sábado, 9 de abril de 2022

La Madre Santa Lolita. Jaime Chavira Ornelas

 

Foto Roberto Lara Radillo

La Madre Santa Lolita

 

 

Por Jaime Chavira Ornelas

 

 

Existió en los años cuarenta una monja llamada La madre Lolita. Dice la leyenda que nació en un barrio del sur, sus padres eran libaneses católicos refugiados; eran muy pobres, cuando desembarcaron en el puerto de Veracruz solo traían dos maletas y muchas esperanzas de tener una mejor vida para sus dos hijos, que en aquel entonces tenían seis y ocho años.

Ya instalados en Chihuahua, donde estaban varios paisanos que les ayudaron con lo más básico, consiguiéndole trabajo a Salomón, su padre, mientras Sofía, su madre, se encargaba de las labores domésticas y la educación de los dos hijos.

La mejor vida llegaba poco a poco, crecía la familia, llegó Dolores, una niña regordeta y de mirada penetrante; no lloraba ni daba lata a su ocupada madre, solo comía y dormía. Salomón trabajaba duro en la fábrica de dulces y chocolates, su salario daba para comer y vestir.

Pasó el tiempo, Lolita crecía como cualquier niña, solo que a la hora de decir sus oraciones por la noche y la mañana lo hacía con suma devoción, tanto así que emanaba canticos como lamentaciones y alabanzas con su vocecita infantil. Sofía, su madre, se quedaba maravillada por lo hipnótico de los sonidos. Por su parte, Lolita solo terminaba de orar y se ponía a jugar con su muñeca de trapo y sus juguetes de madera.

Un día por la mañana Lolita llegó corriendo a la cocina y le dijo muy quedo a su madre que en el patio trasero, junto al sicomoro, estaba un hombrecito brillante dormido bajo la sombra del árbol. La mujer no supo que decir ni que hacer, pues lo que le decía Lolita la dejo sorprendida. Lolita con voz muy baja le repitió lo mismo una y otra vez, Sofía la tomo de la mano y fue al patio trasero para ver lo que Lolita aseveraba. Llegaron al sicomoro y solo vieron una lucecilla como de luciérnaga perderse entre las ramas del árbol. Sofía le dijo a Lolita que solo era una luciérnaga y que no tuviera miedo, pero Sofía sabía que las luciérnagas no brillan de día y además nunca se habían visto luciérnagas en el patio trasero, ambas regresaron a la casa y Lolita solo le aclaró a su madre que la luciérnaga era como un niño muy pequeño y brillante.

Paso el tiempo y Lolita seguía viendo pequeños seres brillantes y que ahora hablaban con ella, pero solo le comentaba esto a su madre, la cual no contaba nada a nadie de lo que le decía Lolita. Un día le sucedido un accidente a una de las vecinas, le cayeron encima varios sacos de maíz y todos la daban por muerta, pues los sacos eran de más de veinticinco kilos cada uno. Llegó corriendo Lolita y logró sacar a su vecina de entre los sacos, la cual milagrosamente estaba viva y solo se quejaba de un dolor en el brazo izquierdo. Todos quedaron asombrados del suceso y se preguntaban unos a otros que cómo era eso posible. Lolita solo la tomo de la mano y la llevo a su recamara para que se recuperara.

Siendo ya una adolescente, Lolita quiso asistir al internado de la Sagrada Familia, pues quiera ser monja, pero se requería tener una gran vocación. La Madre Superiora le hizo varios exámenes, los que aprobó sin problemas. Lolita se instaló en su nuevo hogar, el pequeño cuarto era frio y húmedo, solo tenía una cómoda y un viejo catre y una silla en el rincón, la ventanilla daba a un jardín seco y descuidado.

A pesar de eso, Lolita se sentía en casa; las clases le gustaban, lo mismo que sus maestras, las que de inmediato se dieron cuenta de lo especial que era la nueva alumna. Pasaron los días y Lolita se integró al grupo fácilmente, sus compañeras se sentían muy bien en la grata compañía de Lolita pues irradiaba una amistad sincera y entregada. Pronto las animó a darle vida al seco jardín, el cual tenía varios árboles secos y tanto las flores como los helechos estaban moribundos.

