domingo, 16 de junio de 2024

Tabita. Jaime Chavira Ornelas

Foto Pedro Chacón

Tabita

 

 

Por Jaime Chavira Ornelas

 

 

Son las tres cuarenta de la madrugada y la calle parece estar viva, mis pisadas resuenan en las paredes de la estrecha calle, el sonido da un ambiente tétrico, me siento en un filme de Boris Karloff. Sigo caminando y a lo lejos puedo ver una silueta humana como tratándo de esconderse en la esquina, me detengo para observar major: la silueta se esconde y me inquieto por sus movimientos tan sospechosos.

¿Quién será?

¿Será alguien conocido que quiere hacerme una broma?

Absurdo. Sigo caminando, pero mas lento, ahora mis pisadas se escuchan tenues y arrítmicas. Me sudan las manos, puedo sentir el corazón latir de prisa y mis sentidos se agudizan: los ojos van de un lado a otro y la boca está reseca.

Se escucha un grito, por instinto me escondo en el recoveco de una puerta y solo me asomo poco a poco: logro ver en la esquina a una criatura, o algo parecido, agarrando del cuello a un hombre pequeño; es una figura brillante, su cabellera hasta los hombros es dorado y es muy blanca, casi albina, tiene los brazos  largos. El hombrecillo logra liberarse y sale corriendo hacia la Avenida. Me escondo en el recoveco lo más que puedo.

La mujer, o el hombre de la larga cabellera, voltea en todas direcciones y sin más desaparece de mi vista. Salgo de mi escondite, camino de prisa, llego a la esquina y no hay nadie. ¿Dónde está? Todo queda en silencio, me dirijo a la casa de Israel para ver si ya hay oportunidad de brincarme hasta el balcón y dormir en el viejo catre que instaló para mí. Llego a la casa y ahora el balcón se ve mas alto, parece una muralla impenetrable (será por lo cansado que estoy de tanto vagar por la ciudad). Me preparo física y mentalmente, trepo un barandal, llego hasta el siguiente y logro alcanzar el borde del balcón, me aferro al borde y logro subir mi delgado cuerpo.

De pronto veo un resplandor en la calle, me asomo con cautela: es la mujer/hombre que busca algo en el jardín, le digo con voz baja:

―¿Que buscas?

Voltea y me dice:

―A ti.

Me quedo paralizado y por alguna extraña razón no siento miedo sino todo lo contrario: confianza y tranquilidad.

Le digo:

―Sube por el barandal.

Pero aparece a mi lado en el balcón. Su presencia radiante emana un calor inexplicable. Me siento en el catre. Me dice:

―El hombre pequeño que ataqué quería hacerte daño, pero ya ves, solo salió corriendo y no volverá más.

Se sienta a mi lado y viene a mí una avalancha de sentimientos, es como una madre protectora, una abuela paciente y amorosa, la seguridad de los brazos de un padre, la fidelidad de un hermano y la incondicional amistad. Su rostro me anima a pesar del cansancio y el hambre, me recuesta y me arropa, siento su mano en mi frente y me duermo muy a gusto.

Amanece. El calor del verano moja mi cuerpo, el balcón esta como siempre, los primeros rayos solares me tocan; me levanto y viene a mi mente la criatura brillante y misteriosa, no sé si fue un sueño o realmente si estuvo aquí, pero me fijo en uno de los rincones y ahí esta acurrucada la criatura brillante: ahora es pequeña, tan pequeña que cabe en la palma de mi mano, su brillantez es mucho menos intense. Noto que está dormida y me fijo en sus facciones, su rostro es casi transparente, su cuerpo es prefecto y sus cabellos dorados parecen hilitos de oro, lo toco y desaparece en mis dedos, pero aparece de nuevo, toco su cuerpecito y también desaparece y reaparece, su textura es suave, veo que sus ojos se entreabren despacio y bosteza.

De pronto desaparece de mi mano y me quedo asombrado por que su destello se quedó en la palma de mi mano y siento una extraña sensación en todo mi cuerpo (como si hubiera entrado en todo mi ser). La mañana se hace tarde y la tarde noche, en el inter sobrevivir de alguna manera y aprender a descifrar el código natural de la existencia, eso que nos empuja a seguir rompiendo cada segundo los esquemas para respirar.

De nuevo escalo la muralla de la casa de Israel, me recuesto y de mi oído derecho sale la pequeña criatura brillante y en un segundo crece y me saluda con su mano en mi frente e inmediatamente me duermo, su silueta queda en mi mente y todo mi cuerpo se relaja placenteramente. De nuevo amanece y los mismos rayos solares, mis ojos se abren al día y a mi lado derecho está la brillante criatura dormida flotando y poco a poco se va integrando a mi cuerpo, siento un calor agradable, ahora puedo respirar la brisa que corre por todo el balcón y llenar mis pulmones de nuevas esperanzas, nuevos motivos.

Ya pasó mediodía, comí sardinas con galletas saladas, refresco de naranja y un Duvalín, la ciudad es un enorme monstruo con miles de tentáculos y rostros, traga lo más que puede, estruja y sacude sin misericordia, sus calles y avenidas son laberintos donde a cada momento se pierden almas embrujadas por su seducción.

