La pastorcita y los atlantes tarahumaras
Por Fernando Suárez Estrada
Alma Rosa, la pastorcita tarahumara, adornaba la Cueva
de los Portales con rosas y luciérnagas.
Su hermana Jesusita, ojos de sol –nietas ambas del gobernadorcillo Terencio, muy querido por su
devoción hacia sus ancestros atlantes–, le ayudaba –en el resplandeciente jardín que alfombraba
la entrada de las cavernas–
a enderezar las lilas silvestres, las gladiolas, girasoles, margaritas, lilis y
las llamativas flores color naranja conocidas como aves del paraíso.
Todo estaba listo para recibir a Nayáhuari (alma de los
antepasados), hermano atlante que los
visitaría desde las barrancas chihuahuenses.
Emoción al máximo.
La pastorcita, exclamó:
―¡Queridas luciérnagas danzantes… Jesusita!: ¡Allá, a lo lejos, resplandecen,
candorosas, unas grutas abismales y sus coyotes protectores nos invitan a conocer a sus dioses
entristecidos! ¡Onorúame nos bendecirá! ¡Por lo pronto, nos ha mandado a
Nayáhuari para que nos conduzca, a lomo de nuestros dinosaurios voladores, ante
los molinos de tormenta que también removieron las entrañas de ese territorio
sagrado. ¡La aurora del cielo ilumina los recovecos de la senda. Vámonos a aquellos precipicios rumorosos!
Nayáhuari bajó de un abanico sonrojado de nubes, como
un pesado monumento de fuego. Alma Rosa saludó
al recién llegado:
¡Relámpago!
¡Relámpago!
Transfórmate
en eterno.
No
dejes solamente el recuerdo
que
añoro de la luz percibida,
la
imagen que atesoro de sendas no pisadas,
atisbos
de un espacio de plenitud y amor.
(Esa)
estrella (–¡regálanos!–) que descubre la hermosura de Dios. (1)
Y el indio relámpago dorado, con su chalchihuitl –hermosa
piedra turquesa atlante, que inundaba de rayos armoniosos el valle– iluminó a
Dios Onorúame, quien –huaraches con cenizas de la isla Atlántida en sus pies
apergaminados–, abrazó a las tiernas polluelas morenitas de koyeras floreadas.
La pastorcita y sus compañeros posaron sus cabezas en
el corazón de Onorúame atlante.
Y Onorúame universal abrió sus brazos y de su seno
nació una laguna hipnotizante, al pie de un volcancillo cantador –tan señoriales
como los de la isla sumergida–, en donde establecerían su edén las familias
rarámuris, y los dinosaurios quetzalcoatlus sus nidos, los que habrían de ser
nombrados ángeles de la guarda de la totalidad de los atlantes y de los
mortales provenientes de los rincones mágicos de este mundo –chinos, árabes,
españoles, menonitas y mestizos de todas las combinaciones– que se
establecerían en las convidadoras cuevas y llanuras cercanas, tarde o temprano.
(2)
―Los amo, atlantes del cielo fraterno y del islote
perdido. Que sus sueños de concordia florezcan en este mundo deshumanizado y
triste ―rezó la pastorcita en aquel altar de rosas y bombillos, ahora portal
encendido frente a un confín fresco y fosforescente, fruto de la obra maestra
nacida del pecho de sus hermanos.
Y enfatizó, con inocencia, para concluir:
―Atlántida renovada, amorosa, ¡bienvenida!
Y todos decidieron que aquí, en estas cuevas y
planicies de Dios, harían renacer a una Atlántida cariñosa y sembrarían solo la
hermandad y el amor universal, al lado de la luz de esa pastorcita celeste y
sencilla, empujados también por el terco aleteo de los sentimentales consejos
de sus propios ancestros y héroes.
“¡Adiós tinieblas soberbias/ adiós Isla arrogante/ Bienvenidos atlantes/ fraternos y animosos!”,
fue la inspirada canción que se escuchó en todos los refugios del mundo, al
compás de tres violines hechizos, de maderas de pinos y encinos de la sierra
chihuahuense, que tocaban las tarahumaritas aquellas con pestañas abrazadas y
su sonrisa inocente.
