sus corazones latiendo con fuerza. En el aire, algo había cambiado; una quietud antinatural los envolvía, como si el mundo entero estuviera conteniendo el aliento.

—¿Qué es eso? —, susurró Elisa, su voz apenas un murmullo.

Gera no respondió. Fijó la vista en una figura que emergía lentamente de las sombras al final de la calle. Era alta y esbelta, su silueta envuelta en un manto negro que parecía absorber la luz a su alrededor. No tenía rostro visible, pero había una presencia innegable, algo que parecía resonar con la misma energía que habían desatado en la sala ritual.

—No lo sé —dijo Gera sin apartar la mirada.

—Sea lo que sea, no es humano —, murmuró Nubia, su mano aferrando el pergamino como si fuera un talismán.

La figura se movió hacia ellos con una lentitud deliberada, cada paso resonando en el pavimento como un eco. A medida que se acercaba, el aire a su alrededor se enfriaba, y una niebla etérea comenzó a envolver el entorno, difuminando los bordes de la realidad. Elisa sintió que el miedo crecía en su interior, un miedo que iba más allá de la lógica.

Gerardo dio un paso adelante, su mano derecha descansando instintivamente sobre la empuñadura del cuchillo que llevaba al cinturón.

—No te acerques más —dijo en voz baja, su tono firme, pero con toque de incertidumbre.

La figura se detuvo, su presencia imponente. Una voz surgió de la niebla, un susurro suave que parecía resonar en las mentes más que en el aire.

—No pueden deshacer lo que han hecho. Han despertado fuerzas que trascienden el tiempo. Ahora, deben enfrentar las consecuencias.

Nubia sintió un escalofrío

—¿Quién eres? —preguntó, su voz temblando a pesar del intento de mantener la calma.

—Soy nadie —respondió la voz, su tono impregnado de una tristeza profunda—. Y lo soy todo. El eco de sus miedos. La sombra de sus decisiones. El guardián de los secretos.

Elisa sintió que el pánico comenzaba a apoderarse de ella. Las palabras de aquel ser resonaban con una verdad aterradora, una verdad que había estado tratando de ignorar desde que comenzaron su búsqueda.

—¿Qué es lo que quieres de nosotros? —preguntó. Su voz apenas fue un susurro.

La figura se inclinó levemente hacia adelante, como si estuviera examinándolos, aunque no se le veían ojos.

—Quiero que comprendan el peso de sus actos. Han alterado el tejido del tiempo y del espacio, y ahora, deben restaurar el equilibrio. El portal que han abierto no puede permanecer sin ser vigilado. Deben cerrarlo antes de que sea tarde.

El frío en el aire se intensificó, y Gera sintió que el hielo comenzaba a invadir su corazón. Sabía que las palabras del ser eran ciertas, pero también sabía que cerrarlo no sería fácil.

—¿Cómo podemos hacerlo? —preguntó, su voz dura como el acero.

—Con un sacrificio —respondió la figura, su tono sombrío—. El mismo poder que desataron debe ser devuelto al lugar de donde proviene. Solo entonces se restaurará el equilibrio. Pero sepan esto: el precio será alto. Uno de ustedes no saldrá con vida.

El silencio cayó sobre ellos como una losa de mármol, denso y opresivo. Elisa, Nubia y Gera se miraron, sus ojos reflejando la terrible verdad que acababan de escuchar. El miedo que los envolvía era tangible, un peso que les oprimía el pecho, dificultando la respiración. Sabían que debían tomar una decisión, y sabían también que esa decisión los cambiaría para siempre.

—Hicimos esto pensando en cambiar el destino, pero no tomamos en cuenta las consecuencias —dijo Elisa tomando una fuerte respiración.

La figura dio un paso atrás, como si hubiera estado esperando esa respuesta.

—El tiempo corre. Decidan pronto, o el portal consumirá todo lo que conocen.

Y con esas palabras la figura se desvaneció en la niebla, dejando a los tres en un silencio helado. Sabían que no tenían otra opción. Sabían que el precio debía pagarse. Sabían que uno tendría que despedirse.

Con el corazón pesado y el miedo acechando en sus mentes, los tres se prepararon, conscientes de que el eco del pasado resonaría en sus vidas para siempre.

 

 

 

Almudena Cosgaya descubrió su gusto por las historias desde niña; hacía fanfics de relatos ajenos, lo cual fue para ella un excelente entrenamiento para escribir luego sus propios cuentos, al darse cuenta de que en algunos de sus relatos de fanfic había creado un personaje que merecía su propia historia. Es autora de poemas y de prosa narrativa. En 2017 publicó su novela La maldición del séptimo invierno.

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