Sicarios y voyeurs
Por Lilvia Soto
Para Mahmoud Abdullah Kallam
Había tenido lugar una fiesta bárbara: rabia, borrachera, danzas, cantos, juramentos, quejas, gemidos, en honor de los espectadores que reían en el último piso del hospital de Acca.
―Jean Genet, Cuatro horas en Chatila[1]
I
Mahmoud conoce los lugares precisos
el zaguán, el rincón, la habitación
donde encontraron los cuerpos de sus amigos y vecinos
conoce la callejuela
donde encontraron supervivientes agazapados
bajo montones de cuerpos inflados.
Conoce cada cómoda de madera
cada marco de puerta, cada pared de patio
cada superficie casera
en la que se alojaron las balas.
Conoce el olor
de las raciones del ejército americano
del whisky americano
de la carne violada
de la carne negra e hinchada
de los cuerpos torturados.
Conoce las imágenes
de las mujeres con las faldas
desgarradas hasta la cintura
las piernas separadas
los chicos ajusticiados frente a los paredones
los jóvenes con las braguetas vacías
los bebés tirados en montones de desperdicios
junto a las bengalas israelíes
con sus pequeños paracaídas.
Conoce las moscas
enjambres de moscas
en las braguetas vacías
sobre los bebés ennegrecidos.
Mahmoud
sabe que los soldados israelíes
cerraron las entradas y las salidas
y dispararon los cohetes que iluminaron
la borrachera de tres días
los juramentos y torturas de tres días
la barbarie de tres días.
Veinte años después
Mahmoud conoce, todavía,
los músculos del estómago de su vecino
y la pantorrilla de su vecino
donde se alojan, todavía,
las balas de los falangistas libaneses.
Veinte años después
sabe que al final de su calle
están sus amigos y vecinos
en una fosa común.
Sabe que los niños de Chatila
aprenden el significado de masacre
y de fosa común
apenas aprenden a caminar
al final de su calle.
II
En Chatila, en Sabra, unos no-judíos han masacrado a unos no-judíos, ¿en qué nos concierne eso a nosotros?
―Menahem Begin, primer ministro de Israel en 1982 ante el Parlamento israelí
Apenas abierto el campamento
en su deambular por la ciudad
arrasada por el olor de la muerte
Genet ve los saltos que debe dar
por encima de los cadáveres
que obstruyen las estrechas calles
como el juego de la pídola
en el que niños y adolescentes
saltan por encima del compañero
que la hace de encorvado burro.
Sabe que los sicarios no masacraron
entre susurros o en silencio
no festejaron en la oscuridad.
Su orgía fue iluminada
por cohetes israelíes.
Fue celebrada por el Ejército israelí
que incitó, pertrechó, y como voyeur
del suplicio, miró y escuchó.
Terminada la bacanal
los autores intelectuales
niegan toda responsabilidad.
Al callar las risas y maldiciones
al cesar las torturas
al hacerse el silencio
los muertos quedan solos.
Abandonados.
En poses obscenas.
Con gestos grotescos.
Reposan sobre alfombras de cartuchos.
Decenas de miles de cartuchos.
Muertos sin un metro de tela.
Sin un solo celemín de tela blanca.
Sin mortaja.
Sin salmos.
Enterrados en una fosa común
sin la salmodia de las oraciones.
No obstante, dice Genet, en el campamento,
a nuestro alrededor,
flotaban todos los afectos,
las ternuras,
los amores
en busca de palestinos
que ya no responderán.[2]
[1] Jean Genet. «Cuatro horas en Chatila». Texto inédito en castellano. El Comité de Solidaridad con la Causa Árabe publica la primera traducción al castellano de esta obra de Genet coincidiendo con el XX aniversario de las masacres de Sabra y Chatila ocurridas los días 16, 17 y 18 de septiembre de 1982. PALISTINALIBRE.ORG. Septiembre 16, 2015.
[2] Jean Genet. «Cuatro horas en Chatila»
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