La feminista que un día
se juntó con misóginos (la cultura y sus altas dosis de misógina)
Por Linda Flores
En los meses
recientes los institutos de cultura han sido mencionados en muchos de los post
de gente que conozco; con unas personas comulgo, con otras no tanto, y aunque
son distintas, la línea de sus comentarios es la misma: la corrupción en los
institutos de cultura. Y yo agrego la misoginia y machismo que vive ahí.
Lo que he leído dice más o menos así:
1. Las becas
y estímulos a la creación artística casi –por no decir siempre– son ganados por
gente que previamente ha rascado delicadamente la espalda, o ha intercambiado
fluidos con quien maneja los fondos y lanza las convocatorias; o a veces
descaradamente los apoyos son “ganados” por ellos mismos, puesto que la ONG a
la que pertenecen y de la cual son voceros, o la compañía de donde son primeros
actores o la bailarina, o lo que sea, es quien está participando y firmando un
proyecto (cuando supuestamente un principio de los institutos es evitar la
autopromoción).
2. Hay un
maltrato constante a empleados y gente que pide apoyo en los institutos de
cultura, y las peleas que debieran ser de dos, porque son de pareja, ya han
contaminado a todo el personal y anexas; se ha obligado, al menos de una de las
partes a tomar partido y no se ha tenido empacho en embarrar en la pelea a
quien sea para morder al contrincante. Es bien sabido que las charlas bajo la
mesa, como parecen estar los fondos y los comités dictaminadores, tienen que
ver con quién se acuesta con quién y si tiene dos nóminas o tres, pero se
omiten detallitos como si quien coordina un fondo o un departamento terminó la
licenciatura o no, y si realmente trabaja para las aristas que su área
requiere: arte para restaurar el tejido social, arte para niñas y niños, arte
con perspectiva de género, culturas populares, etc.
3.- Como si
desconocieran el contexto en el que vivimos, se identifican entre ellos cual
cártel de la droga: como “mafias” y se señalan entre ellos y ellas como
“caciques de la cultura”. Estos simpáticos grupos de vez en cuando
sueltan un proyecto a gente que creen podrán controlar, esperando les defiendan
y en sí les sean útiles para perpetuaran su control sobre producciones
artísticas que se hace con financiamiento oficial. La consigna de haber sido
elegido (a) por la mafia culturaloza será pagar cuota: ser el pañal de
los caciques culturales: contener la mucha basura que producen, esa que va
desde el desvío de fondos hasta corruptelas, manteniendo vigentes el chisme y
la intriga. Y cuando se equivocan, y liberan un proyecto de alguien
que no podrán meter a su redil, la mafia culturaloza usa técnicas más brutales
y efectivas que las de los zetas.
Sin embargo, entre tantas cosas que he leído nadie ha hablado de machismo
y misoginia.
Cuando
estaba en la universidad, mi primer encuentro con la cultura oficial fue en mi
servicio social. Religiosamente cumplía mis horas de trabajo y ahí tuve la
fortuna de conocer a un pilar de la cultura: un poeta de comentario inteligente
siempre, querido por todos por su carisma y generosidad.
Ese mítico
personaje podía hacerme comentarios que entonces me parecían lo más gracioso:
al ver a cierta mujer exclamaba “tápame, tápame, ahí van las chichis más feas
del Ichicult”. Lo decía mientras simulaba esconderse atrás de mí. Recuerdo,
entre simpatía y culpa por omisión, el haber sido testigo cuando invitó a
una persona casi desconocida que pasaba por afuera de su oficina a dictaminar
proyectos, o cuando decía: “le voy a dar una beca a mi amigo –ponga aquí el
nombre que quiera–”. O cuando creadoras y artistas entraban a su oficina para
pedir apoyos para sus obras y él, con franqueza y simpatía les respondía “te
creo si te sacas una chichi”. O cuando eran dos mujeres: “A ver, bésense”.
Ambas empresas se lograban.
Mucho tiempo
me pareció un halago que ese personaje y otros hombres por años “me
protegieran” me tomaran en cuenta y
me consultaran, y hasta me
sentía casi honrada de ser la única mujer de estar en sus juergas y que, a diferencia
de las demás que por alguna razón llegaban a pisar sus dominios, a la única que
en lugar de querérsela “coger” apapachaban solemnemente y sumaban a las charlas
para abonar a los chistes e historias. Ahora entiendo por qué me envalentonaba
para hacer mis “aracles” amorosos y por qué nunca pedí su ayuda para alguna
producción cultural. Y sobre todo, por qué nunca llevé a otra mujer. Aunque en
ese entonces era menor como 20 años que las que ahora coordinan programas en
los institutos, siendo más joven actuaba igual que ellas.
