La otra Roma
Por María Esther Quintana Millamoto
Antes de empezar con mi relato me permito advertirles
a los amables lectores que esto no es un cuento, lo cual en mi caso es una
ventaja porque carezco de talento para la ficción, pero no para la narración,
lo cual, sumado a mi tendencia hacia la brevedad (aunque aclaro que no se
espere un texto condensado tipo twitter o hashtag), se convierten en una
ventaja para los lectores contemporáneos acostumbrados a leer textos cuyas
palabras van perdiendo cada vez más letras o se han ido sustituyendo en los
últimos años con caritas u otras figuras llamadas emoticones. También aclaro
que tiendo a escribir párrafos largos y explicativos.
Después de esta advertencia paso explicar el tema de
mi relato, el cual se relaciona íntimamente con el título de este texto La otra Roma la cual no se refiere a la capital de Italia, es
decir, la ciudad conectada con el Vaticano, que si el lector no lo sabe tiene
su propia jurisdicción y es a su vez la capital de la iglesia católica romana.
A pesar de su fama tradicional asociada con los Papas, la Basílica de San
Pedro, y lo más importante, el haber desplazado en mi corazón a París como mi
ciudad europea favorita, en estos días la Roma más famosa es la de Alfonso
Cuarón, es decir, la película que se acaba de ganar tres Oscares (por mejor
director, mejor fotografía y mejor película extranjera). Aunque reconozco que
dichos premios son importantes por el reconocimiento que ello implica a la relevancia
y calidad del filme, su logro más importante es que pone en un primer plano a
dos protagonistas femeninas, una de las cuales es una trabajadora doméstica indígena
que vive con una familia de clase media en la colonia Roma, Ciudad de México. Para
mí, que estudio las representaciones de las mujeres en las novelas
contemporáneas de latinas en los Estados Unidos, y que he enfocado la denuncia de
sus autoras sobre la misoginia y el machismo que existen en México y los
Estados Unidos, ver este filme me llenó de esperanza respecto a la posibilidad
de que se puedan superar estos cánceres sociales. Considero que llamar cánceres
sociales a estos problemas no es una exageración si se piensa que han sido los
detonantes de miles de crímenes de mujeres cuyos asesinos las han visto como
objetos desechables muy de acuerdo en la sociedad de consumo que vivimos en
esta época del capitalismo global.
Sin embargo este texto enfoca otro problema social que
es el racismo en México aunque solo me referiré a la discriminación de los
indígenas partiendo de la discusión de Roma
y en conexión con un par de novelas y de referencias a algunos textos
ensayísticos conectados con el tema del racismo. Quiero empezar con una observación
a los comentarios negativos respecto a la supuesta falta de interés de la trama.
Considero que este juicio parte de lo que tradicionalmente se ha considerado
digno de representación en el cine y entre estos sujetos representables no se incluye indígenas, a menos que aparezcan
altamente estereotipados e idealizados (como el buen salvaje) y sean representados por actores o actrices famosos
como Pedro Infante en la película Tizoc
(1956) donde aparece al lado de María Félix. En segundo lugar, estamos
entrenados a apreciar prioritariamente un tipo de cine que privilegia la
acción, los efectos especiales, los temas épicos y los actores consagrados, es
decir, el modelo de Hollywood. Es increíble cómo hasta algunas de las comedias
comerciales mexicanas como No manches
Frida, o Instrucciones no incluidas,
están copiando este modelo con situaciones y escenarios que recrean situaciones
que se dan en Estados Unidos y no en México (por ejemplo No manches Frida presenta una graduación tipo prom norteamericana que no tiene nada que ver con las graduaciones
mexicanas.