En pocos días el jardín reverdeció, pues lo que tocaba Lolita revivía. Llegaron pájaros y palomas, anidaron y cantaban plácidamente; las palomas eran muy blancas y solo llegaban cuando Lolita se sentaba a leer sus textos religiosos, la rodeaban y parecía que platicaban con ella, pues de vez en cuando sonreía y las acariciaba.

El edificio, construido a principio de los años mil ochocientos, tenía una fachada de cantera y ladillo, daba la impresión de una cárcel; su pasillos y salones eran obscuros y tétricos, pero, por extraño que parezca, desde que Lolita se presentó, el entorno se tornó más alegre y vivo, los pasillos más soleados, a los salones se les notaba más los colores y predominaba un ambiente de algarabía religiosa, inclusive las campanas de la capilla se volvieron a tocar, pues por alguna razón antes estaban mudas, pero Lolita se atrevió a jalar las sogas y emitieron un dulce sonido que dejo a las monjas asombradas y desde ese día en adelante las campanas anunciaban el horario para varias actividades, para la diaria oración y la misa los domingos.

Pasaron cinco años y Lolita se convirtió en una devota novicia, hablaba latín a la perfección lo mismo que hebreo, arameo y lenguas indígenas; nadie sabía quién le había enseñado, ella decía que los ángeles. La teología de Luciano de Antioquía era su predilecta, aprendía y aprendía siendo muy reservada y obediente en cualquier tarea que se le asignaba. Sus padres al visitaban una vez al mes para llevarle artículos de limpieza personal y ropa interior, además de galletas y miel de abeja que le gustaba mucho. Sus hermanos, ya casado,s le llevaban a sus hijos, a los cuales les encantaba jugar con su tía Lolita, pues decían que ella les inventaba juegos con palitos, piedras, hojas y todo lo que encontraba en el jardín.

Pero todo tiene su tiempo y se llegó el día de su partida como misionera a los pueblos más apartados de la sierra. Dicen que la última noche que paso en el internado su habitación se ilumino como si estuviera el sol dentro, el resplandor despertó a varias de las novicias y fue tanto su asombro que se postaron y oraron a gritos y sollozos.

Lolita emprendió el viaje por carretera en un autobús, pero cuando llego a la sierra, cuentan que siguió a pie internándose en el bosque. Se supo que en los pueblitos a los que llegaba atendía a los enfermos hasta sanarlos, los ayudaba en las labores del campo y semilla que sembraban daba en abundancia; curaba a los animales, fueran domésticos o salvajes, le enseño a leer y escribir tanto a los niños como a los adultos, les leía la Biblia y, cuando lo hacía, un fervor espiritual invadía los corazones de todos los presentes, muchos juraban que ella era como el sol pues su luz penetraba con amor y paz.

Recorrió toda la sierra hasta los asentamientos más remotos, unos dicen que fueron más de quince años y otros que más de veinte, el hecho es que su ministerio toco y esparció amor incondicional, obediencia, paz y una entrega total al servicio del prójimo.

No se sabe exactamente qué paso con La Madre Santa Lolita de la sierra. En una ranchería solo amaneció su hábito y sus viejos huaraches sobre el catre donde paso su última noche. Algunos aseguran que unos hombres brillantes aparecieron y se la llevaron.

 




Jaime Chavira Ornelas es un sobreviviente de la desintegración familiar; estudió comunicación y manejo de negocios en el Colegio Comunitario de Maricopa en Phx. Az USA; tiene diplomados en exportación, importación y manejo de aranceles por Bancomext, también varios cursos de inteligencia emocional y lingüística. Trabajo para empresas a nivel gerencial. Actualmente es pensionado por el IMSS. Escribe cuentos cortos y poemas ácidos.

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