Jorge Daniel Torres San Miguel estudió en la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua. 10 exposiciones individuales, más de 30 colectivas, escenógrafo teatral, ATP, dibujante en la Secretaría de Educación y Cultura de Chihuahua y profesor de artes en el Colegio de Bachilleres Plantel 4.
domingo, 31 de agosto de 2014
jorge
Jorge Daniel Torres San Miguel estudió en la Facultad de Artes de la Universidad Autónoma de Chihuahua. 10 exposiciones individuales, más de 30 colectivas, escenógrafo teatral, ATP, dibujante en la Secretaría de Educación y Cultura de Chihuahua y profesor de artes en el Colegio de Bachilleres Plantel 4.
arelí
Interruptus
Por Arelí Chavira
―Hola, qué milagro que te asomas por el skype. No puedo chatear contigo largo y tendido ahora, estoy en clase de literatura chicana. Pero cuéntame rapidito, ¿cómo estás?, hace rato que no sabía de ti.
―Pues me ha ido bien, estoy de paso en Juárez. Si quieres voy a verte, ¿cuál es tu dirección?
―¿De verdad? Estoy vivendo en el campus universitario, en Cole Village, ya te mandé mi ubicación. Me tengo que ir, estaré en línea más tarde si quieres platicar. Hasta pronto.
―¡Espera! Lo de ir a verte hoy es en serio. ¿Estás ahí?
Pienso en él de camino a casa. Siempre disfruté de su cercanía, me hacía estremecer; me encantaban sus ojos y su boca. ¿Seguirá igual?, me gustaría verlo, más tarde. Si platicamos por el chat, le diré que sí me agradaría que viniera a verme.
Tranquilo corazón, es mejor que no te ilusiones, nuestros encuentros han sido dolorosamente a destiempo.
Jazmín no dejaba de pensar en Frank, la brevísima conversación de la tarde le había removido lindos y nostálgicos recuerdos. Desde hacía tiempo su corazón estaba con él, pero le había faltado valor para romper con su pasado y con su presente, aunque no le hicieran bien.
Alegre en su fachada, melancólica en su interior, como todas las noches llegaba de la universidad y cenaba, trabajaba en sus clases, y luego: a dormir. El sonido del timbre de la puerta cambiaría su rutina.
Al abrir, su corazón dio un vuelco: Frank estaba ahí, a un abrazo de ella. De nuevo el destino o sus deseos escondidos los reunía de nueva cuenta. Temblaba de emoción, de sueños imaginados y por venir. En ese momento se sintió libre de todo y para él.
―De verdad viniste, qué gusto volver a verte después de tanto tiempo. Pasa, voy a cenar, ¿gustas algo de tomar? ―le dijo Jazmín con la voz llena de sentimientos.
―No, gracias, tenía la intención de que saliéramos por ahí pero te adelantaste.
―Si quieres vamos, apenas la empezaba a preparar, te invitaría pero soy pésima cocinera.
―¿Conoces algún lugar?
“Ay Diosito santo, cómo me gustan sus ojos, su boca y...”
―Te quedaste callada, creo que no fue buena idea venir sin avisar.
―No, no, me encanta que hayas venido, solo pensaba a dónde ir. Hay un pub que se llama Bennigans, ¿te late?
―Tú mandas.
Durante el camino Jazmín a duras penas logró seguir el hilo de la conversación; además de estar prendada en esos ojos profundos y melancólicos, no podía dejar de pensar en que por primera vez no estaría como cada noche en el chat, conversando con quien la esperaba en Chihuahua.
Durante la cena se pusieron al día sobre sus vidas, al mismo tiempo que intentaban, con muy poco resultado, evitar la emoción de lo que sentía el uno por el otro, principalmente ella.
De regreso Frank estacionó la camioneta blanca afuera del departamento, Jazmín vio la luz prendida en la ventana derecha, señal de que Claudia, su roommie había llegado.
―Gracias por esta noche, la pasé genial.
―¿Ya tienes que irte?
―Es un poco tarde y mañana tengo clase a las ocho. Además, tengo que platicar unas cosas con mi roommie antes que se duerma.
―Espera un poco ―dijo Frank, y jaló suavemente a Jazmín a su lado, la estrechó y la besó larga y suavemente.
“No sabes cuánto esperé este momento”, deseó haberle dicho. No obstante, quedaron en silencio.
―Fue lindo tenerte aquí ―murmuró ella aún bajo el efecto de ese maravilloso beso. Abrió la puerta y bajó. Se quedó un momento parada frente a él buscando en los ojos negros que tanto amaba, por fin, una señal por la cual dejarlo todo y de una vez por todas, tomar su vida y ofrecérsela.
Sin embargo esa chispa no apareció a pesar de que dentro de Frank ocurría un incendio.
―Fue un placer verte, descansa, nos veremos en otra ocasión.
Jazmín sintió una especie de vértigo, la soledad regresaba de golpe, la falta de definición en los sentimientos de ambos siempre habían sido la zona oscura de su corazón, un viaje interrumpido. Esa noche el insomnio llegó como una tormenta de confusos, turbios pensamientos.
