jueves, 2 de octubre de 2014

Burócratas misóginos

La feminista que un día se juntó con misóginos (la cultura y sus altas dosis de misógina)

Por Linda Flores

 En los meses recientes los institutos de cultura han sido mencionados en muchos de los post de gente que conozco; con unas personas comulgo, con otras no tanto, y aunque son distintas, la línea de sus comentarios es la misma: la corrupción en los institutos de cultura. Y yo agrego la misoginia y machismo que vive ahí. Lo que he leído dice más o menos así:

1. Las becas y estímulos a la creación artística casi –por no decir siempre– son ganados por gente que previamente ha rascado delicadamente la espalda, o ha intercambiado fluidos con quien maneja los fondos y lanza las convocatorias; o a veces descaradamente los apoyos son “ganados” por ellos mismos, puesto que la ONG a la que pertenecen y de la cual son voceros, o la compañía de donde son primeros actores o la bailarina, o lo que sea, es quien está participando y firmando un proyecto (cuando supuestamente un principio de los institutos es evitar la autopromoción).

2. Hay un maltrato constante a empleados y gente que pide apoyo en los institutos de cultura, y las peleas que debieran ser de dos, porque son de pareja, ya han contaminado a todo el personal y anexas; se ha obligado, al menos de una de las partes a tomar partido y no se ha tenido empacho en embarrar en la pelea a quien sea para morder al contrincante. Es bien sabido que las charlas bajo la mesa, como parecen estar los fondos y los comités dictaminadores, tienen que ver con quién se acuesta con quién y si tiene dos nóminas o tres, pero se omiten detallitos como si quien coordina un fondo o un departamento terminó la licenciatura o no, y si realmente trabaja para las aristas que su área requiere: arte para restaurar el tejido social, arte para niñas y niños, arte con perspectiva de género, culturas populares, etc.

3.- Como si desconocieran el contexto en el que vivimos, se identifican entre ellos cual cártel de la droga: como “mafias” y se señalan entre ellos y ellas como “caciques de la cultura”. Estos simpáticos grupos de vez en cuando sueltan un proyecto a gente que creen podrán controlar, esperando les defiendan y en sí les sean útiles para perpetuaran su control sobre producciones artísticas que se hace con financiamiento oficial. La consigna de haber sido elegido (a) por la mafia culturaloza será pagar cuota: ser el  pañal de los caciques culturales: contener la mucha basura que producen, esa que va desde el desvío de fondos hasta corruptelas, manteniendo vigentes el chisme y la intriga. Y cuando se equivocan, y liberan un proyecto de alguien que no podrán meter a su redil, la mafia culturaloza usa técnicas más brutales y efectivas que las de los zetas.

Sin embargo, entre tantas cosas que he leído nadie ha hablado de machismo y misoginia.

Cuando estaba en la universidad, mi primer encuentro con la cultura oficial fue en mi servicio social. Religiosamente cumplía mis horas de trabajo y ahí tuve la fortuna de conocer a un pilar de la cultura: un poeta de comentario inteligente siempre, querido por todos por su carisma y generosidad.

Ese mítico personaje podía hacerme comentarios que entonces me parecían lo más gracioso: al ver a cierta mujer exclamaba “tápame, tápame, ahí van las chichis más feas del Ichicult”. Lo decía mientras simulaba esconderse atrás de mí. Recuerdo, entre simpatía y culpa por omisión, el haber sido testigo cuando invitó a una persona casi desconocida que pasaba por afuera de su oficina a dictaminar proyectos, o cuando decía: “le voy a dar una beca a mi amigo –ponga aquí el nombre que quiera–”. O cuando creadoras y artistas entraban a su oficina para pedir apoyos para sus obras y él, con franqueza y simpatía les respondía “te creo si te sacas una chichi”. O cuando eran dos mujeres: “A ver, bésense”. Ambas empresas se lograban.

Mucho tiempo me pareció un halago que ese personaje y otros hombres por años “me protegieran” me tomaran en cuenta y me consultaran, y hasta me sentía casi honrada de ser la única mujer de estar en sus juergas y que, a diferencia de las demás que por alguna razón llegaban a pisar sus dominios, a la única que en lugar de querérsela “coger” apapachaban solemnemente y sumaban a las charlas para abonar a los chistes e historias. Ahora entiendo por qué me envalentonaba para hacer mis “aracles” amorosos y por qué nunca pedí su ayuda para alguna producción cultural. Y sobre todo, por qué nunca llevé a otra mujer. Aunque en ese entonces era menor como 20 años que las que ahora coordinan programas en los institutos, siendo más joven actuaba igual que ellas.

