[Foto: Chávez, 2008].
Chile pasado
Por Gabriel
Borunda
Tal vez estamos en el mundo para buscar el amor,
encontrarlo y perderlo, una y otra vez. [Isabel Allende]
La radio sonó suave, no era un son pero sonó,
a la búsqueda de algún oído que
estuviera concentrado en el ajetreo, el quehacer,
no leniniano, aunque sí diario, ritual,
absurdo el de la cotidianidad.
Llegó con su espada de madera
y zapatos de payaso a comerse la ciudad,
compró suerte en doña Manolita
y al pasar por la Cibeles quiso sacarla a bailar
un vals como dos enamorados
y dormirse acurrucados a la sombra de un león.
Ella sabía que aquella canción aun no se había escrito, era solo un
suceso más de las horas de la cocina, del momento de despellejar
el chile, justo después de ser asado. Tal vez ocurría que la radio
se enchilaba y entonces tocaba cosas extrañas, canciones
y noticias de lo inocurrible, de lo no escuchado en
futuro. Tampoco es pospretérito, solo cosas tontas,
¿cómo alguien sacaría a bailar a la estatua esa?
―Este radio ya se deschavetó otra vez, ya hay que comprar otro, uno de
transistores ―dijo en voz alta.
Los niños levantaron la cabeza y entendieron que sería prudente huir, salieron,
era hora de los regaños y los mandados, hora de ser enviado por el pan, las
tortillas, ¡era mejor no estar!
Que tal, estoy sola y sin marido
gracias por haber venido a abrigarme el corazón.
―Ha de estar como yo, marido solo para decir que le haga chile pasado con
queso.
Descolgó el ají que se había secado, espantando las moscas, y fue colgando
el recién pelado. Se llevó el chile seco a la cocina y pensó que algún loco
sería buena pareja para quitar los resfríos del corazón. Como a la estatua.
―Los locos que le dan calor al cuerpo y al espíritu ¿cometerán pecado?
―¿A quién le importa? ―se contesta a sí misma.
Molesta por las idioteces que le hace pensar la radio, vuelve sobre sus
pasos después de retirar del comal otra porción de chiles asados, ponerla sobre
una toalla húmeda y envolverlos; luego repone con chiles nuevos los que asó,
pone en remojo los que están secos, los lava. En un cacerola pone aceite y
acitrona con rodajas de cebolla, agrega papas, chiles remojados, leche agria y
un poco de agua, lava los trastos empleados, trapea el agua salpicada sobre los
mosaicos de terrazo y regresa con los chiles al cuarto trasero que sirve de
lavandería, prensa de quesos, secador de carne, chiles y calabazas, de
elaboración de chacales y de molino.
A su estatua preferida
un anillo de pedida
le robó en El Corte Inglés.
Con él
en el dedo al día siguiente
vi a la novia del agente
que lo vino a detener.
Resonaron en su cabeza las los últimos versos y
acordes de aquella extraña canción, de la Cibeles, la escuchó mientras
realizaba sus tareas y hasta que el ruido del avión que llegaba atronó el cielo
de aquella colonia que ni acababa de ser rural ni empezaba a ser urbana.
Después de que el tetramotor DC-6 pasó, la radio chirrió
y volvió la música de la XEFI, Los Alegres de Terán
inundaron aquella habitación-taller doméstico.
Qué hermoso hubiera sido, vivir bajo aquel techo
los dos unidos siempre, amándonos los dos,
tú siempre enamorada yo siempre satisfecho
los dos una sola alma, los dos un solo pecho
y en medio de nosotros, mi madre como un dios.
Esa sí es música, dijo don Zacarías en la cantina, a donde había
llegado para no andar seco. Había aparcado el Studebaker
enfrente; tomó un par de cartas y un poco de botana,
debía llegar a la hora de la comida. Se saboreó pensando
en el chile pasado con queso.
¿Qué le pasará al radio?, se preguntaba la mujer. Lo
peor es que esas canciones me dejan pensando. ¿Se meterá una estación de
Pachucos? Ha de ser el Tin Tán ese, como es de Juárez es muy malora. Pero no,
yo creo que es cosa del diablo, suena a música que no es de ahora. Por su culpa
ya ni me gusta el Nocturno a Rosario
y reniego de ser como las demás mujeres.
Gabriel Borunda Olivas es licenciado en letras españolas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Chihuahua y maestro en filosofía por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Entre sus libros publicados hay estos: Asesinato en la biblioteca, Para empezar a escribir y La lectura de los jóvenes en Chihuahua.
Cuál yoga ni qué ocho cuartos; cocinar a media mañana oyendo en el radio la XEFI, con canciones de Los Alegres de Terán, y pensando en la estatua de la Cibeles tan garbosa, es la meditación más efectiva.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarXD caray, pero de qué época es eso. Hoy la mayoría de las familias "media" compran comida hecha y contratan una empleada para que haga el resto. Los niños tienen actividades recreativas todo el día, ahora ya ni saben como se compra el pan. Lo demás es el tipo de convivencia que ocurre bajo cualquier techo, basta con ver que le pasa exactamente lo mismo a tantos solitarios opacos cuyo único destino parece ser el conflicto con todo el mundo. De esos que ya quisieran tener una familia, o que cuando la tuvieron sólo atinaron a destrozarla.
ResponderEliminarEn principio pensé que se trataba del retrato de la mujer de algún pesadumbroso y ya conocido ex presidiario del cesame. Pero ojalá ella hubiera tenido aunque sea chiles para pelar, yo creo por eso mejor le entró al yoga o a la psicología.