En contraste, Roma
recrea de manera realista eventos autobiográficos que tuvieron lugar en los
setentas. Precisamente el carácter intimista de la película y su casi absoluta
desnudez en cuanto al uso de recursos fílmicos millonarios (la película es en
blanco y negro y carece casi en su totalidad de efectos especiales), fue lo que
capturó la atención de Hollywood aun en contra de las expectativas de su
creador. Más allá de Hollywood, Roma ha atraído una atención global, al mismo
tiempo que ha generado una conversación sobre el racismo en México que, de
acuerdo con las declaraciones del cineasta en una rueda de prensa inmediata a la
ceremonia de los Oscares, debería de haber tenido lugar desde hace siglos. Aunque
estoy de acuerdo con Cuarón, es justo mencionar que la literatura mexicana del
siglo XX había ya incursionado en dicho tema, por ejemplo en Balun Canán (1957) de la escritora
chiapaneca Rosario Castellanos. Dicho
relato, que tiene lugar en Chiapas durante el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940),
se enfoca en una niña blanca, hija de un terrateniente, que es criada por una
nodriza indígena, la cual es desterrada de la hacienda cuando se le acusa
falsamente de haber enfermado con sus artes mágicas al primogénito de la
familia. A pesar de la íntima conexión
entre la nana y la protagonista, y de haber aprendido esta última la cultura
indígena de su nodriza, la niña finalmente asimila la discriminación prevalente
en la sociedad chiapaneca cuando exclama que nunca podrá ser capaz de reconocer
a su nana en la calle porque “todos los rostros de las indias son iguales”.
Por su parte, en su novela Caramelo (2002), Sandra Cisneros conecta el indígena con la
tendencia en México a menospreciar a los mexicoamericanos, al enfatizar que en
ambos casos se les devalúa por considerárseles marginales a la cultura mestiza dominante
de la nación. En el caso de los indígenas se los ve como ciudadanos de segunda
categoría debido a su nivel económico y porque el español suele constituir su
segunda lengua, y por tanto estereotípicamente se cree que no la hablan bien. Los
mexicoamericanos constituyen un caso similar, en términos lingüísticos, ya que
frecuentemente combinan el español con el inglés, lo cual se juzga
negativamente pues se ve como un indicio de su falta de pureza cultural, de su defectuosa mexicanidad. En Caramelo,
Celaya, la protagonista, es una mexicoamericana cuya abuela paterna (a la que
visita su familia todos los veranos) vive en la ciudad de México y se jacta de
ser descendiente directa de españoles, aun cuando su fisonomía revela su
ascendencia indígena. Celaya se queja de la discriminación que ella, su madre y
sus hermanos sufren por parte de la abuela, quien los llama “pochos” por su
mezcla cultural y porque según ella no hablan un español correcto. Antes que Cuarón,
Cisneros presenta la vida de las empleadas domésticas indígenas, aunque en su
novela el tratamiento brutal que reciben por parte de una mujer, la abuela de
Celaya, que aun cuando comparte el mismo sustrato étnico que sus indígenas no
puede solidarizarse con ellas debido al racismo que ha interiorizado. Cisneros critica
las ideas de mestizaje que dominaron el discurso político nacional
posrevolucionario, en especial las que José Vasconcelos desarrolla en La raza cósmica (1925). Aun cuando Vasconcelos,
se propone contrarrestar la idea de superioridad aria, en que se basan teorías
como el darwinismo social, al proponer una quinta raza ibérica y mestiza, sus
descripciones estereotípicas y negativas de los pueblos indígenas, o los de
África y de Asia, al mismo tiempo que revelan sus prejuicios y racismo,
privilegian la herencia europea sobre las nativas en Latinoamérica. Caramelo revela que a pesar de las
promesas posrevolucionarias hacia los indígenas en el periodo de Lázaro
Cárdenas, las personas de dicho sustrato siguen siendo explotadas y todavía
viven al margen de la sociedad mexicana.
