viernes, 7 de junio de 2024

Escombros. Leoncio Acuña Herrera

Columna de Acuña

Escombros

 

 

Por Leoncio Acuña Herrera

 

 

Los periodistas tenemos una ventaja, o desventaja, según se quiera ver, como analistas y observadores de las elecciones en México: que sabemos quiénes van a ganar y a perder en las elecciones, incluso a pesar nuestro y de lo que opinen en nuestro entorno más cercano.

Así me pasó en 1998, al finalizar mi etapa en un área institucional del gobierno estatal de Chihuahua. Me volvió a ocurrir en los comicios estatales de 2021, aunque en mi entorno laboral juraban otra cosa.

Igual me sucedió ahora, en 2024, a lo que regresaré después.

En un rápido recuento de mis experiencias señalo que hubo tres corazonadas que se convirtieron en certeza: las de gobernador en 1992, las presidenciales del 2000 y las del 2006. Y la amarga de 2012, en que sabía que volvería el viejo régimen con todo.

Hubo dos presidenciales en las que no pude votar. En 1998, cuando se “cayó” el sistema, porque estaba cubriendo para un periódico local. Y en 2018 porque estaba fuera del estado, aunque sabía que se venía otro cambio radical… que a la postre fue de claroscuros.

En estas elecciones, de 2024, sabía que estaba la mesa puesta para un triunfo indubitable de la candidata oficialista, por más que en mi fuero interno, y mi propio voto, fueron a favor de que regresara la esperanza y la libertad al país, o por lo menos para recuperar el largo y arduo proceso democratizador que inició a finales de los noventa.

A diferencia de las elecciones anteriores, esta deja un país sumamente polarizado, porque la división entre los mexicanos no viene de las campañas, sino desde mucho antes, viene desde hace seis años, con las diatribas mañaneras del Presidente que nos dividió entre pueblo bueno y tecnócratas, entre fifís y chairos, entre conservadores y transformadores.

Fueron, con mucho, unas elecciones desiguales, pues el propio presidente estuvo en la boleta: fue un referéndum a su mandato con la manipulación de los programas sociales y, hay que decirlo también, el descrédito de la vieja oposición que sencillamente fue arrasada y hoy no encuentra explicaciones para lo que sucedió, para su propio descrédito.

 

Hoy, tras la resaca de los comicios, regresamos a la terca realidad que se cuela por la vida diaria: la violencia desatada, zonas enteras del país dominadas por el crimen organizado, el desempleo o la precariedad laboral, la pobreza extrema de siempre, la educación por los suelos, la salud deteriorada, la ciencia abandonada.

Me pregunto si de entre estos escombros podrá renacer la reconciliación y la esperanza. Eso dependerá más de nosotros mismos que de la clase política, de quienes se soban las manos porque alcanzaron silla en la comilona del poder, o de quienes se disputan las migajas.

Para no variar, nos tocará a todos los demás, o sea, a la enorme mayoría, recoger los platos rotos, barrer el polvo  y reconstruir la casa común desde sus cimientos.

No será la primera vez ni la última vez que así lo haremos, hasta que nos decidamos de una vez por todas por un cambio profundo, verdadero, y pacífico, de largo aliento.

 

Y que conste: esta columna la escribí siete días antes de las elecciones, el 29 de mayo.

 

7 junio 2024

 

 

 

 

Leoncio Acuña Herrera, periodista y escritor, es licenciado en ciencias de la comunicación. Ha sido reportero en Novedades de Chihuahua, subdirector editorial de Norte de Chihuahua y jefe de información de El Heraldo de Chihuahua. Actualmente cursa la maestría en periodismo en la UACH.

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