viernes, 8 de marzo de 2019

María Esther Quintana Millamoto. La otra Roma

La otra Roma

Por María Esther Quintana Millamoto

Antes de empezar con mi relato me permito advertirles a los amables lectores que esto no es un cuento, lo cual en mi caso es una ventaja porque carezco de talento para la ficción, pero no para la narración, lo cual, sumado a mi tendencia hacia la brevedad (aunque aclaro que no se espere un texto condensado tipo twitter o hashtag), se convierten en una ventaja para los lectores contemporáneos acostumbrados a leer textos cuyas palabras van perdiendo cada vez más letras o se han ido sustituyendo en los últimos años con caritas u otras figuras llamadas emoticones. También aclaro que tiendo a escribir párrafos largos y explicativos.
Después de esta advertencia paso explicar el tema de mi relato, el cual se relaciona íntimamente con el título de este texto La otra Roma la cual no se refiere a la capital de Italia, es decir, la ciudad conectada con el Vaticano, que si el lector no lo sabe tiene su propia jurisdicción y es a su vez la capital de la iglesia católica romana. A pesar de su fama tradicional asociada con los Papas, la Basílica de San Pedro, y lo más importante, el haber desplazado en mi corazón a París como mi ciudad europea favorita, en estos días la Roma más famosa es la de Alfonso Cuarón, es decir, la película que se acaba de ganar tres Oscares (por mejor director, mejor fotografía y mejor película extranjera). Aunque reconozco que dichos premios son importantes por el reconocimiento que ello implica a la relevancia y calidad del filme, su logro más importante es que pone en un primer plano a dos protagonistas femeninas, una de las cuales es una trabajadora doméstica indígena que vive con una familia de clase media en la colonia Roma, Ciudad de México. Para mí, que estudio las representaciones de las mujeres en las novelas contemporáneas de latinas en los Estados Unidos, y que he enfocado la denuncia de sus autoras sobre la misoginia y el machismo que existen en México y los Estados Unidos, ver este filme me llenó de esperanza respecto a la posibilidad de que se puedan superar estos cánceres sociales. Considero que llamar cánceres sociales a estos problemas no es una exageración si se piensa que han sido los detonantes de miles de crímenes de mujeres cuyos asesinos las han visto como objetos desechables muy de acuerdo en la sociedad de consumo que vivimos en esta época del capitalismo global.
Sin embargo este texto enfoca otro problema social que es el racismo en México aunque solo me referiré a la discriminación de los indígenas partiendo de la discusión de Roma y en conexión con un par de novelas y de referencias a algunos textos ensayísticos conectados con el tema del racismo. Quiero empezar con una observación a los comentarios negativos respecto a la supuesta falta de interés de la trama. Considero que este juicio parte de lo que tradicionalmente se ha considerado digno de representación en el cine y entre estos sujetos representables no se incluye indígenas, a menos que aparezcan altamente estereotipados e idealizados (como el buen salvaje) y sean representados por actores o actrices famosos como Pedro Infante en la película Tizoc (1956) donde aparece al lado de María Félix. En segundo lugar, estamos entrenados a apreciar prioritariamente un tipo de cine que privilegia la acción, los efectos especiales, los temas épicos y los actores consagrados, es decir, el modelo de Hollywood. Es increíble cómo hasta algunas de las comedias comerciales mexicanas como No manches Frida, o Instrucciones no incluidas, están copiando este modelo con situaciones y escenarios que recrean situaciones que se dan en Estados Unidos y no en México (por ejemplo No manches Frida presenta una graduación tipo prom norteamericana que no tiene nada que ver con las graduaciones mexicanas.
