Un
fruto ignorado
Por
Alberto Cabrera
Dos
árboles embellecían el jardín. Dos árboles frutales: una higuera de frutos
morados, abundantes, que dejaban la banqueta manchada: ni la familia ni los
transeúntes lograban agotarlos. Y un naranjo, de frutos amargos, imposibles de
comer, que se doraban al sol del otoño hasta caer secos, sin inmutar a nadie.
Durante
la helada legendaria, los dos árboles resultaron dañados. La higuera quedó
herida hasta la médula, y pronto hubo que tirar sus secos troncos. Los únicos
higos que llegan ahora a casa son los comprados o los regalados. Por el
contrario, del naranjo quedó su tronco seco, olvidado como sus frutos.
Con
el verano surgieron, tímidas, las primeras ramas verdes. El tronco conservó la
herida, rodeada ahora de renuevos. Para la primavera, el jardín se llenó de la
fragancia ligera del azahar. Hoy, en pleno invierno, recuerdo todo esto,
mientras disfruto un vaso de jugo, dulce y fresco, de la primera cosecha del
renovado árbol.
Alberto
Cabrera (1972) ha transitado entre los caminos de las matemáticas y la
filosofía, para instalarse en la promoción cultural y humana. Andariego por
vocación, llamado a ser cosmopolita por su nacimiento en la Ciudad de México,
se deja seducir fácilmente por un café compartido entre amigos, un paseo por
una calle empedrada, la visita a un templo colonial. Pasa una temporada de
creación y trabajo en la ciudad de Chihuahua.
Reaparece este autor de Chihauhua que vino de la ciudad de México. Ahora en Estilo Mápula podremos leer sus refinadas y raras historias.
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