miércoles, 15 de abril de 2020

Fernando Suárez Estrada. Aquellos yanquis expansionistas

Aquellos yanquis expansionistas

Por Fernando Suárez Estrada

Sábado 8 abril 1916. Fuerzas invasoras norteamericanas se instalan en el Cerrito de Ruelas, en Cuauhtémoc, donde hoy se encuentran las instalaciones de la Universidad Autónoma de Chihuahua.
De acuerdo con Walter Schmiedehaus, San Antonio de Arenales “por primera vez aparece en el mapa de (la) historia internacional”, ya que el día “8 de abril de 1916, ante los incrédulos ojos de los moradores, arribó procedente de Namiquipa una imponente columna de caballería, perfectamente montada, uniformada y equipada con armas modernas”. (Aboites, Luis. Norte precario, Ed. Colegio de México, pág. 198).
El citado historiador menonita y respetado boticario menciona que las tropas expansionistas  arribaron el 8 de abril, como ya se dijo, coincidiendo con él Alberto Salinas Carranza en su obra La expedición punitiva” (Ed. Botas, p. 149), aunque existen otras fechas contradictorias, muy empalmadas, como se verá más adelante.
Por su parte Isidro Fabela, ministro de Relaciones Exteriores de Venustiano Carranza, afirma que “el 30 de abril (de 1916) llegan a San Antonio de los Arenales el coronel Brown y el antimexicano, mayor Frank Tompkins, este último en peregrinaje desde Parral, donde el 12 de abril fue enfrentado por la población de Parral encabezada por la valiente Elisa Griensen, encontrándose ahí el general John J. Pershing, el cual procedió (en nuestro terruño, Cuauhtémoc), a reorganizar sus fuerzas”. (Fabela, Isidro. Historia diplomática de la Revolución Mexicana, Tomo II, FCE, 1959, pág. 208).
Luis Aboites confirma que después de aquel trascendente episodio parralense, “el 29 de abril todas las tropas invasoras estaban concentradas en San Antonio”.  (Aboites, Luis. Norte…. Op. Cit. pág. 199).
Es decir, en nuestro cerrito de Ruelas llegó a ondear la entrometida bandera de las barras y las estrellas.
El profesor Marcelino Martínez, cronista del Municipio de Cuauhtémoc, subraya al respecto que existe una versión en el sentido de que “el bravo Martín López, en un ataque con sus dragones, expulsó a los punitivos (de nuestra región) encontrándose huellas de la metralla en el puente y la estación de ferrocarril”. (Torres González, Rodolfo. Crónicas cuauhtemenses. Gob. del Estado y Soc. de Estudios Históricos de Cuauhtémoc Victoriano Díaz, A. C., pág. 15).
¿Cómo era el San Antonio de Arenales de ese tiempo? Aboites expone los testimonios de personajes como Jesús Chávez Gardea, quien describe que “por 1916… vivían en San Antonio unas veinte familias”, que él trabajó con los americanos limpiando caminos, cuidando y alimentando a la caballada, que existía un hotel con fonda propiedad de un chino llamado Fon Aj (sic) (Aquí seguramente se refiere a Fong Go o Goo Chi Fong, como lo refiere Juan Ramón Camacho Rodríguez en sus crónicas periodísticas y obras históricas) y que los americanos traían entre cuarenta y cincuenta camioncitos Ford, en cada uno se acomodaban cinco soldados. Igualmente refiere Aboites que en esa época “Benito Núñez, hijo de un vaquero de una de las haciendas de Terrazas, era el jefe de la estación. Llegó recién casado con su esposa Juanita. José Molina se encargaba de la carbonera, leñera y agua para el tren, junto con su hijo Eulalio. El administrador de la hacienda era Estanislao García. Había un comerciante árabe, Narciso Melik, y algunos vaqueros y trabajadores de la hacienda. Otros, como Manuel Mata, dividían su vida diaria entre el pedazo de tierra que rentaban a los (hacendados) Zuloaga con el trabajo directo para ellos”. (Aboites, Luis. Norte… Op. Cit. pp. 198 y 199).
El corto tiempo que la Expedición Punitiva permaneció en San Antonio de Arenales fue suficiente para inscribir a este pueblo en dos registros más del acontecer mundial:
Primero, fue testigo del arranque de la aviación militar.
Segundo, quedó registrado en obras representativas de la literatura de la Revolución Mexicana.