Arelí Chavira es licenciada en letras españolas por la
Universidad Autónoma de Chihuahua con maestría en University
of New Mexico in Las Cruces. Tiene inédito un libro de relatos, Ética Jazmín, en coautoría con J.Ch.M.
Actualmente es profesora de literatura en la Universidad Tec Milenio.
sábado, 30 de agosto de 2014
Oscuridad. Martha Estela Torres Torres
Oscuridad
Por
Martha Estela Torres Torres
La
tarde cayó pesadamente sobre mi espalda.
Sus
palabras- dardos se clavaron en mi pecho,
mientras despertaban
las hojas tiernas del nogal.
Mi
cuerpo se encorvó
con el peso filoso de su desprecio,
con
los gritos imperantes
de
su amor invertebrado.
"¡Me
expulsaron, Señor,
me
arrojaron a la calle;
a
empellones me sacaron
como
si fuera leprosa!"
Quedé
tiesa, inmóvil,
en corriente impura de aguas negras.
Ahí, bebiendo ignominia.
expuesta a los habitantes de la oscuridad
en la hora temprana del solsticio.
Quedé
en aquel paraje inconmovible,
entre las piedras del mal río
que
tarde o temprano debía cruzar.
No
le importó
ni
el lugar deshabitado
ni
la debilidad que padecía,
ni
la soledad que se cernía,
ni
mis lágrimas rojas
que
brotaban sin esperanza.
"¡El
demonio existe,
lo
he visto espeluznante
en
aquella choza de madera
entre
los riscos oscuros del amor!"
Tenía
lasciva en los ojos,
espuma
en los labios,
y en su cuerpo
agilidad
demoníaca.
Al mirarme
su
odio creció como flama,
derribándome
en tierra.
Arrojándome al abismo.
Quedé
tendida
probando
el mismo polvo
que
sus pezuñas pisaban;
temerosa
de su voz
y de su sombra apocalíptica.
¡Se
transformaba,
se
erguía con la fuerza descomunal
de
una bestia!
Mi
aflicción no lo detuvo;
se
empeñó en jalarme,
tirar
de mis hombros
descoyuntar
mis huesos,
mi
esencia y mi memoria.
Embrutecido,
aniquiló
de un golpe mi resistencia
con
la multiplicación de la rabia,
con
la ponderante razón al sentirse
descubierto.
Quedé
postrada como Magdalena,
estigmatizada,
salpicada
de polvo y tierra.
Vencida
en
una tarde sin nombre,
suplicando
clemencia para el dolor
que
incendiaba mi vientre.
Me
arrojó
las
raíces penetrantes del odio,
desde
su más profunda maldad.
Seguí
sin remedio,
en
esa laguna seca,
en
esa zona abismal
sin
compasión,
sin
terminación al martirio.
El negro se acerca,
huele
mis cabellos mancillados,
percibe
el miedo ácido de mis venas,
y
mi invocación, inútil, a Dios.
Lame
mis manos lastimadas
por
el filo de las llaves;
mientras
el hombre me culpa,
me
condena por interrumpir
su ritual sacrílego.
El
perro prueba mi sangre
y
mi sudor amargo;
se
acerca
dándome
consuelo
y piedad
para mi alma.
Este
animal
se conmueve
humanamente
con mi
dolor.
Martha
Estela Torres Torres es licenciada en letras españolas por la Universidad Autónoma
de Chihuahua, donde también tiene maestría. Ha publicado los libros Hojas de magnolia, Arrecifes de sal, Pasión literaria,
La ciudad de los siete puentes y Cinco
damas y un alfil. Actualmente profesora en la Facultad de Filosofía y
Letras y jefa de la unidad de producción editorial de la misma universidad.
viernes, 29 de agosto de 2014
mario
Escribir
Por Mario
Lugo
Escribimos
para dejar en claro nuestros sentimientos más elementales. Nos mueve el mismo
impulso que tienen los bebés para mover, sin aparente causa, sus manos o sus
pies.
Algo ocurre
en sus cerebros apenas nacen al mundo exterior. Aun habiendo satisfecho sus
necesidades primarias, ese algo los impulsa a trazar movimientos a veces
bruscos y a veces serenos en el aire, o sobre el pecho materno mientras se
amamantan; o mientras transcurren sus pequeñas soledades.
Escriben, o
quizá pintan, o esculpen, o dibujan; o hacen giros como quien dirige una
orquesta. Crecemos y ese impulso que deja constancia de nuestra breve vida
continúa.
En relación
a esa misma pregunta, Jules Renard anotó una frase inolvidable: “Escribo no
para ganar dinero. No para ser celebre; sino porque no estoy tranquilo”
Para mí, no
hay reflexión que responda de manera exhaustiva y plena a la pregunta: ¿Por qué
escribimos? Lo anotado arriba apenas revolotea sobre esa flor misteriosa como
un colibrí.
Mario Lugo
estudió letras españolas en la Universidad Autónoma de Chihuahua. Es autor de
los libros Empezar a morir, El amor entre
las ruinas, Fuentes Mares en tonos intermedios y Detén mis trémulas manos. Desde los años ochentas del siglo pasado
escribe una columna de reseñas literarias llamada Armario, publicada en periódicos y revistas de Chihuahua.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)