Anécdotas del huerto
Por Raúl Manríquez
Aunque los capataces de las huertas de manzana de don Facundo eran
notablemente déspotas, ninguno de ellos era tan feroz como Zenaida, la hija del
patrón, una mujer obesa y descolorida, quién sabe qué resentimientos tendría
contra la vida.
En el tiempo de la cosecha, cuando cientos de hombres y mujeres eran
contratados para la pizca, Zenaida se regodeaba en su poder: iba y venía por la
huerta en una motocicleta de cuatro ruedas fustigando a los trabajadores, impidiendo
que descansaran un instante o se comieran una fruta, agrediéndolos con su
lengua montaraz y a veces golpeándolos con un fuete que cargaba.
Aquella gente, en su mayoría indígenas famélicos y mujeres
prematuramente avejentadas, soportaba sin queja los maltratos con tal de
ganarse los cien pesos que les pagaban cada día.
Una mañana de septiembre, Zenaida pasó vociferando alguna cosa frente a
una de las cuadrillas de pizcadores. Uno de los jornaleros, un muchacho llamado
Saúl, harto de sus desplantes, esperó a que la mujer se alejara unos metros,
tomó una manzana pesada, cuidó que ningún capataz lo estuviera mirando y, con
una fuerza y puntería que cualquier beisbolista envidiaría, lanzó la fruta. ¡Poc!,
sonó secamente la manzana sobre el lomo carnudo de Zenaida.
Varios de los trabajadores celebraron con risotadas. La mujer frenó
bruscamente y, sofocada por el golpe y con los ojos llorosos, se dio la vuelta
y algo quiso decir, pero la furia le impidió hablar y arrancó violentamente. Al
poco rato volvió, seguida por don Facundo.
Los capataces reunieron a empellones a todos los que pizcaban cerca del
lugar del incidente. Mientras Zenaida blandía el fuete con aire de suficiencia,
el patrón les exigió que dijeran quién la había golpeado.
Aunque Saúl estaba entre ellos, nadie abrió la boca. Entonces el patrón
amenazó con despedirlos a todos si no señalaban al culpable, pero otra vez
prefirieron callar. Sintieron que, encubriendo a Saúl, todos se hacían
partícipes de la mínima venganza que les daba el manzanazo.
Casi con gusto aceptaron el despido que efectivamente se cumplió. Por
una vez, aquellos desarrapados salieron de la huerta con un gesto de triunfo y
dignidad.
Raúl Manríquez Moreno tiene maestría en desarrollo humano y valores, es profesor en la UACJ, campus Cuauhtémoc, y en el CBTIS 117. Ha publicado los libros de cuentos Romance de otoño y Cuentos para una tarde de ocio, el poemario Quinteto para un pretérito (en coautoría) y las novelas La vida a tientas y Días de septiembre. En el año 2000 obtuvo el Premio Chihuahua de Literatura y en el 2007 el Premio Nacional de Novela Justo Sierra.
Hay personajes de la sierra de Chihuahua que no han tenido biología y sin embargo sí la vida intensa y simbólica que les dio el novelista Raúl Manríquez en su escritura. Entre ellos anda esta mujer llamada Zenaida.
ResponderEliminar¿Sierra de Chihuahua? ¿en el muladar que estudiaste también te dijeron que en la sierra son productores de manzana?
ResponderEliminarPero si esos son los personajes "serranos", qué será de la biología inexistente de batracios como este anciano:
"La niña, mirando extrañada el rictus de ira ya petrificado en la cara de su abuelo, pregunta, como queriendo darle un chance a la fantasía de los cuentos de hadas en que las niñas tienen un abuelo bondadoso y querendón:
- ¿me quieres abuelito?.
- ¡tanto como para comerte preciosa!
La respuesta afectada, teatral y fuera de lugar, que es la forma en la que habla siempre su abuelo, la obliga a una distancia prudente entre el área de juegos y el anciano, que jamás sonríe.
- ay abuelo, pero mejor no me comas ¿eh?
Vivaraz e intuitiva, la chiquilla no usa esta vez el diminutivo. Ahora ya está segura de que el inicuo abuelo babiento no es el de los cuentos de hadas, y de que al más mínimo descuido, efectivamente, podría comérsela"