lunes, 31 de agosto de 2020

Lilvia Soto. Ábrele la jaula al colibrí


Ábrele la jaula al colibrí


Por Lilvia Soto


Huye de toda forma y de todo lenguaje / que no vayan acordes con el ritmo latente /
de la vida profunda... y adora intensamente / la vida, y que la vida comprenda tu homenaje.
-Enrique González Martínez


Déjalo en libertad,
deja que despliegue sus iridiscentes alas,
que disfrute del ritmo de su vuelo,
que extienda su larga lengua
y succione el néctar del mirto y del geranio.

Déjalo que cumpla con su vida,
con sus cinco o sus doce años de vida,
que polinice las plantas y embellezca el jardín.
Deja que el macho dance y atraiga a la hembra,
que la hembra fecundada construya su nido,
que lo forre de liquen, de musgo,
de tela de araña,
que ponga sus dos huevos y los empolle por días,
que críe a sus polluelos,
que los alimente hasta ciento cuarenta veces por 

día.

Antes lo mataban para decorar sus sombreros.
Hoy, algunas se lo cuelgan al cuello
para atraer al varón,
otras lo usan para decorar sus poemas,
pero si a diecisiete o a veintiocho poemas
les cuelgan colibríes en una antología,
sin importar la melodía ni el aliento de cada uno,
quiere decir que los sacaron
de la caja de las calcomanías.

Si el colibrí en el tuyo es un calco o un gesto,
debes saber que sus plumas no brillan,
su zumbido no rima, su lengua no liba,
su corazón no susurra.

Esos diecisiete o veintiocho colibríes de las 

antologías
no miden los cinco centímetros y medio
del zunzuncito de Cuba,
ni los diez centímetros del cuerpo
más los diez del pico del picoespada,
ni los veinticinco del gigante.

No pesan los dos, los cuatro, o los ocho gramos
de cualquiera de ellos,
no son el colibrí volcanero, ni el mango antillano,
ni el esmeralda de Honduras,
no son el inca ventridorado, ni el amazilia de 

manglar,
ni el calzadito canoso.

No son siquiera el talismán sexual,
el avatar de Huitzilopochtli,
el símbolo de la reencarnación,
ni el mensajero de los dioses.

Los veinte o los ciento cincuenta colibríes
que se juntan en las antologías, o en los 

encuentros,
de una o de dos o tres generaciones de un pueblo,
de un país, o de todo el continente americano,
no constituyen un colibriario,
no forman un santuario de páramo, de sabana,
ni de bosque nuboso.

Son apenas símbolos ajados,
tinta negra,
palabra sin peso ni color.




Lilvia Soto nació en Nuevo Casas Grandes, emigró a Estados Unidos a los 15 años, reside en Philadelphia, Pennsylvania. Tiene un doctorado en lengua y literatura hispánica de Stonybrook University en Long Island, Nueva York. Ha enseñado literatura y creación literaria en Harvard y en otras universidades norteamericanas. Fue cofundadora y directora de La Casa Latina: The University of Pennsylvania Center for Hispanic Excellence. Fue directora residente de un programa de estudios en el extranjero de las universidades Cornell, Michigan y Pennsylvania en Sevilla, España.

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