La Madre Santa Lolita
Por Jaime Chavira Ornelas
Existió en los años cuarenta una monja llamada La
madre Lolita. Dice la leyenda que nació en un barrio del sur, sus padres eran
libaneses católicos refugiados; eran muy pobres, cuando desembarcaron en el
puerto de Veracruz solo traían dos maletas y muchas esperanzas de tener una
mejor vida para sus dos hijos, que en aquel entonces tenían seis y ocho años.
Ya instalados en Chihuahua, donde estaban varios
paisanos que les ayudaron con lo más básico, consiguiéndole trabajo a Salomón,
su padre, mientras Sofía, su madre, se encargaba de las labores domésticas y la
educación de los dos hijos.
La mejor vida llegaba poco a poco, crecía la familia,
llegó Dolores, una niña regordeta y de mirada penetrante; no lloraba ni daba
lata a su ocupada madre, solo comía y dormía. Salomón trabajaba duro en la
fábrica de dulces y chocolates, su salario daba para comer y vestir.
Pasó el tiempo, Lolita crecía como cualquier niña,
solo que a la hora de decir sus oraciones por la noche y la mañana lo hacía con
suma devoción, tanto así que emanaba canticos como lamentaciones y alabanzas
con su vocecita infantil. Sofía, su madre, se quedaba maravillada por lo
hipnótico de los sonidos. Por su parte, Lolita solo terminaba de orar y se
ponía a jugar con su muñeca de trapo y sus juguetes de madera.
Un día por la mañana Lolita llegó corriendo a la
cocina y le dijo muy quedo a su madre que en el patio trasero, junto al
sicomoro, estaba un hombrecito brillante dormido bajo la sombra del árbol. La mujer
no supo que decir ni que hacer, pues lo que le decía Lolita la dejo sorprendida.
Lolita con voz muy baja le repitió lo mismo una y otra vez, Sofía la tomo de la
mano y fue al patio trasero para ver lo que Lolita aseveraba. Llegaron al sicomoro
y solo vieron una lucecilla como de luciérnaga perderse entre las ramas del
árbol. Sofía le dijo a Lolita que solo era una luciérnaga y que no tuviera
miedo, pero Sofía sabía que las luciérnagas no brillan de día y además nunca se
habían visto luciérnagas en el patio trasero, ambas regresaron a la casa y
Lolita solo le aclaró a su madre que la luciérnaga era como un niño muy pequeño
y brillante.
Paso el tiempo y Lolita seguía viendo pequeños seres
brillantes y que ahora hablaban con ella, pero solo le comentaba esto a su
madre, la cual no contaba nada a nadie de lo que le decía Lolita. Un día le
sucedido un accidente a una de las vecinas, le cayeron encima varios sacos de
maíz y todos la daban por muerta, pues los sacos eran de más de veinticinco
kilos cada uno. Llegó corriendo Lolita y logró sacar a su vecina de entre los
sacos, la cual milagrosamente estaba viva y solo se quejaba de un dolor en el
brazo izquierdo. Todos quedaron asombrados del suceso y se preguntaban unos a
otros que cómo era eso posible. Lolita solo la tomo de la mano y la llevo a su
recamara para que se recuperara.
Siendo ya una adolescente, Lolita quiso asistir al
internado de la Sagrada Familia, pues quiera ser monja, pero se requería tener
una gran vocación. La Madre Superiora le hizo varios exámenes, los que aprobó
sin problemas. Lolita se instaló en su nuevo hogar, el pequeño cuarto era frio
y húmedo, solo tenía una cómoda y un viejo catre y una silla en el rincón, la
ventanilla daba a un jardín seco y descuidado.
A pesar de eso, Lolita se sentía en casa; las clases
le gustaban, lo mismo que sus maestras, las que de inmediato se dieron cuenta
de lo especial que era la nueva alumna. Pasaron los días y Lolita se integró al
grupo fácilmente, sus compañeras se sentían muy bien en la grata compañía de Lolita
pues irradiaba una amistad sincera y entregada. Pronto las animó a darle vida
al seco jardín, el cual tenía varios árboles secos y tanto las flores como los
helechos estaban moribundos.
