Por Mario
Lugo
Con la piel
cada vez más enjuta; pero, irónicamente, guardando muchas veces la misma
intensidad intelectual de mejores tiempos, víctimas de la senilidad nos
acercamos paulatinamente a la muerte. Surge entonces la incontinencia urinaria,
la amnesia temporal; como despiadado divorcio momentáneo de quien nos ama.
Sobrevienen momentos penosos en que esfínteres fuera de
control nos obligan a defecar sobre nuestras ropas ante la sorpresa de quienes
siempre nos consideraron ecuánimes, discretos, inteligentes.
Claro, no
siempre ocurre así. Eventualmente puede existir la fortuna de la muerte súbita.
O quizá, una piadosa enfermedad que nos prive de vivir esa suerte de calvario
que se nos tiene deparado. Sin embargo, es prudente prepararse para lo peor.
Jean Paul
Sartre, como tantos otros viejos, supo de esa experiencia demoledora. La
ventaja, si podemos llamarla de esa manera, estriba en que él pudo contar con
una testigo admirable a su lado que supo, y pudo seguirlo hasta el final.
La compañera
del filósofo francés, Simone de Beauvoir, provista de una sabiduría obtenida al
fragor de la lucha política, la práctica literaria y la cercanía a uno de los
talentos filosóficos más poderosos del siglo, no escapó, sin embargo, al
impacto de la experiencia de la vejez no solo en carne ajena, sino en carne
propia y en el espíritu del hombre que amaba.
Al morir
Sartre, Simone, su mujer, y sobre todo su amor, reacciona como mujer enamorada:
En un momento dado, rogué que me dejaran
sola con Sartre y quise tenderme a su lado, bajo las sábanas. Una enfermera me
detuvo: - No, cuidado... la gangrena
(pág. 165.)
La
literatura, la filosofía, la lucha política. Las pasiones, las largas
discusiones, la cárcel, los escándalos. Nada es importante, solo el amor. El
amor al principio. El amor al final. El amor siempre.
Quizá por
todo ello Simone concluye con humildad y desolación: su muerte nos separa. Mi muerte no nos unirá. Así es; y fue hermoso;
ya fue hermoso que nuestras vidas hayan podido estar de acuerdo tanto tiempo.
(pág. 166.) (…) y no me reuniré con usted; aunque me entierren a su lado, de
sus cenizas a mis restos no habrá ningún pasadizo”(…)
De la reseña La
ceremonia del adiós. Simone de Beauvoir. Ed. Hermes. México. 1983.
La reflexión acerca de la muerte tiene a veces tono trágico y trascendental; los relatos de los últimos años, las miserias del cuerpo en la caída.
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