Alberto
Carlos, su experiencia en el mercado del
arte
Por
Miguel A. Rueda Ruiz
(Publicado
en El Heraldo de Chihuahua, domingo 16 mayo 1993).
Una
realidad desafortunada para los artistas plásticos –pintores,
escultores–locales es la inexistencia del mercado del arte. En Chihuahua no hay
ni siquiera un lugar ad hoc para
exponer la producción.
Las
personas con gran solvencia económica de Chihuahua no invierten en obras artísticas.
El mecenazgo no existe.
Y
hablar de comercializar la producción artística es todavía tabú en las escuelas
e instituciones de bellas artes.
Tampoco
existe la infraestructura adecuada en la ciudad para iniciar e impulsar la
mercadotecnia relacionada con la creación artística de tal manera que una
producción además de ser una obra decorativa o de cultivo espiritual tenga el
valor económico que le proporcione al poseedor una plusvalía constante.
Generalmente
el comprador local de obras artísticas no ve en ello una inversión económica
para especular, sino que “son personas que les gusta tenerlas para mostrarlas a
las amistades, eso se goza, se comparte y es hermoso… son de las cosas que hay
que tomarle a la vida con un alto valor”.
El que
dice estas palabras con la firmeza que da la experiencia es Alberto Carlos,
quien junto con Aarón Piña Mora y Benito Nogueira conforman la vieja guardia de
la pintura chihuahuense.
Considerado
uno de los pintores locales con más éxito en la venta de sus cuadros, el chihuahuense
con raíces en Zacatecas dice, a través de sus ideas, que son pocos los ricos de
la ciudad acostumbrados a comprar piezas de arte, porque “prefieren gastarse el
dinero en Las Vegas”.
Falto
de inversionistas, sin infraestructura para exhibir la producción, y con
escasos artistas formados bajo la concepción de que la mercadotecnia y la
comercialización es parte del trabajo; en Chihuahua el trabajo de arte tiende a
la inmovilidad y a refugiarse en la docencia, es el camino que complementa el
ingreso económico de los artistas.
A los
estudiantes de música, teatro y danza se les instruye igual, desde la escuela,
que su trabajo también está encaminado a la docencia y ese es el camino que
complementa el ingreso económico de los que se dedican a la creación artística
en estas áreas, refiere Manuel Talavera Trejo, director del Instituto de Bellas
Artes, en el que cerca de 650 alumnos estudia artes escénicas, plásticas y
musicales.
Si se
toma en cuenta que una de las características del joven estudiante
universitario, no solo de bellas artes sino de cualquier área de las humanidades, es el idealismo,
entonces se entiende que la sola mención de la palabra “comercializar”
despierta reacciones encontradas.
Talavera
Trejo cita que entre las materias que pueden acercarse un poco más a la
temática del mercado del arte es la de Administración y Políticas Culturales, o
la de Diseño Publicitario.
Comparte
esta idea de que el estudiante, a partir de su trabajo “tiene que hacer
empresa, porque lo que realiza es algo productivo, aunque no en la
interpretación convencional de la palabra”.
Entran
en este proceso dos elementos: que el artista haga valer su trabajo, “que
mantenga su postura de que se tiene que cobrar por lo que hace”; y la otra
parte, un tanto más difícil, es que el público se acostumbre a que el arte
tiene que pagarse.
Sobre
ello Alberto Carlos cita una idea dirigida a los pintores pero con amplia
validez en otros campos de la creación artística: “No pintar para vender, sino
vender lo pintado”.
Con
ello demarca que pensar en la mercadotecnia no implica caer en lo comercial,
aquella reproducción fácil que abarata cualquier mercado.
Y es
que para Alberto Carlos, aunque no exista el mercado del arte, las personas que
se dedican a la compra de pintura por razones personales lo hacen porque “es un
afán de tener cosas únicas, originales, no hecho en masa o en serie, ya que
tener una obra de este tipo es de un valor inapreciable, y en la que toda
inversión realizada es lo de menos”.
Recuerda
que en aquellos tiempos, cuando volvió a Chihuahua luego de estudiar en la
ciudad de México –era el último año de la década de los cuarentas–, el pintor vendía retratos de
personas particulares por encargo, y muy de vez en cuando uno que otro paisaje.
Lo que
llamaban “mercado de arte”, era incipiente entonces. Pero empezó el “ruido”.
