los martes
La noche de Luis Herrera de la Fuente
Por Andrés Espinosa Becerra
Comenzaré diciendo esto. Nos fuimos a la cafetería de chinos La Pagoda,
aledaña a la Alameda. Teníamos un poco de dinero y nos alcanzaba para unos
reconfortantes caldos de pollo. Casi no hablábamos, apuramos el caldo y
salimos de ahí para regresar a nuestras bancas favoritas de la Alameda. Siempre
era un placer caminar la noche del Distrito Federal, en aquellos tiempos,
después se convirtió en algo peligroso.
Sentados, como siempre frente a la Avenida Juárez, iniciamos la relación de
los eventos anteriores.
Luis Herrera de la Fuente es uno de los directores de orquesta más
importante de México. Jamás podíamos faltar al Palacio de Bellas Artes cuando él
se presentaba. Ahí no podíamos ser impuntuales, llegamos a buen tiempo.
Siempre resultó un enigma saber quién diseñaba la programación del
concierto, preferíamos creer que lo hacía el mismo director, temíamos que los
diseñadores fueran los funcionarios culturales, que siempre son inoportunos con
sus imposiciones incultas.
Esa noche el concierto estuvo balanceado con su obertura, el concierto para
instrumento y la sinfonía.
H de la Efe salió al pódium con un traje de cola larga, negro, elegante.
Levantó la batuta y su mismo rostro cambio, no era un gesto de seriedad
sino un semblante dulce.
Transcurría el concierto como un río suave, transparente. H de la Efe cae
fácilmente en éxtasis y lo trasmite a los músicos y al público. Elegante hasta
en sus movimientos, parecía que ni siquiera arrugaba su vestimenta. Estaba
oficiando una ceremonia religiosa.
Cuando llegamos a Bellas Artes platicamos con unos asiduos a los conciertos
acerca de los discos existente de Luis Herrera de la Fuente. Era famoso su
disco de música mexicana, en ese disco nos enseñó la verdad del Huapango de
Moncayo y la Sinfonía india de Carlos Chávez, también estaba Redes,
del magnífico Silvestre Revueltas. Se trataba de un gnomo que había explorado a
los compositores mexicanos de música sinfónica y encontró sus caminos, sus
lenguajes y sus intenciones. Es la explicación de que los interpretara con un
estilo inusual. Pocos lograron hacer lo mismo. Esa tarde para llegar a Bellas
Artes tuvimos que abordar un taxi, estábamos un poco retrasados.
¿A dónde los llevo jóvenes?
A Bellas Artes, señor.
¡Ah chinga, no me digan que van a un concierto! Está el señor de la Fuente,
¿verdad?
Sí señor, ahí está H de la Efe.
¡Ah cabrón!, ¿así le dicen ustedes? Pues yo me soplo esos conciertos aquí
en el radio de mi taxi. Cuando baja la señal, de plano me detengo y ahí termino
de escucharlo, es la hora de la clientela, pero ni modo, a mí también me gusta
la música.
Llegamos al Palacio de Bellas Artes.
Jóvenes, adelante, disfruten del concierto. Si algún día coincidimos, me lo
platican.
¿Cuánto le debemos señor?
No me deben ni madres, es más, para acompañarlos les regalo mi almohada de
esta noche.
De abajo del asiento sacó un cuartito de ron Camagüey y nos lo entregó.
Aún faltaba para el inicio de la presentación. Con el dinero ahorrado
compramos una torta y nos chingamos un trago de ron.
Ingresamos.
El desarrollo del concierto fue impecable, con suavidad medida.
Gastón, como siempre, tenía la mirada y su atención perdida en la orquesta.
Inicié así esta plática para decir que nuestro empedernido rito de visitar
el camerino del director fue de esta manera. No creíamos que esa noche nos
fueran a recibir. No fue así, el camino estaba libre hacia ellos. Incluso nos
indicaron en qué camerino se encontraba el maestro. Tocamos, alguien abrió la
puerta, recuerdo la mirada limpia de H de la Efe, de brazos cruzados,
pensativo, viendo hacia el piso y después dirigiendo su vista a los visitantes.
Quien habló fue su esposa. Sentada al fondo del camerino, vestida con un
elegante vestido negro y sencillo, inmediatamente nos dijo, pasen, pasen
jóvenes, pasen, buenas noches. Nos quedamos admirados por esa gracia y
amabilidad inusual.
El evento de esta historia se da cuando el maestro, de pie, habló con
nosotros y nos dio la mano. Estrechar su mano fue algo sacerdotal. Ambos
sentimos que tocábamos la mano de un ministro de cualquier religión, de
cualquier creencia espiritual.
La tarde que tomamos el taxi no sabíamos que esa historia se iba a quedar
en nuestras almas.
Finalizado el concierto, iniciada la noche, dirigimos nuestros pasos rumbo a
La Pagoda.
Andrés Espinosa Becerra, Córdoba, Veracruz. Sus libros son: Quinteto para un pretérito, en coautoría con otros autores, Los días que no duermen, Una casa con silencio y patio, El silencio del gato. Actualmente escribe en la revista electrónica Estilo Mápula, donde además tiene una columna llamada Los Martes, donde saca textos suyos y de otros autores.
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