Teratoma
Por Karly S. Aguirre
—No quiero volver a la Facultad, estoy feliz tomando clases desde casa. No encuentro diferencia entre la modalidad virtual y la presencial. Los profesores dan su cátedra y nosotros anotamos, si queremos, lo que nos apetece del desfile de oraciones que sale de sus bocas. Me gusta estar en casa, tomar la clase desde mi habitación fresca, la cocina es la cafetería donde no tengo que hacer filas y además todo es gratis. No hay que acostarse con nadie para que haya papel higiénico en el baño. Y ni hablar de buscar lugar en el estacionamiento ―le dijo Melisa a su madre después de ver juntas en la televisión las noticias donde informaban que posiblemente en agosto de 2021 volvería la modalidad presencial en las escuelas.
—Pues sí, Meli, pero no todas las carreras son iguales, hay estudiantes que necesitan practicar su profesión, como los futuros médicos, por ejemplo.
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En secreto, Melisa estaba disfrutando de la cuarentena. Guardaba respeto por los fallecidos, por las personas que habían sufrido la pérdida de un ser querido, aquellos que habían perdido su empleo y los emprendedores que habían tenido que despedirse de sus microempresas, pero desde su experiencia la cuarentena había sido la oportunidad perfecta para extirpar de su interior un terrible teratoma del alma que había comenzado a desarrollarse desde cinco años atrás.
Por el agitado ritmo de la vida cotidiana, antes no había tenido tiempo de reponerse de un par de traumas y se aferró con firmeza a algunas culpas que le hacían brotar pus de heridas. El teratoma del alma se hizo tan grande que dolía y punzaba. Necesitaba intervención de urgencia y entonces llegó la cuarentena, que a pesar del miedo y la incertidumbre era también un bucle suspendido en el tiempo, donde Melisa pudo sentirse segura y practicarse a sí misma una cirugía.
Su instrumental quirúrgico se componía de música, que a veces ocasionaba fluido lagrimal, a veces fungía como anestesia. Libros catárticos que eran antibióticos, y la liberadora escritura de un diario íntimo que era un bisturí y un vendaje.
Día tras día sacaba un poco del teratoma del alma y lo plasmaba en las páginas que ahora serían su hogar. Aquel teratoma con cabellos y dientes conformó un collage humanoide en prosa.
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No importaba ya cuales habían sido aquellos dolorosos episodios en su vida que habían formado el teratoma. Seguramente todos podemos identificarnos con la circunstancia de algún dolor que nos asecha desde el interior y que poco a poco va encarnando en el cuerpo.
Luego de más de un año de estar en la seguridad de su casa, Milisa no estaba lista para salir de nuevo al mundo real, personas reales que lastiman, personas abusivas que con su olfato huelen a los vulnerables a kilómetros, injusticias pequeñas y habituales que van formando una gran bola de nieve que desencadena en desesperanza. La ansiedad de conducir en una avenida oscura donde no se perciben las franjas blancas sobre el pavimento.
Pero también extrañaba las ocurrencias de compañeros que le brindaban las risas necesarias para fortalecer el sistema inmune. Los jardines de la Facultad donde cada tarde las aves practicaban su revista musical y regulaban el ritmo cardiaco. El viento que masajeaba la cabeza al entrar por su ventana al conducir y escaparse después de clases hacia algún café para compartir el pan y el chisme con los amigos.
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—Me dijo Clarita que sabe de muy buena fuente que no habrá regreso a clases presenciales hasta el 2022, hija. Así que no tienes de que preocuparte.
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