*
Notas y textos:
1. Estrada, Alma Rosa: Una mujer tan cerca de la vida. Edición Cynthia Idaly Piñón Arras, México,
2018, poesía “Relámpago”, pp. 127,
128 y 129.
2. Servín, Enrique: Ralámuli
Ra’ichábo! ¡Hablemos el tarahumar, Instituto Chihuahuense de la Cultura, México,
2002, pp 227, 228 y 229.
El autor describe el interesante diálogo de dos mujeres tarahumaras que
platican sobre la posibilidad de salir de sus cuevas e ir a trabajar a
Cuauhtémoc y lo hace tanto en la lengua indígena como en español… Asimilación a una civilización materialista:
―Wihtú resochí peléame má simíbale Kutemo nochásia, tumujé lú kécha
simibo lú nochásia yé bamíbali?
Los que viven allá abajo en la cueva ya se fueron a
Cuauhtémoc para ir a trabajar, ¿y ustedes no se van a ir a trabajar este año?
―Kutémo kó né wehká jáwi pá galí, ayéna chó né wehkabé ’
éena tolóka, wehkabé ’ éena ichápochi.
Né nilú má tyéent [a] chi napugoná nilú namúti raliwáame. ’Echi ’ á mulibé ’á rejówe chó i’séni
ralámuli menóni anilíame, ’wé tosákame jú ’échi kó, siyóname buséame má.
En Cuauhtémoc
hay muchísimas casas. También hay muchas trocas, muchos mestizos. Hay muchas tiendas en las que hay
mercancías. Por allí cerquita también
hay unas personas que les dicen menonitas, son muy blancos, ellos, y tienen los
ojos azules.
―Píli ché tumu oláa ke simí bá? ’úuga sim [i] bóo kému [o] panélo. Wé mu
masána ’wíme lé, ’wé mu na’póme lé má muní.
¿Y entonces por qué no van? Vete junto con tu esposo. Pizcarías manzana o
desyerbarías frijol…”
3. Existen versiones tanto de la inexistencia o duda
científica de su presencia en el mundo, respecto a la famosa isla Atlántida, como
de su existencia innegable:
a). Sobre el primer aspecto aludido, cabe mencionar dos
vertientes importantes:
―Afirmación de inexistencia de la isla y desconocimiento
de la procedencia de los tarahumaras: Al investigar los orígenes mexicanos,
José Luis Lorenzo transcribe los conceptos del sacerdote jesuita, antropólogo y
naturalista español José de Acosta (1540-1600) en el sentido de considerar a la
isla Atlántida como inexistente, aseverando en forma lapidaria: “haya escrito
Platón por historia o haya escrito por alegoría, lo que para mí es llano es que
todo cuanto trata de aquella isla, comenzando en el diálogo Timeo y
prosiguiendo en el diálogo Cricia, no se puede contar en veras, si no es a
muchachos y viejas… en el nuevo orbe e
Indias Occidentales… los primeros que entraron en ellas, más eran hombres
salvajes y cazadores que no gente de república y pulida…”
Historia
general de México. Versión 2000. Nota preliminar: Cosío Villegas,
Daniel. Colegio de México. Décima reimpresión, febrero 2009, pp 95 y 96).
―Para Gerónimo, su familia apache no vino de ninguna
isla u otro lado distinto. La humanidad se desarrolló en el ambiente concreto
donde pelearon los pájaros y las bestias… El territorio apache comprendió parte
de Estados Unidos y de México.
Orozco, Víctor. Las
guerras indias en la Historia de Chihuahua”. Editorial Instituto
Chihuahuense de la Cultura y Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, México,
1992, primera edición, pp 393, 394- 395 y 396).
b). Sobre las dudas del origen de los nahoas, destacan
los siguientes trabajos:
―Respecto a las investigaciones sobre la procedencia de
los indígenas que habitaron nuestro estado, el historiador chihuahuense Francisco R. Almada reconoce que no existen
elementos suficientes para escribir seriamente “sobre la procedencia y origen
de las tribus indígenas que habitaban primitivamente en el solar chihuahuense”.