*

Refiriéndonos al asombroso y divertido inicio de la aviación militar, es preciso decir que en esa época “Estados Unidos estaba clasificado en XIV lugar mundial en fuerza aérea, detrás del Japón feudalista”, y que la oportunidad ahora sí que caída del cielo para intervenir en maniobras militares en México, hizo que el general Pershing ordenara el traslado de Columbus a las afueras de Casas Grandes, a partir del 19 de marzo, de ocho flamantes aviones conocidos como Jennies, los que debido a los fuertes vientos se dispersaron en su viaje aterrizando cuatro de ellos en Ascención, tres más perdieron contacto y aterrizaron donde pudieron (quedando uno en situación de destrucción total) y el octavo regresó a Columbus.
“No fue un inicio afortunado para el primer escuadrón aéreo del ejército. Los motores de 95 caballos de fuerza de los Jennies solo tenían cuatro caballos de fuerza más que los necesarios para volar a nivel del mar. En el aire más delgado de la alta planicie de Chihuahua, a duras penas salvaban las copas de los pinos. Tampoco tenían la potencia suficiente para sortear los remolinos y las aterradoras corrientes verticales de la región”. (Vanderwood, Paul J. Los rostros de la batalla, Ed. Grijalbo, pág. 204).
Robert y Florence Lister dejan documentada una hazaña ocurrida en abril de 1916 que conocieron nuestros antepasados, quienes popularmente describían a los avioncitos gringos como Canastos. Cuentan los historiadores que “Dos aviones fueron enviados de San Antonio de los Arenales a entregar algunos mensajes al Cónsul de los Estados Unidos que vivía en Chihuahua. Los aviones causaron mucha excitación”. Durante un vuelo que el teniente Dargue hizo más tarde sobre Chihuahua con el propósito de fotografiar las vías de acceso a la capital, su avión se estrelló. Incendió entonces los restos de su nave y, muy exasperado, tuvo que andar penosamente los cien kilómetros de regreso hasta San Antonio. Con todos sus peligros, a Dargue le gustaba más volar que caminar”. (Lister, Robert y Lister, Florence. Almacén de tempestades, Gob. del Estado de Chihuahua, 1979. pp. 292 y 293).
Nuestros famosos ventarrones cumplieron: Pusieron en el suelo al ejército más poderoso del mundo.
En el registro de sus operaciones el general Pershing dejó constancia de lo siguiente:
“5 de abril de 1916. El aeroplano No. 43, piloteado por el teniente H. A. Dargue y con el capitán B. D. Foulios voló a San Antonio y localizó una caravana montada de carga de la columna del coronel Brown.
10 de abril, 1916. El aeroplano No. 45 piloteado por el teniente H. A. Dargue llevó a cabo el reconocimiento del área de San Antonio. No se descubrieron tropas en esta área. El aeroplano No. 45, piloteado por el teniente J. E. Caberry inspeccionó el área de San Antonio-Ojo Caliente-Santa María-Satevó-San Lucas-Santa Cruz-Mápula-Santa Isabel y regresó a San Antonio.”
Los aeroplanos (canastos) números 43 y 45 fueron conocidos en estos musicales aironazos de San Antonio de los Arenales.
(Expedición punitiva, reporte del general mayor John J. Pershing. Traducción Erbey Mendoza. Introducción y notas Zacarías Márquez Terrazas.  Universidad Autónoma de Chihuahua,  pp 165 a 168).
Es interesante apuntar aquí que mexicanos sobresalientes volaron deslizadores con motor desde 1911. Destaca el caso del piloto aviador y general Roberto Fierro Villalobos, gloria de la aviación nacional, originario de Guerrero, Chihuahua, y que fue también gobernador (sustituto) del estado de Chihuahua. (Fierro Villalobos, Roberto. Esta es mi vida. Talleres Gráficos de la Nación, 1964. pp. 103 - 131).

