Pato, pato, ganso
Por Karly S. Aguirre
Por un momento me sentí en la primaria durante la clase de educación física cuando jugábamos a pato, pato, ganso, solo que ahora estaba en la universidad en la clase de la maestra Myrna, a quien la mayoría de sus alumnos quería y defendía (sus patos) cuando la minoría nos quejábamos de su diabólica táctica narcisista para hacernos pasar un calvario durante todo el semestre (sus gansos).
Había recibido advertencias previas de un compañero de unos cuantos semestres superiores sobre la maestra Myrna: “Ten cuidado con esa perra, por su culpa me atrasé dos semestres y su odio fue evidente cuando aprobó a todos los miembros de mi equipo menos a mí.”
Yo no creí que ese fuera a ser mi caso hasta que pasé por las cinco etapas del duelo la noche que subió las calificaciones y me di cuenta de que me había puesto por calificación su número de residencia en el infierno 6.00. Esa calificación debía estar mal. Durante su clase yo siempre era la primera en participar, la que compartía pantalla de mis tareas durante la pandemia cuando mis compañeros ponían de pretexto que habían hecho la tarea en el cuaderno y por eso no podían compartirla en ese momento. También sabía que mis compañeros no habían entregado el libro de ejercicios completo porque lo habían comentado en el grupo de Whatsapp, así que ponerme a mí un terrible 6 y a ellos un hermoso 10 era insultante e injusto.
Como simio no mata a simio, no mencioné nada sobre mis compañeros cuando le reclamé sobre mi calificación; ella dijo que mi calificación había bajado por mis retardos y por mis muchas faltas, yo exigí que me dijera las fechas de las faltas, pues yo estaba segura que no había rebasado el límite de faltas en su clase y así fue como descubrí que Myrna me había inventado faltas.
La maestra resultó no ser tan inteligente a la hora de plantar evidencia falsa a sus gansos para ser degollados y horneados para su festín de sufrimiento del que parecía alimentarse gustosamente, pues había puesta faltas en fechas y horas donde mi horario no coincidía. Gracias a esas inconsistencias, las autoridades correspondientes pudieron tomar cartas en el asunto, y, aunque no la despidieron, le dieron una buena reprimenda. Además, ahora que se había revelado que las fechas y las horas no coincidían, Myrna insistía en que las fechas de mis ausencias eran otras, aunque tampoco coincidían.
Después de mi experiencia con esa mujer loca se me hacía un nudo en el estómago cuando al tratar de advertir a mis compañeros más jóvenes ellos me respondían diciendo que ellos habían sido muy afortunados porque la maestra se había mostrado condescendiente y dócil ante su grupo.
Me daba escalofrío comprender que su comportamiento intermitente era para protegerse a sí misma cuando los gansos alzaran la voz, para que los patos salieran a defenderla con anécdotas positivas sobre su experiencia en su clase y que en el fondo despreciaba de la misma manera a los patos y a los gansos, pero que solo podía permitirse descargarse con unos cuántos para no llamar demasiado la atención con su comportamiento violento.
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