Años después, cuando fui consciente de lo que eran el machismo y el patriarcado, me dio vergüenza el haber estado cuando tantas mujeres fueron expuestas y maltratadas (entendí por qué ellas seguían sonriendo y hasta fomentando esos actos, y estoy segura que hoy en día segurían riendo).

El día que me di cuenta decidí dos cosas: cambiar de compañías y realmente intentar ser aliada de las mujeres y de mí misma (juro que me esmero en abortar el patriarcado).

De esos hombres el único que por causas naturales e intelectuales sobrevivió para mí, pudo saber lo que pensaba y sentía. Cuando se lo dije, sonrió y afirmó: “eres mi mejor amigo con chishis, yo le entro a las poemantas”. A partir de ese día, hasta que murió, el cabrón que gritaba a todas mis amigas feministas que él nomás era misógino con las mujeres, nunca soltó las causas de las mamás con desaparecidas, ni a otras mujeres y jóvenes a quienes desde Por un Chihuahua libre y sin temor acompañábamos en sus procesos de sobrevivir a la violencia. Él como escritor siguió haciendo lo suyo y lo hacía desde adentro, conociendo el contexto de violencia y aportando para restaurar el tejido social, y como era de esperarse, al igual que quienes lo están haciendo hasta el día de hoy. Nunca tuvo becas y menos de promoción por parte de los institutos de cultura, al contrario, fue difamado y maltratado, eso sí, cuando murió, toda la alta élite cultural le posteó algo en su muro y decían haber sido de sus amistades.

Recordar a los primeros personajes que conocí de la cultura oficial, ver de frente algo de los tejes y manejes que ahí se dan, saber lo que gente seria y honesta denuncia, me lleva a decir: chingado, dejemos de hacernos pendejas y pendejos, basta de reír y aplaudir conductas de misoginia, discriminación y corrupción; es una cadenita, que aunque se diga con mucha gracia, o escondidas detrás de quienes usan lenguaje incluyente y hasta bien nos caen, asumamos "las netas". En este contexto todos conocemos a alguien que metió a trabajar a su pareja a donde él o ella tiene un poquito de podercito. Sería buena investigación hacer las genealogías que hay en los institutos de cultura y recintos donde se respira la cultura oficial.

Por todo esto reduciré, aún más, mi círculo socio-etílico-sexo-amoroso, porque son tiempos de mostrar y que nos muestren inteligencia siendo participes y responsables del entorno. Es hora de cuestionar midiendo proporciones y contextos, e invitemos a que quienes están a la cabeza del estado y del municipio a que pidan a los directores de los institutos de cultura que realmente conozcan lo que pasa dentro de esos espacios: cómo y quién ejerce conductas de corrupción y de machismo (también hay mujeres bien machotas). Hay que prestar atención a quienes se contrata y a quienes se les están dando los proyectos ¿realmente están retribuyendo a la cultura del estado?

Lo único que podemos hacer, donde diario nos topamos con caciques de lo que sea, es ejercer nuestro derecho a saber, preguntar cuándo, quién, por qué, cómo, cuánto. Y en este caso recordarles a quienes manejan los proyectos y programas, que el acceso al arte y la producción artística son derechos nuestros; después de todo, somos ciudadanía pensante que aunque no tenemos una metodología propia de escritores, creadores, artistas, sí podemos aportar desde los espacios propios y con la propia experiencia, además que podemos identificar qué es una basura y qué no.

Se puede oler a quienes venden la miseria de las víctimas de violencia y de la diferencia. Ah, y si miramos a quienes lucran con el dolor, también podemos aplaudir a quienes dignifican la acción (aunque sean las honrosas excepciones del PRI, PAN, PRD, y hasta los de letras libres que en su mayoría tan mal me caen). Después de todo, la calle es de quien la camina, el museo es de quien lo visita, y sobre todo, los fondos de cultura son para quienes aportan algo para que la sociedad realmente crezca y mejore.


Linda Flores poeta: política y promotora social. Desde 2009 escribe en Facebook un muro que desde su inicio se volvió popular, por su fuerza su gracia y su ingenio Linda Flor Es: https://www.facebook.com/pinolita.es?ref=ts&fref=ts

2 comentarios:

  1. Esta crónica ingeniosa y enojada es un retrato en close up de los institutos de cultura de Chihuahua, el estatal y los municipales.

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