Dintel de Almudena
El eco de los recuerdos, episodio 3: El umbral
Por Almudena Cosgaya
El doctor García se hundió en las páginas del antiguo libro. Las palabras, sombras danzantes, se retorcían ante sus ojos. La tinta olía a moho y a secreto. En su mente las imágenes cobraron vida: Elena, no como la paciente del sanatorio, sino como Isabel: una figura atrapada en un torbellino de misterios.
El México colonial se desplegó: calles empedradas, faroles parpadeantes y vestidos de encaje que zumbaban en el viento. Isabel, su cabello negro como la noche, trenzado, y sus ojos inquietos de color avellana, era el corazón dividido entre dos hombres.
Diego, el apuesto médico del sanatorio, poseía su alma. Sus encuentros furtivos en los jardines eran versos prohibidos. Las miradas se cruzaban, los labios se rozaban en una danza de peligro. El cielo su testigo del día y de la noche.
Y también estaba Ramón, el oscuro alquimista. Su piel pálida y ojos hundidos escondían secretos del tiempo. Prometía la inmortalidad. Isabel sentía su atracción como un veneno que se filtraba en la sangre. Era la tentación de lo que debe permanecer oculto.
Una noche bajo la luna menguante Isabel y Diego decidieron explorar el umbral. Se arrebujaron en un desván del sanatorio donde las velas titilaban como estrellas caídas. Palabras ancestrales resonaron en sus gargantas. El mundo se desdibujó. En el umbral se materializaron las sombras. Isabel, retrocedió, el valeroso Diego dio un paso por delante de ella para protegerla.
Espíritus emergieron de la penumbra. Almas rotas, historias sin resolver. Gemidos de venganza el aire. Diego se aferró a Isabel, y juntos enfrentaron a los espectros. Pero Ramón también estaba allí, su rostro desfigurado por los celos.
—El umbral dibuja vidas pasadas —susurró Ramón—. Rompe el tejido del tiempo. Nos atrapa en un bucle eterno, donde los amores y las traiciones se repiten sin fin.
Isabel luchó contra los presagios, su corazón dividido entre el médico y el alquimista. Las paredes del sanatorio temblaron. El doctor García comprendió que él también era parte de esta historia. ¿Acaso había sido Ramón en otra vida? ¿O Diego?
El umbral se cerró, dejando a tres seres enredados en hilos transparentes. Isabel, Diego y Ramón: un triángulo que trascendía la cordura. El médico, el alquimista y la mujer que los amaba a ambos.
En la penumbra del sanatorio García se preguntó en voz baja: ¿Quién soy en esta danza de almas? El libro antiguo seguía abierto, las páginas temblando como hojas de árboles en una ventisca.
El umbral aguardaba, hambriento de más historias por revelar.
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