sábado, 29 de noviembre de 2014

El pintor Adán Bustillos

El charco de las gallinas

Autor: Adán Bustillos, Nada

Técnica: Dibujo con acuarela y tinta

Formato: carta

Año: 2014





Adán Bustillos “Nada” dibuja constantemente, trae un cuaderno de apuntes y sus páginas son obras del día, geniales. Algunas las reproduce en linóleo, litografía y otro tipo de impresos. Cursa el séptimo semestre de la licenciatura en artes visuales en la Facultad de Artes de la UACH.

Liza Di Georgina, su ángel

El ángel



Por Liza Di Georgina




Brokenangels…
Brokendreams.



Esteban no puede creerlo, ¿cómo es que esto le pasa a él? Él, que había sido un escultor toda su vida. ¿Cómo demonios es que termina malherido con un cincel en el vientre y tirado en el suelo sobre un charco de sangre que se esparce cada vez más sobre el parquet?

Todo había empezado de la manera más inocente: Estaban eligiendo el trozo de alabastro que viajó desde Toscana solo para él. Normalmente hubiera elegido el más bello, el más grande, o simplemente el que tuviera un aspecto más especial. Pero esta vez eligió una pieza distinta, una simple, llana, grotesca y casi inservible. 

―Probaré mi talento como escultor haciendo de este horrible pedazo de nada, la escultura más deliciosa ―pensó para sí el artista, saboreando el reto.

Los empleados llevaron la pieza al taller y Esteban se preparó para hacer el encargo del cardenal Vicencio.

―Esteban, ¿acaso no estoy pagando lo suficiente como para que uses granito, mármol o al menos cantera española? ―preguntó el sacrosanto hombre, entre inocente e insultante.

―Esta es especial ―se limitó a contestar el escultor.

―Especialmente fea, por supuesto ―Esteban guardó silencio mientras sus manos continuaban trabajando. El Cardenal se percató de la molestia de su interlocutor y recapituló.

―En fin, tú eres el artista, no me decepciones Esteban.

Ese hombre arisco y callado era uno de los escultores más conocidos de la región. Y a pesar de que su carácter no era el más dócil a sus cuarenta y tantos años, los clientes aceptaban sus exabruptos porque –sin duda– era el mejor.

Conforme pasaron los días y las manos de Esteban sobre el inservible pedazo corrupto de alabastro, empezó a rebelarse una figura cada vez más definida: un rostro, manos delicadas, rizos espesos, túnica y unas alas rotas.

―Será especial ―se decía el escultor a diario. Sus habilidades nunca antes se habían puesto tan a prueba para luchar contra cada imperfección, cada falla de la pieza.

―Esa escultura no me gusta –murmuraban todos los ayudantes en el taller cuando Esteban no miraba.

Estaba a punto de terminar con las facciones del ángel de alas rotas. Esteban era el mejor para los rostros. Usó sus propias uñas para darle forma a la faz, se le rompieron por la presión dejando unos ligeros hilos de sangre sobre la pieza.

El escultor pasaba el día y la noche en el taller, durmiendo pocas horas frente a su obra inconclusa, mientras las semanas y los meses se le escurrían entre los dedos.

Cuando el cardenal Vicencio llegó a recoger su pedido y vio al ángel, montó en cólera.

―Pero ¿qué es esto, Esteban? ¡Explícame! ¿Qué significa esto? ―le inquirió enfadado.

―Aún no está terminada.

―¡Y nunca lo va a estar! ¡Esto debe ser una broma, o un insulto! ¡Mira nada más esta monstruosidad! ¡Te pedí un ángel, no un engendro del abismo!

―Es un ángel.

―Es un monstruo. Ni el mismo Satán lo aceptaría en el infierno ¿cómo piensas que voy a llevar esto a mi iglesia? ¿Acaso estas demente?

―¡Es un ángel, y es mi mejor obra! ―gritó Esteban― Y si no le gusta, ¡puede largarse de aquí!

El Cardenal salió del taller cancelando el pedido a Esteban, quien se había quedado solo y sin dinero a causa de la demora en la obra. Sus ayudantes se habían ido poco a poco, unos por falta de pago y otros porque pensaban que el escultor había perdido su talento o la razón en ese espantajo que creaba.

―Es un ángel ―murmuró Esteban, que se negaba a desistir en lo que él consideraba la mejor prueba de su talento como artista: el convertir a la pieza más horrible en una obra de arte única.

Doce meses pasaron mientras Esteban seguía dejando su sangre y su vida en finalizar el rostro desfigurado de su ángel. Doce meses en los que había sobrevivido gracias a la misericordia de Gumara, la tendera de al lado, a quien una vez –que ya ni recordaba– Esteban le había regalado la escultura de un pequeño conejo y en agradecimiento ella le llevaba a diario un plato de comida.