Almada, Francisco R.: Resumen de Historia del estado de Chihuahua, Libros Mexicanos,
México, 1955, pág. 7).
―Nahoas: El Diccionario de geografía, historia y
biografía mexicanas, al referirse a los nahoas, remite a los “aztecas” y
describe su peregrinación y
establecimiento en el valle de México como sigue:
Establecidos los primeros pobladores de América, cuyo origen
se pierde en la noche de los siglos, llegaron por fin a fijarse en diferentes regiones de lo que hoy es la
República Mexicana. Mientras los chichimecas consolidaban su monarquía, se
efectuó la llegada de (otras) siete familias.
Nahuatlecas, palabra que significa ”gente que se
explica o habla bien”, las cuales formaron las más importantes y civilizadas
naciones de Aztlán, lugar que parece que estaba en la Alta California.
Salieron las siete familias, dirigiéndose hacia el sur.
Abandonaron Aztlán en el año de 1160. Llegaron a un lugar cercano donde hoy
está Chihuahua y ahí permanecieron varios años… construyendo unos edificios
cuyas ruinas se denominan actualmente Casas Grandes. Siguieron su peregrinación, atravesaron las
montañas Tarahumaras…”
Leduc, Alberto; Lara y Pardo, Luis; Roumagnac, Carlos: Diccionario de geografía, historia y
biografía mexicanas. Librería de la Vda. De C. Bouret, París – México,
1910, pp 70 y 71).
c).El ser humano, viniera de donde viniera, fue la prueba
de la gloria de los dioses, dice el escritor mexicano Carlos Fuentes: “Que haya luz –exclama el Popol Vuh–, que
ilumine la aurora, los cielos y la tierra. No habrá gloria para los dioses
hasta que la criatura humana exista… El ser humano y la palabra se convirtieron
en la gloria de los dioses. Sin embargo, no hay mito de la creación que no
contenga la advertencia de la destrucción…
El Quinto Sol es el nuestro, bajo él vivimos, pero también él
desaparecerá un día, devorado… por (el)
temible elemento (del) movimiento… El
movimiento nos matará…”
Fuentes, Carlos: Los
cinco soles de México, reimpresión Editorial Planeta Mexicana, S. A. de C.
V., México, 2000, pp 8 y 9.
d). El historiador Fernando Benítez explica lo que
sucedió a los indios que vivían en las montañas y valles de México muchos años
antes de la conquista, desarrollando su cultura y tradiciones: Los primitivos mexicanos
resultaron altamente afectados por los “civilizados” que un día llegaron a
apropiarse de sus tierras, bienes y espíritus. Los españoles vieron en los
indios a unos seres en poder del diablo… no merecían vivir en libertad ni disfrutar de ninguna
pertenencia. Se les castigaría reduciéndolos a la esclavitud y al despojo… ‘Los primitivos’ creyeron al principio que
los españoles eran dioses… Los españoles, sus carnes blancas como la cal, sus
filosas espadas, sus cañones, sus casas flotantes, sus caballos, sus armaduras,
ese excesivo conjunto misterioso y temible tenía que adscribirse al mundo de lo
sagrado… Aquellos señores surgidos de las olas del Mar Celestial no se
conformaban con apresar al emperador Moctezuma. Exigían oro y tributos… comida
y obediencia, exigían que (los indios) renegaran de sus dioses y veneraran a
los recién llegados… Hubo frailes que
trataron de atenuar esta inmolación… El indio abarcó toda la magnitud de su
derrota y de su posterior degradación…”
Benitez, Fernando: Los
indios de México”. Tomo I. Ediciones Era, S. A. de C. V., séptima
reimpresión, México, 1991, pp 13, 14.
e). En un tiempo primordial, cuando aún era de noche,
los dioses hicieron posible, por medio de su propio sacrificio y muerte
voluntarios, la restauración del sol, la tierra y los seres humanos. El
universo en que los mesoamericanos han vivido… ha sido creado, destruido y
restablecido varias veces…”
León Portilla, Miguel y Shorris, Earl: Antigua y Nueva Palabra. Una antología de la
literatura mesoamericana desde los tiempos precolombinos hasta el presente.
