martes, 5 de abril de 2022

Potrero viejo. Andrés Espinosa Becerra

 

Foto Andrés Espinosa Becerra

los martes

Potrero viejo

 

 

Por Andrés Espinosa Becerra

 

 

Después de una mañana de basquetbol, llegamos a mi casa, de no sé dónde Gastón se había traído una lata de leche Carnation. En una cacerola añadimos agua y nos pusimos a beber leche, como bebes, siempre dándole vueltas al balón.

Decidimos vernos más tarde. Llegada la neblina, emprendimos el camino rumbo al centro. Casi siempre hacíamos una estación en las bancas del parque, frente al Palacio Municipal.

Vámonos, dijo Gastón cuando estábamos sentados en esas bancas.

Nunca teníamos rumbo fijo, elegíamos una calle al azar, un rumbo cualquiera.

Subimos a la terraza del segundo piso del edificio de La Favorita, compramos una jarra de vino que ahí expendían, rociado con jícama picada. Enfrente estaba la catedral y las palmeras míticas de la plaza principal. Se olía el ambiente de edificios coloniales.

Propuse. Mira, vámonos, ¿qué te parece si mañana temprano vamos a Potrero?

Ah, qué bien. Sí, vamos. Dijo Gastón.

Temprano abordamos el pequeño camión. Estábamos encantados porque a esa terminal llegan mujeres hermosas. Nos encontramos a una mujer que acostumbrábamos ir a verla a su trabajo en una zapatería, nos excitaba verle sus axilas llenas de un vello generoso, peinado, bello. No comprendíamos cómo una belleza jarocha no estuviera en otro lugar mejor que ese.

Conocía Potrero viejo y Potrero nuevo, sabía de un río de agua clarísima que ahí fluye. Nos encueramos y entramos al río. Maravilloso. Estar dentro de un río es una fábula, era el tiempo en que había pecesitos que te daban ligerísimas mordiditas en las piernas.

Una muchacha se acerca jalando un burro, vendía plátanos. Los ofreció. Gastón se puso el calzón y se acercó a ella. Bueno, pensé, no traemos dinero. Seguí en el río.

Giré la cara para decirle algo a Gastón, pero no lo encontré. Salí del río. Entre los matorrales vi las nalgas de Gastón subiendo y bajando y a un lado la mano de la muchacha tomando con firmeza la soga del burro. Se la estaba tirando.

Ella, sonriente, nos regaló dos plátanos a cada uno, sin paga alguna.

Tomamos el camión de regreso. Llegamos a la ciudad. Estaba oscureciendo. Todo era luces amarillas de focos.

El chofer del camión llegó hasta nuestros asientos. Escuchamos su fuerte voz, muchachos, despierten, llegamos a Córdoba.

 






Andrés Espinosa Becerra, Córdoba, Veracruz. Sus libros son: Quinteto para un pretérito, en coautoría con otros autores, Los días que no duermen, Una casa con silencio y patio, El silencio del gato. Actualmente escribe en la revista electrónica Estilo Mápula, donde además tiene una columna llamada Los Martes, donde saca textos suyos y de otros autores.

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