De La Cruz a Delicias
Por Carlos Gallegos
—¿Te acuerdas, Marcelino, del campamento que montamos hace dos años aquí en la hacienda de Las Garzas, donde dicen que en la noche hay aparecidos?
—¿Y cómo no va a haber fantasmas en esas tapias tan viejas? ¿y cómo no me voy a acordar? ¡si los ingenieros que mandan no me acabaron de pagar el trato que hicimos!
—Pos’ora menos te han de pagar. No amanecieron. Se fueron todos y se llevaron todo.
—¡¿Cómo así?! ¿y pa’ónde ganaron? ¿y las casitas de madera que les hicimos, qué hicieron con ellas?
—Se las llevaron. Unas por tierra con sus rueditas rodando, las demás en las plataformas del tren.
—¡¿Cómo así?! ¿y pa’ónde ganaron, pal’ sur o pal’ norte? porque el tren gana pa’ los dos rumbos.
—Ganaron hacia el norte, según las órdenes del ingeniero Blake.
—Pal´norte también se fue el tren en que se llevaron muy mala a su esposa, doña Lupe.
—Doña Lupe Bustamante. Se fue a morir a Chihuahua. Allá mismo está enterrada.
—¡Qué destino el de ella! tanto que vio por nosotros.
—¿Y las casitas también se las llevaron pa’ ese Chihuahua que mientas?
—Me dijo el ingeniero del Pino que las van a bajar, con todo lo demás, como a unos 60 o 70 kilómetros de aquí. No sabía dónde mero.
—O sea, poquito antes de llegar a ese Meoqui que mientan.
—Por ahí. Antes de cruzar el San Pedro.
—Bueno, ¿y por qué se las llevaron, si las hicimos muy bien hechas?
—Válgame Dios, Chelino. Tú sí que vives en la luna. Donde las bajen, van a levantar un pueblo.
—¡¿Otro pueblo?! ¿pos’ pa’ qué tanto, tío? si ya están La Cruz, donde nosotros vivimos; Camargo; Jiménez mentado, y más allá el mineral del Parral, y quién sabe cuántos más.
—Mira, Chelinito, mejor no andes contando que eres de mi sangre. Quién sabe a quién saldrías. ¿Pues para qué crees que hicimos el campamento que se acaban de llevar? ¿para qué piensas que llevamos dos años trabajando, tendiendo el canal principal?
—Tampoco me juzgue tan meco, pariente. Tampoco. El campamento que dice que se llevaron anoche lo levantamos pa’ que vivieran los ingenieros y los topógrafos que vinieron del sur a hacer el canal, y el canal es pa’ arriar l’agua de Boquilla.
—¡Oye, dispénsame! Siempre sí sabes algo. ¿Y según tú, en qué ocuparán el agua? “l’agua”, como dices tú.
—Ay, parientón, ¿quién es ‘ora el meco? Pos’ pa’ regar la tierra de aquí y de más allá.
—¿Y quién, ¡quién! no, “quén” la va a regar?
—Ya dejé de envelerarme tanto. Le hubiera dicho a mi a’pá que me mandara a la escuela a Camargo, entonces no hablaría tan feo.
—Uh, qué sentido saliste. Bueno, ¿quién va a regar la tierra con el agua del canal?
—Pos’ la gente, viejo regañón.
—Lo de regañón como quiera te lo paso, pero ¿viejo por qué? si casi somos de la misma edad. Pero bueno, estamos platicando. ¿Y esa gente dónde va a vivir?
—Ah, pos’ ni que fuera asunto de uno. Yo digo que cada quén ‘ónde le parezca.
—Sobrino, sobrinito de mi alma. Es lo que llevo una hora tratando que entiendas, cabezón. Pues algunos, los que lleguen primero cuando se reparta la tierra y llegue el agua, vivirán en las casitas que se llevaron anoche. Los demás, como bien dices, vivirán donde puedan o donde mejor les parezca.
—Bendito sea Dios. Hasta que le hice tablas una. ¿Y de aquí de La Cruz, no estaría güeno irnos pa’ llá? ya ve que ora que acaben el canal y ya sin campamento, nos vamos a quedar dioquis.
—Santísimo sacramento del altar. Ni falta te hizo la escuela. Qué atinada le has dado. Cuélale a levantar un censo.
—¿Levantar un qué, Lupe?
—Haiga Dios. Ya hasta lo de tío se te olvidó. Ahí después te explico. Mientras, vete al comercio de los Alcántar y saca fiado unos diez pliegos de papel de envolver, un lápiz amarillo, y empieza a hacer una lista de los que se quieran ir.
—Siempre me han de dejar lo más difícil. Primero no me pagan completo mi trabajo y ‘ora me manda usté’ a sacar fiado.
—Para que veas que siempre sí te hizo falta la escuela.
—Ta’ güeno. Si no me fían los Alcántar, les pido a los Ortega. Con tal de irnos a sembrar al mentado Delicias.
—Cuélale, cabezón.
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