Años
después, cuando fui consciente de lo que eran el machismo y el patriarcado, me
dio vergüenza el haber estado cuando tantas mujeres fueron expuestas y
maltratadas (entendí por qué ellas seguían sonriendo y hasta fomentando esos
actos, y estoy segura que hoy en día segurían riendo).
El día que
me di cuenta decidí dos cosas: cambiar de compañías y realmente intentar ser
aliada de las mujeres y de mí misma (juro que me esmero en abortar el
patriarcado).
De esos
hombres el único que por causas naturales e intelectuales sobrevivió para mí,
pudo saber lo que pensaba y sentía. Cuando se lo dije, sonrió y afirmó: “eres
mi mejor amigo con chishis, yo le entro a las poemantas”. A partir de ese día,
hasta que murió, el cabrón que gritaba a todas mis amigas feministas que él
nomás era misógino con las mujeres, nunca soltó las causas de las mamás con
desaparecidas, ni a otras mujeres y jóvenes a quienes desde Por un Chihuahua libre y sin temor
acompañábamos en sus procesos de sobrevivir a la violencia. Él como escritor
siguió haciendo lo suyo y lo hacía desde adentro, conociendo el contexto de
violencia y aportando para restaurar el tejido social, y como era de esperarse,
al igual que quienes lo están haciendo hasta el día de hoy. Nunca tuvo becas y
menos de promoción por parte de los institutos de cultura, al contrario, fue
difamado y maltratado, eso sí, cuando murió, toda la alta élite cultural le
posteó algo en su muro y decían haber sido de sus amistades.
Recordar a
los primeros personajes que conocí de la cultura oficial, ver de frente algo de
los tejes y manejes que ahí se dan, saber lo que gente seria y honesta
denuncia, me lleva a decir: chingado, dejemos de hacernos pendejas y pendejos,
basta de reír y aplaudir conductas de misoginia, discriminación y corrupción;
es una cadenita, que aunque se diga con mucha gracia, o escondidas detrás de
quienes usan lenguaje incluyente y hasta bien nos caen, asumamos "las
netas". En este contexto todos conocemos a alguien que metió a trabajar a
su pareja a donde él o ella tiene un poquito de podercito. Sería buena
investigación hacer las genealogías que hay en los institutos de cultura y
recintos donde se respira la cultura oficial.
Por todo
esto reduciré, aún más, mi círculo socio-etílico-sexo-amoroso, porque son
tiempos de mostrar y que nos muestren inteligencia siendo participes y
responsables del entorno. Es hora de cuestionar midiendo proporciones y
contextos, e invitemos a que quienes están a la cabeza del estado y del
municipio a que pidan a los directores de los institutos de cultura que
realmente conozcan lo que pasa dentro de esos espacios: cómo y quién ejerce
conductas de corrupción y de machismo (también hay mujeres bien machotas). Hay
que prestar atención a quienes se contrata y a quienes se les están dando los
proyectos ¿realmente están retribuyendo a la cultura del estado?
Lo único que
podemos hacer, donde diario nos topamos con caciques de lo que sea, es ejercer
nuestro derecho a saber, preguntar cuándo, quién, por qué, cómo, cuánto. Y en
este caso recordarles a quienes manejan los proyectos y programas, que el
acceso al arte y la producción artística son derechos nuestros; después de
todo, somos ciudadanía pensante que aunque no tenemos una metodología propia de
escritores, creadores, artistas, sí podemos aportar desde los espacios
propios y con la propia experiencia, además que podemos identificar qué es una
basura y qué no.
Se puede
oler a quienes venden la miseria de las víctimas de violencia y de la diferencia.
Ah, y si miramos a quienes lucran con el dolor, también podemos
aplaudir a quienes dignifican la acción (aunque sean las honrosas excepciones
del PRI, PAN, PRD, y hasta los de letras libres que en su mayoría tan mal
me caen). Después de todo, la calle es de quien la camina, el museo es de quien
lo visita, y sobre todo, los fondos de cultura son para quienes
aportan algo para que la sociedad realmente crezca y mejore.
Linda Flores
poeta: política y promotora social. Desde 2009 escribe en Facebook un muro que
desde su inicio se volvió popular, por su fuerza su gracia y su ingenio Linda
Flor Es: https://www.facebook.com/pinolita.es?ref=ts&fref=ts
Esta crónica ingeniosa y enojada es un retrato en close up de los institutos de cultura de Chihuahua, el estatal y los municipales.
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