En contraste, Roma recrea de manera realista eventos autobiográficos que tuvieron lugar en los setentas. Precisamente el carácter intimista de la película y su casi absoluta desnudez en cuanto al uso de recursos fílmicos millonarios (la película es en blanco y negro y carece casi en su totalidad de efectos especiales), fue lo que capturó la atención de Hollywood aun en contra de las expectativas de su creador. Más allá de Hollywood, Roma ha atraído una atención global, al mismo tiempo que ha generado una conversación sobre el racismo en México que, de acuerdo con las declaraciones del cineasta en una rueda de prensa inmediata a la ceremonia de los Oscares, debería de haber tenido lugar desde hace siglos. Aunque estoy de acuerdo con Cuarón, es justo mencionar que la literatura mexicana del siglo XX había ya incursionado en dicho tema, por ejemplo en Balun Canán (1957) de la escritora chiapaneca Rosario Castellanos. Dicho relato, que tiene lugar en Chiapas durante el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940), se enfoca en una niña blanca, hija de un terrateniente, que es criada por una nodriza indígena, la cual es desterrada de la hacienda cuando se le acusa falsamente de haber enfermado con sus artes mágicas al primogénito de la familia.  A pesar de la íntima conexión entre la nana y la protagonista, y de haber aprendido esta última la cultura indígena de su nodriza, la niña finalmente asimila la discriminación prevalente en la sociedad chiapaneca cuando exclama que nunca podrá ser capaz de reconocer a su nana en la calle porque “todos los rostros de las indias son iguales”.
Por su parte, en su novela Caramelo (2002), Sandra Cisneros conecta el indígena con la tendencia en México a menospreciar a los mexicoamericanos, al enfatizar que en ambos casos se les devalúa por considerárseles marginales a la cultura mestiza dominante de la nación. En el caso de los indígenas se los ve como ciudadanos de segunda categoría debido a su nivel económico y porque el español suele constituir su segunda lengua, y por tanto estereotípicamente se cree que no la hablan bien. Los mexicoamericanos constituyen un caso similar, en términos lingüísticos, ya que frecuentemente combinan el español con el inglés, lo cual se juzga negativamente pues se ve como un indicio de su falta de pureza cultural, de su defectuosa mexicanidad.  En Caramelo, Celaya, la protagonista, es una mexicoamericana cuya abuela paterna (a la que visita su familia todos los veranos) vive en la ciudad de México y se jacta de ser descendiente directa de españoles, aun cuando su fisonomía revela su ascendencia indígena. Celaya se queja de la discriminación que ella, su madre y sus hermanos sufren por parte de la abuela, quien los llama “pochos” por su mezcla cultural y porque según ella no hablan un español correcto. Antes que Cuarón, Cisneros presenta la vida de las empleadas domésticas indígenas, aunque en su novela el tratamiento brutal que reciben por parte de una mujer, la abuela de Celaya, que aun cuando comparte el mismo sustrato étnico que sus indígenas no puede solidarizarse con ellas debido al racismo que ha interiorizado. Cisneros critica las ideas de mestizaje que dominaron el discurso político nacional posrevolucionario, en especial las que José Vasconcelos desarrolla en La raza cósmica (1925). Aun cuando Vasconcelos, se propone contrarrestar la idea de superioridad aria, en que se basan teorías como el darwinismo social, al proponer una quinta raza ibérica y mestiza, sus descripciones estereotípicas y negativas de los pueblos indígenas, o los de África y de Asia, al mismo tiempo que revelan sus prejuicios y racismo, privilegian la herencia europea sobre las nativas en Latinoamérica. Caramelo revela que a pesar de las promesas posrevolucionarias hacia los indígenas en el periodo de Lázaro Cárdenas, las personas de dicho sustrato siguen siendo explotadas y todavía viven al margen de la sociedad mexicana.
La hibridez cultural por la que la abuela de Celaya rechaza a sus nietos, implica una especie de ansiedad respecto a aquellos sujetos que no presentan características nítidas de una identidad nacional fija o cristalizada. Una actitud similar es la manifestada por Octavio Paz en su ensayo “El pachuco y otros extremos” que es parte central de su libro El laberinto de la soledad (1950). En dicha obra, Paz rechaza al pachuco, el joven urbano de la zona de los Ángeles en los cuarenta, por considerarlo como un individuo que se niega a identificarse con la cultura tradicionalmente mexicana y que al mismo tiempo se resiste a adaptarse a la cultura norteamericana: “El pachuco ha perdido toda su herencia: lengua, religión, costumbres, creencias. Solo le queda un cuerpo y un alma a la intemperie, inerme ante todas las miradas. Su disfraz lo protege y, al mismo tiempo, lo destaca y aísla: lo oculta y