Foto de Chávez, 2014.
De Conchas,
conchitas y conchotas
Por Liza Di
Georgina
Su madre
suspiró hasta el último momento de su vida por el hombre que la había
abandonado. Ni con una hija apenas parida podía quitarse del alma el sabor de
su amante. Ese momento perfecto del sexo que se convirtió en semilla y que
germinó en una niña rosa y chillona.
Por eso,
cuando el sacerdote le dio los Santos Óleos, antes que muriera desangrada, y le
preguntó cuál sería el nombre de la recién nacida, solo acertó a murmurar:
Concepción.
Y ese fue el
nombre de la huérfana. Concepción creció con el estigma de la calentura de su
madre y la eterna ausencia de su padre. Todos en el pueblo la veían y susurraban
“en mala hora le pusieron ese nombre a la niña”, “que esa concibe apenas le
baje la regla”.
Y apenas
Concepción enseñó las primeras curvas, todos los adolescentes mascullaban su
nombre cuando ella pasaba. Cuando estaban dormidos, cuando se encerraban en el
baño pensando en su nombre. Y en el acto que evocaba su nombre: “oh sí, Concha”.
Tanto que
Concepción empezó por pedir –suplicar– obligar que le llamaran Conchita. Y
Conchita para acá; Conchita para allá.
Conchita fue
feliz porque finalmente la gente parecía dejar de lado su sórdido origen, y se
sentía como un pedacito de mar que cascabeleaba por el mundo.
Y como el
sueño de la Concha había sido alejarse de ese pueblo, un día tomó una maleta y
se fue.
La Conchita
cruzaría el mar.
Viajó a
España y encontró ahí sus momentos más felices, hasta que supo lo que su nombre
significaba también en aquellos lares “la Concha”, y todos miraban a la Concha
con deseo y perversión.
Nunca se
sintió más traicionada por el destino la pobrecita
Pero
comprendió que ni lejos de su pueblo, ni desprendida del nombre de Concepción,
se podía alejar de aquella maldición de lujuria que la rodeaba por culpa del
ángel caído de su madre.
Entonces
hizo lo único que podía hacer: meterse de monja a un convento.
Cuándo se
ordenó cambió de nombre, como usualmente se hace. Y se renombró Purísima. Purisima
de la Concha.
Y vivió
haciéndole honor a su nombre.
Tiempo
después se preguntaba si todas las personas eran como su nombre lo indicaba,
porque no se podía sacar de la cabeza el apellido del padre Francisco Grande.
Paco Grande. Paco.
Cuando eres una mujer joven, guapa, y vigorosa puedes irte de tu pueblo, puedes cruzar el mar, todo el campo es orégano. Pero tu nombre te señala y a punta de hormonas te sugiere un destino, como en este grácil relato de la bella Liza.
ResponderEliminarJJajajajajaajajajajajajaajajaj!!!!!!
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