*

Por otro lado, el evento que coloca a San Antonio de Arenales en el terreno de la literatura representativa de la Revolución Mexicana tiene que ver con la novela universal del escritor chihuahuense Rafael F. Muñoz que se titula ¡Vámonos con Pancho Villa!, que fue llevada también a la pantalla cinematográfica.
Esta obra cuenta la historia del villista Tiburcio Maya.
En la vida real se reporta que este fiel revolucionario “es enviado por Villa a Batevechic, pero uno de los lacayos de la Expedición (Punitiva), Santos Merino, se da cuenta y lo sigue (lo detienen), y de esto es avisado el general (carrancista) José Cavazos. Este, con oficiales yanquis, lo interroga durante dieciseis horas, pero Maya es paradigma de la lealtad. Pershing sugiere que sea liberado y se le siga la huella, pero Cavazos, que gusta del sabor de la sangre ajena, se lo lleva. El 26 de mayo (1916) lo han torturado salvajemente y Tiburcio, por respuesta, escupe a la cara a Cavazos. Esa noche lo colgaron de un álamo”. (Ceja Reyes, Víctor. Yo, Francisco Villa y Columbus, centro Librero La Prensa, pág. 224).
En el terreno de la leyenda, la novela universal de Rafael F. Muñoz relata dos momentos importantes en la vida del personaje: primeramente, se describe la forma en que es nuevamente “reclutado” Tiburcio Maya a las filas que pretende reconstruir Villa para atacar Columbus.
Dice nuestro escritor que el León de San Pablo, como era apodado Tiburcio, fue invitado por su exjefe a reincorporarse a la lucha para atacar al verdadero enemigo de los mexicanos, que era el país expansionista de los Estados Unidos. Tiburcio Maya agradeció a Villa el interés por su persona, pero justificó su negativa argumentando que no podía acompañarlo porque tenía que cuidar a su mujer y a su hija. Villa, entonces, “como un azote, desenfundó la pistola y de dos disparos dejó tendidas, inmóviles y sangrientas, a la mujer y a la hija”, y dijo: “Ahora ya no tienes a nadie, no necesitas rancho ni bueyes. Agarra tu carabina y vámonos”.
Al día siguiente, el general dijo a Tiburcio: “No quiero que te vayas a poner de malas conmigo… palabra de hombre que lo que quise fue quitarte de ir sufriendo todo el camino. Ahorita irías pensando: ‘Mi mujer… mi mujer…’ y cuando entráramos a los trancazos se te doblarían las corvas… (En cambio) tú ahora estás tranquilo porque sabes que a tu mujer no le puede pasar nada malo. Ahora imagínate que un día se te sale un tiro y me pegas a mí y me rajas la mollera (con el propósito de devolverte) a tu rancho. (Ya) no encontrarás a tu mujer y entonces dirás: ‘¿Qué salí ganando con matar al jefe, que me quería tanto?’. Te pondrás a llorar y dirías: ‘Por mi culpa siguen oprimiendo al pueblo, porque mi general Villa era el único que podía haberlo libertado; pobrecito de mi General, tan buena gente que era”. (Muñoz, Rafael F. ¡Vámonos con Pancho Villa! Obra contenida en la colección La novela de la Revolución Mexicana, Tomo IV, SEP-Aguilar Ed., pág. 728).
En segundo lugar, el mismo autor describe el ofensivo método de control de entradas y salidas establecido en el campamento americano de San Antonio de Arenales. Relata que el fiel Tiburcio Maya es comisionado por Villa para ir a buscar medicamentos que le sirvan para calmar los dolores que le provoca la herida sufrida en una pierna, en un enfrentamiento que tuvieron los villistas con carrancistas en Guerrero, Chihuahua. Tiburcio sale de la cueva (la de Coscomate, en la que se ocultó Villa de yanquis y carrancistas) para cumplir su encomienda, pero es atrapado. Los soldados gringos que lo interrogan preguntan: “¿Pasaste por San Antonio de los Arenales?”. “Sí (contestó Tiburcio). En San Antonio está el general Pershing con el Cuartel General de la Expedición Punitiva, desde el 4 (sic) de abril (don Walter Schmiedehaus refiere la fecha 8 de abril, como ya lo habíamos apuntado). “Si pasaste por ahí, debes tener tu pasaporte”.
―No me dieron nada ―dijo Tiburcio.
―¿Cómo saliste entonces?
―De noche ―contestó.
(Los gringos) se fastidiaron.
“Aquel viejo era peor que una mula”.
Los americanos nunca pudieron arrancarle el secreto del lugar donde se encontraba Villa. Lo torturaron, lo mataron. (Muñoz, Rafael F. ¡Vámonos con Pancho Villa! pp. 733 y 772).