La hibridez cultural por la que la abuela de Celaya
rechaza a sus nietos, implica una especie de ansiedad respecto a aquellos
sujetos que no presentan características nítidas de una identidad nacional fija
o cristalizada. Una actitud similar es la manifestada por Octavio Paz en su ensayo
“El pachuco y otros extremos” que es parte central de su libro El laberinto de la soledad (1950). En dicha
obra, Paz rechaza al pachuco, el joven urbano de la zona de los Ángeles en los cuarenta,
por considerarlo como un individuo que se niega a identificarse con la cultura
tradicionalmente mexicana y que al mismo tiempo se resiste a adaptarse a la
cultura norteamericana: “El pachuco ha perdido toda su herencia: lengua,
religión, costumbres, creencias. Solo le queda un cuerpo y un alma a la
intemperie, inerme ante todas las miradas. Su disfraz lo protege y, al mismo
tiempo, lo destaca y aísla: lo oculta y lo exhibe”. A pesar de sentirse
escandalizado por el atuendo extravagante del pachuco y por su obstinación a
crear una identidad que va más allá de una cultura estereotípicamente nacional,
Paz se resigna a reconocer que el pachuco sigue siendo mexicano, aunque de una
manera excepcional y radical: “Queramos o no, estos seres son mexicanos, uno de
los extremos a que puede llegar el mexicano.” A pesar de su exasperación ante
la terquedad del pachuco por vivir en los márgenes de la identidad nacional, y
de aceptar la mexicanidad del pachuco, Paz se niega a reconocer su agencia en
cuanto a buscar alternativas de identidad fuera del modelo del American Dream. Según este marco
capitalista, todo ciudadano norteamericano tiene asegurado el progreso
económico siempre y cuando se esfuerce en conseguirlo ya que cuenta con los
recursos económicos, y el apoyo social y cultural para hacerlo. Sin embargo,
como asegura Marco Sánchez Tranquilino, el pachuco es excluido de dicho modelo
al ser considerado un ciudadano de segunda categoría. En dicho sentido, Sánchez
Tranquilino subraya la opresión del
pachuco y critica el que Paz le niegue cualquier agencia al conformar
una identidad propia mediante su comportamiento y su vestuario extravagantes.
De esta manera, el pachuco subvierte la opresión que sufre en la sociedad
angloamericana mediante su rebeldía y la afirmación de una identidad cultural
híbrida: mexicana por sus costumbres, pero al mismo tiempo marcada por la
influencia norteamericana, sobre todo en la música norteamericana (una mezcla
de jazz, boogies, blues) y en el traje que usa: pantalones bombachos, saco
amplio, pañuelo en uno de los bolsillos del pantalón y un reloj de cadena
gruesa.
El desprecio al pachuco en los Estados Unidos y en
general hacia toda persona de ascendencia mexicana, se origina en la valoración
devaluada de su mestizaje, y más específicamente de su sustrato indígena, devaluación
que se exacerba con la derrota de México en su guerra contra los Estados
Unidos, misma que culmina con la perdida de la mitad del territorio mexicano en
1848. En contraste, el desprecio en México al sustrato indígena es resultado
del sistema de castas iniciado durante el periodo colonial según el cual los
blancos se consideraban superiores a los indígenas, a los negros y a los mestizos.
Incluso el concepto del mestizaje de José Vasconcelos en La raza cósmica (1925), definido como la síntesis de lo español
(blanco) y lo indígena, implica la asimilación y desaparición de las culturas
autóctonas dentro del mestizaje no solo étnico sino incluso cultural. Dentro
del plan nacional posrevolucionario, esta asimilación a la cultura mestiza era
imprescindible con el fin de alcanzar el progreso de México y de poder acceder
a la ansiada modernidad de los Estados Unidos.
Emigrar a otro país me ha hecho consciente de la
pervivencia de esta visión cultural mexicana y me ha hecho especialmente
consciente del racismo en chistes y en expresiones mexicanos que hablan por
ejemplo de “mejorar la raza” o que implican que los indígenas son tontos. Por tanto,
ver a Yalitza Aparicio, actriz indígena oaxaqueña, como protagonista de Roma, fue algo que me llenó de emoción,
lo cual se intensificó al oírla hablar mixteco, una lengua que tuvo que
aprender durante la filmación de la película. Si a mí, que soy mestiza, me
llenó de alegría ver a Yalitza Aparicio en el rol de Cleo, solo puedo
imaginarme el gozo y el orgullo que deben haber sentido las mujeres indígenas
al verse reflejadas en la pantalla, algo que la misma actriz ha comentado como
uno de los logros de la película que más ha valorado. Es cierto que en los últimos años han
aparecido personajes indígenas femeninos en la televisión, pero es común que su
representación sea estereotípica o que las actrices que desempeñan dichos roles
no sean indígenas (el caso más paradigmático es el de María Elena Velasco, la
India María, que perpetúa los estereotipos sobre las indígenas. Al respecto, Yalitza
constituye una excepción a dicha tendencia y por tanto su participación en Roma resulta clave para abrirles las
puertas del cine y de la televisión a otras actrices que por fin se ven
reflejadas de una manera más auténtica en un filme mexicano. En este sentido, el
rol de Yalizta como pionera de las actrices indígenas es relevante, ya que ha
sido la primera en ser nominada para un Oscar en la categoría de mejor actriz
protagónica. Ojalá que al estar atrayendo la atención del público a nivel
mundial, la participación de Yalitza en Roma
cambie el horizonte de expectativas respecto a cuáles son los tipos de talentos
y rostros que merecen ser mostrados en el cine y en la televisión. La actriz
oaxaqueña parece tener conciencia del cambio del que ha sido agente cuando ha declarado
con orgullo el ser indígena y oaxaqueña, especialmente en sus declaraciones al
ser atacada e insultada recientemente por sus orígenes étnicos. Asimismo, la
actriz ha expresado también que el hablar mixteco en Roma ha sido muy relevante en cuanto a reivindicar las lenguas
nativas de los indígenas mexicanos, sobre todo de aquellos que han sido discriminados
por el hecho de hablarlas y por tanto se han auto reprimido en cuanto a usarlas.
