Arte de Alberto Carlos
¡Cronch, cronch!
Por Alberto Carlos
Hace tiempo dejé de consumir papas fritas, cacahuates
pelados, pedazos de tortillas duras y otras fritangas envueltas en bolsitas de
celofán. No es que antes las consumiera como para decir ¡qué bárbaro!, pero sí
de vez en cuando. De pasadita y por antojo compraba algo de eso que hace
cronch, cronch, para entretener el diente un rato.
Un buen día se me ocurrió leerle el texto de letras
pequeñas a una de las bolsitas y entérome de que contenía 25 gramos del producto
al empacarse ¡confesado sin rubor alguno! La dicha bolsa me costó seis pesos y
por pura curiosidad me puse a echar números. Los ojos se me fueron cuadrando a
medida que hacía las operaciones aritméticas; me temblaban las manos, nervioso
mordía el bolígrafo y acabé por atragantarme con las papitas de manera que casi
me ahogo. Empecé a sentir como si masticara billetes de banco... ¡qué
barbaridad!
Desde chico me han enseñado que las matemáticas no
mienten y que dos por dos son cuatro aquí y en China, de manera que mire usted:
25 gramos por 6 pesos nos dan 24 pesos por cada 100 gramos, lo que equivale a
pagar el kilo a 240 (doscientos cuarenta pesos). Nada más pero nada menos...
¿Qué le parece? Obtenido el resultado aritmético, escupí el producto con el que
hacía croch, cronch plácidamente con la inocencia de los justos y el placer de
los mercaderes.
Picado por el gusanillo pitagórico, pedí un paquetito
de cacahuates fritos. Pagué 3 pesos por él y me puse a contar: ¡28 cacahuates!
No puede ser, —me dije— y volví a contar: exacto, veintiocho cacahuates. Separé
6 ya muy pachichis e inútiles, 2 quemados y junté 4 mitades con lo que obtuve
un total de 16 cacahuates aprovechables, o sea que en cada cacahuate masticamos
18 centavos y medio, lo cual dicho en buen cristiano es un verdadero
descuajaringue.
Me temo que llegará el día en que tengamos que comprar
un par de cacahuates y un juego de papas fritas afiligranadas en su estuche de
terciopelo azul, como los relojes y los anillos de compromiso, con la opción de
poder empeñarlos en el Monte de Piedad y desempeñarlos antes de que se hagan
rancios. Parecerán estas reflexiones algo así como economía ficción, pero
¿alguna vez pensamos los de la momiza que algún día nos venderían los jarritos
de Tlaquepaque y las macetas en Boutiques? Pues, ¡ahí está! ¿Y los estropajos?
Ya vienen en estuches de tres con un palillo de obsequio para que se saque la
cerilla de las orejas.
Todo es posible si uno se lo propone con dedicación y
creatividad, y esas cualidades las tiene la mercadotecnia moderna para el
discutible beneplácito de las generaciones venideras, si no, al tiempo...
Ya puestos a dar consejos, yo le diría a usted que
disfrute de las cosas sin buscarle tres pies al gato, sin meterse en
consideraciones, porque de otra manera se expone a desarreglos gástricos y
biliares por aquello de las angustias y las zozobras que causan, entre otras
cosas, las matemáticas aplicadas o la teoría de los conjuntos.
Como el sabio consejo cristiano de “haz el bien y ni
mires a quién”, habría que confeccionar un consejo práctico que puede ser el
siguiente: “Haz el tonto y no mires el monto” o bien “Goza lo que consumas sin
echar restas ni sumas”, digo, para llevar una vida más o menos placentera
dentro de lo que cabe. A fin de cuentas estamos en este mundo para pasarla lo
mejor posible y si no se puede, pues no hay otro, por lo menos al alcance de
nuestras posibilidades migratorias.
Enero 1982
Alberto Carlos. Artista nacido en Fresnillo, Zacatecas,
avecindado en Chihuahua desde la infancia. Con medio siglo de trayectoria, su
vasta obra mural, escultórica y de caballete abarcó una diversidad de técnicas
y temáticas. Su natural inquietud y amplia cultura lo llevó a incursionar en la
literatura y el periodismo, en géneros como la poesía, el cuento, el ensayo, la
calavera, el epigrama y la columna, los cuales publicaba en periódicos como el
suplemento Tragaluz de Novedades de Chihuahua, El Heraldo de
Chihuahua, y en las revistas Tarahumara y Solar.
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