Las casas ocupadas
Por Heriberto Ramírez
Luján
Mi primera morada era
una construcción de adobe de tries piezas, cocina y dos recámaras, techo de
tierra batida con paja de trigo y asentada sobre una cama de carrizos cortados
y traídos de las inmediaciones, pues crecían a orillas de las tarjeas. Ahí
cabíamos mis padres y cuatro hermanos, dos de los mayores varones; me tocó poco
convivir con ellos, había traspasado la línea divisoria hacia Estados Unidos,
solo quedaba un catre viejo metálico que Saúl y Cosme en una lucha habían roto.
La nuestra estaba
pegada a la casa de mis abuelos paternos, Amado y Juanita, y daba a un corredor
espacioso donde había una banca enorme, parecía sacada de una iglesia. A su
espalda había una loma en la cual estaba una capilla también de adobe, a donde nos
llevaban a rezar y llevábamos ramilletes de flores como ofrendas que después se
comían nuestras vacas. Entre el pie de la loma de la capilla y la casa quedaba
un espacio donde, en lo más álgido del verano, se tendían las camas para dormir
durante la noche, y nos entreteníamos buscando satélites en el cielo oscuro y
tachonando de estrellas sin cuenta.
Luego se construyó
otro cuarto, que realmente poco llegó a formar parte del trajín de la familia
pues ya nunca estuvo completa ni era necesario, nos fuimos trasladando a
Ojinaga o a Odessa. Nos movimos a Ojinaga para que yo terminara la primaria, en
El Tecolote se cursaba nada más hasta tercero de primaria. Ya había hecho el
cuarto grado asistido por mi tía Goya, quien siempre me trató con un respeto
entrañable.
Ya en Ojinaga,
habitamos una casa de renta propiedad de mi tía Goya y mi tío Tino en la
Trasviña y Retes, frente a la Peluquería Iris; eran dos cuartos que habitamos
hasta que otra tía, hermana menor de mi madre, nos ofreció su casa, pues la
habían dejado deshabitada para probar fortuna en Lovington, Nuevo México.
Estaba ubicada cuadras más abajo por la misma calle, ahí el vecindario era más concurrido
y enfrente había un baldío con una cuneta en la que podía jugar con los niños
vecinos. Cuando llovía se convertía en un gran charco con ranas que croaban
toda la noche.
El divorcio de mis tíos
nos obligó a salir. Mi tío Pedro regresó y puso en funcionamiento la panadería;
por las tardes le ayudaba con tareas simples en la elaboración del pan, fue mi
primer empleo. Para ese entonces mi padre ya había comprado un terreno
coincidentemente por la misma calle, solo que más hacia la orilla de la ciudad;
con dos cuartos de adobe. Cuando se vino la primera lluvia parecía que llovía
más adentro que afuera. Con la ayuda de mis hermanos, principalmente de Saúl,
se construyeron tres piezas más. Para ese momento ya tenía dos lindas
hermanitas, Silvia y Aracely, a las que siempre les hice la vida imposible.
La vida familiar era
un ir y venir al otro lado de la frontera, mis dos hermanas mayores se casaron
y me quedé con mi madre y mis dos hermanas mayores. Después construí un pequeño
cuarto anexo a la casa, donde hice mi debut amoroso.
Mis primeras
incursiones hacia el otro lado me convencieron de que lo mejor era estudiar en
Chihuahua, me inscribí en la Escuela de Filosofía acompañado de Concha, mi
novia, quien se inscribió en la Facultad de Ingeniería. No teníamos dónde
vivir, ella compartía una habitación de vecindad cerca de Soriana Niños Héroes
con otras amigas, y a veces me quedaba ahí, hasta que tomamos la decisión de
alquilar un departamento, renta que ella pagaba. Así llegamos a la colonia
Santo Niño, un departamento con dos camas individuales y un baño exterior
compartido con la dueña. Por qué nos cambiamos de ahí no lo recuerdo, pero
fuimos a dar a una auténtica casa de resistencia, de Doña Esther, que parecía a
punto de derrumbarse, estaba ubicada en las playas del Chuvíscar, cerca de la
Fábrica de Avena No. 1.
No cobraba nada, era
una especie de comuna donde cada quien contribuía con lo que podía, los días
que estuvimos me dediqué a enjarrar las paredes, reparar el baño, poner
soportes a las vigas y todo lo que podía hacer, hasta que Doña Esther y Concha
hicieron colisión y tuvimos que mudarnos de nuevo, ahora a una vecindad de la
Calle Segunda. Era un par de cuartos que Sergio Padilla me había prometido
tiempo atrás pero que hasta ahora había podido desocupar; en esa vecindad todos
sus moradores eran de Ojinaga, estudiantes de diversas carreras. Ahí creció
Fabián, ya para ese entonces nos habíamos casado y los demás también fueron
haciendo su familia hasta que los pesados techos y la madera podrida que
sostenía los cuartos empezaron a caerse, entones el dueño nos conmino a salir.
Así dejamos con pesar esa vieja vecindad en la segunda, hoy convertida en
estacionamiento.
Conseguir casa se
volvió toda una odisea en pleno auge de la industria maquiladora; transcurría 1987, las rentas se cotizaban en
dólares y para un modesto profesor de preparatoria solo alcanzó para alquilar
una casa austera en colonia Las Granjas, eso sí, tenía un patio amplio y un
viejo gallinero ya en desuso. Las carnes asadas y un leve toquín con retazos de
Eskirla tuvieron ese patio por escenario; la visita de la familia Treviño
Herrera eran frecuentes, Rogelio, Laura, Dafne, Citlali y Ámbar. La pasábamos
bien, aunque cuando llovía la cocina se inundaba.
El dueño vendió la
casa y de pronto el nuevo apareció conminándonos a dejar la casa; habían pasado
dos años y la historia se repitió, rentas caras y en dólares. El hombre volvió
una y otra vez, mi respuesta era la misma “no consigo casa”, por cierto, era el
papá de Lalo Nájera, el basquetbolista. Finalmente me sugirió dejarnos su casa,
era cuestión de arreglar eso con el rentero. Me pareció la mejor solución, así
que intercambiamos casas. De esa manera llegamos a la 12 y Jiménez, a una
cuadra de la Antigua Paz y, cosas del destino, en la misma cuadra vivía Rodolfo
Borja, el eskirlo mayor.
Un par de años habitamos
ese domicilio con la alegría de regresar al centro y estar a escasas dos
cuadras del Parque Lerdo. El cobrador era molestón, cuando el adeudo llegaba a
los tres meses no paraba de estar a friegue y friegue, hasta que llegó un día a
decir que desocupáramos porque iban a derrumbar toda la cuadra. Empezamos de
nuevo a buscar y de pronto encontramos en el mismo sector, nos fuimos de ahí
sin pagar el adeudo de la renta.
La privada de Coronado
se convirtió en nuestro nuevo entorno, era un departamento en altos propiedad
de Chelito Domínguez, distinguida dama de Guerrero, Chihuahua. En esa casa tuve
el infortunio de perder a mi compañera, y también la llegada de una nueva
oportunidad para mi vida, mi segundo matrimonio con Janneth, y el nacimiento de
Ariadna, mi hija, un sueño largamente acariciado. Y de ahí a Las Granjas.
Heriberto Ramírez Luján, filósofo mexicano, redacta la lógica
con precisión de cirujano. En sus ensayos y libros de filosofía y también en
sus textos literarios. Sobrio y elegante profesor, el estoicismo es divisa de
su estética. Y de su gran estilo.
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