Dicha disglosia (la diferente jerarquía cultural o social de una lengua sobre
otra) tiene un paralelo en lo que ocurre en los Estados Unidos, donde muchos
hispanos sufren lo que la filósofa norteamericana Kelly Oliver llama
“colonización psíquica”. Este sentimiento, que consiste en avergonzarse de
hablar en sus propias lenguas (español, náhuatl, mixteco, zapoteco, maya quiché,
quechua, aymara, etcétera) no es de ninguna manera gratuito, sino parte de la
larga discriminación que han sufrido los hispanos en los Estados Unidos.
Desafortunadamente dicha devaluación se ha incrementado significativamente en
los últimos años debido a la política racista y antimexicana de Donald Trump,
quien con sus comentarios al respecto ha abierto la puerta para que muchas
personas discriminen y ofendan abiertamente a los latinos. Incluso los mismos
latinos discriminan a otros latinos, tal vez reaccionando a su posición vulnerable
en los Estados Unidos. En relación a lo
anterior, hace unos días en una reunión para una compañera que va a dar a luz próximamente,
una colega mexicoamericana me dijo con vergüenza que ella no hablaba un español
tan bueno como el mío porque era pocha. Este tipo de prejuicio tiene que
ver con las críticas que mi colega y otras personas mexicoamericanas suelen
experimentar por parte de otros latinos, quienes consideran que su lengua es
una mezcla “bastarda” del inglés y del español, o que piensan que hablan de
manera “incorrecta” porque se expresan como las personas sin educación formal de
zonas rurales mexicanas. Es deprimente
ver cómo los humanos reproducimos la discriminación aun en los casos de que somos
objeto de ella debido a nuestra interiorización de jerarquías que postulan la
superioridad de cierto tipo de personas sobre otras y de las lenguas dominantes
sobre las que se consideran lenguas colonizadas (los latinos y el español en
los Estados Unidos, y los indígenas y sus diferentes lenguas en México). Espero
que películas como Roma nos hagan
conscientes de nuestros prejuicios y que tengamos la valentía para luchar
contra ellos. Gracias a Alfonso Cuarón y a Yalitza Aparicio por inspirarme a
seguir luchando en contra del racismo y de los estereotipos en México y en los
Estados Unidos mediante los temas que escojo para escribir, aun cuando no sean
los más populares entre muchos lectores ni tampoco los favoritos en la academia
estadounidense.
María Esther Quintana Millamoto estudió letras españolas
en la Universidad Autónoma de Chihuahua, tiene maestría y doctorado en letras
hispánicas por la Universidad de California Berkeley. Entre sus obra publicado
están los libros Los pícaros, bufones y
cronistas de Maluco: la novela de los descubridores fue
publicado por Linardi y Risso en Montevideo Uruguay en 2008; Madres e hijas melancólicas en las novelas de
crecimiento de autoras latinas, publicada en la colección Benjamin
Franklin de la Universidad de Alcalá España.También ha publicado ensayos críticos
en revistas arbitradas en México, Cuba, España y Estados Unidos. Actualmente es
profesora en el departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Texas.
Excelente narración! Esos párrafos explicativos siempre me aclaran muchas confusiones y me animan a seguir leyendo y escribiendo ... sin emoticones Gracias
ResponderEliminarFELICIDADES ESTHER MUY ENRIQUECEDORA NARRATIVA QUE SIGAS ADELANTE Y MUCHOS EXITOS PARA TI.
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