Cuando niño, me despertaba el ruido
Por Sergio Torres
Cuando niño, me despertaba el ruido que hacía la Chuy al iniciar las labores del día, el chorro de agua al caer en la olla para los frijoles; el rítmico golpeteo del cuchillo sobre la tabla de picar papas, tomates, cebolla, chile verde; el silbido del pato al hervir el agua para el café y el aroma cuando servía sendas tazas para ella, don Nacho, el Cerdo, la Negra ‒al parecer en casa tener dos nombres era un desperdicio si terminamos llamándonos por apodos‒. Toda mi infancia se puede recrear de manera musical y olfativa. Incluso podría incluir la rechifla del viento huracanado en los cables de luz, el crujir del maderamen de las casas vecinas y el gruñido previo a que se desprendieran las láminas del techo, arrancadas por ráfagas de más de cien kilómetros por hora. Con esto en los oídos y el olor a lluvia, lluvia interminable por días, el agua brotando de las alcantarillas o del drenaje, el olor de lodo bajo el lodo, de agua estancada y café, para todo: café
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