Cada
uno de los pintores de la época –Piña Mora, entre otros, quien pintó los
murales del Palacio de Gobierno y considerado el pintor oficial del gobierno
por sus relaciones con la política– empezaron a manifestar sus inquietudes, y
fue así como la compra de las obras de arte empiezan a cobrar un poco de auge.
Después
hubo un poco más de movimiento hacia la compra de piezas artísticas, cuadros
decorativos chicos para las oficinas y las casas y así por el estilo.
Con
cerca de 45 años de trabajo creativo ininterrumpido, Alberto Carlos, quien
pintó el mural Bautismo de Cristo, colocado
al lado derecho del bautisterio de la Catedral de esta ciudad, explica las
formas de vender a las que recurre el artista local.
Principalmente
la obra de caballete tiene dos maneras de ser comercializada: La primera, y
preferida por el artista, ocurre en las exposiciones, porque estas se
convierten en un escaparate, pero en las que el artista también invierte
dinero; por citar un detalle, en los marcos de las pinturas, “el gasto se hace
aunque finalmente no todas las obras se venden”.
La otra
es por encargo de particulares. Aquí en Chihuahua existen coleccionistas
privados que tienen preferencia por un pintor determinado.
Es en
las décadas de los setentas y ochentas las ventas en las exposiciones tuvieron
el más alto de los repuntes en el plano nacional y local, sin embargo la crisis
y la recesión económica que empezó a vivir el país hizo que este mercado
también sufriera afecciones.
Recuerda
que todavía en 1988, cuando montó una exposición de 40 cuadros para celebrar
sus 40 años de pintor, de las 30 piezas que estaban a la venta se vendieron 25
obras. Aquellos eran buenos tiempos.
Pero
después, rememora, una de las últimas exposiciones, realizada en Monterrey, en
la que de 30 obras puestas a la venta solo se vendieron cuatro. Ya la merma en
el mercado estaba en su apogeo.
Ahora,
que si de pequeñas acuarelas se habla, pues estas se venden mucho más rápido.
Para
montar una exposición al pintor lo invitan las galerías, cosas que en Chihuahua
no sucede simplemente porque no existen los sitios adecuados para montar las
exposiciones de pintura. Ocasionalmente el Centro Cultural Chihuahua, propiedad
privada de la familia Vallina, monta alguna exposición, principalmente de
artistas nacionales y en raras ocasiones dan oportunidad a los reconocidos en
el ámbito local.
En
comparación con lo que ocurre en Chihuahua, “el mercado internacional sí es
especulativo”, sostiene Alberto Carlos.
Otro
elemento de los que el mercado internacional del arte se cuida son las
falsificaciones, y estas valen la pena solo cuando es de los pintores
universales consagrados, un Rembrandt por ejemplo, y para ello se necesita
tener un alto conocimiento de la forma de pintar del falsificado.
En el
mercado de arte a nivel nacional también se dan las mismas características, con
la salvedad de que las tendencias internacionales entran tarde al mundo del
arte local definiendo tardíamente la moda del día.
Las
expectativas para participar cuando menos del mercado del arte nacional son
lejanas. Una de las causas es la ausencia de infraestructura.
En
Chihuahua es común que las exposiciones se improvisen en el Museo Regional
–Quinta Gameros–, en el Teatro de los Héroes, o en alguna institución bancaria,
últimamente organismos privados ya lo están haciendo.
Sin
embargo no existe el lugar adecuado para exponer “con la dignidad suficiente,
con la museografía y todos los detalles técnicos, así como publicitarios que se
requieren”.
“En
Chihuahua se improvisa con mamparas”. Para el artista local “es desalentador”
lo que ocurre aquí.
“El
amor entra por la vista”, remata quien pintara el mural que se exhibe en la
Cámara de Comercio de Chihuahua y recientemente el del hotel Fiesta Inn, que ya
está en funciones.
Para
iniciar al mercado del arte, enlista, tiene que haber buenos montajes para que
luzcan las obras, “aquí mismo en Chihuahua hay personas que se dedican a la
museografía, pero además y parte importante es la labor de las relaciones públicas, además del aspecto de la publicidad,
y los folletos a todo color, la mercadotecnia y la comercialización”.
La pieza
de arte es una inversión más redituable que comprar casas o terrenos, porque
desde que el autor se deshace de la obra, esta ya vale más, “y cuando el
artista se muere, el precio de esta se eleva aún más”, dice Alberto Carlos,
como incitando a los inversionistas.
Mayo
1993
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