Por su parte Elena Poniatowska, en Hasta no verte Jesús Mío (Ediciones Era) recoje los andares de la soldadera Jesusa Palancares, compañera del carranclán Pedro Aguilar, subrayando la estancia de los carrancistas en las inmediaciones de San Antonio de los Arenales cuando perseguían (junto con los punitivos) a Villa para matarlo y rematarlo.
Jesusa, empiojada y mugrosa, como prefería verla su soldado –pos pa quién quería verse bonita–, en nuestro San Antonio nadaba en la nieve y eso la hacía feliz. (pp. 84, 94-97, 111 a 114).
¡Claro que la valerosa soldadera subraya este magnífico relato testimonial: un día se hartó de los maltratos, desenfundó su pistola y logró poner en-su-lugar-a-su-fu-la-no y hasta logró que se enamorara de ella!
El ataque a Columbus, la Expedición Punitiva y el fracaso de ésta constituyen el episodio de la vida de Francisco Villa que más ha abonado para mantener viva su leyenda.
Por último, otras referencias históricas nos indican que también, en la época en que Villa –herido– era trasladado de Guerrero rumbo a la Cueva de Coscomate, localizada en la Sierra de Santa Ana, en las proximidades del rancho Avendaños, municipio de San Francisco de Borja, pasó por San Antonio de Arenales.
El ingeniero Elías Torres cuenta que Modesto Álvarez, conductor de la guayina saltadora, en el trayecto hacia el destino del caso, pasó por San Antonio y que Villa “gritaba como un niño cada vez que el carro saltaba y me injuriaba terriblemente cuando tropezaban las ruedas con una roca”. (Torres, Elías. Vida y hechos de Francisco Villa. Ed. Época, S.A. 1975. pág. 143).
Por último, ¿dónde se localiza la famosa y misteriosa Cueva de Coscomate?
De acuerdo con Memorias de campańa, escritas por el coronel José María Jaurrieta, se revela que dicho escondite se ubica en las cercanías del pueblo de Santa Ana, en la sierra que lleva el mismo nombre. Cuando Villa instruye al coronel Joaquín Álvarez sobre el lugar al que iría a traer agua, le dice: “El agua la encontrarás allá, junto al rancho que desde aquí miramos en el bajío y que dista de este lugar cuatro leguas, como quien dice: ocho de ida y vuelta. Tendrás que desvelarte cada tercera noche, pues las tres cantimploras que traemos solo nos durarán dos días. Si el agua estuviera al pie de este picacho, nos visitarían los señores muy seguido, y tarde o temprano nos tendrían que descubrir, y para qué te cuento”. (Jaurrieta, José María. Con Villa (1916-1920). Memorias de Campaña, Conaculta, 1997, pág. 239). Parientes muy respetados de don José María Jaurrieta vivieron en Cuauhtémoc.
En Wikipedia se define que “la legua es una antigua unidad de longitud que expresa la distancia que una persona o un caballo pueden andar en una hora; es decir, es una medida itineraria. La palabra legua abarca distancias que van de los cuatro a los siete kilómetros, siendo las más frecuentes las leguas que se encuentran en la media de tales extremos”.
Si la media son cinco kilómetros y medio, entonces la distancia entre la cueva y el rancho donde se abastecía el agua se ubica a veintidós kilómetros, y el recorrido por jornada de ida y vuelta sería de 44 kilómetros en ocho horas.
Varios ranchos, en la actualidad, siguen disputándose la propiedad de la cueva famosa. Y es que Villa, en realidad, se movía por toda la serranía chihuahuense como si estuviera en su casa.
De San Antonio de Arenales a la Cueva de Coscomate y de este portal del universo a la epopeya…
Y los soldados gringos de la expedición punitiva, frustrados, se movieron. Pero de regreso a su casa.
De novela nuestra historia local.




Fernando Suárez Estrada hizo la licenciatura en periodismo en Escuela de Carlos Septién García, se tituló con su tesis El espacio ambiente nos informa, y la licenciatura en derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde se tituló con su tesis Consideraciones generales en torno al derecho a la información. Es autor de las siguientes obras publicadas: Cuentos tarahumaras (1975), en la revista Comunidad, editada por la Universidad Iberoamericana, y los libros Jesusita y otros relatos (2001), Caminos del villismo, de la hacienda de bustillos a la epopeya” (2005), Milagro en los alamitos, novela histórica sobre el nacimiento de Cuauhtémoc, Chihuahua (2012) e Identidad cuauhtemense. También es coautor del libro colectivo De San Antonio a Cuauhtémoc, herencia de grandeza” (2019). Es Notario Público número dos para el Distrito Judicial Benito Juárez, Patente expedida el 12 mayo 1989.

No hay comentarios:

Publicar un comentario