Dintel de Almudena
La sinfonía de los despertares, episodio 3: El ritual del olvido
Por Almudena Cosgaya
El aire de la madrugada soplaba en las calles vacías de Smart La Villita, acariciando las paredes derruidas de lo que una vez fue un edificio. Las sombras se alargaban, proyectadas en el resplandor tenue de una luna menguante como si intentaran alcanzar a los pocos habitantes que aún osaban caminar por las avenidas desiertas. En medio de aquel paisaje desolado tres figuras se movían con cautela.
Nubia lideraba el camino, sus pasos ligeros pero seguros. Sus ojos, acostumbrados a la penumbra, buscaban cada rincón en busca de cualquier amenaza oculta. La periodista llevaba el antiguo pergamino enrollado bajo su brazo, consciente de la fragilidad del documento.
—Manténganse alerta —susurró Nubia, sin voltear la cabeza.
Elisa la seguía de cerca, su mente todavía absorta en las revelaciones del tratado que había descubierto, algo dentro de ella había hecho click. Las palabras sobre la meditación profunda y la conciencia danzaban en su mente, componiendo una sinfonía de ideas que buscaba armonizar con el conocimiento ancestral que portaba Nubia.
—¿Crees que realmente funcionará? —preguntó Elisa, rompiendo el silencio.
—No tenemos otra opción. Ya no hay nada que perder —respondió Nubia, con una determinación que no admitía dudas.
Gera cerraba la marcha, sus ojos barrían el horizonte en busca de cualquier peligro. Las cicatrices en su rostro eran un testimonio de los horrores que había presenciado, pero también se había vuelto su fortaleza. Con el libro prohibido apretado contra su pecho se preguntaba si el viaje en el tiempo del que hablaba podría ser la clave para desentrañar el misterio de la enfermedad.
—¿Y si estamos equivocados? —murmuró Gera, más para sí mismo que para los demás.
El trío llegó al edificio en ruinas, sus muros cubiertos de enredaderas parecían respirar. El olor nauseabundo de algunas zonas les hizo fruncir el ceño. Tras buscar por horas, finalmente encontraron el sótano, que para su suerte estaba abierto. En el interior encontraron una sala circular, las paredes adornadas con inscripciones misteriosas que parecían cambiar de forma cuando no se miraban directamente. En el centro de la sala, un círculo de piedras se alzaba sobre el suelo, los bordes marcados con símbolos que parecían arder con un fuego etéreo.
—¿Este es el sótano de un Smart? —preguntó Gera con incredulidad mientras aseguraba la puerta.
Nubia abrió el pergamino sobre una de las piedras, sus manos temblorosas dificultaban la lectura de las instrucciones para el ritual. Minutos después las palabras en el antiguo idioma resonaban en la sala, un eco del pasado que envolvía a los tres en un aura de misterio y solemnidad. Elisa se sentó frente a ella, cerrando los ojos y sumergiéndose en una meditación profunda, susurrando su mantra para calmar su mente y abrirse a la conciencia colectiva.
—Recuerden, debemos estar en perfecta sincronía —dijo Nubia, su voz apenas un susurro.
Gera, de pie al otro lado del círculo, observaba con atención, sus dedos trazando los contornos de las cicatrices en su rostro. En su mente visualizaba los pasajes del libro prohibido, intentando entrelazarlos con las enseñanzas del pergamino y las revelaciones del tratado. Cada pieza del rompecabezas parecía encajar en un patrón desconocido, un patrón que prometía respuestas, pero también desafíos.
A medida que Nubia recitaba las palabras del ritual, el aire en la sala comenzó a vibrar. Los símbolos en las piedras brillaban con una luz intensa proyectando sombras danzantes en las paredes. Elisa, inmersa en su meditación, sentía una conexión cada vez más fuerte con las mentes de sus compañeros, sus pensamientos y emociones entrelazándose en una sinfonía de conciencia compartida.
—Estamos listos —dijo Elisa, abriendo los ojos y mirando a Nubia.
Nubia asintió, y con un último suspiro pronunció las palabras finales del ritual. La sala se llenó de una energía palpable, los tres sintieron cómo sus almas se entrelazaban en un vínculo indestructible.
Gera dio un paso adelante, su voz firme mientras recitaba un pasaje del libro prohibido. Sus palabras resonaron en la sala, entrelazándose con el eco del pergamino y el mantra de Elisa. En ese momento las piedras del círculo comenzaron a girar, creando un vórtice de energía que se elevaba hacia el techo. Los tres sentían como si estuvieran siendo arrastrados hacia un abismo de posibilidades infinitas, un abismo donde el tiempo y el espacio perdían su significado.
De repente, el vórtice se detuvo, la sala quedó en silencio. Los tres se miraron, sus ojos brillando con una nueva comprensión. Habían desatado un poder más allá de su comprensión, un poder que podría cambiar el destino de la humanidad. Pero también sabían que este poder venía con un precio, uno que estaban dispuestos a pagar.
Con renovada determinación salieron de la sala, dejaron atrás las sombras y el misterio del ritual. Sus corazones latían al unísono, una sinfonía de esperanza y sacrificio que los guiaría en su camino hacia el futuro. Y mientras caminaban hacia lo desconocido, sabían que cada paso los acercaba más a la verdad, una verdad que resonaría a través del tiempo y el espacio en la sinfonía de los despertares.
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