Santillana Ediciones Generales, S. A. de C. V. Aguilar, México, 2004, pág. 22.
f). Sobre literatura relacionada con la existencia de
la Atlántida, se encuentra abundante información, entre la que destaca:
―Platón: Diálogos.
Estudio preliminar de Francisco Arroyo, Editorial Porrúa, México, 1966. Se
revisaron los diálogos “Timeo o de la naturaleza”, pág. 663 y sig.; y “Critias
o de la Atlántida”, pág. 723 y sig.
―La llegada de la raza nahoa fue antes de 3000 años de
nuestra era… (Platón en sus diálogos
Crisias –o Critias- y Timeo) cuenta, en el primero, que Crisias escuchó de
Solón: un día Atenas destruyó a un poderoso ejército que invadió insolentemente
la Europa y el Asia… salido del Océano Atlántico (proveniente de una isla más
grande que la Libia y el Asia reunidos… La Atlántida… que un día se hundió para
siempre en el mar)… Los nahoas vinieron por la Atlántida… aparecen en los
tiempos primeros… en el norte de nuestro territorio y extendiéndose … desde Sonora
y Sinaloa hasta Chihuahua y Zacatecas… Los historiadores que sobre México han
escrito, siempre que han buscado el origen de su población han ocurrido… a la
existencia de la Atlántida… La cuestión se reduce a indagar si los nahoas se
relacionan con la Atlántida… (y) el mismo Platón nos conserva el nombre de una
ciudad de la Atlántida… que tiene gran relación con la palabra chalchihuitl,
que en nahoa quiere decir piedra preciosa.
Riva Palacio,
Vicente, y coautores: México a través de
los siglos”, Tomo primero, Editorial Cumbre, S. A., México, D. F., pp 71,
72 y 73.
g). Los tarahumara… se sienten… una raza-principio…
están obsesionados por la filosofía… para ellos no hay gesto perdido, no hay
gesto que no tenga un sentido de filosofía directa… son filósofos al nacer…
Platón describe a los atlantes como una raza de origen mágico. Los tarahumara, que para
mí –subraya Antonin Artaud– son los descendientes directos de los
atlantes, siguen consagrándose al culto de los ritos mágicos… es la vida
moderna la que está atrasada con respecto a algo y no los indios tarahumara con
respecto al mundo actual… Las verdaderas tradiciones no progresan, ya que
representan el punto más avanzado de toda verdad. Y el único progreso
realizable consiste en conservar la forma y la fuerza de dichas tradiciones… Platón
cuenta que a la puesta de sol, los reyes de la Atlántida se reunían ante un
toro sacrificado… recogían los trozos cuya sangre derramaban en copas… Los
reyes bebían esa sangre y se emborrachaban cantando una especie de melodía
lúgubre hasta que en el cielo no quedaba más que la cabeza del sol moribundo y
en la tierra la cabeza del sol sacrificado. Entonces los reyes se cubrían la
cabeza con sus cenizas… Tal es el sentido del rito descrito por Platón. (En)
Norogachic (antes de que se pusiera el sol) los indios condujeron un buey hasta
la plaza del pueblo… Los bailarines matachines se reunieron ante el toro y,
cuando este estuvo completamente muerto…
los indios (bailaron) danzas de flores, de libélulas, de pájaros… los
tarahumara han dado un sentido cosmogónico a sus danzas y dejan admirar una agitación
de hormigas planetarias al compás de una música celeste… como Platón nunca fue
a México y los indios tarahumara no lo vieron, hay que admitir que la idea de
ese rito sagrado les vino de la misma fuente fabulosa y prehistórica.