En pocos días el jardín reverdeció, pues lo que tocaba
Lolita revivía. Llegaron pájaros y palomas, anidaron y cantaban plácidamente;
las palomas eran muy blancas y solo llegaban cuando Lolita se sentaba a leer
sus textos religiosos, la rodeaban y parecía que platicaban con ella, pues de
vez en cuando sonreía y las acariciaba.
El edificio, construido a principio de los años mil
ochocientos, tenía una fachada de cantera y ladillo, daba la impresión de una
cárcel; su pasillos y salones eran obscuros y tétricos, pero, por extraño que
parezca, desde que Lolita se presentó, el entorno se tornó más alegre y vivo,
los pasillos más soleados, a los salones se les notaba más los colores y
predominaba un ambiente de algarabía religiosa, inclusive las campanas de la
capilla se volvieron a tocar, pues por alguna razón antes estaban mudas, pero
Lolita se atrevió a jalar las sogas y emitieron un dulce sonido que dejo a las
monjas asombradas y desde ese día en adelante las campanas anunciaban el
horario para varias actividades, para la diaria oración y la misa los domingos.
Pasaron cinco años y Lolita se convirtió en una devota
novicia, hablaba latín a la perfección lo mismo que hebreo, arameo y lenguas
indígenas; nadie sabía quién le había enseñado, ella decía que los ángeles. La
teología de Luciano de Antioquía era su predilecta, aprendía y aprendía siendo
muy reservada y obediente en cualquier tarea que se le asignaba. Sus padres al
visitaban una vez al mes para llevarle artículos de limpieza personal y ropa
interior, además de galletas y miel de abeja que le gustaba mucho. Sus hermanos,
ya casado,s le llevaban a sus hijos, a los cuales les encantaba jugar con su
tía Lolita, pues decían que ella les inventaba juegos con palitos, piedras,
hojas y todo lo que encontraba en el jardín.
Pero todo tiene su tiempo y se llegó el día de su
partida como misionera a los pueblos más apartados de la sierra. Dicen que la
última noche que paso en el internado su habitación se ilumino como si
estuviera el sol dentro, el resplandor despertó a varias de las novicias y fue
tanto su asombro que se postaron y oraron a gritos y sollozos.
Lolita emprendió el viaje por carretera en un autobús,
pero cuando llego a la sierra, cuentan que siguió a pie internándose en el
bosque. Se supo que en los pueblitos a los que llegaba atendía a los enfermos
hasta sanarlos, los ayudaba en las labores del campo y semilla que sembraban
daba en abundancia; curaba a los animales, fueran domésticos o salvajes, le
enseño a leer y escribir tanto a los niños como a los adultos, les leía la
Biblia y, cuando lo hacía, un fervor espiritual invadía los corazones de todos
los presentes, muchos juraban que ella era como el sol pues su luz penetraba
con amor y paz.
Recorrió toda la sierra hasta los asentamientos más
remotos, unos dicen que fueron más de quince años y otros que más de veinte, el
hecho es que su ministerio toco y esparció amor incondicional, obediencia, paz
y una entrega total al servicio del prójimo.
No se sabe exactamente qué paso con La Madre Santa
Lolita de la sierra. En una ranchería solo amaneció su hábito y sus viejos
huaraches sobre el catre donde paso su última noche. Algunos aseguran que unos
hombres brillantes aparecieron y se la llevaron.
Jaime Chavira Ornelas es un sobreviviente de la desintegración familiar; estudió comunicación y manejo de negocios en el Colegio Comunitario de Maricopa en Phx. Az USA; tiene diplomados en exportación, importación y manejo de aranceles por Bancomext, también varios cursos de inteligencia emocional y lingüística. Trabajo para empresas a nivel gerencial. Actualmente es pensionado por el IMSS. Escribe cuentos cortos y poemas ácidos.
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