Foto Gaspar Jiménez
Si usted y yo fuéramos novios, el mundo sería distinto
Por Sergio Torres
Si usted y yo fuéramos novios, el mundo sería distinto para todos. Entre sus ocupaciones y mis trabajos, la vería bien a bien un domingo al mes. El resto de los días me la pasaria durmiendo, soñando con verla o soñándola despierto, esperando a que fuera ese domingo del mes en que un domingo cualquiera se convierte en El Domingo, el domingo en que la veo.
Usted es una persona ocupada, tiene múltiples quehaceres a lo largo del día, hace su trabajo, reparte alegría, da terapia, convive con sus perros, sus gatos, mima a las plantas de su jardín una a una, hablándoles con dulzura para que crezcan y florezcan, para que sean fuertes y den frutos, o solo para que sean bellas, en sus bellezas únicas de tallos así o asado, de flores delicadas, de espinas, de nudos y desnudos.
Por mi parte, yo vivo en la abstracción diaria, la vida se me va en cantar con niños y hacer música con jóvenes y grandes, en escribir poemas y escribirle cartas a la que se fue, a la que no está, a la que nunca ha sido, en un ejercicio de descubrirme capaz de percibir las sutilezas de la existencia en una sonrisa, en un rayo de luz atrapado en el hilo de una araña, en el universo reducido a una gota de agua que cuelga en un carámbano, decidiendo si cae o se adhiere, si fluye o se congela.
El amor de mi vida, esa que no está, no es alguien, es la idea del amor de la que estoy enamorado. No existe esa mujer morena, pelirroja de ojos azules, de pequeños pezones rosados en senos generosos, de delgadez férica y voluptuosidad Rubenesca, que sea fría y cálida, ausente y presente, juguetona como niña y sensual, callada y crítica, participativa y mesurada.
Si usted y yo fuéramos novios, ninguno tendría tiempo de ver al otro, no habría silencios incómodos, por falta de oportunidad; y el Domingo, uno entre tantos, sería el día de contarnos todo o mirarnos tan profundamente que comprendamos que llegamos aquí, a este abrazo, completamente exhaustos de hacer la vida un poco más bella y que venimos a compartir, absolutamente vulnérables, el último sustrato íntimo que nos queda para dar. Un domingo al mes, por todos los domingos de nuestra vida.
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