Artaud, Antonin: Los
Tarahumara, Barral Editores, Barcelona, Ediciones de Bolsillo, pp. 73, 76, 77, 78, 79 y 81.
h). Suárez Estrada, Fernando: Milagro en los alamitos. Universidad Autónoma de Ciudad Juárez,
2012, pp 13 y 14. Análisis novelado y breve sobre los ritos de los atlantes y
los tarahumara.
El suscrito autor escribió en 1975 unos cuentos sobre
tarahumaras que se publicaron en la revista Comunidad,
de la Universidad Iberoamericana, número 52. Posteriormente, en el año 2001, se
incluyen en un libro. Uno de los relatos, crítico del chabochi y la situación
indígena actual, es el siguiente:
El indio chabochi
¡Indio patepalo! Salta montes, brinca sierras, estorba
narcos y civilizados, roba grano, come perros, mira nubes, pide córima, vive
gratis, muere flojo, reza flores, besa mulas, cría piojos, traga pinole,
arrastra towis, manda rarámuris, pasa días, corre bola, odia chabochis, aloca
tesgüino, fuma hoja, aspira yerba, gusta peyote, forma tribus, ama Rayénare,
harta sol, ruega tierras, lucha bosques, quiere totía, barre calles, ¡hazte
mudo!, implora veintes, mea banquetas, caga blancos, sabe salvajadas, paga mal,
tira piedras, nace solo, castra toros, ensucia todo, labra barro, transa
gringos, canta pitudo, baila ojos, cierra puños, masca caña, fabrica canastas,
miente curas, maldice miserias, rompe varas del poder, deja escuelas, vuela
peñas, roe campos, huele vientos, mata esperanzas, arma mitotes, recibe
regalos, avanza miradas, agradece nada, anda callado, asoma cines, repite
churros, observa billares, chirria violines, endiosa radios, tostonea rocolas,
traga tequila, hazme reír, ¡ponme vergüenzas, pervierte pequeños, traduce
groserías, raja ciudades, retorna cerros, resigna destino, saborea raíces, caza
conejos, persuade suegros, matrimonia india, husmea barrancas, baja montañas,
sube caminos, encuevado...
Suárez Estrada, Fernando: Jesusita
y otros relatos. Aster Ediciones, México, 2001, pág. 75.
Mi eterno y profundo agradecimiento a la poeta mexicana
Dolores Castro por haber impulsado a un servidor a escribir esta historia, y
otras, y haber promovido su publicación en la revista de la UIA.
Y a manera de resumen: Los atlantes tarahumaras tienen
un origen mágico y andante: De la Atlántida, isla que albergó a una
civilización muy avanzada, incluyendo a los sabios rarámuris, y que un día se
hundió en el Océano, provocó que aquellos emigraran, como “luciérnagas
danzantes”, a Aztlán (al parecer ubicado en la Alta California). De Aztlán se
movieron a Casas Grandes (Paquimé), Chihuahua. De Casas Grandes, se refugiaron
luego en las montañas de la sierra tarahumara, su matria (su tierra
madre). La “civilización” actual tiene
mucho que aprender, todavía, de los tarahumara, a quienes también les ha
marginado y explotado, tanto en las barrancas serranas como en las comunidades
urbanas.
Fernando Suárez Estrada hizo la
licenciatura en periodismo en Escuela de Carlos Septién García, se tituló con
su tesis El espacio ambiente nos informa,
y la licenciatura en derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad
Autónoma de Chihuahua, donde se tituló con su tesis Consideraciones generales en torno al derecho a la información. Es
autor de las siguientes obras publicadas: Cuentos
tarahumaras (1975), en la revista Comunidad,
editada por la Universidad Iberoamericana, y los libros Jesusita y otros
relatos (2001), Caminos del villismo, de
la hacienda de bustillos a la epopeya” (2005), Milagro en los alamitos, novela histórica sobre el nacimiento de
Cuauhtémoc, Chihuahua (2012) e Identidad cuauhtemense. También es
coautor del libro colectivo De San
Antonio a Cuauhtémoc, herencia de grandeza” (2019). Es Notario Público
número dos para el Distrito Judicial Benito Juárez, Patente expedida el 12 mayo
1989.
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