Los caminos y los días a veces se cruzan, convergen, se comparten
Por Sergio Torres
Los caminos y los días a veces se cruzan, convergen, se comparten. De esta interacción nacen relaciones de amor, amistad, admiración, respeto, cariño entrañable y todo lo anterior en tonos que a veces aparentan dolor y enemistad. Al final todo se trata de amor.
Don Nacho y doña Chuyita casaron en octubre de 1962; de su unión nacimos, unos vivos y otros tontos, Alma Leticia, José Ignacio, Lourdes Leticia, Julio César, Laura Virginia, Sergio Arturo, Carlos Francisco, Javier Alonso, Daniel Guillermo, una horda de muchachos inquietos, curiosos, inteligentes y arriesgados.
Yo llegué sexto a la vida familiar de los Torres y me tocó recibir a tres de mis hermanos. Recuerdo la llegada de Carlos, enfundado en un mameluco, que en casa llamamos cachorón, de color amarillo. Era velludo como un durazno y lloraba con fuerza mientras agitaba las manos.
En esta vida compartida la música siempre estuvo presente: doña Chuyita cantaba las de Chayito Valdez; don Nacho, las de Pedro Infante. A mí me tocaron las de Timbiriche, Parchís, Miguel Bosé, Guns’n Roses, Scorpions, Metallica, Maldita Vecindad, Miguel Mateos. La casa de los padres era un lugar lleno de música y los ruidos propios de una familia con intereses diversos, el que danzaba, el que cantaba, el que tocaba, el que construía, el que inventaba, el que se hacía un panino con la plancha.
Falleció doña Chuyita, hace 12 años; fallece don Nacho, el lunes pasado, entregados de nuevo a la luz de donde provenimos y todo lo que recuerdo de ambos se empieza a cubrir de una pátina amorosa de olvido, esa con la que se cubre a los santos, que generan la dignidad y la flaqueza humanas para mostrarnos que el personaje hizo lo mejor que pudo con lo que tuvo a su alcance.
Mis papás eran humanos, hermosamente humanos; un par de soñadores que realizaban milagros a diario. Él y ella eran de esos superhéroes más poderosos que Superman, más eficaces que Popeye, más bellos que la Mujer Maravilla. Ambos recargaban sus fuerzas con una taza de café y un par de tortillas. Cada uno en lo suyo, don Nacho en la obra, doña Chuyita en la costura, hacían del mundo un mejor lugar.
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