los martes
Potrero viejo
Por Andrés Espinosa Becerra
Después de una mañana de basquetbol, llegamos a mi casa, de no sé dónde
Gastón se había traído una lata de leche Carnation. En una cacerola añadimos
agua y nos pusimos a beber leche, como bebes, siempre dándole vueltas al balón.
Decidimos vernos más tarde. Llegada la neblina, emprendimos el camino rumbo
al centro. Casi siempre hacíamos una estación en las bancas del parque, frente
al Palacio Municipal.
Vámonos, dijo Gastón cuando estábamos sentados en esas bancas.
Nunca teníamos rumbo fijo, elegíamos una calle al azar, un rumbo
cualquiera.
Subimos a la terraza del segundo piso del edificio de La Favorita,
compramos una jarra de vino que ahí expendían, rociado con jícama picada.
Enfrente estaba la catedral y las palmeras míticas de la plaza principal. Se
olía el ambiente de edificios coloniales.
Propuse. Mira, vámonos, ¿qué te parece si mañana temprano vamos a Potrero?
Ah, qué bien. Sí, vamos. Dijo Gastón.
Temprano abordamos el pequeño camión. Estábamos encantados porque a esa
terminal llegan mujeres hermosas. Nos encontramos a una mujer que
acostumbrábamos ir a verla a su trabajo en una zapatería, nos excitaba verle
sus axilas llenas de un vello generoso, peinado, bello. No comprendíamos cómo
una belleza jarocha no estuviera en otro lugar mejor que ese.
Conocía Potrero viejo y Potrero nuevo, sabía de un río de agua clarísima
que ahí fluye. Nos encueramos y entramos al río. Maravilloso. Estar dentro de
un río es una fábula, era el tiempo en que había pecesitos que te daban
ligerísimas mordiditas en las piernas.
Una muchacha se acerca jalando un burro, vendía plátanos. Los ofreció.
Gastón se puso el calzón y se acercó a ella. Bueno, pensé, no traemos dinero.
Seguí en el río.
Giré la cara para decirle algo a Gastón, pero no lo encontré. Salí del río.
Entre los matorrales vi las nalgas de Gastón subiendo y bajando y a un lado la
mano de la muchacha tomando con firmeza la soga del burro. Se la estaba
tirando.
Ella, sonriente, nos regaló dos plátanos a cada uno, sin paga alguna.
Tomamos el camión de regreso. Llegamos a la ciudad. Estaba oscureciendo.
Todo era luces amarillas de focos.
El chofer del camión llegó hasta nuestros asientos. Escuchamos su fuerte
voz, muchachos, despierten, llegamos a Córdoba.
Andrés Espinosa Becerra, Córdoba, Veracruz. Sus libros son: Quinteto para un pretérito, en coautoría con otros autores, Los días que no duermen, Una casa con silencio y patio, El silencio del gato. Actualmente escribe en la revista electrónica Estilo Mápula, donde además tiene una columna llamada Los Martes, donde saca textos suyos y de otros autores.
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