martes, 25 de agosto de 2020

Andrés Espinosa Becerra. Dirigir los pasos hacia la sombra, con el mismo orden y pasividad de las hormigas

los martes
Dirigir los pasos hacia la sombra, con el mismo orden y pasividad de las hormigas

Por Andrés Espinosa Becerra

Alguna vez se pretendió decir que Juan Marcelino es un escritor muy chistoso, cómico. En parte porque posee un gran ingenio, pero pues no, todo lo contrario, en este caso estamos ante una novela de gran vuelo.
Juan Marcelino Ruiz, primeramente, es un poeta, un narrador, un escritor que el lenguaje se lo trae entre manos; también es un cantante y guitarrista, estilo Serrat y Silvio Rodríguez, con los cuales se robaba las fiestas y las reuniones.
Pero hablemos de El hormiguero, que en su inicio muestra un prodigio: “La gente llega a parecerse al lugar donde vive…, con tal de pasar inadvertidos…”. desde ese momento el autor revela una gran visión de la conducta humana.
Muestra una incomparable utilización del idioma español, siempre otorgándole un contenido con objetividad: “…una infinidad de etcéteras tan estúpidas como nosotros mismos”.
Además del correcto manejo del lenguaje, también se lee un experimentado manejo de la descripción erótica; recordemos que Juan Marcelino Ruiz es poeta, y que el uso de escenas eróticas no es común, menos gratuito: “en su mano la mínima redondez de una luna adolescente desafiaba la llaneza de su busto…. donde florecía el primer pezón que turbaría mis sueños”.
Por supuesto menciono la construcción de un espacio que da cobijo a la narración: Frontera, según la descripción del autor, un espacio para “una polvosa realidad”.“Frontera es un pueblo donde no hay nada que hacer”. Les debe ser fácil recordar este tipo de escenario dentro de la literatura mexicana, ponga usted el nombre. Frontera es el espacio real de El hormiguero; alcanza la novela tal nivel que  no se piensa si es ficticia o es real, más bien nos queda la sensación de que es real, lo que nivela la narración con las descripciones de los teóricos literarios como Georg Lukács, al respecto de la credibilidad del relato, lo cual no es menester en estos comentarios.
De esa manera, repentinamente se da una escena que incluso me parece cinematográfica, en la que el personaje fuma un cigarrillo y está junto a un hormiguero; ahí aparece el título de la novela, es una asombrosa aparición del motivo, título de la novela, admirable  también es un símil para describir actitudes y pensamientos humanos.
Algo destacado es que la escenas centrales no son descubiertas por el autor de manera inmediata, sino que se deslizan sobre el lenguaje como lo hacen los grandes narradores. Juan Marcelino Ruiz es un narrador importante.
Debo volver a mencionar el manejo del erotismo en El hormiguero, que aquí no se habla de atavismos, sino de literatura: hay varias páginas en donde se dan momentos de un fino erotismo, elevado, limpio, genuino; no es mi intento hablar de erotismo, pero si se quiere escribir de erotismo, lo mejor es escribir poesía. Esa poesía la hay en El hormiguero.
Existen aquí grandes párrafos que alcanzan el nivel de la filosofía: “la realidad acostumbra distar de los supuestos”, es una pequeña muestra de esos párrafos.
A partir de la segunda mitad de la novela, esta da un vuelco hacia un sentimiento humano desnudo que despliega el autor. De repente uno se confunde, creo que es así con una frase inicial: “ a resumidas cuentas esta es una cobardía, mi propia cobardía”; una maravillosa paráfrasis.
Entonces ya la novela es el interior mismo de la creación literaria.
Sin pretender comentarios acomodados a fuerza, Juan Marcelino Ruiz recuerda a grandes narradores nacionales; hay grandes ejemplos que usted puede encontrar.
Juan Marcelino Ruiz nos deja pensando  con una frase: “dirigiendo sus pasos hacia la sombra con el mismo orden y pasividad de las hormigas”.

Ruiz, Juan Marcelino: El hormiguero. Doble Hélice Ediciones, México, 2012





Andrés Espinoza Becerra, Córdoba, Veracruz 1958, hizo estudios de literatura hispanoamericana. Tiene tres libros de poesía publicados: Quinteto para un pretérito (1996), en coautoría con otros autores; Los días que no duermen (2004) y Una casa con silencio y patio (2019). En 1996 gana el premio Cuauhtémoc de poesía con Domingo Siboney. Tiene algunos proyectos en espera de aparecer, como El ramalazo de los recuerdos y El árbol de los ciruelos.

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