Rosa y
violín
Por
Fernando Suárez Estrada
Rosa
con su pelo chino y una tierna sonrisa de sol colocó el violín bajo su
barbilla, cerró los ojos y con la mano derecha comenzó a deslizar el arco sobre
las cuerdas y su casa, como caja musical, se inundó con acordes del corrido de
Cuauhtémoc, desbordándose su dulzura a través de la puerta abierta que
comunicaba hacia una ancha calle de piedras mojadas y lustrosas.
Acababa
de llover bien sabroso y un riachuelo corría banqueta abajo produciendo un
sonido musical que armonizó con la flor de sonidos que se abría desde el
corazón del violín de Rosa.
El
cielo azul se sacudió las nubes para mirar hacia la original casa de aquella
esquina soleada y también los gorriones pecho amarillo que danzaban alrededor
de los álamos de la plaza del pueblo se dirigieron a la finca verde y musical,
con techo de lámina de cuatro caídas –estilo oriental–, la que le rentaba el
enamorado esposo de Rosa a la familia de su compadre chino An-dle-ci-to Juy donde,
frente a la puerta, esa fresca mañana volaron todos al ritmo uniforme –izquierda,
derecha– al estilo ranchero, lanzando a los arenales las siguientes emotivas
tonadas:
Cuauhtémoc San Antoñito,
rincón de armonías del mundo,
de multicolores cabellos de ángel
y corazones de dulce miel...
cuyos
acordes cantaba el señor Beach, un menonita de piel rosada que llevaba la leche
a las familias de aquel pluricultural Cuauhtemito, les llenaba dos litros que
depositaba en los portales de cada hogar, todas las madrugadas, después de
ordeñar él mismo las vacas de ubres de oro que tenía en el corralón de su casa,
en la que se recibía a todo mundo, cruzando la hermosa puerta enmarcada con
radiantes girasoles.
La
algarabía se hacía luego mayor al aparecer en escena Clemente, un tarahumara de
zapeta blanca, piernas lustrosas, huaraches de piel de coyote y collarín de
franela roja, amarrado a su copiosa cabellera negro azabache, quien siempre
traía bajo su brazo derecho un violín fabricado con toda delicadeza por sus
propios dientes y manos, con maderas de pino y encino, de árboles del bosque de
su natal barranca de Basaseachi.
Había
tomado como modelo precisamente el violín de Rosa y después de nueve meses,
coincidencia, logró traerlo a la luz ya bien lijadito y pulido.
Clemente
cerró los ojos, sonrió y lanzó al viento la música que corría por sus venas y
que siempre le saltaba junto con su ritmo atlante, poderosa como la de sus
ancestros que llegaron un día a la sierra, animados como libélulas danzantes,
provenientes de aquella isla misteriosa llamada la Atlántida, según le dijeron
en alguna ocasión sus viejos y algunos poetas que los visitaban en las cuevas.
¡Qué
manera de acoplarse y de sonreír de los dos violinistas! Tras de Clemente
llegaron perritos risueños y gatos callejeros, también palomas blancas y
algunas golondrinas enamoradas de su violín, que siempre lo acompañaban a todos
lados, las que se acomodaron en el aire al lado de los gorrioncillos.
Ahora
sí el corrido de Cuauhtémoc se entonó con lágrimas de emoción terrenal, los de
ojos rasgados, grandes, redondos, vivarachos, profundos, penetrantes, tristones,
juguetones, flechadores, dulces, los negros, cafés, azules, verdes, trigueños,
chispeante.
Rosa y
violín, violines y Rosa, no dejaban de motivar la garganta, el corazón y las
pupilas de los presentes y ninguno imaginaba entonces que cincuenta grandes
ollas de atole calientito les esperaban en el jardín abanico interior, de
flores blancas, rojas y amarillas para brindar y cerrar con broche de oro esa
jornada de la hermandad cuauhtemense.
Fernando
Suárez Estrada hizo la licenciatura en periodismo en Escuela de Carlos Septién
García, se tituló con su tesis El espacio
ambiente nos informa, y la licenciatura en derecho en la Facultad de
Derecho de la Universidad Autónoma de Chihuahua, donde se tituló con su tesis Consideraciones generales en torno al
derecho a la información. Es autor de las siguientes obras publicadas: Cuentos tarahumaras (1975), en la revista
Comunidad, editada por la Universidad
Iberoamericana, y los libros Jesusita y otros relatos (2001), Caminos del villismo, de la hacienda de
bustillos a la epopeya” (2005), Milagro
en los alamitos, novela histórica sobre el nacimiento de Cuauhtémoc, Chihuahua (2012) e Identidad cuauhtemense. También es coautor del libro colectivo De San Antonio a Cuauhtémoc, herencia de
grandeza” (2019). Es Notario Público número dos para el Distrito Judicial
Benito Juárez, Patente expedida el 12 mayo 1989.
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