lo exhibe”. A pesar de sentirse escandalizado por el atuendo extravagante del pachuco y por su obstinación a crear una identidad que va más allá de una cultura estereotípicamente nacional, Paz se resigna a reconocer que el pachuco sigue siendo mexicano, aunque de una manera excepcional y radical: “Queramos o no, estos seres son mexicanos, uno de los extremos a que puede llegar el mexicano.” A pesar de su exasperación ante la terquedad del pachuco por vivir en los márgenes de la identidad nacional, y de aceptar la mexicanidad del pachuco, Paz se niega a reconocer su agencia en cuanto a buscar alternativas de identidad fuera del modelo del American Dream. Según este marco capitalista, todo ciudadano norteamericano tiene asegurado el progreso económico siempre y cuando se esfuerce en conseguirlo ya que cuenta con los recursos económicos, y el apoyo social y cultural para hacerlo. Sin embargo, como asegura Marco Sánchez Tranquilino, el pachuco es excluido de dicho modelo al ser considerado un ciudadano de segunda categoría. En dicho sentido, Sánchez Tranquilino subraya la opresión del  pachuco y critica el que Paz le niegue cualquier agencia al conformar una identidad propia mediante su comportamiento y su vestuario extravagantes. De esta manera, el pachuco subvierte la opresión que sufre en la sociedad angloamericana mediante su rebeldía y la afirmación de una identidad cultural híbrida: mexicana por sus costumbres, pero al mismo tiempo marcada por la influencia norteamericana, sobre todo en la música norteamericana (una mezcla de jazz, boogies, blues) y en el traje que usa: pantalones bombachos, saco amplio, pañuelo en uno de los bolsillos del pantalón y un reloj de cadena gruesa.
El desprecio al pachuco en los Estados Unidos y en general hacia toda persona de ascendencia mexicana, se origina en la valoración devaluada de su mestizaje, y más específicamente de su sustrato indígena, devaluación que se exacerba con la derrota de México en su guerra contra los Estados Unidos, misma que culmina con la perdida de la mitad del territorio mexicano en 1848. En contraste, el desprecio en México al sustrato indígena es resultado del sistema de castas iniciado durante el periodo colonial según el cual los blancos se consideraban superiores a los indígenas, a los negros y a los mestizos. Incluso el concepto del mestizaje de José Vasconcelos en La raza cósmica (1925), definido como la síntesis de lo español (blanco) y lo indígena, implica la asimilación y desaparición de las culturas autóctonas dentro del mestizaje no solo étnico sino incluso cultural. Dentro del plan nacional posrevolucionario, esta asimilación a la cultura mestiza era imprescindible con el fin de alcanzar el progreso de México y de poder acceder a la ansiada modernidad de los Estados Unidos.
Emigrar a otro país me ha hecho consciente de la pervivencia de esta visión cultural mexicana y me ha hecho especialmente consciente del racismo en chistes y en expresiones mexicanos que hablan por ejemplo de “mejorar la raza” o que implican que los indígenas son tontos. Por tanto, ver a Yalitza Aparicio, actriz indígena oaxaqueña, como protagonista de Roma, fue algo que me llenó de emoción, lo cual se intensificó al oírla hablar mixteco, una lengua que tuvo que aprender durante la filmación de la película. Si a mí, que soy mestiza, me llenó de alegría ver a Yalitza Aparicio en el rol de Cleo, solo puedo imaginarme el gozo y el orgullo que deben haber sentido las mujeres indígenas al verse reflejadas en la pantalla, algo que la misma actriz ha comentado como uno de los logros de la película que más ha valorado.  Es cierto que en los últimos años han aparecido personajes indígenas femeninos en la televisión, pero es común que su representación sea estereotípica o que las actrices que desempeñan dichos roles no sean indígenas (el caso más paradigmático es el de María Elena Velasco, la India María, que perpetúa los estereotipos sobre las indígenas. Al respecto, Yalitza constituye una excepción a dicha tendencia y por tanto su participación en Roma resulta clave para abrirles las puertas del cine y de la televisión a otras actrices que por fin se ven reflejadas de una manera más auténtica en un filme mexicano. En este sentido, el rol de Yalizta como pionera de las actrices indígenas es relevante, ya que ha sido la primera en ser nominada