―Don Esteban, no me lo tome a mal, pero yo creo que esa cosa no se va a arreglar nunca. Y no es culpa suya, la piedra estaba mala, maldita, viene de mala semilla. ¿Por qué no la deja de una vez? ―le dijo la mujer en tono maternal, y sin esperar respuesta se retiró. Esteban se embebió en esas palabras y sufrió por dentro al sentir que había fracasado, pero sabía que Gumara tenía razón.

Esa noche no tocó a la escultura, se limitó a mirarla y a llenarse de impotencia. Tal vez había cosas que no tenían arreglo, tal vez había piedras que no habían nacido para ser ángeles.

Esteban tomó el cincel enfurecido para golpear con fuerza el alabastro y destruir la escultura de una buena vez, pero justo cuando el acero rozaba a la roca, el ángel extendió su brazo para sujetar a Esteban y arrancar la herramienta de su mano.

El escultor quedó paralizado ante la visión. Luego sintió como su vientre se reblandecía partido en dos mientras el cincel lo penetraba.

Esteban cayó al suelo y su sangre comenzó a esparcirse sobre el parquet, ante la mirada incrédula del artista.

―No puede ser… Tú ―murmura Esteban mientras se incorpora―. No puede ser ―el ángel le lanza una sonrisa siniestra―. ¿Por qué? ―le reprocha.

―Por haberme arrancado a pedazos el rostro durante todos estos meses, por querer hacer de mí algo que no soy.

―Eres una escultura, yo quería hacer de ti el ángel más bello de todos los tiempos.

―No soy un ángel, nunca lo fui. ¿Qué estas ciego? ¡Mírame! Soy un demonio, ¿no ves? Y tú, tú eres un iluso por pensar que tu vida, tu tiempo, o tu talento podrían cambiarme.

―Yo te hice.

―Tú no me hiciste, tú me dejaste rebelar lo que había dentro de mí, guardado en esta piedra asquerosa.

El ángel intentó bajarse del pedestal.

―Y ahora finalmente soy libre de hacer lo que mi naturaleza me pide: salir al mundo para destruir a voluntad.

Esteban se levanta para interponerse en su camino mientras se desangra lentamente.

―Yo te hice ―le recrimina.

―Eso no importa.

―Yo te hice. Y también te puedo destruir.

Alargando su brazo, Esteban blande un mazo de metal que descansa en la mesa vecina. En un golpe inesperado y certero al cuello, el escultor le arranca la cabeza al demonio blanco, esparciendo los pedazos inertes de alabastro por toda la habitación

―Y sábete, no te destruyo por malvado, porque la maldad existe en todas partes. Si te rompo en mil pedazos, es por malagradecido.




Liza Di Georgina estudió licenciatura en lenguas en la Universidad de Texas en El Paso y en la Université Catholique d´Angers en Francia. Fue profesora de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde fundó un programa especial de artes en 2008 y el taller de creación literaria. Tiene más de una decena de libros publicados,  entre ellos: Cuando caen las hojas; en 2011 inició su blog Historias que contar en las páginas de holaciudad.com. En 2001 escribió el guión de la película Espejo retrovisor. Actualmente tiene un espacio  de crítica literaria en Radio Net 1490 AM y escribe para el Corredor Cultural Narvarte en el Distrito Federal, el sitio de arte Estación-Arte en Buenos Aires, Argentina, y en la revista de ciudad Juárez VORA-Magazine.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Adriana Candia

Adriana Candia, escritora de Chihuahua.



Es cuentista, periodista y maestra de español en NMSU.



Libros publicados:

Café cargado, 2005.

Sobrada inocencia. Arenas Blancas, 2013.

El Silencio que la voz de todas quiebra: mujeres y víctimas de ciudad Juárez (coautora / coordinadora), 1999.

El Evangelio de Judas de Keryoth. Vereda del Norte. Dos novelas inéditas de 1937, 2005.

Edeberto Galindo Noriega. Amores que matan y otras obras (coedición, selección y análisis), 2005.

A Southwest Reader for Intermediate Spanish (coeditora), 1999.

Coeditora del suplemento cultural Arm@rio de la revista Semanario.

La casa del barillero

La Casa del Barillero

Autor: Chávez

Técnica: Nikon

Año: 1992



Durante décadas La Casa del Barillero fue un centro de comercio muy amable, como se decía antes: al mayoreo y al menudeo, de tal manera que su presencia social forma parte de una de las tradiciones de ciudad Chihuahua. El escritor Alejandro Caro escribió Perseverancia, un libro muy entretenido con la biografía de su fundador, Don Pablo.