Camino rumbo al parque, ahí hay algunas almas perdidas y otras a punto de perderse. Siento la seducción del parque con sus árboles, pinos y sicomoros que te invitan a la contemplación y a olvidar todo compromiso. Sigo caminando y llego al otro pequeño parque que solía ser un panteón y ahora sus muertos revivieron en los seudo hippies que se juntan allí todos los días a drogarse y escuchar música entre otras actividades de distracción.

Me detengo y saludo al grupo reunido (están Arturo, Rafael, Omar, El Penco, Burgos, Josías, el chato Reyes, Esquivel, El Pechus, Chavira, y otros), solo contestan el saludo y siguen oyendo música de Pink Floyd, escucho en mi oído que la criatura me aconseja alejarme y sigo su consejo, camino rumbo al centro de la ciudad y la criatura me dice:

―Entra en la iglesia y reza como te enseño tu madre.

Llego a la Catedral, la iglesia está silenciosa y vacía. Me siento cerca del altar y me hinco a rezar el Ave María y el Padre Nuestro, no se qué mas hacer, solo estoy hincado y viene a mi mente mi familia que no veo desde hace tres o cuatro años (desde que murió mi abuela), de pronto entra en mi la gran soledad del templo, la madre y los hermanos y hermanas danzan apacibles en mi mente, pero están muy lejanos e indiferentes, solo danzan lentamente como flotando, son seres que no conozco, su ausencia es como una muralla impenetrable a mis dieciséis años, creo comprender el por qué de tanta indiferencia: cada quien carga con su cruz y no hay tiempo que perder en lamentos y culpas; rezo por ellos a Dios Todopoderoso que me ha enseñado la manera de sobrevivir y de no perder el tiempo en tontas lamentaciones y aburridas culpas.

Cae la tarde en su hora cero, el tráfico es lento, la gente camina por la plaza y los ancianos sentados platican sus logros y fracasos, los jóvenes proyectan su indiferencia pero en su mirada esconden cierta nostalgia, por mi parte solo agradezco el hermoso atardecer y en los ojos de la criatura se refleja el rojizo manto, su mirada ve más allá del horizonte, más allá del cielo y me contagia su paz, esa paz que es como un apacible lago de agua cristalina en un frondoso bosque donde unos niños solitarios juegan tranquilamente. Cae la noche, llego a la cafetería y pido un burrito de asado y otro de chile relleno y limonada, gasto parte del pago por una traducción que hice hace unos días y mañana será otro día.

De nuevo a trepar la muralla de la casa de Israel. Son casi la una y la calle esta solitaria, me siento en la entrada de la casa y la tibia brisa me anima a gozar del silencio y la noche calmada, de pronto siento como la criatura sale por mi oído derecho y se materializa en frente de mí, su resplandor me intimida, pasa su mano por mi frente y me dice:

―Es tiempo de que veas a tu familia, ellos vendrán a buscarte en los próximos días.

No sé que decir, presentí que diría eso y solo contest.

―Muy bien, estaré listo.

Pude ver en sus ojos el gran amor que siente por mí y le pregunté:

―¿Cuál es tu nombre?

Sin abrir su boca dijo:

―Tabita —y regresó a mi oído derecho.

Pasaron los años, la vida me llevo por muchos caminos, soy ahora un hombre de cincuenta y dos años que irónicamente cuido a mi madre de setenta y nueve años que padece de Alzheimer en etapa terminal, algunas veces me reconoce por unos minutos para después hundirse en ese mundo silencioso. Cuando me reconoce cree que soy aquel adolescente que regresa a casa después de algunos años y siempre me dice:

―¿Quieres comer?, porque ahora que regrésate quiero que te alimentes bien para que crezcas sano y fuerte.

De nuevo me mira perdida con sus ojitos de niña/anciana, me acaricia la mejilla con su pequeña mano fría y se va a su mundo sin memoria.

Tabita aún vive en mi oído y todas las noches oramos al Padre Celestial.

Yo te amo, Señor, mi fuerza. El señor es mi roca y mi fortaleza, es mi libertad y mi Dios, es la roca que me da seguridad; es mi escudo y me da la victoria. Amen.

Pasaron más años y la niña/anciana hace años cerro sus ojitos para siempre y se llevo con ella todos los recueros. Tabita sigue tan brillante como siempre y ahora mis huesos son los que se cansaron, estos huesos tan amigos y testigos de tantos pasos. Tabita me dijo que pronto ya no necesitaré mas mi cuerpo, que lo dejare para que vuelva al polvo de donde vino. Tabita sale de mi oído derecho y aparece frente a mí en todo su esplendor se queda flotando y me dice:

―Llegó la hora de despedirme, ha sido un corto tiempo junto a ti; en el lugar donde irás ahora se revelaran todos los misterios de la existencia y el verdadero motivo de la creación, tendrás el privilegio de conocer la verdad y sentirás el amor en todas sus formas, fue para mí un honor servirte, feliz viaje.

Luego desapareció y me quede ahí contemplando el atardecer.

 

 

 

 

Jaime Chavira Ornelas es administrador de negocios, logística, control de almacenes, importación y exportación, cursos de lingüística e inteligencia emocional, grado de vendedor oro por GMC. Actualmente pensionado por el IMSS.

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