para un Oscar en la categoría de mejor actriz protagónica. Ojalá que al estar atrayendo la atención del público a nivel mundial, la participación de Yalitza en Roma cambie el horizonte de expectativas respecto a cuáles son los tipos de talentos y rostros que merecen ser mostrados en el cine y en la televisión. La actriz oaxaqueña parece tener conciencia del cambio del que ha sido agente cuando ha declarado con orgullo el ser indígena y oaxaqueña, especialmente en sus declaraciones al ser atacada e insultada recientemente por sus orígenes étnicos. Asimismo, la actriz ha expresado también que el hablar mixteco en Roma ha sido muy relevante en cuanto a reivindicar las lenguas nativas de los indígenas mexicanos, sobre todo de aquellos que han sido discriminados por el hecho de hablarlas y por tanto se han auto reprimido en cuanto a usarlas. Dicha disglosia (la diferente jerarquía cultural o social de una lengua sobre otra) tiene un paralelo en lo que ocurre en los Estados Unidos, donde muchos hispanos sufren lo que la filósofa norteamericana Kelly Oliver llama “colonización psíquica”. Este sentimiento, que consiste en avergonzarse de hablar en sus propias lenguas (español, náhuatl, mixteco, zapoteco, maya quiché, quechua, aymara, etcétera) no es de ninguna manera gratuito, sino parte de la larga discriminación que han sufrido los hispanos en los Estados Unidos. Desafortunadamente dicha devaluación se ha incrementado significativamente en los últimos años debido a la política racista y antimexicana de Donald Trump, quien con sus comentarios al respecto ha abierto la puerta para que muchas personas discriminen y ofendan abiertamente a los latinos. Incluso los mismos latinos discriminan a otros latinos, tal vez reaccionando a su posición vulnerable en los Estados Unidos.  En relación a lo anterior, hace unos días en una reunión para una compañera que va a dar a luz próximamente, una colega mexicoamericana me dijo con vergüenza que ella no hablaba un español tan bueno como el mío porque era pocha. Este tipo de prejuicio tiene que ver con las críticas que mi colega y otras personas mexicoamericanas suelen experimentar por parte de otros latinos, quienes consideran que su lengua es una mezcla “bastarda” del inglés y del español, o que piensan que hablan de manera “incorrecta” porque se expresan como las personas sin educación formal de zonas rurales mexicanas.  Es deprimente ver cómo los humanos reproducimos la discriminación aun en los casos de que somos objeto de ella debido a nuestra interiorización de jerarquías que postulan la superioridad de cierto tipo de personas sobre otras y de las lenguas dominantes sobre las que se consideran lenguas colonizadas (los latinos y el español en los Estados Unidos, y los indígenas y sus diferentes lenguas en México). Espero que películas como Roma nos hagan conscientes de nuestros prejuicios y que tengamos la valentía para luchar contra ellos. Gracias a Alfonso Cuarón y a Yalitza Aparicio por inspirarme a seguir luchando en contra del racismo y de los estereotipos en México y en los Estados Unidos mediante los temas que escojo para escribir, aun cuando no sean los más populares entre muchos lectores ni tampoco los favoritos en la academia estadounidense.



María Esther Quintana Millamoto estudió letras españolas en la Universidad Autónoma de Chihuahua, tiene maestría y doctorado en letras hispánicas por la Universidad de California Berkeley. Entre sus obra publicado están los libros Los pícaros, bufones y cronistas de Maluco: la novela de los descubridores fue publicado por Linardi y Risso en Montevideo Uruguay en 2008; Madres e hijas melancólicas en las novelas de crecimiento de autoras latinas, publicada en la colección Benjamin Franklin de la Universidad de Alcalá España.También ha publicado ensayos críticos en revistas arbitradas en México, Cuba, España y Estados Unidos. Actualmente es profesora en el departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Texas.

2 comentarios:

  1. Excelente narración! Esos párrafos explicativos siempre me aclaran muchas confusiones y me animan a seguir leyendo y escribiendo ... sin emoticones Gracias

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  2. FELICIDADES ESTHER MUY ENRIQUECEDORA NARRATIVA QUE SIGAS ADELANTE Y MUCHOS EXITOS PARA TI.

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